Última parte
Cuando fue encarcelado Juan el Bautista, Jesús tomó a su cargo la tarea de su primo y empezó a predicar el advenimiento del reino. Era tan intensa su sensibilidad religiosa que condenaba severamente a quienes no compartían su doctrina; pedía perdonar cualquier falta menos el descreimiento. En los evangelios figuran algunos pasajes duros que no armonizan con lo que de ordinario se nos dice sobre Cristo. Declara, como cosa natural, que el pobre que vaya a los cielos no podrá dejar caer una sola gota de agua en la lengua del rico que se halle en el infierno. Aconsejaba “no juzguéis para no ser juzgados”, pero maldecía a los hombres y a las ciudades que no querían recibir su evangelio.
Jesús, por lo demás, era el más amable de los hombres. No tenemos retrato alguno de él, y los evangelistas no nos lo describen, pero ha debido poseer cierto encanto corporal junto con una especie de magnetismo espiritual para atraer por igual a mujeres y a hombres. Por algunas palabras sueltas sabemos que, al igual que otros individuos de aquella época y país, llevaba túnica y un manto encima, sandalias y probablemente se cubría la cabeza con un paño que le caía sobre los hombros para protegerse del sol.
Muchas mujeres percibían en él una entrañable ternura que las impulsaba a desbordante devoción. No carecía de inteligencia; respondía a las preguntas capciosas de los fariseos casi con la habilidad de un buen abogado. Nadie podía turbarlo ni confundirlo, pero los pobres de espíritu y quienes se le acercaban no eran intelectuales, ni dependían del conocimiento. Su mera presencia ejercía un efecto tonificante; a su contacto el débil se fortalecía y el enfermo se curaba.
Enseñaba con la sencillez que exigían sus oyentes, con interesantes relatos que hacían más vívidas sus lecciones, con incisivos aforismos más que con demostraciones, y con símiles y metáforas tan brillantes como las que más de la literatura. La forma de parábola que empleó era usual en el Oriente Medio, y algunas de las analogías de que se vale las había tomado de los profetas, los salmistas y los rabinos.
Su punto de partida fue el evangelio de Juan el Bautista, que a su vez procedía de Daniel y Enoc. Decía que el reino de los cielos estaba próximo y que Dios pondría, en breve, término al reino de la maldad sobre la tierra. Muchos han visto en el reino una utopía comunista y han considerando a Cristo como un revolucionario social. Joseph Ernest Renán lo calificó de anarquista. Los evangelios no dejan de proporcionar cierto apoyo a esta tesis. Cristo despreciaba evidentemente a aquellos para quienes el principal objetivo es amontonar dinero y lujos. Anunciaba hambre y aflicción al rico y al saciado, y consolaba al pobre con las bienaventuranzas que el reino le promete.
Su obra no consistió en crear un nuevo Estado sino en delinear una moralidad ideal. Judíos de todas las sectas, menos de los esenios, se opusieron a sus innovaciones, irritándoles especialmente que se atribuyera la potestad de perdonar los pecados y de hablar en nombre de Dios. Los escandalizaba verlo acompañado de los odiados funcionarios de Roma y de mujeres de mala nota. Los sacerdotes vigilaban, llenos de sospechas, sus actividades, ya que veían la envoltura de una revolución política. La ruptura final sobrevino como consecuencia de la convicción popular creciente, y el claro anuncio de Jesús que él era el Mesías.
Jesús, con su mente maestra, conocía a la gente de su época como ningún otro individuo la llegó a conocer. Enseñó la ciencia de la vida. No seleccionó hombres conocidos por sus logros intelectuales porque sabía que la intelectualidad sola es más un obstáculo que una ayuda en cuanto a la verdad concierne. La intelectualidad es el conocimiento del efecto, mientras que la inteligencia es el entendimiento de la causa. Jesús nunca fundó una organización o Iglesia. Su mente le indicó que la Iglesia y su organización forzosamente divagaría la atención del esfuerzo por desarrollar la verdad.
Esta serie de artículos termina, aunque el tema es inagotable. Hay evidencias modernas, actuales, que no aseguran que Jesús haya nacido en Belén, ni en un pesebre. Tampoco que José fuese carpintero concretamente, sino que más bien hacía trabajo con las manos, lo que hoy se denominan manualidades. El tema apasiona a antropólogos, arqueólogos, geólogos y estudiosos quienes van develando momentos y senderos más ciertos de la histórica saga de Jesús. Tiempo habrá para escribirlos.
Jesús no fue impecable y tuvo que vencer las mismas pasiones que nosotros combatimos. Posible es que muchas de sus faltas hayan quedado ocultas. Hoy, más de dos mil millones de seres humanos son cristianos; de ese tamaño fue su grandeza. También es posible que haya desaparecido una parte de esa grandeza a causa de la pobre interpretación de sus discípulos.