El escritor Rudyard Kipling fue Premio Nobel de Literatura en 1907 y de él se decía que, después de Shakespeare, era el único británico que escribía con todo el diccionario. ¡Y qué cosas decía! Y después de haber pasado tantas décadas siguen siendo perfectamente actuales.
“Triunfo y derrota pueden ser efectivamente unos grandes impostores. Es fácil estar comprometido con una causa cuando las cosas van bien, cuando el viento sopla a favor, pero no es lo mismo cuando se complican, y es entonces cuando se muestra la calidad de las personas y su compromiso con los valores que las inspiran”. Por eso Kipling recomienda la misma templanza ante los fracasos o ante los triunfos, pues ambos tienen una gran capacidad de deslumbrarnos o seducirnos.
Ante el éxito de MORENA en los últimos años, y conociendo que se ha nutrido de militantes de diversos partidos políticos como el PRI o el PRD, estos conceptos son necesariamente atendibles, ya que como todo en esta vida, lo que sube es previsible que en algún momento baje y que, cuanto más arriba suba, es más dolorosa la caída. El autor inglés sabía administrar una inmensa profusión léxica sin caer en la pedantería. Cada línea y cada palabra suya habían sido sopesadas con todo cuidado. Fue autor de poemas, relatos y cuentos. Quizá su obra más conocida fue El libro de la selva (otra vez hablando de política y llegamos a la selva). Sus historias han inspirado y siguen inspirando muchas películas de éxito. Está escrito en un tono paternal, como una serie de consejos para su hijo John. Es un ejemplo del estilo de la época victoriana, pero su reconocimiento ha sido enorme y duradero, hasta el punto de que numerosas encuestas lo han señalado durante décadas como el poema favorito de los británicos. Y de nuevo nos encontramos con la sorprendente frescura de sus ideas y tan aplicables a la vida política mexicana: Analicemos algunos de sus versos en los que encontraremos lecturas útiles para comprender y entender a la clase política de este país.
“Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando a tu alrededor todos la han perdido y te cubren de reproches.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti, pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera. Si siendo engañado no respondes con engaños. Si siendo odiado no incurres en el odio. Y aun así, no te las das de bueno ni de sabio.
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen. Si puedes pensar y no dejas que tus pensamientos sean tu único horizonte.
Si puedes hablar con éxito a las masas y conservar tu virtud. O caminar junto a los poderosos sin menospreciar por ello a la gente común.
Si puedes encararte con el triunfo y el desastre, y a esos dos impostores los tratas de la misma manera.”
Este último verso está escrito en la pared de la entrada de jugadores de la pista central de Wimbledon, y es quizá el más conocido. Le hubiera venido muy bien al PRI una placa con estas palabras en la entrada de su edificio de Insurgentes Norte. Y hoy en día los de MORENA todavía están a tiempo de hacerlo. Los logros y derrotas se repiten de modo continuo en la vida de todos. Convivimos a diario con esos dos impostores, que aparecen y desaparecen de nuestras vidas cada vez que acometemos cualquier tarea, y con frecuencia nos confunden y nos ofuscan. Si los vemos con un poco de perspectiva, aceptaremos las victorias con humildad y las derrotas con ánimo y fortaleza, sin ver como permanentes ni a la una ni a la otra.
El éxito no es la medida ni el valor de lo realizado. Necesitamos tolerancia a la frustración, porque siempre habrá muchos fracasos. El dinero, el poder, la victoria, la popularidad, o todas las posibilidades de reconocimiento que presenta la vida, no son la mejor medida de las cosas, porque sabemos que muchas veces aparecen como un impostor bajo la máscara de logros efímeros y pasajeros.
En los años que me queden de vida pasaron por mi lado una enormidad de éxitos y fracasos, de reconocimientos más o menos merecidos, de adulaciones de oportunistas, de fracasos en los que hoy pocos permanecerán al lado de este viejo gruñón, que así es como me reconozco. Y soy razonablemente feliz.
