/ jueves 16 de marzo de 2023

Rincón de Luz | ¿Nos hemos hecho insensibles ante el horror?

Hace un par de semanas me hicieron el favor de regalarme un pequeño libro de bolsillo y en su caratula trasera decía “En el verano de 2006, los caminos de Tabasco se empezaron a llenar de cadáveres” ¿podría ser una pequeña novela histórica? Claro que podría serlo, pero no lo era: era un pequeño documento histórico. Las 12 historias a que estaba a punto de leer eran 12 historias rigurosamente ciertas, habían sucedido en la tierra donde yo nací, no eran ficción aunque por su crudeza pareciera que sí lo eran en algunos momentos.

Yo entiendo por costumbre la repetición consciente o inconsciente de actos cotidianos. Aquí me refiero al mero hecho de abrir el periódico todos los días, empezar por los titulares, repasar “a ojo de buen cubero” que tal ha ido el día anterior… En mi casa siempre se ha recibido la prensa impresa y así sigue siendo hasta el día de hoy en casa de mi madre y en mi nuevo hogar familiar, así que esta costumbre ya me era familiar cuando la tecnología no había llegado de forma casi urgente a nuestras vidas como hoy día, esto es, ahora puedo leer en línea cualquier noticia de actualidad, verla con mis ojos a través del teléfono, oír sus lamentos y en ocasiones pasar a otra noticia casi sin reparar en el horror que se está produciendo para los actores y para nosotros que abrimos esa puerta para esta información. Ahora no hay filtro y yo sigo leyendo las noticias locales, regionales, nacionales y las internacionales y me doy cuenta que el impacto que me producen no es el mismo que me producían cuando el horror del crimen organizado se democratizó en nuestro país. Ángel Vega, autor de “Narco Guerra en el Edén” recuerda la primera vez que yo oímos sobre “cabezas decapitadas” dejadas frente a Seguridad publica aquel 19 de marzo en Villahermosa o, dentro de una hielera frente al diario Tabasco Hoy dos meses después. ¿Estaba pasando esto en mi pueblón? Wow, en esta ciudad donde no pasaba nada y apenas unos meses antes podías seguir saliendo en las noches sola, con las amigas y volver a casa sola también en tu coche después de una cena tranquila. No vivíamos con miedo. Esas horrendas historias y noticias nos parecían muy lejanas, solo podrías encontrarlas en el apartado de sucesos en el periódico local y deberían suceder en lugares lejanos. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo responde más allá de nuestro control. Si estamos muy asustados, se nos escapan los gritos y se nos crispan los músculos, llegando a clavarnos las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños e, incluso, soltando un guamazo a quien tenemos cerca. El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos de la nuca de punta. Así vivimos aquello y fuimos poco a poco acostumbrándonos a las escenas escabrosas, a ver en los noticieros como una madre lloraba el asesinato salvaje a uno de los presuntos delincuentes, miramos con curiosidad sus vidas, nos preguntamos cómo pudieron llegar a ese extremo de ambos lados, Dios nos libre se conocer los entresijos de ese mundo de cerca pero es verdad que lo que era impensable se volvió una cotidianeidad.

Durante los últimos años en nuestro país, un sinnúmero de investigadores ha fijado su atención en la salud mental de periodistas, sobre todo, en la de aquellos que –eventual o sistemáticamente– reportan y trabajan en escenarios traumáticos —desastres naturales o producidos por el ser humano. ¿Qué pasa en el caso de nosotros los ciudadanos de a pie? El estrés postraumático es un trastorno que se presenta como resultado de haber estado expuesto a uno o más traumas, ya sean directos o indirectos. Dichos acontecimientos pueden ser de carácter violento (como las guerras, asesinatos, actos terroristas, casos de tortura, etc.) o contingentes (como desastres naturales, incendios involuntarios, accidentes que ponen en riesgo la vida, etc.).

“Por ejemplo, las víctimas directas de delitos como el secuestro sufren violencia instrumental para ser sometidas e intimidar a sus familias, así como violencia orientada a su humillación y desvalorización (Yam y Trujano, 2016).

En este tipo de delitos se han reportado reacciones cognitivas (alteración de la memoria y la concentración, desorientación, pensamientos intrusivos, negación, hipervigilancia y alta activación), emocionales (shock y embotamiento, miedo, ansiedad, desesperanza, disociación, ira, depresión y culpa), así como sociales, que incluyen aislamiento y evitación (Alexander y Klein, 2009). Además de la aparición de problemas de salud, existe una alta prevalencia de trastorno de estrés postraumático (TEP) y trastorno depresivo mayor (Favaro, Degortes, Colombo y Santonastaso, 2000)” www.redalyc.org .

El resultado en las familias no es favorecedor, el convivir directa o indirectamente con el miedo hace que la familia vaya diseñando una nueva realidad, estas familias viven una sensación permanente y casi de por vida de sentirse constantemente vigilados. Al igual que las enfermedades contagiosas, la violencia es propensa a atacar a las poblaciones más vulnerables quienes se ven con mayor riesgo de ser afectados a su salud. Así mismo, la violencia es ejercida con el objetivo de silenciar las denuncias y los reclamos de verdad y justicia por parte de familiares de las víctimas.

¿Cómo responde nuestro cerebro a situaciones extremas que se prolongan en el tiempo? ¿Podemos asumir dentro de la normalidad la violencia, el terrorismo, la exclusión social, el maltrato, el abuso infantil u otras circunstancias extremas? Nuestro cerebro está configurado para sobrevivir a las situaciones extremas, pero su respuesta varía en función de diversos factores. . En este sentido aparecen los fantasmas de la resignación y de la ingenuidad. ¿Debemos resignarnos a la violencia inevitable y feroz? nuestro cerebro parece decir que sí, que deberíamos.

La violencia y sus diversas manifestaciones destruyen la confianza de una comunidad, impactan negativamente en el bienestar de las personas y permiten el surgimiento de nuevas violencias, unas más silenciosas que otras, y muchas veces invisibles, por largo tiempo, antes que seamos capaces de evidenciar el daño. Para reflexionar, ¿El duelo social, colectivo y público está dirigido sólo a las víctimas y a los afectados de manera directa por las violencias y las guerras?

ILEANA MARITZA BOLIO IBARRA

TANATOLOGA CERTIFICADA

CONTACTO PARA CONSULTAS AL WHATSAPP +52 99 33 117879

Hace un par de semanas me hicieron el favor de regalarme un pequeño libro de bolsillo y en su caratula trasera decía “En el verano de 2006, los caminos de Tabasco se empezaron a llenar de cadáveres” ¿podría ser una pequeña novela histórica? Claro que podría serlo, pero no lo era: era un pequeño documento histórico. Las 12 historias a que estaba a punto de leer eran 12 historias rigurosamente ciertas, habían sucedido en la tierra donde yo nací, no eran ficción aunque por su crudeza pareciera que sí lo eran en algunos momentos.

Yo entiendo por costumbre la repetición consciente o inconsciente de actos cotidianos. Aquí me refiero al mero hecho de abrir el periódico todos los días, empezar por los titulares, repasar “a ojo de buen cubero” que tal ha ido el día anterior… En mi casa siempre se ha recibido la prensa impresa y así sigue siendo hasta el día de hoy en casa de mi madre y en mi nuevo hogar familiar, así que esta costumbre ya me era familiar cuando la tecnología no había llegado de forma casi urgente a nuestras vidas como hoy día, esto es, ahora puedo leer en línea cualquier noticia de actualidad, verla con mis ojos a través del teléfono, oír sus lamentos y en ocasiones pasar a otra noticia casi sin reparar en el horror que se está produciendo para los actores y para nosotros que abrimos esa puerta para esta información. Ahora no hay filtro y yo sigo leyendo las noticias locales, regionales, nacionales y las internacionales y me doy cuenta que el impacto que me producen no es el mismo que me producían cuando el horror del crimen organizado se democratizó en nuestro país. Ángel Vega, autor de “Narco Guerra en el Edén” recuerda la primera vez que yo oímos sobre “cabezas decapitadas” dejadas frente a Seguridad publica aquel 19 de marzo en Villahermosa o, dentro de una hielera frente al diario Tabasco Hoy dos meses después. ¿Estaba pasando esto en mi pueblón? Wow, en esta ciudad donde no pasaba nada y apenas unos meses antes podías seguir saliendo en las noches sola, con las amigas y volver a casa sola también en tu coche después de una cena tranquila. No vivíamos con miedo. Esas horrendas historias y noticias nos parecían muy lejanas, solo podrías encontrarlas en el apartado de sucesos en el periódico local y deberían suceder en lugares lejanos. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo responde más allá de nuestro control. Si estamos muy asustados, se nos escapan los gritos y se nos crispan los músculos, llegando a clavarnos las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños e, incluso, soltando un guamazo a quien tenemos cerca. El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos de la nuca de punta. Así vivimos aquello y fuimos poco a poco acostumbrándonos a las escenas escabrosas, a ver en los noticieros como una madre lloraba el asesinato salvaje a uno de los presuntos delincuentes, miramos con curiosidad sus vidas, nos preguntamos cómo pudieron llegar a ese extremo de ambos lados, Dios nos libre se conocer los entresijos de ese mundo de cerca pero es verdad que lo que era impensable se volvió una cotidianeidad.

Durante los últimos años en nuestro país, un sinnúmero de investigadores ha fijado su atención en la salud mental de periodistas, sobre todo, en la de aquellos que –eventual o sistemáticamente– reportan y trabajan en escenarios traumáticos —desastres naturales o producidos por el ser humano. ¿Qué pasa en el caso de nosotros los ciudadanos de a pie? El estrés postraumático es un trastorno que se presenta como resultado de haber estado expuesto a uno o más traumas, ya sean directos o indirectos. Dichos acontecimientos pueden ser de carácter violento (como las guerras, asesinatos, actos terroristas, casos de tortura, etc.) o contingentes (como desastres naturales, incendios involuntarios, accidentes que ponen en riesgo la vida, etc.).

“Por ejemplo, las víctimas directas de delitos como el secuestro sufren violencia instrumental para ser sometidas e intimidar a sus familias, así como violencia orientada a su humillación y desvalorización (Yam y Trujano, 2016).

En este tipo de delitos se han reportado reacciones cognitivas (alteración de la memoria y la concentración, desorientación, pensamientos intrusivos, negación, hipervigilancia y alta activación), emocionales (shock y embotamiento, miedo, ansiedad, desesperanza, disociación, ira, depresión y culpa), así como sociales, que incluyen aislamiento y evitación (Alexander y Klein, 2009). Además de la aparición de problemas de salud, existe una alta prevalencia de trastorno de estrés postraumático (TEP) y trastorno depresivo mayor (Favaro, Degortes, Colombo y Santonastaso, 2000)” www.redalyc.org .

El resultado en las familias no es favorecedor, el convivir directa o indirectamente con el miedo hace que la familia vaya diseñando una nueva realidad, estas familias viven una sensación permanente y casi de por vida de sentirse constantemente vigilados. Al igual que las enfermedades contagiosas, la violencia es propensa a atacar a las poblaciones más vulnerables quienes se ven con mayor riesgo de ser afectados a su salud. Así mismo, la violencia es ejercida con el objetivo de silenciar las denuncias y los reclamos de verdad y justicia por parte de familiares de las víctimas.

¿Cómo responde nuestro cerebro a situaciones extremas que se prolongan en el tiempo? ¿Podemos asumir dentro de la normalidad la violencia, el terrorismo, la exclusión social, el maltrato, el abuso infantil u otras circunstancias extremas? Nuestro cerebro está configurado para sobrevivir a las situaciones extremas, pero su respuesta varía en función de diversos factores. . En este sentido aparecen los fantasmas de la resignación y de la ingenuidad. ¿Debemos resignarnos a la violencia inevitable y feroz? nuestro cerebro parece decir que sí, que deberíamos.

La violencia y sus diversas manifestaciones destruyen la confianza de una comunidad, impactan negativamente en el bienestar de las personas y permiten el surgimiento de nuevas violencias, unas más silenciosas que otras, y muchas veces invisibles, por largo tiempo, antes que seamos capaces de evidenciar el daño. Para reflexionar, ¿El duelo social, colectivo y público está dirigido sólo a las víctimas y a los afectados de manera directa por las violencias y las guerras?

ILEANA MARITZA BOLIO IBARRA

TANATOLOGA CERTIFICADA

CONTACTO PARA CONSULTAS AL WHATSAPP +52 99 33 117879