/ viernes 12 de abril de 2024

Artilugios | ORNITOLOGÍA CREPUSCULAR, de Andrés González Pagés.

Revolviendo anaqueles encontré este libro de mi querido maestro Andrés González Pagés. Y lo que voy a contar es porque algunas de las personalidades del elenco de este drama que acabó en sainete ya cambiaron de costumbres a decir de Joyce. Pues bien, lo conocí cuando la dirección editorial y de Literatura del recién creado instituto de cultura era designación del gobernador y así fue dos veces. Andrés con don Enrique, Joel Hernández con Neme.

El primero tenía un currículo impresionante para ser un autor joven. Fue el primero que publicó de esa corriente a la que Margo Glanz llamó, creo presumiendo lo que no, la Literatura de la Onda. En ella aparecieron los nombres célebres de José Agustín, Parménides García Saldaña, René Avilés Fabila, Federico Arana entre otros. Andrés fue el primero en publicar. Su libro Los pájaros del viento, un delicioso volumen de prosas poéticas adornaría la bibliografía de cualquier escritor. Este libro aparece en 1965. De perfil es de 1966.

Andrés era tabasqueño de nacimiento y por infinidad de referencias. Claro, algo pasaba en aquellos tiempos en el ámbito estatal porque los tabasqueños salidos del estado desdeñaban el terruño a pesar de tener al gran poeta Pellicer en la lista de los ilustres.

Andrés regresó a Tabasco según él mismo nos contaba al ser requerido por Enrique González Pedrero. Fue director editorial con un vasto tiraje. Fue un hombre con seriedad que se rompía con algún buen comentario o anécdota. Me precio de haber, de ser, su amigo aun cuando las cosas no le fueron muy bien. Les cuento.

A mediados del año 1988, ya ido de Tabasco el matrimonio González Pedrero, la campaña de Salvador Neme recorría Tabasco triunfante y gloriosa. La mesa de cultura se dio en Cunduacán. La pléyade de artistas y culturosos estuvieron firmes para escuchar las propuestas del grupo de oradores. Entre ellos, González Pagés iba a echar por tierra su propio trabajo pues su ponencia versaba sobre la necesidad de hacer una buena promocion editorial. Al estar en el presídium, el maestro vio que entre el público se acomodaba todo el equipo cultural de ese tiempo, los fundadores del mejor ejemplo cultural en Tabasco hasta ese tiempo. El temor hizo presa de Andrés. En vez de leer su ponencia, se fue por la tangente y habló sobre la labor editorial de Manuel González Calzada, su tío, en la época del gobernador Rovirosa. Esto provocó la cólera del candidato que, al bajar del estrado, no dio la mano a Andrés y sí preguntó que quién lo había invitado a hablar bien de Mamillo González Calzada, su adversario político peor hace unas décadas. El caso es que Andrés tuvo que emigrar con la familia del estado. Por primera vez.

Volvió después el maestro con la ola desatada de modernidad en la campaña de Roberto Madrazo. Era 1993 ó 94. Su labor de conciliación y reunión de la pléyade cultural de ese tiempo fue buena porque al triunfo de Madrazo, Andrés fue director del instituto de cultura. Ahí vino el desencanto. Tener a un director, un intelectual por fin después de varios desastres culturales era un logro. La comunidad artística de ese momento debió entenderlo. Creo que no. Tener un escritor de la talla de González Pagés era una enorme deferencia para todo el gremio. No se tomó así. Poco duró en la silla pues las huestes culturales siempre rijosas optaron por derrumbar al maestro. Fue la segunda vez que salió de Tabasco con dos enormes tristezas en el corazón y la sensación de llorar lo que no supo defender. Así hubo un rey en Granada.

Nunca más volvió a Tabasco a pesar de que en algún tiempo traté de que volviera y publicar todos sus cuentos. No quiso. Estaba muy agrio, muy decepcionado. Así pasó algún tiempo.

Hoy, por decir una hipérbole, encontré su libro Ornitología crepuscular. Editado por Luna roja ediciones en su colección La pipa del tlacuache, en 2007, el libro contiene una de las mejores colecciones de textos breves, aferrados a la tradición arreoliana, monrerrosiana, de esas buenas prosas que tocan temas varios con una dedicación tal que esbozan formas de talentos imprescindibles. Encontramos al autor que, desde su convalecencia, armado con sus binoculares, observa a las aves, las muchas variedades de ellas que planean por el valle de México.

Las reminiscencias a los pájaros tabasqueños son imprescindibles. El catálogo, de querer llamarlo así, opone a la colección del científico, la nomenclatura del poeta. Sí. Mucho hay de poesía en la obra del tabasqueño. Hay ciencia, filosofía, humor, sinceras dolencias, aparentes risas. Los pájaros que vuelan por estas páginas son del andamio del que tiene las imágenes encontradas en la observación más que en las lecturas. Nada hay más aburrido que leer El origen de las especies. Nada hay más hermoso que leer La vida de las flores de Maurice Maeterlinck.

Ornitología crepuscular no se queda atrás en lo referente al entretenimiento o la hermosura. Textos que parecen enciclopedia, pero son literatura, obsesión, definición, brevedad. Este libro se agrega a la larga lista del autor. Qué lejos quedan esos tiempos de Los pájaros del viento, otro volumen dedicado a las aves, o no. Andrés goza la opción de hablarnos de lo que ve, porque de no verlo no podría ser enlistado. Esta es una discusión desde Pausanias, desde Isidoro de Sevilla, desde Plinio o San Epifanio, autores todos ellos de bestiarios importantísimos en la zoología. Podríamos agregar los más cercanos bestiarios de Borges con Francisco Toledo; de René Avilés o de Umberto Eco, que es eso y no otra cosa la novela Baudolino del último.

Enlistar a la Naturaleza poniéndole nombres aterradoramente ridículos, en latín, a las especies es una labor del científico. El poeta describe el sentimiento de ver, el sentimiento de asumir, el sentimiento de contar. Tres hermosos sentimientos que, unidos a la belleza del lenguaje, así como a la aparente anécdota, es lo que hace delicioso este libro. Digno del maestro. No cabe duda.

No quiero concluir diciendo el lugar común, “Vayan estas líneas en desagravio…” porque sería burlarme de la obra de un hombre que enseñó a muchos a escribir, entre ellos yo, y que su labor dando el primer taller literario de nuestro estado (ya , ya veo que muchos alzan la mano para decir que el primero fue el del poeta Nieto Cadena, ya habrá oportunidad de discutir en Bizancio) aun no ha sido realmente reconocida. Cosas de la política. Dejo algunos datos de mi apreciado maestro.

Nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de enero de 1940. Ensayista, poeta y narrador. Estudió Ciencias Políticas en la FCPyS de la UNAM y la maestría en Historia del Arte en el Museo Nacional de Roma, Italia. Ha sido director de publicaciones del Instituto de Cultura de Tabasco; coordinador de talleres literarios en México y Villahermosa; director y codirector de Juego de Palabras y Manglar; jefe de redacción de IPN Ciencia Arte: Cultura; profesor de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Miembro fundador de la Sociedad de Escritores Tabasqueños Letras y Voces de Tabasco. Colaborador de Búsqueda, El Búho, El Día, El Gallo Ilustrado, El Heraldo Cultural, IPN Ciencia Arte: Cultura, Juego de Palabras, Manglar, Mester y Volantín. Becario del CME, 1969. Premio Nacional de Cuento SEP 1970 por Una caverna húmeda y verde. Obras publicadas, Los pájaros del viento, 1965; Cosas del Talión, 1973; C.O.D., 1980; Retrato caído, 1982, entre muchos otros.

Revolviendo anaqueles encontré este libro de mi querido maestro Andrés González Pagés. Y lo que voy a contar es porque algunas de las personalidades del elenco de este drama que acabó en sainete ya cambiaron de costumbres a decir de Joyce. Pues bien, lo conocí cuando la dirección editorial y de Literatura del recién creado instituto de cultura era designación del gobernador y así fue dos veces. Andrés con don Enrique, Joel Hernández con Neme.

El primero tenía un currículo impresionante para ser un autor joven. Fue el primero que publicó de esa corriente a la que Margo Glanz llamó, creo presumiendo lo que no, la Literatura de la Onda. En ella aparecieron los nombres célebres de José Agustín, Parménides García Saldaña, René Avilés Fabila, Federico Arana entre otros. Andrés fue el primero en publicar. Su libro Los pájaros del viento, un delicioso volumen de prosas poéticas adornaría la bibliografía de cualquier escritor. Este libro aparece en 1965. De perfil es de 1966.

Andrés era tabasqueño de nacimiento y por infinidad de referencias. Claro, algo pasaba en aquellos tiempos en el ámbito estatal porque los tabasqueños salidos del estado desdeñaban el terruño a pesar de tener al gran poeta Pellicer en la lista de los ilustres.

Andrés regresó a Tabasco según él mismo nos contaba al ser requerido por Enrique González Pedrero. Fue director editorial con un vasto tiraje. Fue un hombre con seriedad que se rompía con algún buen comentario o anécdota. Me precio de haber, de ser, su amigo aun cuando las cosas no le fueron muy bien. Les cuento.

A mediados del año 1988, ya ido de Tabasco el matrimonio González Pedrero, la campaña de Salvador Neme recorría Tabasco triunfante y gloriosa. La mesa de cultura se dio en Cunduacán. La pléyade de artistas y culturosos estuvieron firmes para escuchar las propuestas del grupo de oradores. Entre ellos, González Pagés iba a echar por tierra su propio trabajo pues su ponencia versaba sobre la necesidad de hacer una buena promocion editorial. Al estar en el presídium, el maestro vio que entre el público se acomodaba todo el equipo cultural de ese tiempo, los fundadores del mejor ejemplo cultural en Tabasco hasta ese tiempo. El temor hizo presa de Andrés. En vez de leer su ponencia, se fue por la tangente y habló sobre la labor editorial de Manuel González Calzada, su tío, en la época del gobernador Rovirosa. Esto provocó la cólera del candidato que, al bajar del estrado, no dio la mano a Andrés y sí preguntó que quién lo había invitado a hablar bien de Mamillo González Calzada, su adversario político peor hace unas décadas. El caso es que Andrés tuvo que emigrar con la familia del estado. Por primera vez.

Volvió después el maestro con la ola desatada de modernidad en la campaña de Roberto Madrazo. Era 1993 ó 94. Su labor de conciliación y reunión de la pléyade cultural de ese tiempo fue buena porque al triunfo de Madrazo, Andrés fue director del instituto de cultura. Ahí vino el desencanto. Tener a un director, un intelectual por fin después de varios desastres culturales era un logro. La comunidad artística de ese momento debió entenderlo. Creo que no. Tener un escritor de la talla de González Pagés era una enorme deferencia para todo el gremio. No se tomó así. Poco duró en la silla pues las huestes culturales siempre rijosas optaron por derrumbar al maestro. Fue la segunda vez que salió de Tabasco con dos enormes tristezas en el corazón y la sensación de llorar lo que no supo defender. Así hubo un rey en Granada.

Nunca más volvió a Tabasco a pesar de que en algún tiempo traté de que volviera y publicar todos sus cuentos. No quiso. Estaba muy agrio, muy decepcionado. Así pasó algún tiempo.

Hoy, por decir una hipérbole, encontré su libro Ornitología crepuscular. Editado por Luna roja ediciones en su colección La pipa del tlacuache, en 2007, el libro contiene una de las mejores colecciones de textos breves, aferrados a la tradición arreoliana, monrerrosiana, de esas buenas prosas que tocan temas varios con una dedicación tal que esbozan formas de talentos imprescindibles. Encontramos al autor que, desde su convalecencia, armado con sus binoculares, observa a las aves, las muchas variedades de ellas que planean por el valle de México.

Las reminiscencias a los pájaros tabasqueños son imprescindibles. El catálogo, de querer llamarlo así, opone a la colección del científico, la nomenclatura del poeta. Sí. Mucho hay de poesía en la obra del tabasqueño. Hay ciencia, filosofía, humor, sinceras dolencias, aparentes risas. Los pájaros que vuelan por estas páginas son del andamio del que tiene las imágenes encontradas en la observación más que en las lecturas. Nada hay más aburrido que leer El origen de las especies. Nada hay más hermoso que leer La vida de las flores de Maurice Maeterlinck.

Ornitología crepuscular no se queda atrás en lo referente al entretenimiento o la hermosura. Textos que parecen enciclopedia, pero son literatura, obsesión, definición, brevedad. Este libro se agrega a la larga lista del autor. Qué lejos quedan esos tiempos de Los pájaros del viento, otro volumen dedicado a las aves, o no. Andrés goza la opción de hablarnos de lo que ve, porque de no verlo no podría ser enlistado. Esta es una discusión desde Pausanias, desde Isidoro de Sevilla, desde Plinio o San Epifanio, autores todos ellos de bestiarios importantísimos en la zoología. Podríamos agregar los más cercanos bestiarios de Borges con Francisco Toledo; de René Avilés o de Umberto Eco, que es eso y no otra cosa la novela Baudolino del último.

Enlistar a la Naturaleza poniéndole nombres aterradoramente ridículos, en latín, a las especies es una labor del científico. El poeta describe el sentimiento de ver, el sentimiento de asumir, el sentimiento de contar. Tres hermosos sentimientos que, unidos a la belleza del lenguaje, así como a la aparente anécdota, es lo que hace delicioso este libro. Digno del maestro. No cabe duda.

No quiero concluir diciendo el lugar común, “Vayan estas líneas en desagravio…” porque sería burlarme de la obra de un hombre que enseñó a muchos a escribir, entre ellos yo, y que su labor dando el primer taller literario de nuestro estado (ya , ya veo que muchos alzan la mano para decir que el primero fue el del poeta Nieto Cadena, ya habrá oportunidad de discutir en Bizancio) aun no ha sido realmente reconocida. Cosas de la política. Dejo algunos datos de mi apreciado maestro.

Nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de enero de 1940. Ensayista, poeta y narrador. Estudió Ciencias Políticas en la FCPyS de la UNAM y la maestría en Historia del Arte en el Museo Nacional de Roma, Italia. Ha sido director de publicaciones del Instituto de Cultura de Tabasco; coordinador de talleres literarios en México y Villahermosa; director y codirector de Juego de Palabras y Manglar; jefe de redacción de IPN Ciencia Arte: Cultura; profesor de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Miembro fundador de la Sociedad de Escritores Tabasqueños Letras y Voces de Tabasco. Colaborador de Búsqueda, El Búho, El Día, El Gallo Ilustrado, El Heraldo Cultural, IPN Ciencia Arte: Cultura, Juego de Palabras, Manglar, Mester y Volantín. Becario del CME, 1969. Premio Nacional de Cuento SEP 1970 por Una caverna húmeda y verde. Obras publicadas, Los pájaros del viento, 1965; Cosas del Talión, 1973; C.O.D., 1980; Retrato caído, 1982, entre muchos otros.