/ viernes 18 de febrero de 2022

ARTILUGIOS. Estafas.

En la serie Inventando a Ana, la periodista Vivian Kent (la actriz Ana Chlumsky, ¿recuerda el lector la película Mi primer beso?) habla de la cultura de la estafa. A esto viene a la memoria las veces que se han vendido la torre Eiffel o el Golden Gate. Nace un tonto cada minuto dijo el empresario Phineas T. Barnum. Por cierto, Barnum recibió una sopa de su propio chocolate cuando, al saber que nació una elefanta en el circo Bayles, pidió a su secretario ofreciera mil dólares por el pequeño paquidermo y salió de viaje. Al regresar, quiso ver a la elefantita. Su secretario con miedo al carácter irascible de Barnum le mostró el diario que encabezaba un anuncio del circo Bayles diciendo Miren lo que opina Barnum de nuestra elefantita. Al ver esto, el creador del museo de las maravillas dijo No debemos ser antagonistas sino socios y de ahí aparece el Circo Barnum&Bayles.

En la película El golpe Paul Nuwman y Robert Redford interpretan a dos estafadores que buscan vengar la muerte del amigo y mentor, respectivamente. Para ello involucran un clan de estafadores y engañan al gánster Doyle Lonnegan (Robert Shaw) asesino intelectual del amigo entrañable. Engañan los dos no solo al felón sino también al corrupto policía (Charles Durning).

Foto: Cortesía | pasionporelcine

¿Es lo mismo corrupción que estafa? No. La primera está más adherida a lo político. La segunda a la sociedad civil. Recordemos el curioso caso de las niñas de Sergio Andrade. Él enviaba a Mary Boquitas a seducir a los padres de la niña, antes que a la misma, y ellos la entregaban voluntariamente a unos perfectos desconocidos. Al ganar fama Gloria Trevi, había un aliciente más y los padres, ávidos de dinero, entregaban a su hija sin mayor aspaviento. Extraño fue que los mismos padres se dijeron engañados cuando ellos mismos cometieron el cochupo.

Lee más: Alice Glass: Un alma luminosa envuelta en un disfraz oscuro

Curiosamente, a raíz de la aparición de las dos series, la mencionada más arriba y El estafador de Tinder, la estafa cobra nuevas aristas. Vamos con Inventando a Ana. En la serie se cuenta, a través de la periodista Vivian Kent, el proceso contra Ana Delby o Sorokin. La chica se dio a estafar a todo aquel que se pusiera en su camino. Inventó una fundación que solamente esperaba el fideicomiso de su padre, un irritable hombre de negocios en Alemania, para ponerla en marcha. Así, prometiendo, visitando, fingiendo la vida que no tenía, Ana seduce a varios financieros, socialités, empresarios y banqueros que le dan lo que pide, confiados en la actitud de la chica, siempre más arriba de todos ellos. Asertiva, ingeniosa, concreta, audaz, Ana se hace de dinero sin el menor pudor. Es una pantera en medio de perros. Destroza, intimida, acogota. No se deja. Está dispuesta a crear su fundación basada en el apoyo al arte. Tiene metas fijas, sortea escollos, avanza siempre. No se tienta el corazón para obtener sus objetivos.

Foto: Cortesía | Ivya Chaher

Ana Delby, o Sorokin (Julia Garner) es una mujer admirable. Sus orígenes son inciertos, solamente habla de ese padre tacaño y pizzicato que no la apoya. Le dará su dinero cuando tenga veintiséis años. ¿Se da cuenta del caso, estimado lector? Ana ofrece una ilusión, obviamente coloreándola de matices que provocan interés, avidez, expectativa. Ella enseña su juego hasta donde le conviene y su consejo directivo le va dando lo que quiere. Logra dinero, prebendas, efectivo o depósitos que nadie más logra. Ella misma cambia de aspecto. Le dice a un asombrado Alan Reed, banquero y abogado interpretado por el actor Anthony Edwards, si Yo fuera hombre, ¿habría dudado más en darme el apoyo? Y se lo dice no ya la niña rubia, breve, frágil sino una Ana pelirroja, con gafas, de traje sastre estilizado. Esta audacia es la que agrada del personaje. ¿Cuántas chicas no quisieran serlo?

Ahora bien, Ana es muy hábil. No tiene sexo con los señores que la apoyan. Una de sus muchas y efímeras amigas dice que ella no va por ahí. Efectivamente. Intercambiar favores o dinero por sexo es relativamente fácil. Ana no busca ni ofrece sexo. Ofrece inteligencia, que es más peligroso. Ana no es una chica fácil que se dé al llanto o a la desesperación por cualquier cosa. Su llanto o sus lágrimas están medidos perfectamente. Las usa como usa a quienes se cruzan en su camino.

Síguenos en Facebook: @elheraldodetab y en Twitter: @heraldodetab

El tour de force entre ella y Vivian es interesante. La estafadora le habla con acento alemán, y siempre se tiene duda de su nacionalidad por toda la serie. Vivian lucha igualmente por definirse ante un mundo de machos como es aun el periodismo. En sus pláticas una cuenta lo que necesita y la otra tiene que correr por todo Nueva York descifrando el dicho. Ana va a juicio porque quiere fama, Vivian se interesa en el juicio porque va a ser madre. Sabe que, al nacer el bebé, deberá mantenerse ajena durante un tiempo. Se necesitan una a la otra, en una alianza terrible. Ana es de naturaleza depredadora. Abusa de Vivían, así como abusó de Rachel (Kathy Loewes), de Kacey (Laverne Cox), de todo aquel que le sirva. Después los tira, son su pañuelo desechable, los que limpiarán mocos o caca. Un enigma.

¿Conoce el lector alguien así? ¿Sí? Pues huya de ella de inmediato. ¿No? Tiene suerte. Cada engaño de Ana deja en el espectador, así como en sus víctimas esa sensación de estupidez, de engaño, de ser tachado de idiota. Por eso nadie la denuncia, quien lo hace retira los cargos. Esa es otra de las fortalezas de Ana. Sabe que nadie quiere evidenciarse como estúpido. Dejar entrar a alguien como Ana en nuestras vidas es sinónimo de bobaliconería, de imbecilidad, de ingenuidad y la ingenuidad después de los veinte, ya recibe otro nombre. Ahí reside otro rasgo rapiñero de la chica.

Es revanchista, todo lo hace con regla de cálculo. No da salto sin lona. Aun en los momentos más álgidos de la serie, ella mantiene una firmeza total. No se resquebraja, ni cuando la detienen, ni cuando la esposan. Sabe que nadie levantará cargos. Sabe que todos le dieron por su apariencia, ella realmente no pidió. Enfrascados en el devenir de nuestra modernidad - y no mother nidad - todos quieren ser Ana. Es la reina del desfalco, de la estafa, del cochupo. Camina como depredador escogiendo la presa. No hay ser más peligroso que ella.

Si el lector se da una vuelta por las redes sociales, encontrará ejemplos a montón de este tipo de fieras de la moda, del buen gusto, de la suma prestancia. Aunque también están los que han hecho un modus vivendi de estas facetas del hampa cibernética que tiene la exquisitez de no entablar relaciones personales.

Todos estos fraudes son hijos de la tecnología. Lejos está aquel tiempo cuando se daba a la salida de los bancos el famoso “paquetazo” donde los ladrones intercambiaban el dinero retirado por un paquete con papel periódico cortado en forma de billetes, con apenas unos cien o doscientos pesos, en billetes de a cinco o veinte pesos de aquellas épocas, para disimular.

Lejos, muy lejos, está la historia del faraón Amenothep que, al descubrir el desfalco de su gran visir, lo enterró bajo dos toneladas de oro, ya que lo apreciaba tanto. Finalmente, los estafadores están siendo vistos como dioses, como los nuevos Robin Hood, como esos nobles bandidos mexicanos, como Chucho el roto o los que apoyaron la causa juarista. ¿Conoce el lector la anécdota?

Al terminar el conflicto con Francia, Juárez no pudo agregar a los bandidos al erario. Entonces les permitió volver a su oficio en los caminos y calles de nuestro país. No se vio el Benemérito como Amenothep, pero una cosa es robar en despoblado y otra cosa es a través de un móvil o dispositivo cualquiera. Dejémoslo ahí.

En la serie Inventando a Ana, la periodista Vivian Kent (la actriz Ana Chlumsky, ¿recuerda el lector la película Mi primer beso?) habla de la cultura de la estafa. A esto viene a la memoria las veces que se han vendido la torre Eiffel o el Golden Gate. Nace un tonto cada minuto dijo el empresario Phineas T. Barnum. Por cierto, Barnum recibió una sopa de su propio chocolate cuando, al saber que nació una elefanta en el circo Bayles, pidió a su secretario ofreciera mil dólares por el pequeño paquidermo y salió de viaje. Al regresar, quiso ver a la elefantita. Su secretario con miedo al carácter irascible de Barnum le mostró el diario que encabezaba un anuncio del circo Bayles diciendo Miren lo que opina Barnum de nuestra elefantita. Al ver esto, el creador del museo de las maravillas dijo No debemos ser antagonistas sino socios y de ahí aparece el Circo Barnum&Bayles.

En la película El golpe Paul Nuwman y Robert Redford interpretan a dos estafadores que buscan vengar la muerte del amigo y mentor, respectivamente. Para ello involucran un clan de estafadores y engañan al gánster Doyle Lonnegan (Robert Shaw) asesino intelectual del amigo entrañable. Engañan los dos no solo al felón sino también al corrupto policía (Charles Durning).

Foto: Cortesía | pasionporelcine

¿Es lo mismo corrupción que estafa? No. La primera está más adherida a lo político. La segunda a la sociedad civil. Recordemos el curioso caso de las niñas de Sergio Andrade. Él enviaba a Mary Boquitas a seducir a los padres de la niña, antes que a la misma, y ellos la entregaban voluntariamente a unos perfectos desconocidos. Al ganar fama Gloria Trevi, había un aliciente más y los padres, ávidos de dinero, entregaban a su hija sin mayor aspaviento. Extraño fue que los mismos padres se dijeron engañados cuando ellos mismos cometieron el cochupo.

Lee más: Alice Glass: Un alma luminosa envuelta en un disfraz oscuro

Curiosamente, a raíz de la aparición de las dos series, la mencionada más arriba y El estafador de Tinder, la estafa cobra nuevas aristas. Vamos con Inventando a Ana. En la serie se cuenta, a través de la periodista Vivian Kent, el proceso contra Ana Delby o Sorokin. La chica se dio a estafar a todo aquel que se pusiera en su camino. Inventó una fundación que solamente esperaba el fideicomiso de su padre, un irritable hombre de negocios en Alemania, para ponerla en marcha. Así, prometiendo, visitando, fingiendo la vida que no tenía, Ana seduce a varios financieros, socialités, empresarios y banqueros que le dan lo que pide, confiados en la actitud de la chica, siempre más arriba de todos ellos. Asertiva, ingeniosa, concreta, audaz, Ana se hace de dinero sin el menor pudor. Es una pantera en medio de perros. Destroza, intimida, acogota. No se deja. Está dispuesta a crear su fundación basada en el apoyo al arte. Tiene metas fijas, sortea escollos, avanza siempre. No se tienta el corazón para obtener sus objetivos.

Foto: Cortesía | Ivya Chaher

Ana Delby, o Sorokin (Julia Garner) es una mujer admirable. Sus orígenes son inciertos, solamente habla de ese padre tacaño y pizzicato que no la apoya. Le dará su dinero cuando tenga veintiséis años. ¿Se da cuenta del caso, estimado lector? Ana ofrece una ilusión, obviamente coloreándola de matices que provocan interés, avidez, expectativa. Ella enseña su juego hasta donde le conviene y su consejo directivo le va dando lo que quiere. Logra dinero, prebendas, efectivo o depósitos que nadie más logra. Ella misma cambia de aspecto. Le dice a un asombrado Alan Reed, banquero y abogado interpretado por el actor Anthony Edwards, si Yo fuera hombre, ¿habría dudado más en darme el apoyo? Y se lo dice no ya la niña rubia, breve, frágil sino una Ana pelirroja, con gafas, de traje sastre estilizado. Esta audacia es la que agrada del personaje. ¿Cuántas chicas no quisieran serlo?

Ahora bien, Ana es muy hábil. No tiene sexo con los señores que la apoyan. Una de sus muchas y efímeras amigas dice que ella no va por ahí. Efectivamente. Intercambiar favores o dinero por sexo es relativamente fácil. Ana no busca ni ofrece sexo. Ofrece inteligencia, que es más peligroso. Ana no es una chica fácil que se dé al llanto o a la desesperación por cualquier cosa. Su llanto o sus lágrimas están medidos perfectamente. Las usa como usa a quienes se cruzan en su camino.

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El tour de force entre ella y Vivian es interesante. La estafadora le habla con acento alemán, y siempre se tiene duda de su nacionalidad por toda la serie. Vivian lucha igualmente por definirse ante un mundo de machos como es aun el periodismo. En sus pláticas una cuenta lo que necesita y la otra tiene que correr por todo Nueva York descifrando el dicho. Ana va a juicio porque quiere fama, Vivian se interesa en el juicio porque va a ser madre. Sabe que, al nacer el bebé, deberá mantenerse ajena durante un tiempo. Se necesitan una a la otra, en una alianza terrible. Ana es de naturaleza depredadora. Abusa de Vivían, así como abusó de Rachel (Kathy Loewes), de Kacey (Laverne Cox), de todo aquel que le sirva. Después los tira, son su pañuelo desechable, los que limpiarán mocos o caca. Un enigma.

¿Conoce el lector alguien así? ¿Sí? Pues huya de ella de inmediato. ¿No? Tiene suerte. Cada engaño de Ana deja en el espectador, así como en sus víctimas esa sensación de estupidez, de engaño, de ser tachado de idiota. Por eso nadie la denuncia, quien lo hace retira los cargos. Esa es otra de las fortalezas de Ana. Sabe que nadie quiere evidenciarse como estúpido. Dejar entrar a alguien como Ana en nuestras vidas es sinónimo de bobaliconería, de imbecilidad, de ingenuidad y la ingenuidad después de los veinte, ya recibe otro nombre. Ahí reside otro rasgo rapiñero de la chica.

Es revanchista, todo lo hace con regla de cálculo. No da salto sin lona. Aun en los momentos más álgidos de la serie, ella mantiene una firmeza total. No se resquebraja, ni cuando la detienen, ni cuando la esposan. Sabe que nadie levantará cargos. Sabe que todos le dieron por su apariencia, ella realmente no pidió. Enfrascados en el devenir de nuestra modernidad - y no mother nidad - todos quieren ser Ana. Es la reina del desfalco, de la estafa, del cochupo. Camina como depredador escogiendo la presa. No hay ser más peligroso que ella.

Si el lector se da una vuelta por las redes sociales, encontrará ejemplos a montón de este tipo de fieras de la moda, del buen gusto, de la suma prestancia. Aunque también están los que han hecho un modus vivendi de estas facetas del hampa cibernética que tiene la exquisitez de no entablar relaciones personales.

Todos estos fraudes son hijos de la tecnología. Lejos está aquel tiempo cuando se daba a la salida de los bancos el famoso “paquetazo” donde los ladrones intercambiaban el dinero retirado por un paquete con papel periódico cortado en forma de billetes, con apenas unos cien o doscientos pesos, en billetes de a cinco o veinte pesos de aquellas épocas, para disimular.

Lejos, muy lejos, está la historia del faraón Amenothep que, al descubrir el desfalco de su gran visir, lo enterró bajo dos toneladas de oro, ya que lo apreciaba tanto. Finalmente, los estafadores están siendo vistos como dioses, como los nuevos Robin Hood, como esos nobles bandidos mexicanos, como Chucho el roto o los que apoyaron la causa juarista. ¿Conoce el lector la anécdota?

Al terminar el conflicto con Francia, Juárez no pudo agregar a los bandidos al erario. Entonces les permitió volver a su oficio en los caminos y calles de nuestro país. No se vio el Benemérito como Amenothep, pero una cosa es robar en despoblado y otra cosa es a través de un móvil o dispositivo cualquiera. Dejémoslo ahí.

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