/ lunes 22 de abril de 2024

Artilugios / ANDRÉS IDUARTE, ese incomprendido de las letras mexicanas. Y de las tabasqueñas también, ¿porqué no?

Uno de los menos recordados escritores del panteón tabasqueño sin duda es Andrés Iduarte. ¿Porqué? No sabría decirlo.

En 2007, al cumplir el centenario, la directora del instituto de cultura de Tabasco prefirió hacerle el homenaje a Frida Kahlo que a nuestro paisano. Ambos celebraban el centenario de su nacimiento. ¿La razón? A Andrés Iduarte nadie lo conoce, dijo. Mira nomás, pensé. Ese es el cometido de la institución cultural, creo, dar a conocer a esos artistas olvidados del tiempo. Promover lo conocido es fácil. Me tragué la ira y me fui a editar libros.

Pusimos, eso sí, una placa en la casa donde nació el autor en la calle de Lerdo, donde vivió y tuvo su consultorio el doctor Osuna y sanseacabó. Está bien, me dije. Ya habrá oportunidad. La oportunidad nunca llegó. La trayectoria del aludido estuvo llena de percances. Buena cuenta de ellos da el escritor Rafael Gaona en su texto, Andrés y Diego en la muerte de Frida. En él, Gaona muestra que la mala suerte persiguió a Iduarte desde su natal Teapa hasta los largos pasillos enmarmolados del Instituto Nacional de Bellas Artes. En algún momento, la corona española le concedió un título nobiliario por su promoción y estudio del idioma castellano. Según la Constitución mexicana, para poder recibirlo mas no mostrarlo, hay que pedir venia al Congreso de la Unión. Dados los méritos del galardonado, el trámite seria cosa de rapidez burocrática. No lo fue. Apenas se anunciaron los puntos del orden del día hubo revuelo en la asamblea.

El 8 de septiembre de 1953 se llevó al pleno la solicitud del funcionario cultural. Inesperadamente, el diputado Ernesto Brown Peralta tomó la palabra, Deseo que sepan los compañeros (…) que me opongo a que la aprobación de esa condecoración a Andrés Iduarte sea concedida, en virtud de que hace 21 años, de la manera más artera y cobarde, asesinó por la espalda a un hermano mío.

De inmediato, quienes ya habían dado su beneplácito, cambiaron de opinión y se votó por la negativa. El escándalo estalló en los medios. El vilipendiado declaró, Rechazo la imputación de asesinato de Ramon Brown Rovirosa. (Él) me provocó durante largo tiempo, se presentó a medianoche a mi casa para obligarme a reñir, me forzó en todas las formas a salir a la calle y ya en ella me injurió y me hirió a golpes abusando de su fortaleza física; me defendí finalmente haciéndole un único disparo que lo hirió, de frente, en el pecho; yo mismo lo recogí y lo conduje al puesto de socorros. No asesiné, no herí por la espalda, obré en legítima defensa. De todos modos, la condecoración fue negada e Iduarte pasó a ser el desdichado que penaba por entre los espacios culturales de la época.

Otro caso. Meses después, Iduarte se vio envuelto en un nuevo escándalo. A la muerte de Frida Kahlo, cuando era velada en la capilla ardiente del Palacio de Bellas Artes, se colocó sobre el féretro la bandera soviética. Y aunque la ceremonia sucedió en aparente orden, las consecuencias no tardaron en llegar. Andrés Iduarte fue cesado (…) ya que no pudo mantener ajena a la política en el funeral. La medida se interpretó “como una reintegración más del gobierno de don Adolfo Ruiz Cortines que condenaba toda actividad comunista y que no estaba dispuesto a tolerar ninguna doctrina exótica que pugne contra los principios de la Constitución”.

La prensa, siempre voluble, aplaudió la destitución de Iduarte por solapar los “argüendes de los comunistas”. Abatido, el exdirector mudó su residencia a los Estados Unidos y permaneció fuera más de 20 años. Según narra Héctor Aguilar Camín, Octavio Paz mencionó que “la pena elegida por el propio Iduarte fue el exilio, elección más dolorosa que la cárcel, porque fue como elegir una invisible cadena perpetua”.

Se dice, porque no hay nacajuqueño fiel ni tabasqueño discreto, que el presidente llamó al autor de Un niño en la revolución mexicana para pedirle lo ayudase con su autobiografía. Al recibir el manuscrito, vio Iduarte caer de entre sus páginas un papelito. Era un cheque de muchos ceros. Era la vieja costumbre priista, que ha quedado en desuso, de “proteger” al compañero partidista caído en desgracia. Iduarte devolvió cheque y manuscrito y se exilió, como señalamos más arriba por algo más de 20 años.

En el inter protagonizó anécdotas graciosas como aquella cuando llegó a la Universidad de Chicago y vio los nombres de Sócrates, Arquímedes, Pericles, Agenor, Aristóteles allá muy arriba en el techo del paraninfo. Su comentario inmediato fue, Me alegra ver que aquí tienen los nombres de los tabasqueños muy en alto, por esa costumbre emanada de los tiempos garridistas de bautizar a los recién nacidos con nombres no cristianos para no enojar al señor Garrido.

La otra, menos graciosa según se vea, y emulando al Cid Campeador que ganó una batalla difunto ya, fue cuando, ya fallecido, cremado, lo trajeron desde la casa donde naciera, allá por los altos de la calle Lerdo en solemne procesión.

Venia un tambor oficial, venían las autoridades de ese momento, don Enrique y doña Julieta entre ellos, y venia la familia, así como muchos reporteros, yo entre ellos, y ociosos que nunca faltan. Se llega a la embarcación, se suben los dolientes con tambor y todo. El boga, o patrón de la nave, les dijo que no arrojaran las cenizas a babor sino a estribor pues el viento haría que regresaran. Como hubo muchos sabios en el cortejo, nadie hizo caso al humilde boga. Y así pasó. Arrojaron las cenizas al Grijalva y la brisa las devolvió empanizando a todos de las cenizas de don Andrés. Se acabaron las exequias fúnebres para los poetas caídos en desgracias, dicen que murmuró don Enrique.

¿Cuál es pues, la importancia de este olvidadísimo escritor? Por supuesto, darnos la versión más certera de la época revolucionaria en Tabasco. Dice el poeta Eraclio Zepeda que la revolución ganó en el Norte y centro de la república, pero que en el Sureste pactó.

Los grandes terratenientes, antes de perder sus tierras, llegaron a un acuerdo con los revolucionarios. De esas y otras veleidades de la Revolución habla el maestro en su novela. Realmente, la vida de Iduarte estuvo siempre rodeada de libros, de notas, imbuido siempre en bibliotecas y universidades, fue para él un infierno ser director de Bellas Artes. Gaona, en su libro citado más arriba, opone que Iduarte invertía su tiempo en leer, en escribir. Para llevar el INBA, tenía al mismo Gaona como secretario particular y administrador y a Celestino Gorostiza, Andrés Henestrosa, a Pedro Ramírez Vázquez. Él llevaba muy bien su purgatorio burocrático, era el número uno de su época, el intelectual más reconocido en América.

Entre los reconocimientos que recibió destaca el primer premio de la Comisión Procentenario de Martí, por el ensayo escrito por extranjeros en La Habana por su trabajo Martí, escritor. El 17 de julio de 1978, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y el gobierno del estado de Tabasco le reconocen con el Premio Juchimán de Plata en Artes.

Signado por la ingratitud, Iduarte se fue a vivir lejos, muy lejos de México. Se fue para no recordar que este país era, es, bárbaro, desconocedor, incongruente con sus mejores hijos.

Vaya este texto en desagravio de sus cuitas y en recuerdo de aquel homenaje que quise hacerle y lo frustró, otra vez, la ignorancia burocrática. Es cuanto.

Uno de los menos recordados escritores del panteón tabasqueño sin duda es Andrés Iduarte. ¿Porqué? No sabría decirlo.

En 2007, al cumplir el centenario, la directora del instituto de cultura de Tabasco prefirió hacerle el homenaje a Frida Kahlo que a nuestro paisano. Ambos celebraban el centenario de su nacimiento. ¿La razón? A Andrés Iduarte nadie lo conoce, dijo. Mira nomás, pensé. Ese es el cometido de la institución cultural, creo, dar a conocer a esos artistas olvidados del tiempo. Promover lo conocido es fácil. Me tragué la ira y me fui a editar libros.

Pusimos, eso sí, una placa en la casa donde nació el autor en la calle de Lerdo, donde vivió y tuvo su consultorio el doctor Osuna y sanseacabó. Está bien, me dije. Ya habrá oportunidad. La oportunidad nunca llegó. La trayectoria del aludido estuvo llena de percances. Buena cuenta de ellos da el escritor Rafael Gaona en su texto, Andrés y Diego en la muerte de Frida. En él, Gaona muestra que la mala suerte persiguió a Iduarte desde su natal Teapa hasta los largos pasillos enmarmolados del Instituto Nacional de Bellas Artes. En algún momento, la corona española le concedió un título nobiliario por su promoción y estudio del idioma castellano. Según la Constitución mexicana, para poder recibirlo mas no mostrarlo, hay que pedir venia al Congreso de la Unión. Dados los méritos del galardonado, el trámite seria cosa de rapidez burocrática. No lo fue. Apenas se anunciaron los puntos del orden del día hubo revuelo en la asamblea.

El 8 de septiembre de 1953 se llevó al pleno la solicitud del funcionario cultural. Inesperadamente, el diputado Ernesto Brown Peralta tomó la palabra, Deseo que sepan los compañeros (…) que me opongo a que la aprobación de esa condecoración a Andrés Iduarte sea concedida, en virtud de que hace 21 años, de la manera más artera y cobarde, asesinó por la espalda a un hermano mío.

De inmediato, quienes ya habían dado su beneplácito, cambiaron de opinión y se votó por la negativa. El escándalo estalló en los medios. El vilipendiado declaró, Rechazo la imputación de asesinato de Ramon Brown Rovirosa. (Él) me provocó durante largo tiempo, se presentó a medianoche a mi casa para obligarme a reñir, me forzó en todas las formas a salir a la calle y ya en ella me injurió y me hirió a golpes abusando de su fortaleza física; me defendí finalmente haciéndole un único disparo que lo hirió, de frente, en el pecho; yo mismo lo recogí y lo conduje al puesto de socorros. No asesiné, no herí por la espalda, obré en legítima defensa. De todos modos, la condecoración fue negada e Iduarte pasó a ser el desdichado que penaba por entre los espacios culturales de la época.

Otro caso. Meses después, Iduarte se vio envuelto en un nuevo escándalo. A la muerte de Frida Kahlo, cuando era velada en la capilla ardiente del Palacio de Bellas Artes, se colocó sobre el féretro la bandera soviética. Y aunque la ceremonia sucedió en aparente orden, las consecuencias no tardaron en llegar. Andrés Iduarte fue cesado (…) ya que no pudo mantener ajena a la política en el funeral. La medida se interpretó “como una reintegración más del gobierno de don Adolfo Ruiz Cortines que condenaba toda actividad comunista y que no estaba dispuesto a tolerar ninguna doctrina exótica que pugne contra los principios de la Constitución”.

La prensa, siempre voluble, aplaudió la destitución de Iduarte por solapar los “argüendes de los comunistas”. Abatido, el exdirector mudó su residencia a los Estados Unidos y permaneció fuera más de 20 años. Según narra Héctor Aguilar Camín, Octavio Paz mencionó que “la pena elegida por el propio Iduarte fue el exilio, elección más dolorosa que la cárcel, porque fue como elegir una invisible cadena perpetua”.

Se dice, porque no hay nacajuqueño fiel ni tabasqueño discreto, que el presidente llamó al autor de Un niño en la revolución mexicana para pedirle lo ayudase con su autobiografía. Al recibir el manuscrito, vio Iduarte caer de entre sus páginas un papelito. Era un cheque de muchos ceros. Era la vieja costumbre priista, que ha quedado en desuso, de “proteger” al compañero partidista caído en desgracia. Iduarte devolvió cheque y manuscrito y se exilió, como señalamos más arriba por algo más de 20 años.

En el inter protagonizó anécdotas graciosas como aquella cuando llegó a la Universidad de Chicago y vio los nombres de Sócrates, Arquímedes, Pericles, Agenor, Aristóteles allá muy arriba en el techo del paraninfo. Su comentario inmediato fue, Me alegra ver que aquí tienen los nombres de los tabasqueños muy en alto, por esa costumbre emanada de los tiempos garridistas de bautizar a los recién nacidos con nombres no cristianos para no enojar al señor Garrido.

La otra, menos graciosa según se vea, y emulando al Cid Campeador que ganó una batalla difunto ya, fue cuando, ya fallecido, cremado, lo trajeron desde la casa donde naciera, allá por los altos de la calle Lerdo en solemne procesión.

Venia un tambor oficial, venían las autoridades de ese momento, don Enrique y doña Julieta entre ellos, y venia la familia, así como muchos reporteros, yo entre ellos, y ociosos que nunca faltan. Se llega a la embarcación, se suben los dolientes con tambor y todo. El boga, o patrón de la nave, les dijo que no arrojaran las cenizas a babor sino a estribor pues el viento haría que regresaran. Como hubo muchos sabios en el cortejo, nadie hizo caso al humilde boga. Y así pasó. Arrojaron las cenizas al Grijalva y la brisa las devolvió empanizando a todos de las cenizas de don Andrés. Se acabaron las exequias fúnebres para los poetas caídos en desgracias, dicen que murmuró don Enrique.

¿Cuál es pues, la importancia de este olvidadísimo escritor? Por supuesto, darnos la versión más certera de la época revolucionaria en Tabasco. Dice el poeta Eraclio Zepeda que la revolución ganó en el Norte y centro de la república, pero que en el Sureste pactó.

Los grandes terratenientes, antes de perder sus tierras, llegaron a un acuerdo con los revolucionarios. De esas y otras veleidades de la Revolución habla el maestro en su novela. Realmente, la vida de Iduarte estuvo siempre rodeada de libros, de notas, imbuido siempre en bibliotecas y universidades, fue para él un infierno ser director de Bellas Artes. Gaona, en su libro citado más arriba, opone que Iduarte invertía su tiempo en leer, en escribir. Para llevar el INBA, tenía al mismo Gaona como secretario particular y administrador y a Celestino Gorostiza, Andrés Henestrosa, a Pedro Ramírez Vázquez. Él llevaba muy bien su purgatorio burocrático, era el número uno de su época, el intelectual más reconocido en América.

Entre los reconocimientos que recibió destaca el primer premio de la Comisión Procentenario de Martí, por el ensayo escrito por extranjeros en La Habana por su trabajo Martí, escritor. El 17 de julio de 1978, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y el gobierno del estado de Tabasco le reconocen con el Premio Juchimán de Plata en Artes.

Signado por la ingratitud, Iduarte se fue a vivir lejos, muy lejos de México. Se fue para no recordar que este país era, es, bárbaro, desconocedor, incongruente con sus mejores hijos.

Vaya este texto en desagravio de sus cuitas y en recuerdo de aquel homenaje que quise hacerle y lo frustró, otra vez, la ignorancia burocrática. Es cuanto.