/ viernes 5 de abril de 2024

Artilugios | INFORME CONTRA MÍ MISMO, de Eliseo Alberto.

Cómo me duele la lectura de este libro. Me duele por la manera tan dispendiosa con que gasta su ideología la izquierda. A muchos años de la revolución cubana, aun existen quienes la defienden, la ponderan, la extralimitan de sus funciones meramente liberadoras. El socialismo, parece decirnos este texto, hará que todos tengamos riqueza. El comunismo nos hará pobres a todos.

Cuba se liberó de un tiranillo de esos falsamente todopoderosos, para acomodar a otro realmente maquiavélico. Cuba firmó un pacto con el diablo, lo maravilloso de esto es que el demonio nunca te dice que él es el bueno. Él te dice claramente quién es y qué te espera al final de tu contrato. Aun así, los humanos firmamos el pacto. Cuba lo hizo y su infierno acapara una isla donde sus habitantes pagan una condena. Las condenas tienen consecuencias, las consecuencias maldad. La maldad merece un cronista.

Eliseo Alberto es de los mejores. Lichi, como le decían sus padres, su familia y sus muy allegados. Mucho me sorprende que aquí en Tabasco, todo con quien he comentado el libro le diga igualmente Lichi. Sin parecer familia o amigos cercanos. En fin. Cosas de la Literatura. Cuando nos acercamos tanto a un autor, al que amamos por esos buenos momentos acostados, sentados, con un buen café al lado, le decimos por su diminutivo. Gabo, Lichi, Carlitos, Manucho, Joseíto. Dos cubanos, un mexicano, un argentino y un colombiano. Agregaríamos a Varguitas, a Charlie, a Susie Sontag.

Lichi nos platica la desgracia de ser hijo de un poeta en un régimen desdichado, en el que valen más la apariencia de la concordia que el arte. Desde la primera página, el dolor por la situación política de su país convierte a Lichi en un chismoso profesional. O sea, un espía dentro de su casa. Dinos quiénes son los extranjeros que visitan tu casa, quiénes hablan con descontento del comandante, del Che, de Raúl. Qué artistas acceden a libros de ideas contrarias, música contraria, arte contrario.

Horrorizado, el autor recuerda que esos artistas contrarios que llegan a su casa son sus tíos Fina García Marruz y Cintio Vitier, los detentadores de la fe católica en la isla, además de grandes poetas. La historia es una gata que siempre cae de pie, dice iniciando el libro (pag. 23). Las confesiones que Lichi muestra son de una fascinación atropellada. El autor se rebela como solo saben hacerlo los artistas. Ofrece su versión simulada en la fábula. La emoción, a fin de cuentas (es) la única razón de la pasión (pag. 24).

Esto dice y agrega, Fidel ganó su guerra. Martí murió en la suya. Martí conocía a los hombres, al ser humano en el misterio de su particularidad. Fidel sólo conoce a sus hombres, al ser colectivo, en su utilidad social (pag. 27). Las páginas que va llenando del horror silencioso, ese que solo pueden darles a sus países los grandes tiranos, incomodan porque algo se sabe. Leerlo de quien vivió ese horror silencioso incomoda aún más. Eliseo Alberto expone la tragedia de los débiles. Él mismo se reconoce débil. Se acomoda a la situación y hace el libro más interesante sobre este caos que se forja tras el triunfo.

Socavando los recursos malvados del poder, el comandante logra fortalecer su causa. Acepten a todo el que quiera ayudarles, pero recuerden, no confíen en nadie (pag. 39). Las revoluciones no pueden ser eternas (pag. 39). Ese fue el error. A más de darse cuenta de que, socavando los recursos malvados del poder, creó la nueva clientela de éstos. Una vez consumada la revolución debe darse paso a la democracia. Legitimidad, sí. Permanencia no. De ese modo, el autor va narrando con testimonios, hechos, sucesos, el crudo camino en que se vieron envueltos los cubanos desde 1959.

Leer Informe contra mí mismo es un ejercicio de honestidad plagado de feroces alimañas. Una comadreja, pequeña, huidiza, desvalida, da la vuelta viéndose acorralada para hacer frente al depredador. Sabe que no tiene más que perder que la vida. Y sí, lo que en el militar es virtud en el gobernante es defecto. Eso lo dijo José Martí, que nunca fue militar. Ni gobernante. Escribe Lichi desde las cartas de sus amigos exiliados. Los eternos inadaptados. Los que salieron del caos, encontrándose con otro caos peor. Efectivamente, en su huida pagaron una penitencia. No la del exilio pues el ser humano se adapta fácilmente. La pena es huir de la política para tener que hablar y oír de política donde el exiliado fue a refugiarse. Así, se da el proceso más doloroso. Convertir en isla, en el caso de los cubanos exiliados, todo cuanto tocan. Salieron de Cuba, Cuba no salió de ellos. En los procesos de purga, de temor, de suspicacia se acomodaron todos.

En el caso de los artistas, en aquel escrutinio de lealtades en el teatro Nacional de La Habana, el escritor Virgilio Piñeira –si hemos de creer a Cabrera Infante– dijo que no sabía qué estaban haciendo pero que tenía mucho miedo. La escritora cubana Wendy Guerra igualmente deplora que su país no la dejó realizarse más que en el ámbito político. Aferrarse a la escritura es lo que salva. La escritora cubana Daína Chaviano lo dijo en una FUL aquí en Tabasco. Salir de Cuba implicó dedicarse a los géneros literarios que le eran caros e importantes, la fantasía y la ciencia ficción. Estos géneros fueron proscritos en la isla a raíz de la publicación del libro Para leer al pato Donald de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. Eso en cuanto al exilio.

Cada pueblo tiene su propia muerte, pues cada pueblo tiene su propia vida (pag. 52). Matarse en Cuba no es rendirse, matarse en Cuba es vencerse (pag. 53). Da una serie de suicidas cubanos, entre los más connotados Raúl Hernández Novás, poeta y Reinaldo Arenas, novelista. Se permite un chiste el autor, A la Muerte le gustan los poetas jóvenes, como a las viejas putas de abolengo. Del mismo modo que lo asentado en la página 39, los cubanos juegan con la muerte diciendo frases como “que te obedezca, no quiere decir que te sea leal”. El miedo puede explicar buena parte de lo sucedido en mi país (pag. 57) afirma Lichi. En eso somos hermanos. En la afirmación de nuestra muerte, jugando con ella, siendo falaces en el sínodo mortuorio y en soportar un régimen que duró casi setenta años en el poder. La larga posesión del poder quita el sentido (pag. 60), eso ocurrió, ocurre, en ambos países. El silencio es la más pura manifestación del miedo.

El reconocimiento es mutable. El arte que gana siempre es el folklor. ¿Por qué? Los artistas plásticos ya se van acomodando. Los escritores se retuercen entre el cielo del reconocimiento administrativo público y entre el infierno del ninguneo. Da dos ejemplos Eliseo Alberto. Nicolás Guillén a quien fuera coronado en vida como Poeta Nacional, galardón que no añadió nada a su obra. Y José Lezama Lima, el grande autor de la novela Paradiso, prisionero entre las cuatro paredes de su isla Trocadero. Los políticos nunca quisieron a Lezama Lima. Todo arcano asusta, lo mismo a inocentes que a verdugos. Prefirieron negarlo a leerlo. Reprochar es mucho más fácil que comprender (pag. 80). ¿Qué podemos hacer con estas reflexiones? Olvidar a Guillén; endiosar a Lezama. Pasan cosas parecidas en la galaxia mexicana. Paz es dios; Novo un curioso chef venido a más. ¿Y en nuestro planeta literario tabasqueño? Puro satélite.

Progresamos a través de la desobediencia y de la rebelión. Suma enseñanza al leer este libro. Sin embargo, al triunfar la rebelión parece decirle al pueblo, quien finalmente la llevó a cabo, hasta aquí, no necesitas saber más. ¿Es de nuestra incumbencia el devenir político de nuestro país? Sí, responde la democracia. No, responde el régimen. Ese mismo régimen establecido a raíz de la rebelión detiene otras rebeliones, otras maneras de pensar, otros líderes.

La lectura de este libro, Informe contra mí mismo, detona muchas ideas y reflexiones más allá de una reseña breve como esta. Ahí lo dejaremos entonces. Una última línea del libro. El error de algunos políticos radica en confundir la vida con la historia. Astrología con astronomía. El desliz se paga caro (pag. 278).

POSTDATA

Perdón, una última cosa. Eliseo Alberto acomoda una lista de cubanos, artistas los más, que viven, vivieron en México. Salvo a los que anduvieron, andan, por nuestro estado. Ahí va. Leandro Soto, Alejandro González Acosta, Daína Chaviano, Alejandro García Virulo, Eduardo Heras León, Amaury Gutiérrez. A más de Omara Portuondo, la doctora Rosario Piñeiro, el doctor Gonzalo Cabrera. Hasta el punto y seguido los menciona Lichi –aprendí a llamarlo así, ya lo quería yo, ahora lo quiero más– después del punto y seguido los menciono yo.

Cómo me duele la lectura de este libro. Me duele por la manera tan dispendiosa con que gasta su ideología la izquierda. A muchos años de la revolución cubana, aun existen quienes la defienden, la ponderan, la extralimitan de sus funciones meramente liberadoras. El socialismo, parece decirnos este texto, hará que todos tengamos riqueza. El comunismo nos hará pobres a todos.

Cuba se liberó de un tiranillo de esos falsamente todopoderosos, para acomodar a otro realmente maquiavélico. Cuba firmó un pacto con el diablo, lo maravilloso de esto es que el demonio nunca te dice que él es el bueno. Él te dice claramente quién es y qué te espera al final de tu contrato. Aun así, los humanos firmamos el pacto. Cuba lo hizo y su infierno acapara una isla donde sus habitantes pagan una condena. Las condenas tienen consecuencias, las consecuencias maldad. La maldad merece un cronista.

Eliseo Alberto es de los mejores. Lichi, como le decían sus padres, su familia y sus muy allegados. Mucho me sorprende que aquí en Tabasco, todo con quien he comentado el libro le diga igualmente Lichi. Sin parecer familia o amigos cercanos. En fin. Cosas de la Literatura. Cuando nos acercamos tanto a un autor, al que amamos por esos buenos momentos acostados, sentados, con un buen café al lado, le decimos por su diminutivo. Gabo, Lichi, Carlitos, Manucho, Joseíto. Dos cubanos, un mexicano, un argentino y un colombiano. Agregaríamos a Varguitas, a Charlie, a Susie Sontag.

Lichi nos platica la desgracia de ser hijo de un poeta en un régimen desdichado, en el que valen más la apariencia de la concordia que el arte. Desde la primera página, el dolor por la situación política de su país convierte a Lichi en un chismoso profesional. O sea, un espía dentro de su casa. Dinos quiénes son los extranjeros que visitan tu casa, quiénes hablan con descontento del comandante, del Che, de Raúl. Qué artistas acceden a libros de ideas contrarias, música contraria, arte contrario.

Horrorizado, el autor recuerda que esos artistas contrarios que llegan a su casa son sus tíos Fina García Marruz y Cintio Vitier, los detentadores de la fe católica en la isla, además de grandes poetas. La historia es una gata que siempre cae de pie, dice iniciando el libro (pag. 23). Las confesiones que Lichi muestra son de una fascinación atropellada. El autor se rebela como solo saben hacerlo los artistas. Ofrece su versión simulada en la fábula. La emoción, a fin de cuentas (es) la única razón de la pasión (pag. 24).

Esto dice y agrega, Fidel ganó su guerra. Martí murió en la suya. Martí conocía a los hombres, al ser humano en el misterio de su particularidad. Fidel sólo conoce a sus hombres, al ser colectivo, en su utilidad social (pag. 27). Las páginas que va llenando del horror silencioso, ese que solo pueden darles a sus países los grandes tiranos, incomodan porque algo se sabe. Leerlo de quien vivió ese horror silencioso incomoda aún más. Eliseo Alberto expone la tragedia de los débiles. Él mismo se reconoce débil. Se acomoda a la situación y hace el libro más interesante sobre este caos que se forja tras el triunfo.

Socavando los recursos malvados del poder, el comandante logra fortalecer su causa. Acepten a todo el que quiera ayudarles, pero recuerden, no confíen en nadie (pag. 39). Las revoluciones no pueden ser eternas (pag. 39). Ese fue el error. A más de darse cuenta de que, socavando los recursos malvados del poder, creó la nueva clientela de éstos. Una vez consumada la revolución debe darse paso a la democracia. Legitimidad, sí. Permanencia no. De ese modo, el autor va narrando con testimonios, hechos, sucesos, el crudo camino en que se vieron envueltos los cubanos desde 1959.

Leer Informe contra mí mismo es un ejercicio de honestidad plagado de feroces alimañas. Una comadreja, pequeña, huidiza, desvalida, da la vuelta viéndose acorralada para hacer frente al depredador. Sabe que no tiene más que perder que la vida. Y sí, lo que en el militar es virtud en el gobernante es defecto. Eso lo dijo José Martí, que nunca fue militar. Ni gobernante. Escribe Lichi desde las cartas de sus amigos exiliados. Los eternos inadaptados. Los que salieron del caos, encontrándose con otro caos peor. Efectivamente, en su huida pagaron una penitencia. No la del exilio pues el ser humano se adapta fácilmente. La pena es huir de la política para tener que hablar y oír de política donde el exiliado fue a refugiarse. Así, se da el proceso más doloroso. Convertir en isla, en el caso de los cubanos exiliados, todo cuanto tocan. Salieron de Cuba, Cuba no salió de ellos. En los procesos de purga, de temor, de suspicacia se acomodaron todos.

En el caso de los artistas, en aquel escrutinio de lealtades en el teatro Nacional de La Habana, el escritor Virgilio Piñeira –si hemos de creer a Cabrera Infante– dijo que no sabía qué estaban haciendo pero que tenía mucho miedo. La escritora cubana Wendy Guerra igualmente deplora que su país no la dejó realizarse más que en el ámbito político. Aferrarse a la escritura es lo que salva. La escritora cubana Daína Chaviano lo dijo en una FUL aquí en Tabasco. Salir de Cuba implicó dedicarse a los géneros literarios que le eran caros e importantes, la fantasía y la ciencia ficción. Estos géneros fueron proscritos en la isla a raíz de la publicación del libro Para leer al pato Donald de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. Eso en cuanto al exilio.

Cada pueblo tiene su propia muerte, pues cada pueblo tiene su propia vida (pag. 52). Matarse en Cuba no es rendirse, matarse en Cuba es vencerse (pag. 53). Da una serie de suicidas cubanos, entre los más connotados Raúl Hernández Novás, poeta y Reinaldo Arenas, novelista. Se permite un chiste el autor, A la Muerte le gustan los poetas jóvenes, como a las viejas putas de abolengo. Del mismo modo que lo asentado en la página 39, los cubanos juegan con la muerte diciendo frases como “que te obedezca, no quiere decir que te sea leal”. El miedo puede explicar buena parte de lo sucedido en mi país (pag. 57) afirma Lichi. En eso somos hermanos. En la afirmación de nuestra muerte, jugando con ella, siendo falaces en el sínodo mortuorio y en soportar un régimen que duró casi setenta años en el poder. La larga posesión del poder quita el sentido (pag. 60), eso ocurrió, ocurre, en ambos países. El silencio es la más pura manifestación del miedo.

El reconocimiento es mutable. El arte que gana siempre es el folklor. ¿Por qué? Los artistas plásticos ya se van acomodando. Los escritores se retuercen entre el cielo del reconocimiento administrativo público y entre el infierno del ninguneo. Da dos ejemplos Eliseo Alberto. Nicolás Guillén a quien fuera coronado en vida como Poeta Nacional, galardón que no añadió nada a su obra. Y José Lezama Lima, el grande autor de la novela Paradiso, prisionero entre las cuatro paredes de su isla Trocadero. Los políticos nunca quisieron a Lezama Lima. Todo arcano asusta, lo mismo a inocentes que a verdugos. Prefirieron negarlo a leerlo. Reprochar es mucho más fácil que comprender (pag. 80). ¿Qué podemos hacer con estas reflexiones? Olvidar a Guillén; endiosar a Lezama. Pasan cosas parecidas en la galaxia mexicana. Paz es dios; Novo un curioso chef venido a más. ¿Y en nuestro planeta literario tabasqueño? Puro satélite.

Progresamos a través de la desobediencia y de la rebelión. Suma enseñanza al leer este libro. Sin embargo, al triunfar la rebelión parece decirle al pueblo, quien finalmente la llevó a cabo, hasta aquí, no necesitas saber más. ¿Es de nuestra incumbencia el devenir político de nuestro país? Sí, responde la democracia. No, responde el régimen. Ese mismo régimen establecido a raíz de la rebelión detiene otras rebeliones, otras maneras de pensar, otros líderes.

La lectura de este libro, Informe contra mí mismo, detona muchas ideas y reflexiones más allá de una reseña breve como esta. Ahí lo dejaremos entonces. Una última línea del libro. El error de algunos políticos radica en confundir la vida con la historia. Astrología con astronomía. El desliz se paga caro (pag. 278).

POSTDATA

Perdón, una última cosa. Eliseo Alberto acomoda una lista de cubanos, artistas los más, que viven, vivieron en México. Salvo a los que anduvieron, andan, por nuestro estado. Ahí va. Leandro Soto, Alejandro González Acosta, Daína Chaviano, Alejandro García Virulo, Eduardo Heras León, Amaury Gutiérrez. A más de Omara Portuondo, la doctora Rosario Piñeiro, el doctor Gonzalo Cabrera. Hasta el punto y seguido los menciona Lichi –aprendí a llamarlo así, ya lo quería yo, ahora lo quiero más– después del punto y seguido los menciono yo.