/ viernes 9 de febrero de 2024

Artilugios | De toros y otras bestias luminosas.

En un momento me puse a pensar en que, si te agarrase con sus dientes una pierna un cocodrilo, de esos feroces que hay aquí por la laguna de las Ilusiones, te daría unas vueltas antes de sumergirte hasta las profundidades donde tiene su mansión. Boquearías, gritarías, manotearías. De repente, abrirías los ojos para darte cuenta, sin terror ninguno porque la Muerte no conoce de terrores, conoce de momentos, que estás dentro de la alacena del saurio reservado para ser comido dentro de algunos días.

En la novela La montaña de luz, del escritor Emilio Salgari (1862-1911) el cazador blanco cuenta como mata a una tigresa. La cría salió de entre los matorrales y al ver al tigrillo indefenso, el cazador lo lleva a su casa y lo mantiene con una dieta de leche y verduras. Así pasaron algunos años. El cachorro seguía a todas partes al cazador blanco, era como una enorme mascota. En otra correría el cazador es herido por un arma.

El cazador se pone en la herida un pedazo de carne cruda. El tigrillo se acerca. El cazador vio los ojos inyectados en sangre por la carne fresca. Para no ser prejuicioso, el cazador blanco ofrece la herida al animal que de inmediato lame con delicadeza. De pronto, el hombre nota que su mascota no solo pasa la rasposa lengua sino que hinca los dientes, como tomando confianza. Toma el hombre su escopeta y sorraja un tiro en la frente de la bestia.

En algún capítulo de El chavo del 8, el profesor Jirafales (el actor Rubén Aguirre) pregunta a don Ramón (Ramón Valdez) que si sabe quién inventó las corridas de toros. Claro, contesta el zafio, Manolete. No, señor, responde el profesor, fueron los habitantes de la isla de Creta, en Grecia. Ah, claro, contesta don Ramón, los cretinos. Los cretenses, replica el profesor ya algo harto de tanta ignorancia.

Se prohibieron en México las corridas de toros. Y no fue así estrictamente prohibido el asunto. Se cerró la plaza México. No ponderaré las delicias de esta plaza o alguna de sus cualidades. Vamos a lo medular. Ante el inminente reinicio de las actividades de la plaza, obviamente un lugar que alberga corridas de toros pues debe tener corridas de toros. Los defensores de la animalidad hicieron presencia insultando a los mataores, a los criadores de ganado, en fin a todo aquel que tuviera que ver con los excesos.

A raíz de estos hechos, se cerró nuevamente la plaza de toros y se sumergió la audiencia en el artero debate, otra vez, de si son malas o buenas las corridas de toros.

De entrada, es verdad. El sufrimiento del animal es terrible. Otra, pocos toros son indultados por su buena actuación, que se da. Otra, que es un crimen ver el espectáculo.

Aclaro, no soy fan de las corridas de toros. Ni por su antropología implícita, ni por sus creativas dolencias de las suertes del torero, que no “toreador” como canta un personaje de la ópera Carmen. Eso sí, me parece que se exagera con el aspaviento. Habiendo cosas más importantes que la rechifla a toreros y ganaderos, hay otros animalitos que sufren de manera cruenta los excesos con que los trata la industria embellecedora. La prueba de lápices de labios, de rímel, de otros maquillajes es de verdad un aberrante caos. ¿Porqué no protestan los ambientalistas contra eso? Será porque los ratones no están en peligro de extinción. O será porque los chimpancés son solo divertidos. O será porque las martas, ratas, pájaros en esos laboratorios en el que les realizan pruebas no solo dolorosas sino crueles, o esos perros que son lanzados al espacio no sienten, no son vistosos. Viste más decirle sus cosas al emporio ganadero.

Le propongo un ejercicio, si es de los protestantes, de los que protestan contra las corridas de toros. Tengan un toro de lidia como mascota, llévenlo a su casa, edúquenlo para que no cague la sala o los jardines, para que calme su temperamento. Ah, verdad. Se les explica que el toro de lidia está criado específicamente para eso. No lo oyen, insisten en la crueldad mientras no ven los muchos, muchos crímenes que comete el sector de narcos, secuestradores, terroristas. Las industrias son crueles, tanto las ganaderas como las maquilladoras. Ver hacia un lado es correcto, pero Dios nos dio dos ojos. Dos manos, oídos, dos pies. Un solo corazón eso sí.

Creer que la protesta será lo que salvará al mundo es loable. En base a protestas de diferentes medios, se solucionaron hitos históricos más terribles, la revolución francesa o la mexicana, la soviética o la cubana. No puedo estar en contra de ellas. ¿Qué beneficio traerá que se exterminen las corridas de toros? Tener más toros que acabarán siendo comidos. Extremistas arrojan sangre a las damas que lucen sus abrigos de visón en algún evento o fiesta social. Se quejan del consumo ilegal de los quelonios, de los caracoles, de las razas que peligran. Se ha prohibido el consumo de la biznaga porque es una planta también en peligro de extinción. Muchas cosas suceden en este mundo a raíz de la toma de conciencia. Solo que la toma de conciencia pacta con el ser a modo.

Capaz que algún día se prohíben los refranes como aquel de Matar dos pájaros de un tiro, que hay ya la propuesta que se diga Dar de comer a dos pájaros al mismo tiempo. O ese otro que dice, Tanto peca el que mata la vaca como el que le jala la pata. Deberíamos decir, Tanto peca el que goza con saborear un filete como el que lo adereza con hierbas finas, vino o champiñones. ¿Qué cosas no?, diría otro personaje del Chavo del 8.

Lo cierto es que abundan los percances en que se quiere matar un animalito porque siempre habrá uno de esos que se fijan en la paja en el ojo ajeno. Ya sea corrida de toros, ya sea perritos maltratados. Qué les diré.

Volvamos la vista a esa obra interesantísima donde un hombre muere durante una corrida de toros. No por torear, sino por algo peor. Me ciño a lo dicho por nuestro amigo Ángel Vega.

“Un hombre llega a Villahermosa, entonces San Juan Bautista, a morir. Su empresa era realizar el mismo acto que hizo durante muchos años, en otros sitios, en otras plazas. El acto era ser enterrado en un ataúd de cristal mientras transcurría la corrida de toros sobre él. Hubo disposiciones por si acaso, que no se siguieron.”

El caso del faquir Alí Ben Hurr era uno de los más espectaculares de esos tiempos. Se le enterraba vivo en medio de la plaza de toros y ahí permanencia, muerto por sus artes de faquir. Cuando concluía la corrida, era desenterrado para revivir en la mejor de sus condiciones. Ángel Vega da cuenta de ello en un hermoso texto, investigado acuciosamente, como los buenos periodistas.

Bueno, este artilugio es para desentrañar o enmarañar esos menesteres de la corrida de toros. Un caso muy embrollado, pues donde entra el gusto se acaba lo justo. Es cuanto.

En un momento me puse a pensar en que, si te agarrase con sus dientes una pierna un cocodrilo, de esos feroces que hay aquí por la laguna de las Ilusiones, te daría unas vueltas antes de sumergirte hasta las profundidades donde tiene su mansión. Boquearías, gritarías, manotearías. De repente, abrirías los ojos para darte cuenta, sin terror ninguno porque la Muerte no conoce de terrores, conoce de momentos, que estás dentro de la alacena del saurio reservado para ser comido dentro de algunos días.

En la novela La montaña de luz, del escritor Emilio Salgari (1862-1911) el cazador blanco cuenta como mata a una tigresa. La cría salió de entre los matorrales y al ver al tigrillo indefenso, el cazador lo lleva a su casa y lo mantiene con una dieta de leche y verduras. Así pasaron algunos años. El cachorro seguía a todas partes al cazador blanco, era como una enorme mascota. En otra correría el cazador es herido por un arma.

El cazador se pone en la herida un pedazo de carne cruda. El tigrillo se acerca. El cazador vio los ojos inyectados en sangre por la carne fresca. Para no ser prejuicioso, el cazador blanco ofrece la herida al animal que de inmediato lame con delicadeza. De pronto, el hombre nota que su mascota no solo pasa la rasposa lengua sino que hinca los dientes, como tomando confianza. Toma el hombre su escopeta y sorraja un tiro en la frente de la bestia.

En algún capítulo de El chavo del 8, el profesor Jirafales (el actor Rubén Aguirre) pregunta a don Ramón (Ramón Valdez) que si sabe quién inventó las corridas de toros. Claro, contesta el zafio, Manolete. No, señor, responde el profesor, fueron los habitantes de la isla de Creta, en Grecia. Ah, claro, contesta don Ramón, los cretinos. Los cretenses, replica el profesor ya algo harto de tanta ignorancia.

Se prohibieron en México las corridas de toros. Y no fue así estrictamente prohibido el asunto. Se cerró la plaza México. No ponderaré las delicias de esta plaza o alguna de sus cualidades. Vamos a lo medular. Ante el inminente reinicio de las actividades de la plaza, obviamente un lugar que alberga corridas de toros pues debe tener corridas de toros. Los defensores de la animalidad hicieron presencia insultando a los mataores, a los criadores de ganado, en fin a todo aquel que tuviera que ver con los excesos.

A raíz de estos hechos, se cerró nuevamente la plaza de toros y se sumergió la audiencia en el artero debate, otra vez, de si son malas o buenas las corridas de toros.

De entrada, es verdad. El sufrimiento del animal es terrible. Otra, pocos toros son indultados por su buena actuación, que se da. Otra, que es un crimen ver el espectáculo.

Aclaro, no soy fan de las corridas de toros. Ni por su antropología implícita, ni por sus creativas dolencias de las suertes del torero, que no “toreador” como canta un personaje de la ópera Carmen. Eso sí, me parece que se exagera con el aspaviento. Habiendo cosas más importantes que la rechifla a toreros y ganaderos, hay otros animalitos que sufren de manera cruenta los excesos con que los trata la industria embellecedora. La prueba de lápices de labios, de rímel, de otros maquillajes es de verdad un aberrante caos. ¿Porqué no protestan los ambientalistas contra eso? Será porque los ratones no están en peligro de extinción. O será porque los chimpancés son solo divertidos. O será porque las martas, ratas, pájaros en esos laboratorios en el que les realizan pruebas no solo dolorosas sino crueles, o esos perros que son lanzados al espacio no sienten, no son vistosos. Viste más decirle sus cosas al emporio ganadero.

Le propongo un ejercicio, si es de los protestantes, de los que protestan contra las corridas de toros. Tengan un toro de lidia como mascota, llévenlo a su casa, edúquenlo para que no cague la sala o los jardines, para que calme su temperamento. Ah, verdad. Se les explica que el toro de lidia está criado específicamente para eso. No lo oyen, insisten en la crueldad mientras no ven los muchos, muchos crímenes que comete el sector de narcos, secuestradores, terroristas. Las industrias son crueles, tanto las ganaderas como las maquilladoras. Ver hacia un lado es correcto, pero Dios nos dio dos ojos. Dos manos, oídos, dos pies. Un solo corazón eso sí.

Creer que la protesta será lo que salvará al mundo es loable. En base a protestas de diferentes medios, se solucionaron hitos históricos más terribles, la revolución francesa o la mexicana, la soviética o la cubana. No puedo estar en contra de ellas. ¿Qué beneficio traerá que se exterminen las corridas de toros? Tener más toros que acabarán siendo comidos. Extremistas arrojan sangre a las damas que lucen sus abrigos de visón en algún evento o fiesta social. Se quejan del consumo ilegal de los quelonios, de los caracoles, de las razas que peligran. Se ha prohibido el consumo de la biznaga porque es una planta también en peligro de extinción. Muchas cosas suceden en este mundo a raíz de la toma de conciencia. Solo que la toma de conciencia pacta con el ser a modo.

Capaz que algún día se prohíben los refranes como aquel de Matar dos pájaros de un tiro, que hay ya la propuesta que se diga Dar de comer a dos pájaros al mismo tiempo. O ese otro que dice, Tanto peca el que mata la vaca como el que le jala la pata. Deberíamos decir, Tanto peca el que goza con saborear un filete como el que lo adereza con hierbas finas, vino o champiñones. ¿Qué cosas no?, diría otro personaje del Chavo del 8.

Lo cierto es que abundan los percances en que se quiere matar un animalito porque siempre habrá uno de esos que se fijan en la paja en el ojo ajeno. Ya sea corrida de toros, ya sea perritos maltratados. Qué les diré.

Volvamos la vista a esa obra interesantísima donde un hombre muere durante una corrida de toros. No por torear, sino por algo peor. Me ciño a lo dicho por nuestro amigo Ángel Vega.

“Un hombre llega a Villahermosa, entonces San Juan Bautista, a morir. Su empresa era realizar el mismo acto que hizo durante muchos años, en otros sitios, en otras plazas. El acto era ser enterrado en un ataúd de cristal mientras transcurría la corrida de toros sobre él. Hubo disposiciones por si acaso, que no se siguieron.”

El caso del faquir Alí Ben Hurr era uno de los más espectaculares de esos tiempos. Se le enterraba vivo en medio de la plaza de toros y ahí permanencia, muerto por sus artes de faquir. Cuando concluía la corrida, era desenterrado para revivir en la mejor de sus condiciones. Ángel Vega da cuenta de ello en un hermoso texto, investigado acuciosamente, como los buenos periodistas.

Bueno, este artilugio es para desentrañar o enmarañar esos menesteres de la corrida de toros. Un caso muy embrollado, pues donde entra el gusto se acaba lo justo. Es cuanto.