/ viernes 15 de marzo de 2024

Artilugios | MANERO DEJÓ LAS CALLES…

El título de este artilugio es un verso que nos decía mucho doña Edith Matus de Sumohano. En él implica que un gobernador dejó calles, otro dejó panteones y otro más dejó a la madre sentada en el malecón. El caso es que siempre el ingenio popular se pasa, se acomoda, se esfuerza en hacernos reír a más de lo terrible o duro que recaiga el ánimo.

Venga esto a cuenta por una disposición del congreso de la ciudad de México en la que, si el ciudadano se siente agredido porque una calle se llama Gustavo Díaz Ordaz o Antonio López de Santa Anna, está en su derecho de comunicarlo a la delegación, ahora municipio, y solicitar que se cambie el nombre, si no de inmediato, lo más pronto posible.

¿A qué obedece este decreto?

Muy simple. La ciudadanía, siempre con buenos sentimientos, no puede ver los nombres horribles de los que traicionaron a la patria. Y la lista es larga. Dice en un lugar dicho decreto.

“A nivel nacional existen cientos de calles con el nombre de conquistadores como Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval o Nuño de Guzmán.

La ciudadanía ha señalado que a estas calles se les debería de cambiar de nombre, porque la conquista se realizó mediante innumerables crímenes y atropellos. Los ciudadanos refieren que los nombres de esas calles no los representan y que no fueron consultados para determinar dicha nomenclatura, lo que, es más, suponen que la nomenclatura fue propuesta por los desarrolladores o bien elegida de manera arbitraria por las autoridades administrativas.”

Es decir, los ciudadanos se inconforman otra vez con lo que la Historia dejó. Los nombres de estos villanos lesionan la imagen, el aprecio, la concordia entre los habitantes. Y cuál es el remedio. Claro. Cambiar dicha nomenclatura para que los nuevos nombres correspondan al ideario moderno, a lo políticamente correcto, a lo que sí eleva el contexto histórico, sociológico, cultural de los mexicanos. De los nuevos mexicanos, estaría bueno señalar.

Habrase visto, diría don Manuel Sánchez Mármol de haberlo dicho. Yo que sí puedo decirlo, lo digo. Podemos borrar de un plumazo lo que la Historia fue. Como dicen los chicos ahora, Ya fue. Porque ¿cómo voy a decir que vivo en Hernán Cortés esquina con Porfirio Díaz entre Luis Echeverría y Miguel Miramón? Jejeje. Es de risa loca.

Esto ya no se llama intolerancia. Esto se llama ignorancia. ¿Estamos tan dañados que lo que pasó porque pasó nos ofende? Obviamente, el genocidio debe castigarse. Los crímenes de lesa Humanidad deben ser analizados y no volver a cometerlo.

Recuerde el lector esa novela hermosa de Bernard Schlink donde una mujer prefiere la cárcel de por vida a aceptar que no sabe leer. Ella cargó con los crímenes de un campo de concentración, con los muertos y con la cobardía de sus colegas porque no quiso leer el acta presentada. Prefirió la muerte porque al final acaba suicidándose. Prefirió no volver a saber nada. El título de la novela es El lector.

Volviendo a la nomenclatura, ¿qué podemos esperar si los presidentes municipales, alcaldes y regidores evaden meterse a ello para no meterse en broncas?

Aquí en Tabasco no cantamos mal las rancheras, diría Chavela Vargas, que por cierto es nominada para que una calle, o dos, lleven su nombre. Por ejemplo. La calle de Sáenz en el centro dice así nomás “Calle de Sáenz”. Si nos ponemos a indagar, encontraremos que muchos transeúntes confunden a este Narciso Sáenz con Manuel Gil y Sáenz que tiene una calle más allá que cruza Méndez e igualmente se nombra una colonia que antes se llamó colonia Del Águila, por la neoencomendera Hilda del Águila, dueña de la mayoría de ese predio.

Otro caso. En la esquina de Hidalgo y la biblioteca José Martí se admira el letrero que da nombre a la calle. A. Chirica. Cuando pregunté al que homenajeaba quién era el susodicho me miró con esa carita que ponen los funcionarios públicos pillados en falta. ¿Quién va a ser? El almirante Chirica. Perdón, dije a mi vez, pero el señor se llamaba Humberto Achirica Aguilar. De dónde sacó el ayuntamiento eso de A. Chirica. ¿No se llamaba Alfonso? Dejé de hablar con él porque en tinaja vacía no entran moscas. En fin.

Eso sí, como en muchos otros casos, Tabasco es pionero en las lides de equidad de género. Tenemos una calle que se llama Doña Fidencia porque el gobernador Tomás Garrido le quitó el nombre anterior, Doña Marina, la traidora, la terrible, la mujer que vendió a su país por el amor de un español. Y Garrido no se anduvo por las ramas. Quitó nombre y todo, homenajeó a Fidencia Fernández Sastré-Veraud y creó un mito. Nomás por eso, Tomás Garrido debería ser ascendido a santo, con perdón del mismo Garrido.

Creo que el mismo Tomás Garrido no tiene una calle que lo ensalce. ¿O sí? Encuentro una por allá por Cárdenas y otra por Comalcalco. Ninguna calle en Villahermosa que lo magnifique como el creador del Tabasco moderno. Nuevamente caemos en la víscera antes que en la lógica. O en lo políticamente correcto. Y ninguna de las dos cosas lleva a buen puerto. Nos dio por ser buenitos. Caímos en la ignorancia. Y la ignorancia es muy mala consejera.

Nos dio por ser correctos. Mueran los tiranos. Viva la democracia. Y los tiranos se solapan tras esos mismos slogans y la democracia se difumina entre sombras de certezas violentadas. No escribiré más. O bueno sí, una línea o dos más.

¿Conoce el lector alguna calle en Villahermosa al menos que merezca cambiar de nombre? No dude. Haga valer los derechos que le da la Constitución y tire el membrete. Después, entérese quién fue el eliminado, seguramente un X, como dicen ahora los chicos.

Los chicos de ahora que no dan nombres de calles porque no se les enseña. Porque a ellos no les interesa. Dicen como referencia, En la esquina hay un OXXO. O Aquí derechito hasta topar con pared. O Al final hay una curvita.

Los héroes se fueron. Quedamos los de la mediocridad triunfante.

El título de este artilugio es un verso que nos decía mucho doña Edith Matus de Sumohano. En él implica que un gobernador dejó calles, otro dejó panteones y otro más dejó a la madre sentada en el malecón. El caso es que siempre el ingenio popular se pasa, se acomoda, se esfuerza en hacernos reír a más de lo terrible o duro que recaiga el ánimo.

Venga esto a cuenta por una disposición del congreso de la ciudad de México en la que, si el ciudadano se siente agredido porque una calle se llama Gustavo Díaz Ordaz o Antonio López de Santa Anna, está en su derecho de comunicarlo a la delegación, ahora municipio, y solicitar que se cambie el nombre, si no de inmediato, lo más pronto posible.

¿A qué obedece este decreto?

Muy simple. La ciudadanía, siempre con buenos sentimientos, no puede ver los nombres horribles de los que traicionaron a la patria. Y la lista es larga. Dice en un lugar dicho decreto.

“A nivel nacional existen cientos de calles con el nombre de conquistadores como Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval o Nuño de Guzmán.

La ciudadanía ha señalado que a estas calles se les debería de cambiar de nombre, porque la conquista se realizó mediante innumerables crímenes y atropellos. Los ciudadanos refieren que los nombres de esas calles no los representan y que no fueron consultados para determinar dicha nomenclatura, lo que, es más, suponen que la nomenclatura fue propuesta por los desarrolladores o bien elegida de manera arbitraria por las autoridades administrativas.”

Es decir, los ciudadanos se inconforman otra vez con lo que la Historia dejó. Los nombres de estos villanos lesionan la imagen, el aprecio, la concordia entre los habitantes. Y cuál es el remedio. Claro. Cambiar dicha nomenclatura para que los nuevos nombres correspondan al ideario moderno, a lo políticamente correcto, a lo que sí eleva el contexto histórico, sociológico, cultural de los mexicanos. De los nuevos mexicanos, estaría bueno señalar.

Habrase visto, diría don Manuel Sánchez Mármol de haberlo dicho. Yo que sí puedo decirlo, lo digo. Podemos borrar de un plumazo lo que la Historia fue. Como dicen los chicos ahora, Ya fue. Porque ¿cómo voy a decir que vivo en Hernán Cortés esquina con Porfirio Díaz entre Luis Echeverría y Miguel Miramón? Jejeje. Es de risa loca.

Esto ya no se llama intolerancia. Esto se llama ignorancia. ¿Estamos tan dañados que lo que pasó porque pasó nos ofende? Obviamente, el genocidio debe castigarse. Los crímenes de lesa Humanidad deben ser analizados y no volver a cometerlo.

Recuerde el lector esa novela hermosa de Bernard Schlink donde una mujer prefiere la cárcel de por vida a aceptar que no sabe leer. Ella cargó con los crímenes de un campo de concentración, con los muertos y con la cobardía de sus colegas porque no quiso leer el acta presentada. Prefirió la muerte porque al final acaba suicidándose. Prefirió no volver a saber nada. El título de la novela es El lector.

Volviendo a la nomenclatura, ¿qué podemos esperar si los presidentes municipales, alcaldes y regidores evaden meterse a ello para no meterse en broncas?

Aquí en Tabasco no cantamos mal las rancheras, diría Chavela Vargas, que por cierto es nominada para que una calle, o dos, lleven su nombre. Por ejemplo. La calle de Sáenz en el centro dice así nomás “Calle de Sáenz”. Si nos ponemos a indagar, encontraremos que muchos transeúntes confunden a este Narciso Sáenz con Manuel Gil y Sáenz que tiene una calle más allá que cruza Méndez e igualmente se nombra una colonia que antes se llamó colonia Del Águila, por la neoencomendera Hilda del Águila, dueña de la mayoría de ese predio.

Otro caso. En la esquina de Hidalgo y la biblioteca José Martí se admira el letrero que da nombre a la calle. A. Chirica. Cuando pregunté al que homenajeaba quién era el susodicho me miró con esa carita que ponen los funcionarios públicos pillados en falta. ¿Quién va a ser? El almirante Chirica. Perdón, dije a mi vez, pero el señor se llamaba Humberto Achirica Aguilar. De dónde sacó el ayuntamiento eso de A. Chirica. ¿No se llamaba Alfonso? Dejé de hablar con él porque en tinaja vacía no entran moscas. En fin.

Eso sí, como en muchos otros casos, Tabasco es pionero en las lides de equidad de género. Tenemos una calle que se llama Doña Fidencia porque el gobernador Tomás Garrido le quitó el nombre anterior, Doña Marina, la traidora, la terrible, la mujer que vendió a su país por el amor de un español. Y Garrido no se anduvo por las ramas. Quitó nombre y todo, homenajeó a Fidencia Fernández Sastré-Veraud y creó un mito. Nomás por eso, Tomás Garrido debería ser ascendido a santo, con perdón del mismo Garrido.

Creo que el mismo Tomás Garrido no tiene una calle que lo ensalce. ¿O sí? Encuentro una por allá por Cárdenas y otra por Comalcalco. Ninguna calle en Villahermosa que lo magnifique como el creador del Tabasco moderno. Nuevamente caemos en la víscera antes que en la lógica. O en lo políticamente correcto. Y ninguna de las dos cosas lleva a buen puerto. Nos dio por ser buenitos. Caímos en la ignorancia. Y la ignorancia es muy mala consejera.

Nos dio por ser correctos. Mueran los tiranos. Viva la democracia. Y los tiranos se solapan tras esos mismos slogans y la democracia se difumina entre sombras de certezas violentadas. No escribiré más. O bueno sí, una línea o dos más.

¿Conoce el lector alguna calle en Villahermosa al menos que merezca cambiar de nombre? No dude. Haga valer los derechos que le da la Constitución y tire el membrete. Después, entérese quién fue el eliminado, seguramente un X, como dicen ahora los chicos.

Los chicos de ahora que no dan nombres de calles porque no se les enseña. Porque a ellos no les interesa. Dicen como referencia, En la esquina hay un OXXO. O Aquí derechito hasta topar con pared. O Al final hay una curvita.

Los héroes se fueron. Quedamos los de la mediocridad triunfante.