Dicen que nuestros muertos nunca se van, se transforman en todo aquello que nuestros cinco sentidos pueden experimentar, se convierten en las nubes que vemos, el abrazo que sentimos, el viento en nuestra cara, el aroma que nos trae un recuerdo, y en todo aquello que la vida nos invita a experimentar.
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Y es justamente en este sentido que nace una de las leyendas más hermosas del Día de Muertos, la cual nos hace creer que quienes se van, en realidad nunca se van, sino que buscan mensajeros para regresar de vez en cuando a guiarnos en nuestro camino.
La UNESCO reconoce al Día de Muertos como Patrimonio Cultural Inmaterial y lo describe como “ la cosmovisión indígena que implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, quienes regresan a casa, al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en sus honor”.
Si ves un colibrí...
Así, en este sincretismo nace la leyenda del colibrí, ave que ha sido objeto de apreciación por parte de los mayas y los mexicas, quienes lo consideraban como el mensajero de los dioses.
Según una de las tantas leyendas, cuando a un ser humano le llega la hora de su muerte, su alma se desprende de su cuerpo volando, para posarse en una flor.
Ahí, tranquila espera, se cree que en la flor su alma se purifica, conectándose con la tierra que la ha visto nacer, una vez allí llega un colibrí descubriendo el alma que posa entre los pétalos.
Una vez elegida, la recoge amorosamente y la lleva sobre su cuerpo hacía el paraíso, es por eso que los colibríes van de flor en flor y son tan rápidos.
De igual forma, los mayas más viejos contaban que los Dioses crearon todas las cosas en la Tierra, sin embargo, al haber terminado el trabajo se dieron cuenta que no había nadie que llevara los deseos y pensamientos de un lugar a otro.
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Y es ahí donde surgen los colibríes, quienes tuvieron el encargo de los dioses de transmitir buenos pensamientos entre los hombre y de los muertos, ya que según los los mesoamericanos, era un animal que nunca moría y podía entrar y salir del inframundo o Mictlán.