/ martes 23 de abril de 2024

Artilugios / Día del libro

¿De verdad, usted que me lee lee un libro, cuando menos, cada mes?

Si sí, no he dicho nada. Si no… Pues, qué le diré. El caso es que celebramos por este tiempo el Día del libro, 23 de abril, día de San Jorge que, si nos ponemos metafóricos, fue el caballero que venció al dragón de la inercia, de la inercia para no leer.

La verdad es que la oficialidad pone como este día el nacimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, autores de una obra portentosa, después agregaron al poeta latinoamericano Garcilaso, el Inca, de la Vega. Nomás por mera dislexia, ¿cuáles eran los apodos de los otros dos? El de Cervantes el Manco de Lepanto pues en esta acción guerrera perdió el movimiento del brazo izquierdo. El de Shakespeare, el cisne de Avon, y no hablo de los cosméticos. Okey, mal chiste. De esta manera convertimos a tres de los más altos autores de la Humanidad en reos, posibles criminales con alias y todo.

El día del libro viene una vez más y todos, como en Año Nuevo, nos llenamos de buenos deseos sobre la lectura. Nos comprometemos a leer al menos un libro al mes. Después, pasa la euforia y volvemos a nuestras vidas desprovistas de libros. un personaje de una novela de José Joaquín Blanco le pide al mentor que le dé una lista de los mejores libros para leerlos cuando tenga tiempo, agrega con displicencia, como vieron, ven, los jóvenes al libro y al lector. Así estamos. Ahí cuando tengamos tiempo. Amigos de muchos años, lectores o escritores, tienen una enorme biblioteca de esas caseras que ya quedan pocas. Ahí acomodan libros, unos sobre otros, bajos las mesas, sobre sillas, entre anaqueles vetustos, entre libreros. Los leerán, o no. Ahí está el acervo, sin ninguna duda. De ahí se forja el gusto.

En la novela Ladrona de libros de Markus Zisak, nos encontramos con una chica que arrostra la maldad nazi por tener libros que leerá vorazmente. Esta novela nos presenta a Liesel Meminger, una niña de nueve años que se va a vivir con una familia adoptiva, compuesta por dos miembros, Hans y Rosa Hubermann, en un pueblo cercano a Múnich, en la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial. El partido de Hitler está en auge y sus seguidores son más numerosos cada día.

A lo largo de toda la historia, se muestra el interés de Liesel por la literatura, al tiempo que se narra cómo deberá tomar partido y demostrar todo su valor en tiempos convulsos. La novela tuvo varios premios de los que se destacan los de varias asociaciones de lectores en el mundo.

En la novela Libros de Luca de Mikkel Birkegaard ofrece una tesis parecida, sin lectores, los textos no dicen nada. Necesitan de, al menos, un lector. Entonces seguramente hablan. Y cómo… No sólo hablan, también susurran, incluso algunos gritan. Cuando el joven abogado Jon Campelli recibe en herencia la librería anticuaria Libros de Luca tras la muerte de su padre, no puede siquiera imaginar que la palabra lector encierra un significado insospechado. Este exitoso abogado entra en contacto con la secreta Sociedad Bibliófila y descubre su talento para manipular los pensamientos de los otros mediante la lectura.

Un thriller aderezado con secretos del pasado, un romance y varios asesinatos. Reúne las dos facetas que una novela puede mostrar, una trama que atrapa desde las primeras páginas y una reflexión sobre la literatura, el acto de leer y su concreción física, el libro, de la mano firme y segura de un autor maestro del género.

Con estos dos ejemplos quiero demostrar lo que el acto de leer simboliza para todo aquel que ama las historias. Siempre lo he dicho. En el mundo real debemos leer documentos y libros demasiado pesados. Hablo de las constituciones, manuales, leyes, a veces algún libro religioso que pesa demasiado en sus propuestas arcangélicas. Para eso el hombre inventó la Literatura y a su devenir histórico, el libro.

Un apasionado de la acción lectora, el argentino Alberto Manguel, dice que, al aparecer el libro de bolsillo hasta la figura estirada y solemne ante el pódium cambió. El hombre descubrió que podía leer sentado o acostado. Que podía subrayar páginas, que podía recostarse o tirarse de cabeza para leer lo que el libro le ofrecía. El libro conduce ideas. Por eso fue perseguido en muchas épocas de la Humanidad, tanto por los buenos como por los malos.

En la novela de Cervantes, el barbero y el cura, con las mejores intenciones, realizan el donoso escrutinio de donde van quemando o no los libros de la biblioteca de don Alonso Quijano, Quejana o Quesada. La manera en que juzgan a los autores o a los libros es refinadamente magistral. Es una gran perogrullada con la que Cervantes se ríe de amigos y enemigos. Muchos de sus enemigos son juzgados, muchos de sus amigos son rescatados. Es el mismo ejercicio que hizo Dante muchos años atrás cuando visitó el Infierno.

La lectura da paz. Aun cuando sea el libro más perturbador. Las escenas donde los reyes, espurios y legítimos, se matan, se destrozan, se dicen cosas que un arriero no diría demuestran que aun los reyes pecan de pasiones desdichadas. Shakespeare sabía que la lucha por el poder es todo menos leal, legal o ética. Así el libro cuenta en tonos fatuos lo que la rigidez de la ciencia cuenta en tonos pomposos. Por eso leemos.

Un buen amigo, un excelente escritor, opone que debe leerse para saber. Yo apunto que igualmente para disfrutar. El goce es lo que mantiene el interés sobre las vidas de Jonathan Harker o Eliza Dolittle. Sobre los juegos de tronos, similares a esos que cuenta el cisne de Avon, sobre las miserias de Cosette o las victorias de Sandokan. Así, entrelazando, entrelazando, concluimos en la lectura como uno de esos pasatiempos intensos donde la imaginación rebota en el contento. No dejemos de leer. Y aquí es donde viene la parte triste.

Los nuevos aportes de la IA inciden en la lectura sin libro. Es decir, dan una parte de la historia sin la intensidad que le dio su autor al crearla. La IA cuenta una historia parecida a la contada. Es decir, en términos eruditos, cuenta sobre lo contado. Es decir, opone su “inteligencia” a la metaliteratura. Qué horror. Después de esto el delirio.

No quiero volver a la ya añeja discusión, a pesar de tener tan poco tiempo, sobre si prefieren las nuevas generaciones el libro físico o digital. No prefieren ninguno. No leen uno ni otro. Navegan en la inercia de lo fácil. Nadie quiere pensar, nadie quiere tener imaginación que, refutan, es para ñoños.

Bueno. Paciencia.

Quien tiene 13 o 14 años no puede ser meditabundo o cabizbajo. Nefelibato o circunspecto. Y si no entienden lo que quiere decir esto, existía un libro que contenía todas las palabras, como palitroche, esa palabrita de un encantador texto de los libros de primaria, que contenía todas las definiciones, todos los saberes. Se llamaba Diccionario y hubo al menos uno en cada hogar, cuenta la leyenda.

Festejemos pues el 23 de abril cuando san Jorge venció al dragón y cuando debemos hacernos el firme propósito de leer un libro al mes. Por lo menos.

¿De verdad, usted que me lee lee un libro, cuando menos, cada mes?

Si sí, no he dicho nada. Si no… Pues, qué le diré. El caso es que celebramos por este tiempo el Día del libro, 23 de abril, día de San Jorge que, si nos ponemos metafóricos, fue el caballero que venció al dragón de la inercia, de la inercia para no leer.

La verdad es que la oficialidad pone como este día el nacimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, autores de una obra portentosa, después agregaron al poeta latinoamericano Garcilaso, el Inca, de la Vega. Nomás por mera dislexia, ¿cuáles eran los apodos de los otros dos? El de Cervantes el Manco de Lepanto pues en esta acción guerrera perdió el movimiento del brazo izquierdo. El de Shakespeare, el cisne de Avon, y no hablo de los cosméticos. Okey, mal chiste. De esta manera convertimos a tres de los más altos autores de la Humanidad en reos, posibles criminales con alias y todo.

El día del libro viene una vez más y todos, como en Año Nuevo, nos llenamos de buenos deseos sobre la lectura. Nos comprometemos a leer al menos un libro al mes. Después, pasa la euforia y volvemos a nuestras vidas desprovistas de libros. un personaje de una novela de José Joaquín Blanco le pide al mentor que le dé una lista de los mejores libros para leerlos cuando tenga tiempo, agrega con displicencia, como vieron, ven, los jóvenes al libro y al lector. Así estamos. Ahí cuando tengamos tiempo. Amigos de muchos años, lectores o escritores, tienen una enorme biblioteca de esas caseras que ya quedan pocas. Ahí acomodan libros, unos sobre otros, bajos las mesas, sobre sillas, entre anaqueles vetustos, entre libreros. Los leerán, o no. Ahí está el acervo, sin ninguna duda. De ahí se forja el gusto.

En la novela Ladrona de libros de Markus Zisak, nos encontramos con una chica que arrostra la maldad nazi por tener libros que leerá vorazmente. Esta novela nos presenta a Liesel Meminger, una niña de nueve años que se va a vivir con una familia adoptiva, compuesta por dos miembros, Hans y Rosa Hubermann, en un pueblo cercano a Múnich, en la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial. El partido de Hitler está en auge y sus seguidores son más numerosos cada día.

A lo largo de toda la historia, se muestra el interés de Liesel por la literatura, al tiempo que se narra cómo deberá tomar partido y demostrar todo su valor en tiempos convulsos. La novela tuvo varios premios de los que se destacan los de varias asociaciones de lectores en el mundo.

En la novela Libros de Luca de Mikkel Birkegaard ofrece una tesis parecida, sin lectores, los textos no dicen nada. Necesitan de, al menos, un lector. Entonces seguramente hablan. Y cómo… No sólo hablan, también susurran, incluso algunos gritan. Cuando el joven abogado Jon Campelli recibe en herencia la librería anticuaria Libros de Luca tras la muerte de su padre, no puede siquiera imaginar que la palabra lector encierra un significado insospechado. Este exitoso abogado entra en contacto con la secreta Sociedad Bibliófila y descubre su talento para manipular los pensamientos de los otros mediante la lectura.

Un thriller aderezado con secretos del pasado, un romance y varios asesinatos. Reúne las dos facetas que una novela puede mostrar, una trama que atrapa desde las primeras páginas y una reflexión sobre la literatura, el acto de leer y su concreción física, el libro, de la mano firme y segura de un autor maestro del género.

Con estos dos ejemplos quiero demostrar lo que el acto de leer simboliza para todo aquel que ama las historias. Siempre lo he dicho. En el mundo real debemos leer documentos y libros demasiado pesados. Hablo de las constituciones, manuales, leyes, a veces algún libro religioso que pesa demasiado en sus propuestas arcangélicas. Para eso el hombre inventó la Literatura y a su devenir histórico, el libro.

Un apasionado de la acción lectora, el argentino Alberto Manguel, dice que, al aparecer el libro de bolsillo hasta la figura estirada y solemne ante el pódium cambió. El hombre descubrió que podía leer sentado o acostado. Que podía subrayar páginas, que podía recostarse o tirarse de cabeza para leer lo que el libro le ofrecía. El libro conduce ideas. Por eso fue perseguido en muchas épocas de la Humanidad, tanto por los buenos como por los malos.

En la novela de Cervantes, el barbero y el cura, con las mejores intenciones, realizan el donoso escrutinio de donde van quemando o no los libros de la biblioteca de don Alonso Quijano, Quejana o Quesada. La manera en que juzgan a los autores o a los libros es refinadamente magistral. Es una gran perogrullada con la que Cervantes se ríe de amigos y enemigos. Muchos de sus enemigos son juzgados, muchos de sus amigos son rescatados. Es el mismo ejercicio que hizo Dante muchos años atrás cuando visitó el Infierno.

La lectura da paz. Aun cuando sea el libro más perturbador. Las escenas donde los reyes, espurios y legítimos, se matan, se destrozan, se dicen cosas que un arriero no diría demuestran que aun los reyes pecan de pasiones desdichadas. Shakespeare sabía que la lucha por el poder es todo menos leal, legal o ética. Así el libro cuenta en tonos fatuos lo que la rigidez de la ciencia cuenta en tonos pomposos. Por eso leemos.

Un buen amigo, un excelente escritor, opone que debe leerse para saber. Yo apunto que igualmente para disfrutar. El goce es lo que mantiene el interés sobre las vidas de Jonathan Harker o Eliza Dolittle. Sobre los juegos de tronos, similares a esos que cuenta el cisne de Avon, sobre las miserias de Cosette o las victorias de Sandokan. Así, entrelazando, entrelazando, concluimos en la lectura como uno de esos pasatiempos intensos donde la imaginación rebota en el contento. No dejemos de leer. Y aquí es donde viene la parte triste.

Los nuevos aportes de la IA inciden en la lectura sin libro. Es decir, dan una parte de la historia sin la intensidad que le dio su autor al crearla. La IA cuenta una historia parecida a la contada. Es decir, en términos eruditos, cuenta sobre lo contado. Es decir, opone su “inteligencia” a la metaliteratura. Qué horror. Después de esto el delirio.

No quiero volver a la ya añeja discusión, a pesar de tener tan poco tiempo, sobre si prefieren las nuevas generaciones el libro físico o digital. No prefieren ninguno. No leen uno ni otro. Navegan en la inercia de lo fácil. Nadie quiere pensar, nadie quiere tener imaginación que, refutan, es para ñoños.

Bueno. Paciencia.

Quien tiene 13 o 14 años no puede ser meditabundo o cabizbajo. Nefelibato o circunspecto. Y si no entienden lo que quiere decir esto, existía un libro que contenía todas las palabras, como palitroche, esa palabrita de un encantador texto de los libros de primaria, que contenía todas las definiciones, todos los saberes. Se llamaba Diccionario y hubo al menos uno en cada hogar, cuenta la leyenda.

Festejemos pues el 23 de abril cuando san Jorge venció al dragón y cuando debemos hacernos el firme propósito de leer un libro al mes. Por lo menos.