CRÓNICA: ¿Qué de raro tiene? 

Por momentos, las calles de Villahermosa se ven completamente vacías. No hay peatones, tampoco

Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

  · domingo 3 de mayo de 2020

Paseo Tabasco, casi desierto. Foto: Ángel Vega

Atardece y doña Villahermosa, dama silenciosa que se recoge al toque de la cuarentena, se despoja del ajetreo del día conforme la oscuridad la adormece, tomándola por sorpresa.

En la esquina de Paseo Tabasco y Ruiz Cortines permanece un corte vial que contribuye a que una de las avenidas más concurridas de la capital del estado luzca casi desierta.

Son las 18:32 y cerca de la zona de la Catedral hay otro retén en el que dos policías de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) impiden el paso hacia la Zona Luz.

Se notan un tanto fastidiados; uno de ellos, se queja de que los turnos de 24 horas efectivas en la corporación son cosa del pasado, porque ahora ni siquiera los dejan dormir entre guardias.

Cae la noche y los clientes empiezan a escasear. Foto: Ángel Vega

—Trabajamos de corrido desde que esto (la pandemia) comenzó y no hay para cuándo se acabe —confiesa.

—¿Cuenta con los insumos necesarios para realizar su trabajo? —pregunto mientras alisto el móvil para grabar.

—Usted debería irse a su casa —interviene su compañero. Luego, después de que me identifico, cuestiona: —¿de qué periódico viene?

—¿Se puede pasar hacia el Centro? —pregunto.

Villahermosa no es la misma. Foto: Ángel Vega

—Si vive ahí y tiene con qué comprobarlo, pasa. Si no, no puede... —afirma con autoridad.

El aforo vehicular comienza a ser cada vez menos fluido hasta que casi se detiene. Por momentos, las calles se ven completamente vacías. No hay peatones, tampoco.

Cerca del reloj de las tres caras, un vendedor de sillas de madera va empujando su triciclo. Parece un fantasma escrito por Juan Rulfo, una alucinación. Ni siquiera lleva cubrebocas y va cantando una canción de Vicente Fernanández cuya letra se escucha perfectamente bien, incluso a la distancia.

El reloj de la tres caras, marcando la hora que nadie ve. Foto: Ángel Vega

A todos los que quieran / Saber mi tragedia / La voy a contar / ¿Qué de raro tiene? / Que me haya perdido / Por una mujer...

Ya está oscuro, y cerca de la sede de la Secretaría de Finanzas, los olores, la luz, los ruidos de una taquería abierta, sin un solo cliente, acaparan la atención de los contados automovilistas y peatones que pasan.

—Buenas noches, pásele, hay de asada, de longaniza, de ubre...

Un vendedor de sillas de madera va empujando su triciclo. Parece un fantasma escrito por Juan Rulfo. Foto: Ángel Vega

La estampa es calladamente elocuente. Todo, las paradas de transporte, las casas, los sitios de taxis, los edificios públicos exhiben un semblante irreal, de abandono. Pero la esperanza muere al último.

—Hay taquitos, ¿no se anima? Están al dos por uno... —insiste el taquero.

Hay taquitos, ¿no se anima?. Foto: Ángel Vega

Cerca de la sede de la Secretaría de Finanzas, los olores, la luz, los ruidos de una taquería abierta, sin clientes. Foto: Ángel Vega