/ viernes 3 de mayo de 2024

"La máquina de convocar ahogados" bajo la perspectiva de Kristian Cerino

El experimentado académico y periodista Kristian Cerino analiza y desmenuza la novela del también periodista y escritor Ángel Vega, "La máquina de convocar ahogados"

'La máquina de convocar ahogados', de la autoría del periodista y escritor Ángel Vega, es un libro que describe a la Villa Hermosa de San Juan Bautista que reúne a la vez la ciudad y el paisaje, los habitantes y el lenguaje, y los géneros literarios y periodísticos, y nadie mejor que el experimentado académico y periodista Kristian Antonio Cerino para desmenuzar su contenido y alentar a su lectura.

Lee más: Kristian Cerino, o la mirada del cronista tabasqueño

A través del trabajo de análisis titulado "El espejo de una ciudad que aún nos habita", publicado en la revista de divulgación cultural universitaria "Signos", de la Universidad Popular de la Chontalpa (UPCH), Kristian Cerino explica la manera en que se acercó a la obra: "Durante mi lectura de La máquina de convocar ahogados subrayé diversos fragmentos, que agrupé en categorías, con el fin de acercarme un poco a la novela reciente de Ángel Vega: La ciudad y el paisaje, Los habitantes y el lenguaje, y Los géneros literarios y periodísticos, reunidos en esta obra".

El libro lo lleva a pensar en diversas ciudades del mundo como Lima, La Habana, México, Bogotá, Buenos Aries, Barcelona, Dublín, Edimburgo, Estambul, Lisboa, Madrid, París y Tokio. "Cuando uno habla de lugares o espacios literarios, en mi caso, no dejo de pensar en otros sitios: en Santa María, de Onetti; en Macondo, de García Márquez; en La Plata, de Mutis; en Mogador, de Ruy Sánchez; en Angosta, de Héctor Abad; y por qué no en San Juan Bautista, la ciudad y muelle que describe Bruno Estañol en El féretro de cristal (1992)".

Libro "La máquina de convocar ahogados" Foto: Iván Sánchez | El Heraldo de Tabasco

En este sentido, señala que "en 'La máquina de convocar ahogados', Villa Hermosa de San Juan Bautista no emerge así de pronto como la San Juan Bautista de Bruno Estañol, que salta a nuestra vista desde los primeros párrafos. Lo primero que sabemos de Villa Hermosa de San Juan Bautista, la ciudad vegaciana, son las adversidades que padecen sus pobladores a través de Roberto Menchaca, alias el Romen".

Pero que a diferencia de la San Juan Bautista de Estañol que describe el narrador, la Villa Hermosa de San Juan Bautista de Ángel Vega, bajo los ojos del detective Menchaca, es distinta porque su arribo no es por agua, sino que lo hace por aire. "Podría decirse que la mirada del investigador, el Romen, comienza siendo panóptica: aspira a lo totalizante; a poseer, sobre todo, la mirada que tiene todo marinero que va trepado en la gavia, en la cofa de un gran navío. El Romen o Menchaca mira, desde lo alto, por una de las ventanas de la aeronave".

"La ciudad que nos inventa, de Héctor de Mauléon, y La ciudad que me habita, de Ángeles González Gamio, son dos títulos de obras mexicanas que vienen a mi memoria al redactar estos apuntes a propósito de La máquina de convocar ahogados, novela que busca hacer una proyección de Villa Hermosa de San Juan Bautista. Estamos ante una ciudad que nos habita a través del relato que hace el Romen. Por medio de él, el lector -como piezas de lego- va construyendo la maqueta de esta ciudad", explica Cerino.

Cerino refiere: "La ciudad que habita el detective Romen tiene un casco urbano, pero poco importa: siempre está bloqueado por manifestantes. La vida transita, a paso veloz, entre la biblioteca Pino Suárez, la cárcel, la Torre del caballero, el malecón, el cine Sheba, los hoteles Mayab y Miraflores, el hospital Rovirosa, el pozo Hades, la coctelería Rock and roll, el Submarino (“La catedral de los inundados”), el río Grijalva, La Venta, el pantano y la misma ciudad cuyos ríos quieren romper los diques".

En la ciudad "vegaciana", como la señala Kristian Cerino, están los vestigios de lo que alguna vez fue, al tiempo que Romen camina por las colonias, Gaviotas, Magisterial, Tamulté y Framboyanes. Desde luego -señala- estamos ante una ciudad que creció en el desorden, que se vence por sus problemas y que se inunda todos los años.

Ángel Vega, periodista y escritor Fotos: Iván Sánchez / El Heraldo de Tabasco

A decir de Cerino, el personaje de la novela es la ciudad "que nos proyecta la vida de sus habitantes, que dialogan constantemente aquí en la obra literaria; y que al hablar pretenden fijar (en la escritura) el acento de los hablantes, el lenguaje, sus expresiones, y de paso, sus gestos".

La obra, dice Kristian Cerino, agrupa "otros géneros o formas, como el testimonio, la carta, la crónica; y está tejida con las voces, los diálogos, los discursos, el leitmotiv (“el Roberto siempre me ha parecido ordinario, y el Menchaca, ridículo”), y de un capítulo final que cierra de una manera certera la novela".

¿Quién es Kristian Antonio Cerino?

Kristian Antonio Cerino Córdova (1980) es académico y periodista. Hizo estudios de Comunicación y Docencia en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), y de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Veracruzana. Ha publicado artículos sobre Literatura y Periodismo en Costa Rica, Colombia y México.

Es Coautor de los libros: El hombre que se convirtió en espejo, publicado por la Universidad de Guadalajara (2012), y de Mundial de futbol Brasil 2014, por la Universidad de Colima (2015). Ha ganado premios de periodismo en el género de Crónica (2004, 2005 y 2006), y el Premio Tesis UJAT (2012). Ha sido becario en la Fundación Prensa y Democracia (PRENDE) y en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Fue finalista del Premio Internacional Las Nuevas Plumas 2011.

Cuenta con experiencia en medios locales, nacionales e internacionales, pues se desempeñó como corresponsal de la agencia EFE. Imparte clases en la División Académica de Educación y Artes (DAEA) de la UJAT, además fue maestro en la Universidad del Valle de México (UVM).

Aquí en una de sus pláticas. Foto: Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

La máquina de convocar ahogados (fragmento)

El Heraldo de Tabasco, con permiso del autor, comparte para sus lectores un fragmento de la novela "La máquina de convocar ahogados", libro que consigna las andanzas del que tal vez sea el primer detective de la literatura tabasqueña: Roberto Menchaca, alias el "Romen"

Capítulo 4

Desde que se extinguió la fiebre del oro negro, la Villa se re- tuerce en los espasmos de una agonía sin fin que no termina de desembocar en mala muerte, como decía el poeta Goros- tiza, a quien me obligaron a memorizar en el segundo año de la escuela secundaria técnica ‘Concha Linares’.

Y desde entonces, también en la Villa anidan otras fiebres igualmente mortíferas, contenidas sólo por el aislamiento que impuso a este recoveco del paraíso la naturaleza misma, así como las deplorables condiciones padecidas por sus sufridos habitantes. En consecuencia, la región es permanentemente azotada por las enfermedades tropicales, el caos político, la delincuencia irrefrenable, la pobreza... rodeada de una frontera invisible que dificulta la entrada, pero de la cual es todavía más difícil tratar de salir. ¿A cuántas personas creen que les gustaría vivir por su propia voluntad en un lugar como este?

Lo confirma el único vuelo semanal que conecta al salva- je Sureste, de riquezas naturales ancestralmente sitiadas por laberintos de agua, con la realidad de un país que parece confinarse a sí mismo en la alucinación de un centro-norte civilizado y progresista. Por más edulcorado que se esfuercen en pintar a Tabasco las guías de viaje, la brevedad sospechosa de sus textos las delata. La publicación que hojeo ociosamente en la sala de espera del aeropuerto le dedica a estas tierras una escueta página, mientras que las secciones calamitosas y los encabezados funestos de los diarios, varias.

Portada del libro La máquina de convocar ahogados Ángel Vega / El Heraldo de Tabasco

Desde el aire, la zona en donde se encuentra enclavada la ciudad capital más bien parece un archipiélago: extenso man- to de islas verdes constreñidas por gigantescos tentáculos de ríos del color del café con leche, reptando sobre la planicie aluvial para alcanzar con sus garras vitrificadas el lejano azulverdoso Golfo de México. Los ramales serpentean bajo un horizonte a ratos cochambroso, plagado de mechones de fuego que agotan el gas remanente de los pozos abandona- dos, tanto en la tierra como en el mar. Cúmulos de nubes se contagian de las llamaradas y desde el horizonte le otorgan a la lontananza un aspecto de cataclismo, una nostalgia sangrante, de último atardecer.

Ahí nací, no lo niego, pero mis razones tuve para largar- me y bastante vergüenza para no volver. Pero de que hay querencia, la hay, y por algo el Destino me trae de vuelta. Hacía mucho tiempo que no volvía a pensar en mi tierra, exiliada de mi propia alma contaminada; su lejanía se parece a mi abandono, sus heridas se corresponden con las mías. En cierto modo, ambos somos cadáveres, despojos de lo que pudimos ser. Pobre Tabasco. Las cicatrices de su pasado petrolífero coexisten con las llagas abiertas de la negligencia que le brotan por aquí y más allá. Los pantanos, las aguas y la tierra firme supuran materias tóxicas, exhalando nubes negras de frustrada bonanza.

A vuelo de pájaro, se miran también las barcazas que languidecen ancladas en los puertos de nadie. Ay de mi tierra, ¿en qué momento su destino se torció? Instalaciones semejantes a esqueletos de gigantes dormidos yacen sobre mullidos lechos de un verdor absoluto: amasijos de tuberías herrumbrándose en el caldo pestilente de la marisma. Huesos pelones que ni los chombos se molestan en acechar volando en círculos. Se divisan, también, interminables cementerios de maquinaria y vehículos de las otrora poderosas compañías contratistas, ahora inmóviles como desmesuradas hormigas muertas. Pupas vacías, yaciendo a la orilla de los caminos enmontados.

Ay, Tabasco mío, surrealista y lujurioso, cachondo y mortífero hasta en su riquísima, exuberante miseria.

Venía sumido en mis cavilaciones, pero en ese instante me asaltó la angustia ante el anuncio del capitán del avión. Nunca había visto a Tabasco como lo vería Dios desde las alturas porque de joven me fui por tierra, de puro aventón, y ahora regreso por aire y con lagunas en la memoria.

Así se llevó a cabo la presentación del libro "La máquina de convocar ahogados" Fotos: Iván Sánchez / El Heraldo de Tabasco

¿Dónde podrá aterrizar este cacharro?

Esto me pregunté mientras dos azafatas apáticas iban sin prisa a tomar sus puestos para la maniobra. Una de ellas se persignó, sin mucha intención al perecer, con la fe puesta en piloto automático.

De pronto, la ciudad, o lo que quedaba de ella, se reveló debajo de las nubes.

El aparato inició su descenso a toda velocidad, sorteando invisibles ráfagas turbulentas; el sol brillaba a través de las ventanillas y por alguna razón el cielo me pareció el más azul que hubiera visto en años. Mientras me abrochaba el cinturón de seguridad, me vino a la cabeza la idea de que la Villa Hermosa es el cadáver de un sueño olvidado, confina- do dentro de un catafalco de límpido cristal.

Una vez en tierra, el bochorno me golpeó, contundente, como un puñetazo en plena cara. El aliento del trópico hediendo a agua salada y frutas podridas. Su ambiente húmedo y caliente me abrazó y me abrasó con una densidad atmosférica de otro planeta, hostil a la vida humana. Quien lo ha sentido sabrá de lo que hablo, sea mi paisano o sólo haya estado de paso por aquí, qué diantre.

Pero es apenas el principio.

Nunca llega uno a acostumbrarse al duro clima del trópico, y quien diga que le gusta, o está alardeando, o miente con todos los dientes. Hay tanto qué decir de este lugar. Su negra fama le precede; otrora sitio de castigo, territorio de pesadillas lo mismo para indios que para los conquistadores españoles que navegaron hasta terminar perdidos y locos en estos pantanales, comiéndose el cuero de sus cinturones y zapatos, el calor es menos soportable que en el mismísimo infierno.

Público escuchando atento a Kristian Cerino. Foto: Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

Las leyendas y los chismes se cuentan por algo, y aquí, como decimos los oriundos: aunque no sean ciertos, tarde que temprano te los comprobamos.

Pensé que nadie vendría al aeropuerto para recibirme. Me equivoqué.

'La máquina de convocar ahogados', de la autoría del periodista y escritor Ángel Vega, es un libro que describe a la Villa Hermosa de San Juan Bautista que reúne a la vez la ciudad y el paisaje, los habitantes y el lenguaje, y los géneros literarios y periodísticos, y nadie mejor que el experimentado académico y periodista Kristian Antonio Cerino para desmenuzar su contenido y alentar a su lectura.

Lee más: Kristian Cerino, o la mirada del cronista tabasqueño

A través del trabajo de análisis titulado "El espejo de una ciudad que aún nos habita", publicado en la revista de divulgación cultural universitaria "Signos", de la Universidad Popular de la Chontalpa (UPCH), Kristian Cerino explica la manera en que se acercó a la obra: "Durante mi lectura de La máquina de convocar ahogados subrayé diversos fragmentos, que agrupé en categorías, con el fin de acercarme un poco a la novela reciente de Ángel Vega: La ciudad y el paisaje, Los habitantes y el lenguaje, y Los géneros literarios y periodísticos, reunidos en esta obra".

El libro lo lleva a pensar en diversas ciudades del mundo como Lima, La Habana, México, Bogotá, Buenos Aries, Barcelona, Dublín, Edimburgo, Estambul, Lisboa, Madrid, París y Tokio. "Cuando uno habla de lugares o espacios literarios, en mi caso, no dejo de pensar en otros sitios: en Santa María, de Onetti; en Macondo, de García Márquez; en La Plata, de Mutis; en Mogador, de Ruy Sánchez; en Angosta, de Héctor Abad; y por qué no en San Juan Bautista, la ciudad y muelle que describe Bruno Estañol en El féretro de cristal (1992)".

Libro "La máquina de convocar ahogados" Foto: Iván Sánchez | El Heraldo de Tabasco

En este sentido, señala que "en 'La máquina de convocar ahogados', Villa Hermosa de San Juan Bautista no emerge así de pronto como la San Juan Bautista de Bruno Estañol, que salta a nuestra vista desde los primeros párrafos. Lo primero que sabemos de Villa Hermosa de San Juan Bautista, la ciudad vegaciana, son las adversidades que padecen sus pobladores a través de Roberto Menchaca, alias el Romen".

Pero que a diferencia de la San Juan Bautista de Estañol que describe el narrador, la Villa Hermosa de San Juan Bautista de Ángel Vega, bajo los ojos del detective Menchaca, es distinta porque su arribo no es por agua, sino que lo hace por aire. "Podría decirse que la mirada del investigador, el Romen, comienza siendo panóptica: aspira a lo totalizante; a poseer, sobre todo, la mirada que tiene todo marinero que va trepado en la gavia, en la cofa de un gran navío. El Romen o Menchaca mira, desde lo alto, por una de las ventanas de la aeronave".

"La ciudad que nos inventa, de Héctor de Mauléon, y La ciudad que me habita, de Ángeles González Gamio, son dos títulos de obras mexicanas que vienen a mi memoria al redactar estos apuntes a propósito de La máquina de convocar ahogados, novela que busca hacer una proyección de Villa Hermosa de San Juan Bautista. Estamos ante una ciudad que nos habita a través del relato que hace el Romen. Por medio de él, el lector -como piezas de lego- va construyendo la maqueta de esta ciudad", explica Cerino.

Cerino refiere: "La ciudad que habita el detective Romen tiene un casco urbano, pero poco importa: siempre está bloqueado por manifestantes. La vida transita, a paso veloz, entre la biblioteca Pino Suárez, la cárcel, la Torre del caballero, el malecón, el cine Sheba, los hoteles Mayab y Miraflores, el hospital Rovirosa, el pozo Hades, la coctelería Rock and roll, el Submarino (“La catedral de los inundados”), el río Grijalva, La Venta, el pantano y la misma ciudad cuyos ríos quieren romper los diques".

En la ciudad "vegaciana", como la señala Kristian Cerino, están los vestigios de lo que alguna vez fue, al tiempo que Romen camina por las colonias, Gaviotas, Magisterial, Tamulté y Framboyanes. Desde luego -señala- estamos ante una ciudad que creció en el desorden, que se vence por sus problemas y que se inunda todos los años.

Ángel Vega, periodista y escritor Fotos: Iván Sánchez / El Heraldo de Tabasco

A decir de Cerino, el personaje de la novela es la ciudad "que nos proyecta la vida de sus habitantes, que dialogan constantemente aquí en la obra literaria; y que al hablar pretenden fijar (en la escritura) el acento de los hablantes, el lenguaje, sus expresiones, y de paso, sus gestos".

La obra, dice Kristian Cerino, agrupa "otros géneros o formas, como el testimonio, la carta, la crónica; y está tejida con las voces, los diálogos, los discursos, el leitmotiv (“el Roberto siempre me ha parecido ordinario, y el Menchaca, ridículo”), y de un capítulo final que cierra de una manera certera la novela".

¿Quién es Kristian Antonio Cerino?

Kristian Antonio Cerino Córdova (1980) es académico y periodista. Hizo estudios de Comunicación y Docencia en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), y de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Veracruzana. Ha publicado artículos sobre Literatura y Periodismo en Costa Rica, Colombia y México.

Es Coautor de los libros: El hombre que se convirtió en espejo, publicado por la Universidad de Guadalajara (2012), y de Mundial de futbol Brasil 2014, por la Universidad de Colima (2015). Ha ganado premios de periodismo en el género de Crónica (2004, 2005 y 2006), y el Premio Tesis UJAT (2012). Ha sido becario en la Fundación Prensa y Democracia (PRENDE) y en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Fue finalista del Premio Internacional Las Nuevas Plumas 2011.

Cuenta con experiencia en medios locales, nacionales e internacionales, pues se desempeñó como corresponsal de la agencia EFE. Imparte clases en la División Académica de Educación y Artes (DAEA) de la UJAT, además fue maestro en la Universidad del Valle de México (UVM).

Aquí en una de sus pláticas. Foto: Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

La máquina de convocar ahogados (fragmento)

El Heraldo de Tabasco, con permiso del autor, comparte para sus lectores un fragmento de la novela "La máquina de convocar ahogados", libro que consigna las andanzas del que tal vez sea el primer detective de la literatura tabasqueña: Roberto Menchaca, alias el "Romen"

Capítulo 4

Desde que se extinguió la fiebre del oro negro, la Villa se re- tuerce en los espasmos de una agonía sin fin que no termina de desembocar en mala muerte, como decía el poeta Goros- tiza, a quien me obligaron a memorizar en el segundo año de la escuela secundaria técnica ‘Concha Linares’.

Y desde entonces, también en la Villa anidan otras fiebres igualmente mortíferas, contenidas sólo por el aislamiento que impuso a este recoveco del paraíso la naturaleza misma, así como las deplorables condiciones padecidas por sus sufridos habitantes. En consecuencia, la región es permanentemente azotada por las enfermedades tropicales, el caos político, la delincuencia irrefrenable, la pobreza... rodeada de una frontera invisible que dificulta la entrada, pero de la cual es todavía más difícil tratar de salir. ¿A cuántas personas creen que les gustaría vivir por su propia voluntad en un lugar como este?

Lo confirma el único vuelo semanal que conecta al salva- je Sureste, de riquezas naturales ancestralmente sitiadas por laberintos de agua, con la realidad de un país que parece confinarse a sí mismo en la alucinación de un centro-norte civilizado y progresista. Por más edulcorado que se esfuercen en pintar a Tabasco las guías de viaje, la brevedad sospechosa de sus textos las delata. La publicación que hojeo ociosamente en la sala de espera del aeropuerto le dedica a estas tierras una escueta página, mientras que las secciones calamitosas y los encabezados funestos de los diarios, varias.

Portada del libro La máquina de convocar ahogados Ángel Vega / El Heraldo de Tabasco

Desde el aire, la zona en donde se encuentra enclavada la ciudad capital más bien parece un archipiélago: extenso man- to de islas verdes constreñidas por gigantescos tentáculos de ríos del color del café con leche, reptando sobre la planicie aluvial para alcanzar con sus garras vitrificadas el lejano azulverdoso Golfo de México. Los ramales serpentean bajo un horizonte a ratos cochambroso, plagado de mechones de fuego que agotan el gas remanente de los pozos abandona- dos, tanto en la tierra como en el mar. Cúmulos de nubes se contagian de las llamaradas y desde el horizonte le otorgan a la lontananza un aspecto de cataclismo, una nostalgia sangrante, de último atardecer.

Ahí nací, no lo niego, pero mis razones tuve para largar- me y bastante vergüenza para no volver. Pero de que hay querencia, la hay, y por algo el Destino me trae de vuelta. Hacía mucho tiempo que no volvía a pensar en mi tierra, exiliada de mi propia alma contaminada; su lejanía se parece a mi abandono, sus heridas se corresponden con las mías. En cierto modo, ambos somos cadáveres, despojos de lo que pudimos ser. Pobre Tabasco. Las cicatrices de su pasado petrolífero coexisten con las llagas abiertas de la negligencia que le brotan por aquí y más allá. Los pantanos, las aguas y la tierra firme supuran materias tóxicas, exhalando nubes negras de frustrada bonanza.

A vuelo de pájaro, se miran también las barcazas que languidecen ancladas en los puertos de nadie. Ay de mi tierra, ¿en qué momento su destino se torció? Instalaciones semejantes a esqueletos de gigantes dormidos yacen sobre mullidos lechos de un verdor absoluto: amasijos de tuberías herrumbrándose en el caldo pestilente de la marisma. Huesos pelones que ni los chombos se molestan en acechar volando en círculos. Se divisan, también, interminables cementerios de maquinaria y vehículos de las otrora poderosas compañías contratistas, ahora inmóviles como desmesuradas hormigas muertas. Pupas vacías, yaciendo a la orilla de los caminos enmontados.

Ay, Tabasco mío, surrealista y lujurioso, cachondo y mortífero hasta en su riquísima, exuberante miseria.

Venía sumido en mis cavilaciones, pero en ese instante me asaltó la angustia ante el anuncio del capitán del avión. Nunca había visto a Tabasco como lo vería Dios desde las alturas porque de joven me fui por tierra, de puro aventón, y ahora regreso por aire y con lagunas en la memoria.

Así se llevó a cabo la presentación del libro "La máquina de convocar ahogados" Fotos: Iván Sánchez / El Heraldo de Tabasco

¿Dónde podrá aterrizar este cacharro?

Esto me pregunté mientras dos azafatas apáticas iban sin prisa a tomar sus puestos para la maniobra. Una de ellas se persignó, sin mucha intención al perecer, con la fe puesta en piloto automático.

De pronto, la ciudad, o lo que quedaba de ella, se reveló debajo de las nubes.

El aparato inició su descenso a toda velocidad, sorteando invisibles ráfagas turbulentas; el sol brillaba a través de las ventanillas y por alguna razón el cielo me pareció el más azul que hubiera visto en años. Mientras me abrochaba el cinturón de seguridad, me vino a la cabeza la idea de que la Villa Hermosa es el cadáver de un sueño olvidado, confina- do dentro de un catafalco de límpido cristal.

Una vez en tierra, el bochorno me golpeó, contundente, como un puñetazo en plena cara. El aliento del trópico hediendo a agua salada y frutas podridas. Su ambiente húmedo y caliente me abrazó y me abrasó con una densidad atmosférica de otro planeta, hostil a la vida humana. Quien lo ha sentido sabrá de lo que hablo, sea mi paisano o sólo haya estado de paso por aquí, qué diantre.

Pero es apenas el principio.

Nunca llega uno a acostumbrarse al duro clima del trópico, y quien diga que le gusta, o está alardeando, o miente con todos los dientes. Hay tanto qué decir de este lugar. Su negra fama le precede; otrora sitio de castigo, territorio de pesadillas lo mismo para indios que para los conquistadores españoles que navegaron hasta terminar perdidos y locos en estos pantanales, comiéndose el cuero de sus cinturones y zapatos, el calor es menos soportable que en el mismísimo infierno.

Público escuchando atento a Kristian Cerino. Foto: Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

Las leyendas y los chismes se cuentan por algo, y aquí, como decimos los oriundos: aunque no sean ciertos, tarde que temprano te los comprobamos.

Pensé que nadie vendría al aeropuerto para recibirme. Me equivoqué.

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