/ viernes 19 de abril de 2024

Artilugios / La novia gitana, de Carmen Mola.

Leer La novia gitana es recordar uno de los más viejos clichés de la novela policiaca, los puristas ahora le dicen novela negra, cuestión de la gama de colores.

En fin, el cliché dice así, Si alguien es seguro que sea el asesino, seguramente lo será. En este libro, que por cierto, las cosas de la Literatura se repiten, hay otros temas de los que podríamos hablar. Aurora Dupin e Isak Dinesen tuvieron que encubrir su sexo. La novela está firmada por Carmen Mola que en realidad son tres autores. Lo primero que hay que saber es de quién hablamos. En el universo literario se dan, a veces, misterios y enigmas alrededor de autores que ocultan sus identidades detrás de seudónimos. Esto es lo que pasó con Carmen Mola, cuya fama en el género de las novelas de intriga se forjó mucho antes de que se diera a conocer su auténtica identidad.

La incógnita, ante la sorpresa de todos, se desveló en 2021, cuando ganó el Premio Planeta con su novela La Bestia. Entonces descubrimos que Carmen Mola es, en realidad, el seudónimo tras el que se esconden Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero.

El fenómeno Carmen Mola, desde entonces, no ha parado de crecer. Actualmente tiene más de dos millones de lectores, yo entre ellos. Y, como hemos dicho, está a punto de lanzar su nuevo libro, El Infierno.

La novia gitana es la primera aventura de esta mujer, Elena Blanco, inspectora de la BAC y que guarda un pasado de manera feroz. Lo intuye, le ha arruinado la vida y como muchos de sus colegas televisivos, Monk por ejemplo, se dedica a combatir el crimen para tomar revancha, de algún modo, de la pérdida de su hijo. El secuestro, más bien.

La muerte de dos hermanas gitanas, Lara y Susana, con una diferencia de siete años impele a una investigación que va desenredándose o acomodándose a los cantos de un thriller apasionante. Elena Blanco tiene que disuadirse entre descubrir a la buena, como los mejores policías del mundo… del mundo literario, claro. O saltándose las reglas y ofrecer una solución adecuada, aun cuando la ética señale sus devaneos. De ambos modos, la lucha en este aspecto es lo que esclarece la inspectora. Jefa de un escuadrón de élite, Elena Blanco divide sus días entre un karaoke (qué Dios confunda tal actividad), mucha grappa y amoríos en vehículos grandes, todoterreno, altos.

Elena Blanco y su equipo llegan a la escena del crimen de la segunda muerta. Similitudes, ambas mujeres son hijas de un matrimonio mestizo, payo (el que no es gitano como la madre) y el padre de ambas. El matrimonio sufre de dos formas los crímenes. Mola no se mete con la raza gitana, aunque está a punto de ser racista por un pelito. Desde el inicio los gitanos son vistos con esa maliciosidad con que vemos a los indios en México. Es decir, a los integrantes de pueblos originarios. Los vemos, los apoyamos, los delineamos, pero siempre serán los inditos… Así con la novela.

La autora, para no decir los autores, está al borde de lo políticamente incorrecto. La editorial, supongo, debe haber puesto alguna taxativa y pedir que no se toque tal tema. La autora entendió bien que el dinero no debe pelearse con las letras y ofrece una novela con un apartado escabroso que resuelve con mucha habilidad. En algún momento, la posible actitud es abandonada. Elena Blanco es lo mejor que puede pensarse en un personaje de su talante. Decidida, valiente, de una ética impecable, alma en pena porque su hijo está extraviado, no perdido, la comandante nos gusta porque desde hace buen tiempo, los autores del género nos acostumbraron a los detectives golfos, maleantosos, más quizá que los mismos maleantes.

Esta novela es entretenida. Eso que ni qué. Alguien me dice que los autores son guionistas y que por eso saben imprimir esa acción, ese misterio, esa fuerza para definir sus personajes en tres palabras. Precisamente ahí reside el pero. Esa agilidad es la que deshace los personajes. Todos hablan como si estuvieran en un programa de CSI. Sus diálogos, de los que hay en demasía, parecieran más una obra de teatro que una narración. Claro, cuando nos cansamos de la fluida charla viene la narración, porque toda novela es acción, al menos esta en la que nos metió la escritora. Ahora bien, no es la acción patente de corso de los guionistas de televisión o cine. Los escritores del género que nos ocupa son duchos en resolver sus problemas. Toda novela lo es. Y las cosas se resuelven lápiz y goma de borrar en mano. Claro, hoy diríamos teclado y delete.

En algún momento, entendemos que la inspectora o la autora según sus indicios, tuvo que recurrir al misticismo. Las referencias al mitraísmo lo declaran. Se denomina mitraísmo o misterios de Mitra a una religión mistérica muy difundida en el Imperio romano entre los siglos I y IV d. C. en que se rendía culto a una divinidad llamada Mitra y que tuvo especial implantación entre los soldados romanos.

Si bien inspirado en el culto iranio a la divinidad zoroástrica Mitra, el Mitra romano está vinculado a una imaginería nueva y distintiva, y se debate el grado de continuidad entre la práctica persa y la grecorromana. Aunque la deidad Mitra está documentada en Asia Menor desde el siglo XV a. C., el mitraísmo romano fue mencionado por primera vez por el poeta romano Estacio.

Uno de los postulados de la doctrina es morir para renacer. La muerte de las hermanas Macaya es vista por su asesino como un renacimiento. El cliché del gusano que se volverá mariposa, teoría muy vista por el escritor Thomas Harris en su serie sobre el doctor Aníbal Lecter, es algo así como llover sobre mojado. El mitraísmo esclarece, algo a fuerzas, la actuación del asesino. El mitraísmo aparece ya como por la página 300. Casi pensaría que la imaginación de la autora (es) ya estaba algo seca. O sea, no siempre tres cabezas piensan más que una.

Mola pareciera gozar su rapidez, de esa acción señalada más arriba. Sus 400 páginas son leídas en menos de lo que canta un gallo. Es una novela como para fin de semana. Y no es que tenga yo alguna renuencia hacia estos remitentes de la modernidad. Claro, hubiera preferido algunos detallitos menos alardosos. Porque eso sí. Los autores, o la autora, son duchos en envolver al lector. Igualmente lo fueron Agatha Christie o Manuel Vázquez Montalbán señalando dos épocas diferentes. Mola no se detiene. Ella va veloz cual saeta hawaiana. Se detiene apenas para delinear ese Madrid donde se vive en la calle. Ahí cae otra vez en un comentario políticamente incorrecto. Madrid se va volviendo una ciudad del tercer mundo porque toda la gente parece vivir en la calle. Oh. Comen, beben, pasean, fornican en la calle. Qué curiositos estos escritores de novelas policiacas. Y lo leen. La leen. Los leen. No sé cómo definir este asunto. Por cierto, una lectura más atenta, nos da la sensación de vivir dentro de una zarzuela. Las calles con esos nombres que aparecen en el género chico nos divierten. Chamberí, Recoletos, Ronda de Embajadores, la Gran Vía nos recuerdan esas piezas de cantos deliciosos, de resistencia dulce, de embates musicales algarivos.

La novia gitana es un buen texto. Está hecho para una segunda parte. Las aventuras de Elena Blanco seguirán. Es correcto. Tienes una buena historia, tienes lugar en la rifa. Carmen Mola (que por cierto Mola es una piedra donde se afilan cuchillos o una expresión de asombro, ¡Es que te mola! Allá en España, claro). Hay mucha acción en ella, hay muchos lápices alrededor de la trama. También hay un dicho que dice, Misa de tres padres… Amén.

Leer La novia gitana es recordar uno de los más viejos clichés de la novela policiaca, los puristas ahora le dicen novela negra, cuestión de la gama de colores.

En fin, el cliché dice así, Si alguien es seguro que sea el asesino, seguramente lo será. En este libro, que por cierto, las cosas de la Literatura se repiten, hay otros temas de los que podríamos hablar. Aurora Dupin e Isak Dinesen tuvieron que encubrir su sexo. La novela está firmada por Carmen Mola que en realidad son tres autores. Lo primero que hay que saber es de quién hablamos. En el universo literario se dan, a veces, misterios y enigmas alrededor de autores que ocultan sus identidades detrás de seudónimos. Esto es lo que pasó con Carmen Mola, cuya fama en el género de las novelas de intriga se forjó mucho antes de que se diera a conocer su auténtica identidad.

La incógnita, ante la sorpresa de todos, se desveló en 2021, cuando ganó el Premio Planeta con su novela La Bestia. Entonces descubrimos que Carmen Mola es, en realidad, el seudónimo tras el que se esconden Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero.

El fenómeno Carmen Mola, desde entonces, no ha parado de crecer. Actualmente tiene más de dos millones de lectores, yo entre ellos. Y, como hemos dicho, está a punto de lanzar su nuevo libro, El Infierno.

La novia gitana es la primera aventura de esta mujer, Elena Blanco, inspectora de la BAC y que guarda un pasado de manera feroz. Lo intuye, le ha arruinado la vida y como muchos de sus colegas televisivos, Monk por ejemplo, se dedica a combatir el crimen para tomar revancha, de algún modo, de la pérdida de su hijo. El secuestro, más bien.

La muerte de dos hermanas gitanas, Lara y Susana, con una diferencia de siete años impele a una investigación que va desenredándose o acomodándose a los cantos de un thriller apasionante. Elena Blanco tiene que disuadirse entre descubrir a la buena, como los mejores policías del mundo… del mundo literario, claro. O saltándose las reglas y ofrecer una solución adecuada, aun cuando la ética señale sus devaneos. De ambos modos, la lucha en este aspecto es lo que esclarece la inspectora. Jefa de un escuadrón de élite, Elena Blanco divide sus días entre un karaoke (qué Dios confunda tal actividad), mucha grappa y amoríos en vehículos grandes, todoterreno, altos.

Elena Blanco y su equipo llegan a la escena del crimen de la segunda muerta. Similitudes, ambas mujeres son hijas de un matrimonio mestizo, payo (el que no es gitano como la madre) y el padre de ambas. El matrimonio sufre de dos formas los crímenes. Mola no se mete con la raza gitana, aunque está a punto de ser racista por un pelito. Desde el inicio los gitanos son vistos con esa maliciosidad con que vemos a los indios en México. Es decir, a los integrantes de pueblos originarios. Los vemos, los apoyamos, los delineamos, pero siempre serán los inditos… Así con la novela.

La autora, para no decir los autores, está al borde de lo políticamente incorrecto. La editorial, supongo, debe haber puesto alguna taxativa y pedir que no se toque tal tema. La autora entendió bien que el dinero no debe pelearse con las letras y ofrece una novela con un apartado escabroso que resuelve con mucha habilidad. En algún momento, la posible actitud es abandonada. Elena Blanco es lo mejor que puede pensarse en un personaje de su talante. Decidida, valiente, de una ética impecable, alma en pena porque su hijo está extraviado, no perdido, la comandante nos gusta porque desde hace buen tiempo, los autores del género nos acostumbraron a los detectives golfos, maleantosos, más quizá que los mismos maleantes.

Esta novela es entretenida. Eso que ni qué. Alguien me dice que los autores son guionistas y que por eso saben imprimir esa acción, ese misterio, esa fuerza para definir sus personajes en tres palabras. Precisamente ahí reside el pero. Esa agilidad es la que deshace los personajes. Todos hablan como si estuvieran en un programa de CSI. Sus diálogos, de los que hay en demasía, parecieran más una obra de teatro que una narración. Claro, cuando nos cansamos de la fluida charla viene la narración, porque toda novela es acción, al menos esta en la que nos metió la escritora. Ahora bien, no es la acción patente de corso de los guionistas de televisión o cine. Los escritores del género que nos ocupa son duchos en resolver sus problemas. Toda novela lo es. Y las cosas se resuelven lápiz y goma de borrar en mano. Claro, hoy diríamos teclado y delete.

En algún momento, entendemos que la inspectora o la autora según sus indicios, tuvo que recurrir al misticismo. Las referencias al mitraísmo lo declaran. Se denomina mitraísmo o misterios de Mitra a una religión mistérica muy difundida en el Imperio romano entre los siglos I y IV d. C. en que se rendía culto a una divinidad llamada Mitra y que tuvo especial implantación entre los soldados romanos.

Si bien inspirado en el culto iranio a la divinidad zoroástrica Mitra, el Mitra romano está vinculado a una imaginería nueva y distintiva, y se debate el grado de continuidad entre la práctica persa y la grecorromana. Aunque la deidad Mitra está documentada en Asia Menor desde el siglo XV a. C., el mitraísmo romano fue mencionado por primera vez por el poeta romano Estacio.

Uno de los postulados de la doctrina es morir para renacer. La muerte de las hermanas Macaya es vista por su asesino como un renacimiento. El cliché del gusano que se volverá mariposa, teoría muy vista por el escritor Thomas Harris en su serie sobre el doctor Aníbal Lecter, es algo así como llover sobre mojado. El mitraísmo esclarece, algo a fuerzas, la actuación del asesino. El mitraísmo aparece ya como por la página 300. Casi pensaría que la imaginación de la autora (es) ya estaba algo seca. O sea, no siempre tres cabezas piensan más que una.

Mola pareciera gozar su rapidez, de esa acción señalada más arriba. Sus 400 páginas son leídas en menos de lo que canta un gallo. Es una novela como para fin de semana. Y no es que tenga yo alguna renuencia hacia estos remitentes de la modernidad. Claro, hubiera preferido algunos detallitos menos alardosos. Porque eso sí. Los autores, o la autora, son duchos en envolver al lector. Igualmente lo fueron Agatha Christie o Manuel Vázquez Montalbán señalando dos épocas diferentes. Mola no se detiene. Ella va veloz cual saeta hawaiana. Se detiene apenas para delinear ese Madrid donde se vive en la calle. Ahí cae otra vez en un comentario políticamente incorrecto. Madrid se va volviendo una ciudad del tercer mundo porque toda la gente parece vivir en la calle. Oh. Comen, beben, pasean, fornican en la calle. Qué curiositos estos escritores de novelas policiacas. Y lo leen. La leen. Los leen. No sé cómo definir este asunto. Por cierto, una lectura más atenta, nos da la sensación de vivir dentro de una zarzuela. Las calles con esos nombres que aparecen en el género chico nos divierten. Chamberí, Recoletos, Ronda de Embajadores, la Gran Vía nos recuerdan esas piezas de cantos deliciosos, de resistencia dulce, de embates musicales algarivos.

La novia gitana es un buen texto. Está hecho para una segunda parte. Las aventuras de Elena Blanco seguirán. Es correcto. Tienes una buena historia, tienes lugar en la rifa. Carmen Mola (que por cierto Mola es una piedra donde se afilan cuchillos o una expresión de asombro, ¡Es que te mola! Allá en España, claro). Hay mucha acción en ella, hay muchos lápices alrededor de la trama. También hay un dicho que dice, Misa de tres padres… Amén.