/ viernes 3 de mayo de 2024

Artilugios / Sor Juana mete la pata

Una de las mujeres más inteligentes de la historia nacional, del pasado, presente o futuro, sin duda es Juana Ramírez de Asbaje, alias Sor Juana, alias la décima musa. Ella representa buena parte de la poesía y el pensamiento mexicanos del siglo XVII, me atrevería a decir que no podríamos explicarnos esa época sin ella.

A decir verdad, su obra es vasta, contundente, íntima y personal, delicada o potente, ajena o propia. Sor Juana implica la condición más sabia del tiempo, así como la poesía más barroca de la Nueva España. Ella es eso y mucho más. Ya los más avezados escritores del siglo pasado dijeron cosas maravillosas de ella. U oprobiantes.

Famosa es la reyerta entre Guillermo Schmidhuber, Antonio Alatorre y Octavio Paz sobre la publicación de una obra de sor Juana titulada La segunda Celestina es una comedia escrita por Agustín de Salazar y Torres, que quedó inconclusa a su muerte. Juan de Vera Tassis, editor del autor, escribió un final para esta comedia y la llamó El encanto es la hermosura o El hechizo sin hechizo.

Por otro lado, se atribuye a Sor Juana Inés de la Cruz la autoría de otra versión de la tercera jornada, aunque existe polémica al respecto. Fue propuesta por Octavio Paz y Guillermo Schmidhuber (Editorial Vuelta, 1990). Georgina Sabat-Rivers y Luis Leal han apoyado la posibilidad. La obra es en realidad una anti-Celestina, ya que la protagonista se vale de su habilidad en la obtención de informaciones para prestigiar sus dotes adivinatorias. Además, en la obra aparecen parodias de conjuros y se hace un cómico retrato de la hechicera a cargo del gracioso Tacón.

Paz y Schmidhuber tuvieron que defender su posición ante algunas críticas contrarias, especialmente de Antonio Alatorre, quien envió a Vuelta una carta abierta afirmando la autoría de sor Juana, pero de otro final aún no descubierto. Paz decidió publicar la carta y además incluir una nota enfáticamente corta, que era precedida por el titular La segunda Celestina ante sus jueces. La nota era de la pluma de Paz y estaba escrita en itálicas como el prólogo de un libro,

Las opiniones de los dos eruditos, en lugar de esclarecer el problema, lo complican pues postulan la existencia no de dos sino de tres autores de La segunda Celestina. Agustín de Salazar y Torres, sor Juana Inés de la Cruz y un tercero incógnito. Una solución, dirían los matemáticos, poco elegante.

El caso es que, desde su existencia, Sor Juana se vio envuelta en el escándalo. Me explico. Ella tenía una tertulia algunas veces por la tarde donde los más eruditos escritores, críticos y artífices del pensamiento novohispano tomaban chocolate, debatían sobre temas del momento, comían alguno de los deliciosos anumalitos elaborados con jamoncillo, de la múltiple gastronomía poblana, y reían de algunas cosas de fino detalle de esos tiempos. entre ellos don Manuel Fernández de Santa Cruz (de quien todos dicen que es la famosa Sor Filotea a la que la décima musa contestó su carta) confesor de sor Juana. En alguna confesión anterior, Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, intentó convencerla de que no debía ya escribir y dedicarse a los trabajos propios de una religiosa. Sor Juana no solo no hizo caso, sino que además siguió escribiendo, velando, estudiando.

En la dichosa tertulia, el obispo de Puebla trajo a colación el sermón del jesuita portugués Antonio de Vieira cuya tesis principal quería demostrar el “nuevo mandamiento” de Jesús que debía ser que era conveniente que Él se fuera para que se cumpliese el cometido de su Pasión. Es decir, Que no solo debíamos amarnos los unos a los otros como Él enseñase sino que deberíamos amarnos como Él nos enseñó. Sor Juana se sorprende. Dice que eso es como decir que Cristo debe volver en forma del Espíritu Santo para esparcir su Palabra. Don Manuel se frota las manos relamiéndose. Sor Juana cayó en la trampa. Su Ilustrísima tocó el lado más flaco de la monja, su arrogancia, su entendimiento. Y así fue.

En la famosa Respuesta a sor Filotea, sor Juana ofrece su teoría riéndose por lo bajo del jesuita. Hay que recordar que, al redactar la respuesta Vieira hace muchos años que había muerto. El debate es unilateral pues pocos recordaban al sacerdote y su paso por la Nueva España. Sor Juana indica, punza, roe, sale avante… y ese es su pecado.

La Respuesta corre por la Ciudad de los Palacios. Algunos entienden, otros no, los más sospechan que en tanto caletre está el demonio. De repente, la apapachada por virreyes y aristócratas comienza a ser una apestada. No puede ser que una mujer, a más monja, tenga tamaña inteligencia. Sor Juana se siente halagada, como siempre.

Ella sabe, es decir SABE. No pueden imputarle ignorancia o zafiedad, ella es un enorme cerebro. Curiosamente no es por eso por lo que la persiguen. La persiguen por atrevida. No por inteligente. Ella ve cerca los lazos de la Inquisición. Siente los pestíferos alientos de los dominicos que ya la traían contra ella. Dicen que peca al decir lo que piensa, al señalar defectos en el discurso del sabio. Sor Juana se asusta. No contaba con ese vuelco de su pasión, el pensamiento. Siente el cerco, como ese venado del que habla en su Primero Sueño. ¿A quién recurrir para que la conforte? Claro, a su querido confesor. Va con don Manuel, llora, pide clemencia, se asusta.

El prelado sabe que ahí tiene caldo para su puchero. La regaña, la increpa primero; después la consuela, la conforta. Hija, te lo dije desde hace mucho. No puedes andar por ahí escribiendo, usando esos aparatos pecaminosos con los que ves las estrellas. O esos otros con los que arrancas sonidos infernales. Ella repite algún pasaje de la Respuesta. Todo lo que he hecho es para demostrar que pienso. ¿Qué tienes que andar demostrando que piensas?, lanza el dardo final don Manuel. Ahí sor Juana se derrumba. Sí, sí, seguirá la penitencia del confesor… ¿Cuál es? Y don Manuel se ceba en la penitencia. Deja los libros, deja de escribir, deja de pensar. Lo que ella más disfruta.

Obediente, saca los libros, dona instrumentos astronómicos, deja la música. Ni papel ni libros, ni pluma. Lo que escriba, según dice la leyenda, será con su sangre en las paredes de la celda. Ella se dedica a las labores monjiles. Atiende enfermos de la peste que azota a la Nueva España en 1695. Sor Juana atiende a las víctimas, reza con ellas, las consuela al fallecer, da adioses postreros y al final, el 17 de abril del año siguiente, muere de la misma peste a la que no estaba acostumbrada a atender.

Sor Juana metió la pata.

No podía quedarse callada, debía decir en todos los tonos que sabía, que era erudita, que brillaba por su gran capacidad intelectual. En un tiempo dominado por hombres (reyes, guerreros, sacerdotes) su capacidad era un insulto.

En fin. Traigo estas cuestiones a la página en blanco para que recordemos que puedes ser muy inteligente, aunque la prudencia… No, no. Esa no es la moraleja correcta.

Piensa, di lo que sientes y que te valga poco lo que opinen los otros, que nunca estarán contentos con nada.

Una de las mujeres más inteligentes de la historia nacional, del pasado, presente o futuro, sin duda es Juana Ramírez de Asbaje, alias Sor Juana, alias la décima musa. Ella representa buena parte de la poesía y el pensamiento mexicanos del siglo XVII, me atrevería a decir que no podríamos explicarnos esa época sin ella.

A decir verdad, su obra es vasta, contundente, íntima y personal, delicada o potente, ajena o propia. Sor Juana implica la condición más sabia del tiempo, así como la poesía más barroca de la Nueva España. Ella es eso y mucho más. Ya los más avezados escritores del siglo pasado dijeron cosas maravillosas de ella. U oprobiantes.

Famosa es la reyerta entre Guillermo Schmidhuber, Antonio Alatorre y Octavio Paz sobre la publicación de una obra de sor Juana titulada La segunda Celestina es una comedia escrita por Agustín de Salazar y Torres, que quedó inconclusa a su muerte. Juan de Vera Tassis, editor del autor, escribió un final para esta comedia y la llamó El encanto es la hermosura o El hechizo sin hechizo.

Por otro lado, se atribuye a Sor Juana Inés de la Cruz la autoría de otra versión de la tercera jornada, aunque existe polémica al respecto. Fue propuesta por Octavio Paz y Guillermo Schmidhuber (Editorial Vuelta, 1990). Georgina Sabat-Rivers y Luis Leal han apoyado la posibilidad. La obra es en realidad una anti-Celestina, ya que la protagonista se vale de su habilidad en la obtención de informaciones para prestigiar sus dotes adivinatorias. Además, en la obra aparecen parodias de conjuros y se hace un cómico retrato de la hechicera a cargo del gracioso Tacón.

Paz y Schmidhuber tuvieron que defender su posición ante algunas críticas contrarias, especialmente de Antonio Alatorre, quien envió a Vuelta una carta abierta afirmando la autoría de sor Juana, pero de otro final aún no descubierto. Paz decidió publicar la carta y además incluir una nota enfáticamente corta, que era precedida por el titular La segunda Celestina ante sus jueces. La nota era de la pluma de Paz y estaba escrita en itálicas como el prólogo de un libro,

Las opiniones de los dos eruditos, en lugar de esclarecer el problema, lo complican pues postulan la existencia no de dos sino de tres autores de La segunda Celestina. Agustín de Salazar y Torres, sor Juana Inés de la Cruz y un tercero incógnito. Una solución, dirían los matemáticos, poco elegante.

El caso es que, desde su existencia, Sor Juana se vio envuelta en el escándalo. Me explico. Ella tenía una tertulia algunas veces por la tarde donde los más eruditos escritores, críticos y artífices del pensamiento novohispano tomaban chocolate, debatían sobre temas del momento, comían alguno de los deliciosos anumalitos elaborados con jamoncillo, de la múltiple gastronomía poblana, y reían de algunas cosas de fino detalle de esos tiempos. entre ellos don Manuel Fernández de Santa Cruz (de quien todos dicen que es la famosa Sor Filotea a la que la décima musa contestó su carta) confesor de sor Juana. En alguna confesión anterior, Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, intentó convencerla de que no debía ya escribir y dedicarse a los trabajos propios de una religiosa. Sor Juana no solo no hizo caso, sino que además siguió escribiendo, velando, estudiando.

En la dichosa tertulia, el obispo de Puebla trajo a colación el sermón del jesuita portugués Antonio de Vieira cuya tesis principal quería demostrar el “nuevo mandamiento” de Jesús que debía ser que era conveniente que Él se fuera para que se cumpliese el cometido de su Pasión. Es decir, Que no solo debíamos amarnos los unos a los otros como Él enseñase sino que deberíamos amarnos como Él nos enseñó. Sor Juana se sorprende. Dice que eso es como decir que Cristo debe volver en forma del Espíritu Santo para esparcir su Palabra. Don Manuel se frota las manos relamiéndose. Sor Juana cayó en la trampa. Su Ilustrísima tocó el lado más flaco de la monja, su arrogancia, su entendimiento. Y así fue.

En la famosa Respuesta a sor Filotea, sor Juana ofrece su teoría riéndose por lo bajo del jesuita. Hay que recordar que, al redactar la respuesta Vieira hace muchos años que había muerto. El debate es unilateral pues pocos recordaban al sacerdote y su paso por la Nueva España. Sor Juana indica, punza, roe, sale avante… y ese es su pecado.

La Respuesta corre por la Ciudad de los Palacios. Algunos entienden, otros no, los más sospechan que en tanto caletre está el demonio. De repente, la apapachada por virreyes y aristócratas comienza a ser una apestada. No puede ser que una mujer, a más monja, tenga tamaña inteligencia. Sor Juana se siente halagada, como siempre.

Ella sabe, es decir SABE. No pueden imputarle ignorancia o zafiedad, ella es un enorme cerebro. Curiosamente no es por eso por lo que la persiguen. La persiguen por atrevida. No por inteligente. Ella ve cerca los lazos de la Inquisición. Siente los pestíferos alientos de los dominicos que ya la traían contra ella. Dicen que peca al decir lo que piensa, al señalar defectos en el discurso del sabio. Sor Juana se asusta. No contaba con ese vuelco de su pasión, el pensamiento. Siente el cerco, como ese venado del que habla en su Primero Sueño. ¿A quién recurrir para que la conforte? Claro, a su querido confesor. Va con don Manuel, llora, pide clemencia, se asusta.

El prelado sabe que ahí tiene caldo para su puchero. La regaña, la increpa primero; después la consuela, la conforta. Hija, te lo dije desde hace mucho. No puedes andar por ahí escribiendo, usando esos aparatos pecaminosos con los que ves las estrellas. O esos otros con los que arrancas sonidos infernales. Ella repite algún pasaje de la Respuesta. Todo lo que he hecho es para demostrar que pienso. ¿Qué tienes que andar demostrando que piensas?, lanza el dardo final don Manuel. Ahí sor Juana se derrumba. Sí, sí, seguirá la penitencia del confesor… ¿Cuál es? Y don Manuel se ceba en la penitencia. Deja los libros, deja de escribir, deja de pensar. Lo que ella más disfruta.

Obediente, saca los libros, dona instrumentos astronómicos, deja la música. Ni papel ni libros, ni pluma. Lo que escriba, según dice la leyenda, será con su sangre en las paredes de la celda. Ella se dedica a las labores monjiles. Atiende enfermos de la peste que azota a la Nueva España en 1695. Sor Juana atiende a las víctimas, reza con ellas, las consuela al fallecer, da adioses postreros y al final, el 17 de abril del año siguiente, muere de la misma peste a la que no estaba acostumbrada a atender.

Sor Juana metió la pata.

No podía quedarse callada, debía decir en todos los tonos que sabía, que era erudita, que brillaba por su gran capacidad intelectual. En un tiempo dominado por hombres (reyes, guerreros, sacerdotes) su capacidad era un insulto.

En fin. Traigo estas cuestiones a la página en blanco para que recordemos que puedes ser muy inteligente, aunque la prudencia… No, no. Esa no es la moraleja correcta.

Piensa, di lo que sientes y que te valga poco lo que opinen los otros, que nunca estarán contentos con nada.