/ viernes 15 de abril de 2022

ARTILUGIOS. Niños chefs.

Note el lector, si es aguzado en observaciones, que uno de los espasmos más curiosos de este comienzo de siglo, es la sobrevaloración del trabajo de chef, esto es del jefe de cocina, el que hace los alimentos o el que vigila cómo se elaboran, el que levanta ollas y vigilando el proceso de cocción de los alimentos. Es el viejo patrón de la taberna, según anuncia ese personaje entrañable de la obra de Zorrilla, Don Juan Tenorio. Es quien ve los vinos, cata los alimentos, define el menú, acomoda a los asistentes, que no solamente son los pinches, sino que la cocina, como un ejército, tiene jerarquías inapelables, órdenes concretas, disposiciones que el chef toma porque anhela que su cocina sea la mejor del mundo.

¿Vio el lector las películas El ala o la pata (1976, Claude Zidi), o Ratatouille (2007, Brad Bird)? En ambas, el chef es protagonista, es quien ya se asoma como ese elemento extraordinarísimo de la vida cotidiana. La sobrevaloración comienza cuando empezamos a oír frases como “somos lo que comemos” o “dime lo que comes y te diré quién eres”. Pareciera que la opinión del chef es santa, guruesca, conocedora. Ahí debo pedirle, artilugista que pasa los ojos por estas líneas, ¿a qué se debe tomar tanto en cuenta la especialización del chef? No es más que el cocinero, así sin más sinónimos acomodaticios. Es quien vigila las ollas, las hornillas, las porciones. Nada que un químico no haga, o un laboratorista consumado. La frivolidad, hija de la indocencia, permeó para que el chef fuera poco menos que un héroe de la cocina, de la vida, de lo que debemos comer. O no. Hagamos un breve análisis.

Los programas de cocina, por ejemplo, no son nada nuevo en México. Chepina Peralta, la primera cocinera de la televisión nacional, dueña de una cálida voz, de una risa hermosa, de un poder de convencimiento enaltecedor, esfumina en su correría muchas recetas de cocina, con lo que tenga usted, señora, agregaba, en su refrigerador. Con eso que veíamos, de niños, en la heladera, Chepina confeccionaba un menú de tres tiempos. Ahora bien, mucho había que agradecerle a la señora Peralta porque efectivamente cocinaba con lo que estaba en la cocina.

Hoy, los chefs dicen lo mismo. Cocinaremos con lo que usted, señora, tiene en la heladera. Saque un pato, agrega el chef. Jajaja, maniática risa. Un pato. Aderécelo con cardamomo, anís de Australia y pistachos fusionados con almendras. ¿Todo eso hay en la cocina de una familia clasemediera, como muchas de las que hay en nuestra ciudad? Qué hermoso seria. Lo cierto es que el chef, o la chef, se han vuelto íconos del buen comer. Se nos olvida, como muchas cosas, que estamos ante una de las actividades más antiguas del mundo.

Ya Escoffier, Vatel, Careme, todos citados por Salvador Novo, chef impresionantemente bueno él mismo, en su obra de teatro La culta dama (1951) escribieron sendos tratados de cocina, donde la paronomasia del comer se adhiere a la del espectáculo. Solo los reyes comían viendo un espectáculo donde músicos, escenógrafos, camareros, cocineros, sommelliers, colaboraban al goce del rey o la reina.

Pues bien, entrando en materia, ¡por fin!, dirá el paciente lector, el show de los reyes se transmutó en el de la televisión. Aparece, en algún momento de la programación televisiva mexicana, Máster chef. El amo de la cocina, el maestro cocinero, el gran marmitón. En sus principios, fue una de competencia de cocina creada por Franc Roddam que se originó con la versión del Reino Unido en julio de 1990. Después, dado el éxito del programa se internacionalizó. Lo increíble, entiendo que, por el esnobismo del televidente, es que desde ese tiempo, se convirtió en uno de los más exitosos programas, con niveles de audiencia impresionantemente altos. Ningún programa organizado por tele emisoras competidoras, por más programas que pusieron en el mismo horario, desbancó al formato. Triunfó en todos los países que replicaron la fórmula, en todos donde la iconicidad del chef era vasta y notoria, convirtiendo al gran marmitón en ese sacerdote de la hornilla, del aderezo, de la salsa.

Excepto en… México.

En un principio, TV Azteca, ya aprendida la valoración de audiencia, no solo por vender salas o recámaras, dio en el clavo. La primera temporada de Máster Chef hizo temblar a todos los canales de televisión abierta. Sincronizados con los tres chefs primigenios, la emisión resultó un verdadero éxito. Sin competencias, sin que nadie fustigara sus vestiduras en aras de la supremacía. Los tres chefs del principio de los tiempos, la edad dorada de Máster chef, fueron.

1.-Betty Vázquez, chef propietaria del restaurante El Delfín, ubicado al interior del Hotel Garza Canela, enclavado en el histórico puerto de San Blas, en la Riviera Nayarit.

2.- Benito Molina, dueño y jefe de cocina de tres restaurantes en Ensenada, Baja California, Manzanilla, Silvestre y Muelle tres, cuya cocina se destaca por utilizar producto marítimo local fresco y por su carácter sustentable.

3.- Adrián Herrera, aprendió por su propia mano a cocinar después de haber sido ganadero y escultor. Cambió el taller por la cocina y en 2005 abrió La Fonda San Francisco y continuó con su trayectoria restaurantera con la apertura de El Paso del Norte.

Pues ellos tres hicieron uno de los mejores papeles como jurados. El problema fueron las temporadas siguientes. Ya se volvieron divos, aunque ya lo eran, definitivamente. El chef Benito rompe un plato haciendo un berrinche más digno de Paulina Rubio frente a los azorados participantes que no daban crédito al exabrupto. Fin del chef Benito Molina en Máster chef. Así, las temporadas mexicanas de Máster chef jr., para darle juego a los peques, que también cocinan, y de Celebrity Máster chef no convencieron a nadie. Lo curioso viene a continuación.

En este formato mexicano, se vio, en sus primeras emisiones al menos, que hubo cuidado en el casting, en la elección de elenco o audición. No así en este último bodrio llamado Máster chef jr. 2022. Ninguno de los chicos sabe cocinar ante la desesperación de los jurados actuales, la misma chef Betty Vázquez y José Ramón Castillo quien es reconocido internacionalmente por su gran técnica y pasión en el campo de la chocolatería; sus creaciones son resultado de la imaginación y el descubrimiento científico. Y el otro joven Franco Noriega que se anuncia como el chef más sexi del mundo.

El colmo es el elenco. Ninguno de los niños sabe cocinar. No como en las anteriores emisiones del formato que ya se siente caduco, agotado, desecho por tanto productor que cree sabérselas de todas todas. A más de eso, los niños son voluntariosos, groseros, mal educados, respondones, es decir todo lo que un niño es en estos tiempos de pandemias y concursos. Lo que le enseñan sus padres, realmente. O no. Ante el azoro de una consecuente Tatiana, a quien revivieron del arcón de los recuerdos y una influencer de curioso nombre, Bebeshita, aunque su nombre real es Daniela Alexis Barceló Trillo, los niños se tiran, como adultos, indirectas, frases denostativas, groserías, alardean de opiniones adultas, a más de harina, huevos, panes, en fin, Máster chef jr., no es ya ese momento delicioso donde la familia podía ver otra cosa, algo original que toda la basura que presenta la televisión mexicana de hoy. De siempre, más bien.

No aguanté dos o tres programas ante la actitud veleidosa y malintencionada de los escuincles. Alguien no hizo su trabajo, evidentemente. Alguien no eligió bien o simplemente le dio flojera seleccionar niños que cocinaran. Seleccionó niños hijos de la fábrica de chocolates de Willy Wonka. Y vean cómo acabaron en la novela. Ahí dejo eso. Feliz semana santa.


Note el lector, si es aguzado en observaciones, que uno de los espasmos más curiosos de este comienzo de siglo, es la sobrevaloración del trabajo de chef, esto es del jefe de cocina, el que hace los alimentos o el que vigila cómo se elaboran, el que levanta ollas y vigilando el proceso de cocción de los alimentos. Es el viejo patrón de la taberna, según anuncia ese personaje entrañable de la obra de Zorrilla, Don Juan Tenorio. Es quien ve los vinos, cata los alimentos, define el menú, acomoda a los asistentes, que no solamente son los pinches, sino que la cocina, como un ejército, tiene jerarquías inapelables, órdenes concretas, disposiciones que el chef toma porque anhela que su cocina sea la mejor del mundo.

¿Vio el lector las películas El ala o la pata (1976, Claude Zidi), o Ratatouille (2007, Brad Bird)? En ambas, el chef es protagonista, es quien ya se asoma como ese elemento extraordinarísimo de la vida cotidiana. La sobrevaloración comienza cuando empezamos a oír frases como “somos lo que comemos” o “dime lo que comes y te diré quién eres”. Pareciera que la opinión del chef es santa, guruesca, conocedora. Ahí debo pedirle, artilugista que pasa los ojos por estas líneas, ¿a qué se debe tomar tanto en cuenta la especialización del chef? No es más que el cocinero, así sin más sinónimos acomodaticios. Es quien vigila las ollas, las hornillas, las porciones. Nada que un químico no haga, o un laboratorista consumado. La frivolidad, hija de la indocencia, permeó para que el chef fuera poco menos que un héroe de la cocina, de la vida, de lo que debemos comer. O no. Hagamos un breve análisis.

Los programas de cocina, por ejemplo, no son nada nuevo en México. Chepina Peralta, la primera cocinera de la televisión nacional, dueña de una cálida voz, de una risa hermosa, de un poder de convencimiento enaltecedor, esfumina en su correría muchas recetas de cocina, con lo que tenga usted, señora, agregaba, en su refrigerador. Con eso que veíamos, de niños, en la heladera, Chepina confeccionaba un menú de tres tiempos. Ahora bien, mucho había que agradecerle a la señora Peralta porque efectivamente cocinaba con lo que estaba en la cocina.

Hoy, los chefs dicen lo mismo. Cocinaremos con lo que usted, señora, tiene en la heladera. Saque un pato, agrega el chef. Jajaja, maniática risa. Un pato. Aderécelo con cardamomo, anís de Australia y pistachos fusionados con almendras. ¿Todo eso hay en la cocina de una familia clasemediera, como muchas de las que hay en nuestra ciudad? Qué hermoso seria. Lo cierto es que el chef, o la chef, se han vuelto íconos del buen comer. Se nos olvida, como muchas cosas, que estamos ante una de las actividades más antiguas del mundo.

Ya Escoffier, Vatel, Careme, todos citados por Salvador Novo, chef impresionantemente bueno él mismo, en su obra de teatro La culta dama (1951) escribieron sendos tratados de cocina, donde la paronomasia del comer se adhiere a la del espectáculo. Solo los reyes comían viendo un espectáculo donde músicos, escenógrafos, camareros, cocineros, sommelliers, colaboraban al goce del rey o la reina.

Pues bien, entrando en materia, ¡por fin!, dirá el paciente lector, el show de los reyes se transmutó en el de la televisión. Aparece, en algún momento de la programación televisiva mexicana, Máster chef. El amo de la cocina, el maestro cocinero, el gran marmitón. En sus principios, fue una de competencia de cocina creada por Franc Roddam que se originó con la versión del Reino Unido en julio de 1990. Después, dado el éxito del programa se internacionalizó. Lo increíble, entiendo que, por el esnobismo del televidente, es que desde ese tiempo, se convirtió en uno de los más exitosos programas, con niveles de audiencia impresionantemente altos. Ningún programa organizado por tele emisoras competidoras, por más programas que pusieron en el mismo horario, desbancó al formato. Triunfó en todos los países que replicaron la fórmula, en todos donde la iconicidad del chef era vasta y notoria, convirtiendo al gran marmitón en ese sacerdote de la hornilla, del aderezo, de la salsa.

Excepto en… México.

En un principio, TV Azteca, ya aprendida la valoración de audiencia, no solo por vender salas o recámaras, dio en el clavo. La primera temporada de Máster Chef hizo temblar a todos los canales de televisión abierta. Sincronizados con los tres chefs primigenios, la emisión resultó un verdadero éxito. Sin competencias, sin que nadie fustigara sus vestiduras en aras de la supremacía. Los tres chefs del principio de los tiempos, la edad dorada de Máster chef, fueron.

1.-Betty Vázquez, chef propietaria del restaurante El Delfín, ubicado al interior del Hotel Garza Canela, enclavado en el histórico puerto de San Blas, en la Riviera Nayarit.

2.- Benito Molina, dueño y jefe de cocina de tres restaurantes en Ensenada, Baja California, Manzanilla, Silvestre y Muelle tres, cuya cocina se destaca por utilizar producto marítimo local fresco y por su carácter sustentable.

3.- Adrián Herrera, aprendió por su propia mano a cocinar después de haber sido ganadero y escultor. Cambió el taller por la cocina y en 2005 abrió La Fonda San Francisco y continuó con su trayectoria restaurantera con la apertura de El Paso del Norte.

Pues ellos tres hicieron uno de los mejores papeles como jurados. El problema fueron las temporadas siguientes. Ya se volvieron divos, aunque ya lo eran, definitivamente. El chef Benito rompe un plato haciendo un berrinche más digno de Paulina Rubio frente a los azorados participantes que no daban crédito al exabrupto. Fin del chef Benito Molina en Máster chef. Así, las temporadas mexicanas de Máster chef jr., para darle juego a los peques, que también cocinan, y de Celebrity Máster chef no convencieron a nadie. Lo curioso viene a continuación.

En este formato mexicano, se vio, en sus primeras emisiones al menos, que hubo cuidado en el casting, en la elección de elenco o audición. No así en este último bodrio llamado Máster chef jr. 2022. Ninguno de los chicos sabe cocinar ante la desesperación de los jurados actuales, la misma chef Betty Vázquez y José Ramón Castillo quien es reconocido internacionalmente por su gran técnica y pasión en el campo de la chocolatería; sus creaciones son resultado de la imaginación y el descubrimiento científico. Y el otro joven Franco Noriega que se anuncia como el chef más sexi del mundo.

El colmo es el elenco. Ninguno de los niños sabe cocinar. No como en las anteriores emisiones del formato que ya se siente caduco, agotado, desecho por tanto productor que cree sabérselas de todas todas. A más de eso, los niños son voluntariosos, groseros, mal educados, respondones, es decir todo lo que un niño es en estos tiempos de pandemias y concursos. Lo que le enseñan sus padres, realmente. O no. Ante el azoro de una consecuente Tatiana, a quien revivieron del arcón de los recuerdos y una influencer de curioso nombre, Bebeshita, aunque su nombre real es Daniela Alexis Barceló Trillo, los niños se tiran, como adultos, indirectas, frases denostativas, groserías, alardean de opiniones adultas, a más de harina, huevos, panes, en fin, Máster chef jr., no es ya ese momento delicioso donde la familia podía ver otra cosa, algo original que toda la basura que presenta la televisión mexicana de hoy. De siempre, más bien.

No aguanté dos o tres programas ante la actitud veleidosa y malintencionada de los escuincles. Alguien no hizo su trabajo, evidentemente. Alguien no eligió bien o simplemente le dio flojera seleccionar niños que cocinaran. Seleccionó niños hijos de la fábrica de chocolates de Willy Wonka. Y vean cómo acabaron en la novela. Ahí dejo eso. Feliz semana santa.