La siguiente historia forma parte de la tradición oral del estado de Tabasco, bien puede tratarse de una pieza de ficción o pertenecer al imaginario popular. Algunos de los relatos que aquí publicamos son dados por verdaderos entre quienes afirman haberlos vivido, sin embargo, en la presente sección simplemente difundimos estos contenidos para que nuestros queridos lectores pasen un rato entretenido.
Un animal fue el que le dio el fuego a los seres humanos para que ya no pasaran frío, cocieran sus alimentos y pudieran tener comida en sus mesas. Llevarles el beneficio le costó hacer un gran sacrificio, cuenta una leyenda.
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Al inicio de los tiempos, la humanidad padecía por las inclemencias del tiempo y pasaba hambre, debido a que no tenían con que calentarse ni forma de preparar el maíz (importante para hacer la masa de los tamales y las tortillas) y menos de asar la carne. El café o el atole no se podían preparar, porque no había manera de hervir el agua.
¿Dónde se encontraba el fuego?
El fuego se encontraba en una cueva, custodiada por una anciana; a diferencia del resto de las mujeres y hombres, ella no pasaba penurias, ya que su hogar siempre estaba caliente. En el centro del lugar tenía las llamas encendidas. La mujer se mantenía al pendiente que no se extinguieran.
Todos los seres vivos querían hurtar eso que era resguardado por la mujer, pero era, prácticamente, imposible, debido a que su cuidadora casi no salía. Entre los animales, el tlacuache se compadeció de los humanos y decidió robárselo.
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De sus planes enteró a las mujeres y hombres, quienes apreciaron desde ese momento al animalito. Les dijo que después de la tormenta de la tarde, se robaría el fuego. Al día siguiente esperó que empezara a llover para mojarse, de esta manera tendría un pretexto para entrar a la cueva.
¿Qué hizo el tlacuache?
Tras concluir el aguacero, el tlacuache se presentó en la entrada, le pidió a la anciana que lo dejara entrar para secarse junto al fuego, a cambio, le contaría las historias más interesantes como nunca había escuchado. Ella como siempre estaba sola y se aburría, le permitió entrar, no sin antes advertirle que si sus historias no le gustaban lo echaría a palos.
Así, los dos se sentaron alrededor del fuego, el marsupial comenzó sus relatos, la primera historia le gustó a la dueña del lugar, por lo que pidió otra, y otra más, hasta que se quedó dormida. Lo que aprovechó el animal y armándoselo de valor metió la cola entre las llamas. Pese al ardor, salió de la cueva, se dirigió a los humanos, quienes ya tenían maderas para hacer más grande el fuego.
Desde ese día, la raza humana dejó de padecer frío y pudo cocinar sus alimentos, sin embargo, el animalito perdió su gran cola esponjada por una pequeña y chata, pero nunca se arrepintió de su sacrificio.