/ viernes 26 de abril de 2024

Artilugios / LAS LEANDRAS, de Francisco Alonso, Emilio González del Castillo y José Muñoz Román

He visto mil veces Las leandras, y la volvería a ver mil veces más. Me encantan los retruécanos, el doble sentido, la confusión, los enredos. La música, claro. Recuerdo haberla visto por primera vez en el Cine Tropical, frente a la Plaza de Armas de Villahermosa. Ahí vi a doña Irán Eory, a Gustavo Rojo y a don Florencio Castelló. Todos luciéndose como nunca.

La volví a ver después ya con Carlos Monden y Amparo Arozamena. Qué delicia es ir adentrándose en un esplendido trabajo dramatúrgico en el que desenreda el espectador los enredos de las leandras.

Se llama este vodevil o zarzuela, aunque cualquier definición queda corta, por definición del director de escena, Leandro Cascote que es el colmo de los celos. Su amiga en escena, su amiga en la vida real, Concha la dejó su novio plantada en el jardín botánico. Desde ahí. Los celos de Leandro lo llevan a ver moros con tranchete en todos lados. No soporta ver hombres cerca de Concha quien tiene un oscuro pasado. Ella se fugó con su primer novio, el del jardín botánico y se dedicó al teatro como vedette. Era el final de la zarzuela clásica, la que vieron mis abuelos en los teatros de la capital o en el Tayita aquí en Villahermosa. De ahí salió en algún momento Esperanza Iris. Las Leandras son un espasmo de pasión, una sensual opereta que conserva los viejos cánones de esta. No hay romances empalagosos, eso fue cosa de Lehar, hay risas, excesos, doble sentido, muchas, muchas situaciones cómicas.

Concha tiene un protector, el tío Francisco de las Islas Canarias. Este le ha prometido darle un ingreso en el banco si presenta buenas calificaciones y lleva una vida moral, honesta, sin dedicarse a cosa tan pecaminosa como el teatro. Y viene el conflicto. El tío Francisco anuncia que llegará a Madrid de visita. Lleva la encomienda de casar a Concha con el primo Ernesto como quiso su madre. Esto enciende los celos de Leandro que primero se opone al casorio. Después, recordando el ingreso en el banco, decide apoyar a su novia. Para no dejarla regresar al colegio donde seguramente habrá profesorcitos jóvenes que la cortejarán, pone una academia. Las Leandras.

Ahí representarán la gran comedia. Leandro, más vivales que los vivales, comienza a aceptar alumnas verdaderas. Aparece la sobrina del canónigo que habla, habla, habla, recordando uno de esos personajes maravillosos de las comedias españolas.

Las leandras es una revista musical española (también, pasatiempo cómico-lírico) en dos actos divididos en un prólogo, cinco cuadros, varios subcuadros y una apoteosis, con música del maestro Francisco Alonso y libreto de Emilio González del Castillo y José Muñoz Román. Se estrenó en el Teatro Pavón de Madrid el 12 de noviembre de 1931, con Celia Gámez en el papel principal. Entre el repertorio de diez canciones, resultan especialmente recordadas El Pichi y Los nardos.

Leandro pues tiene el negocio completo. Lo que no dice, de esa información que solo conoce el público y es lo que provoca la risa, es que antes ese edificio fue una casa de citas. Asiduo a ella es un personaje que aparece después. El señor Francisco Morales, especialista en la cría de canarias. Lleva a su sobrino a la casa de la Concha, la antigua dueña, para que espabilen a su sobrino Casildo que va a casarse con la hija de Francisco Morales, Fermina, jovencita muy corrida en las cuestiones de sexo.

La confusión es inmediata, el conserje Porras escucha que es el tío Francisco de las canarias, islas o pájaros, el apuntador se confunde y avisa. Todos preparados a recibir al de las islas, ven a un hombrecillo alegre, muy alegre que anda buscando a Concha, la meretriz encontrando a Concha, la sobrina. De ahí parten los enredos con la personalidad de ambos tíos, la persecución del tío Francisco y Casildo, el sobrino, a las tiples de la compañía que no pocas veces deben aporrear a los dos.

Todo se confunde aun más cuando aparecen la esposa, Manuela, y Fermina, la hija del tío Francisco, el de las canarias, los pájaros. Manuela, lleva a su hija para que en ese colegio la preparen para ser una buena esposa, así como ella estuvo en otro antes de casarse. La recepción de Leandro es hilarante a más no poder. Los retruécanos, el doble sentido, el chiste de los pueblos. Dice Manuela, Yo nací en Colmenarejo de arriba y mi esposo es de Colmenarejo de abajo. A lo que replica Fermina, Y yo me paso con un pie en Colmenarejo de arriba y otro en Colmenarejo de abajo. A lo que responde Leandro viendo la separación de piernas, Quien viviera en Colmenarejo de en medio. O el de En el pueblo les gustan cuantimás culinarias, mejor, por lo de la comida. Y Leandro agrega, Sí, aquí también nos gustan las culinarias, viendo en salva sea la parte.

La comedia avanza, aparece el verdadero tío Francisco que conversa con el falso. Uno habla del burdel, el otro de la escuela donde se encuentran. ¿Y qué hace usted aquí?, pregunta el tío falso. Vengo a traer una chica. Ya sabrá la cara que pone el falso tío. Sobre todo, cuando le dice el tío verdadero que antes esos menesteres los hacía su esposa. El falso tío pone cara de asombro. Lo que viene es hilarante. El tío verdadero dice, Desde que murió mi mujer tengo que hacerme todo yo solo, haciendo un hueco con la mano derecha (o izquierda según el actor).

Una de las mejores tradiciones que revive esta revista es conocer al caballero del hongo, un hombre que portaba el sombrerito ese que llevaron el gordo y el flaco. Este pedía limosna fuera del teatro Apolo, en la famosa cuarta de Apolo. Es decir, la cuarta tanda. Cuatro revistas o zarzuelas que los espectadores veían riendo, festejando, saliendo del calorón de la sala a comprar helados, agua o azucarillos. Todo eso veía, y reseña ,para nosotros al ver Las leandras, el caballero del hongo. Era como un fantasma que recordaba con nostalgia aquellos tiempos. lo dice en verso, cosa muy usada en la zarzuela, y remata la glosa con la frase “En la famosa cuarta de Apolo”.

Si el espectador es memorioso como quiero serlo, recordará esa cinta donde Jorge Negrete y María de los Ángeles Morales reviven esa época con una nostalgia superior a la de esta otra zarzuela. La cinta, de 1950, es dirigida por Rafael Gil. Sigamos con Las Leandras.

Los números musicales igualmente se acogen a ese tenor del doble sentido. Las viudas buscan un hombre al que luego nombren su administrador. O las aventuras del Pichi, el clásico chulo madrileño. O el tango herreño, que se canta en las islas canarias. Por cierto, la confusión es deliciosa pues Concha dice al falso tío y a Casildo que la lleven al carnaval de los guanches. ¿Qué cosa es eso?, pregunta el falso tío. Los guanches, tío, responde Concha, como les llaman a los canarios. Mira, dice el falso tío, 20 años en el negocio de los canarios y hasta ahora sé que se les dice así. El delicioso couplet donde las leandras ponderan su sapiencia. Los versos se deslizan improvisando la clase. En un momento dicen, Estudiar debe la mujer, amor, porque el hombre es pícaro y es álgido y es cínico, pérfido y critico… De verdad, es un momento más de la exquisitez de la comedia.

La joya de la corona, sin embargo, es la marcha de los nardos. Ahí se luce la protagonista (Irán, Paloma, Rocío o Rosario). Es el número de lucimiento junto al anterior donde reviven esas épocas del género chico, es decir, la zarzuelita. La tiple principal recorre el escenario con su canasta de nardos, vendiéndolos, ofreciéndolos a los chulos, los señoritos, los transeúntes.

Todo se confabula para una de las más hermosas, musicales, graciosas revistas que he visto nunca. Gloria del dramaturgo y del director de escena que deben ir juntos, de la mano para que brille el espectáculo.

Hay algunas otras versiones de este sensacional recorrido por las mejores melodías de esa vieja España pre franquista, esa que nadie quiere recordar.. La de Rosario Durcal en 1961 o la de 1969 con Rocío Durcal. O la versión con Paloma San Basilio en 1985 para TVE. Qué delicia. No dejen de verla. Es un cúmulo delicioso de risas, gracia, confort…

Y ese es otro chiste que ya no se los cuento porque es mejor verlo en la actuación de un gran actor.

He visto mil veces Las leandras, y la volvería a ver mil veces más. Me encantan los retruécanos, el doble sentido, la confusión, los enredos. La música, claro. Recuerdo haberla visto por primera vez en el Cine Tropical, frente a la Plaza de Armas de Villahermosa. Ahí vi a doña Irán Eory, a Gustavo Rojo y a don Florencio Castelló. Todos luciéndose como nunca.

La volví a ver después ya con Carlos Monden y Amparo Arozamena. Qué delicia es ir adentrándose en un esplendido trabajo dramatúrgico en el que desenreda el espectador los enredos de las leandras.

Se llama este vodevil o zarzuela, aunque cualquier definición queda corta, por definición del director de escena, Leandro Cascote que es el colmo de los celos. Su amiga en escena, su amiga en la vida real, Concha la dejó su novio plantada en el jardín botánico. Desde ahí. Los celos de Leandro lo llevan a ver moros con tranchete en todos lados. No soporta ver hombres cerca de Concha quien tiene un oscuro pasado. Ella se fugó con su primer novio, el del jardín botánico y se dedicó al teatro como vedette. Era el final de la zarzuela clásica, la que vieron mis abuelos en los teatros de la capital o en el Tayita aquí en Villahermosa. De ahí salió en algún momento Esperanza Iris. Las Leandras son un espasmo de pasión, una sensual opereta que conserva los viejos cánones de esta. No hay romances empalagosos, eso fue cosa de Lehar, hay risas, excesos, doble sentido, muchas, muchas situaciones cómicas.

Concha tiene un protector, el tío Francisco de las Islas Canarias. Este le ha prometido darle un ingreso en el banco si presenta buenas calificaciones y lleva una vida moral, honesta, sin dedicarse a cosa tan pecaminosa como el teatro. Y viene el conflicto. El tío Francisco anuncia que llegará a Madrid de visita. Lleva la encomienda de casar a Concha con el primo Ernesto como quiso su madre. Esto enciende los celos de Leandro que primero se opone al casorio. Después, recordando el ingreso en el banco, decide apoyar a su novia. Para no dejarla regresar al colegio donde seguramente habrá profesorcitos jóvenes que la cortejarán, pone una academia. Las Leandras.

Ahí representarán la gran comedia. Leandro, más vivales que los vivales, comienza a aceptar alumnas verdaderas. Aparece la sobrina del canónigo que habla, habla, habla, recordando uno de esos personajes maravillosos de las comedias españolas.

Las leandras es una revista musical española (también, pasatiempo cómico-lírico) en dos actos divididos en un prólogo, cinco cuadros, varios subcuadros y una apoteosis, con música del maestro Francisco Alonso y libreto de Emilio González del Castillo y José Muñoz Román. Se estrenó en el Teatro Pavón de Madrid el 12 de noviembre de 1931, con Celia Gámez en el papel principal. Entre el repertorio de diez canciones, resultan especialmente recordadas El Pichi y Los nardos.

Leandro pues tiene el negocio completo. Lo que no dice, de esa información que solo conoce el público y es lo que provoca la risa, es que antes ese edificio fue una casa de citas. Asiduo a ella es un personaje que aparece después. El señor Francisco Morales, especialista en la cría de canarias. Lleva a su sobrino a la casa de la Concha, la antigua dueña, para que espabilen a su sobrino Casildo que va a casarse con la hija de Francisco Morales, Fermina, jovencita muy corrida en las cuestiones de sexo.

La confusión es inmediata, el conserje Porras escucha que es el tío Francisco de las canarias, islas o pájaros, el apuntador se confunde y avisa. Todos preparados a recibir al de las islas, ven a un hombrecillo alegre, muy alegre que anda buscando a Concha, la meretriz encontrando a Concha, la sobrina. De ahí parten los enredos con la personalidad de ambos tíos, la persecución del tío Francisco y Casildo, el sobrino, a las tiples de la compañía que no pocas veces deben aporrear a los dos.

Todo se confunde aun más cuando aparecen la esposa, Manuela, y Fermina, la hija del tío Francisco, el de las canarias, los pájaros. Manuela, lleva a su hija para que en ese colegio la preparen para ser una buena esposa, así como ella estuvo en otro antes de casarse. La recepción de Leandro es hilarante a más no poder. Los retruécanos, el doble sentido, el chiste de los pueblos. Dice Manuela, Yo nací en Colmenarejo de arriba y mi esposo es de Colmenarejo de abajo. A lo que replica Fermina, Y yo me paso con un pie en Colmenarejo de arriba y otro en Colmenarejo de abajo. A lo que responde Leandro viendo la separación de piernas, Quien viviera en Colmenarejo de en medio. O el de En el pueblo les gustan cuantimás culinarias, mejor, por lo de la comida. Y Leandro agrega, Sí, aquí también nos gustan las culinarias, viendo en salva sea la parte.

La comedia avanza, aparece el verdadero tío Francisco que conversa con el falso. Uno habla del burdel, el otro de la escuela donde se encuentran. ¿Y qué hace usted aquí?, pregunta el tío falso. Vengo a traer una chica. Ya sabrá la cara que pone el falso tío. Sobre todo, cuando le dice el tío verdadero que antes esos menesteres los hacía su esposa. El falso tío pone cara de asombro. Lo que viene es hilarante. El tío verdadero dice, Desde que murió mi mujer tengo que hacerme todo yo solo, haciendo un hueco con la mano derecha (o izquierda según el actor).

Una de las mejores tradiciones que revive esta revista es conocer al caballero del hongo, un hombre que portaba el sombrerito ese que llevaron el gordo y el flaco. Este pedía limosna fuera del teatro Apolo, en la famosa cuarta de Apolo. Es decir, la cuarta tanda. Cuatro revistas o zarzuelas que los espectadores veían riendo, festejando, saliendo del calorón de la sala a comprar helados, agua o azucarillos. Todo eso veía, y reseña ,para nosotros al ver Las leandras, el caballero del hongo. Era como un fantasma que recordaba con nostalgia aquellos tiempos. lo dice en verso, cosa muy usada en la zarzuela, y remata la glosa con la frase “En la famosa cuarta de Apolo”.

Si el espectador es memorioso como quiero serlo, recordará esa cinta donde Jorge Negrete y María de los Ángeles Morales reviven esa época con una nostalgia superior a la de esta otra zarzuela. La cinta, de 1950, es dirigida por Rafael Gil. Sigamos con Las Leandras.

Los números musicales igualmente se acogen a ese tenor del doble sentido. Las viudas buscan un hombre al que luego nombren su administrador. O las aventuras del Pichi, el clásico chulo madrileño. O el tango herreño, que se canta en las islas canarias. Por cierto, la confusión es deliciosa pues Concha dice al falso tío y a Casildo que la lleven al carnaval de los guanches. ¿Qué cosa es eso?, pregunta el falso tío. Los guanches, tío, responde Concha, como les llaman a los canarios. Mira, dice el falso tío, 20 años en el negocio de los canarios y hasta ahora sé que se les dice así. El delicioso couplet donde las leandras ponderan su sapiencia. Los versos se deslizan improvisando la clase. En un momento dicen, Estudiar debe la mujer, amor, porque el hombre es pícaro y es álgido y es cínico, pérfido y critico… De verdad, es un momento más de la exquisitez de la comedia.

La joya de la corona, sin embargo, es la marcha de los nardos. Ahí se luce la protagonista (Irán, Paloma, Rocío o Rosario). Es el número de lucimiento junto al anterior donde reviven esas épocas del género chico, es decir, la zarzuelita. La tiple principal recorre el escenario con su canasta de nardos, vendiéndolos, ofreciéndolos a los chulos, los señoritos, los transeúntes.

Todo se confabula para una de las más hermosas, musicales, graciosas revistas que he visto nunca. Gloria del dramaturgo y del director de escena que deben ir juntos, de la mano para que brille el espectáculo.

Hay algunas otras versiones de este sensacional recorrido por las mejores melodías de esa vieja España pre franquista, esa que nadie quiere recordar.. La de Rosario Durcal en 1961 o la de 1969 con Rocío Durcal. O la versión con Paloma San Basilio en 1985 para TVE. Qué delicia. No dejen de verla. Es un cúmulo delicioso de risas, gracia, confort…

Y ese es otro chiste que ya no se los cuento porque es mejor verlo en la actuación de un gran actor.