/ jueves 4 de agosto de 2022

Eztli

Llena de misticismo y valentía, la historia de “Eztli” y su lucha por sobrevivir ante la idea radical hacia las mujeres, fue la ganadora del tercer lugar en el Primer Concurso De Cuento Corto De Ciencia Ficción, Salvador Elizondo, organizado por Heraldo de Tabasco

El sendero delante de mí se queda vacío, pero la sensación punzante en mi espalda hace que siga avanzando, así que discretamente, limpio la planta de mi pie sobre el musgo medio seco de la roca que tengo más cerca y sigo avanzando. No puedo mirar atrás para decirle al guerrero que viene custodiándome que me permita revisar la herida en mi pie, de todos modos, supongo que en cuanto vea la sangre querrá matarme. Me da la impresión de que es un guerrero que tiene formación incompleta o es muy distraído, porque no se ha dado cuenta que desde que perdimos al grupo que venía con nosotros, he estado dejando manchas de sangre a nuestro paso. Aunque no es esa sangre la que él teme. La que todos temen.

Después de avanzar en silencio por largo rato, con otro ligero toque de la punta de su lanza me indica que nos detengamos, ni siquiera me mira o me habla. Yo no debo mirarlo directamente, por lo que me quedo dándole la espalda. Escucho crujir el pasto mientras se aleja de mí. Miro al cielo y me dejo caer sobre mis rodillas, estoy agotada y tengo hambre.

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Esta mañana mi madre vino a mí al salir el sol y con un gesto de horror me encontró ocultando mi cueitl. Quise explicarle que me encontraba bien, pero no me escuchó, salió directo en busca de nuestro teuctlamacazqui. Fue entonces que la hermana de mi madre comenzó a llorar silenciosamente. La hermana de mi madre es mi Nohaui y ha estado con nosotros desde que tengo memoria, ella me ha enseñado todo lo que sé, pues mi madre está ocupada todo el día cuidando a mis dos nopipi. En casa todos estaban felices cuando ellos nacieron, mi madre y mi padre dicen que serán guerreros del más alto rango en cuanto tengan edad para demostrarlo. Por eso mi Nohaui, mi madre y yo debemos servirles en todo, nunca debe faltarles nada.

Cuando mi madre volvió con el teuctlamacazqui, me encerraron sin decirme nada y por un rato, solamente escuchaba a mi madre llorar y los cantos místicos del teuctlamacazqui.

No escuchaba a mi padre ni a mis nopipi. No sé cuánto tiempo había pasado, cuando mi Nohaui se acercó para darme a escondidas un poco de agua y, envuelta en una tela vieja, me entregó una vasija flexible y muy muy pequeña. Nunca la había visto. Con ojos muy abiertos y una expresión desesperada, me susurró unas palabras que apenas pude comprender, se aseguró de que hiciera lo que me pedía, se llevó la tela vieja y desapareció. Cuando me dejaron salir, el teuctlamacazqui ya no estaba y mi madre me tomó por el hombro, mientras acariciaba mi largo cabello, me llevó a través de la puerta de atrás de la casa donde me esperaba el guerrero. Ella me indicó que lo siguiera sin hablar y con su mano en mi vientre, se despidió. Conforme avanzábamos se nos fueron uniendo otras chicas. Algunas nos mirábamos por el rabillo del ojo. Ninguna entendía que pasaba. Caminábamos en fila, custodiadas por cuatro guerreros que nos llevaban por un camino lleno de vegetación. Así fuimos caminando junto con el sol. Nos detuvimos cuando llegamos a un acantilado y vi como una a una de las chicas que iban delante de mi eran arrojadas al vacío. Ninguna se oponía, algunas simplemente lloraban desconsoladamente. Yo estaba esperando mi turno, si este era mi destino quería afrontarlo con entereza, fue entonces que los escuché. Dos de los guerreros murmuraban que todo saldría bien, que el teuctlamacazqui estaría contento de que las impuras hubieran sido ofrecidas a la luna roja de esta noche. Y lo entendí. Ellos temían a la sangre que manchaba nuestras cueitl. Al igual que mi madre esta mañana cuando encontró las manchas en mí. Por eso me habían sacado de mi casa, yo era impura.

Miré alrededor, tratando de hacer contacto visual con alguno de los guerreros pero ellos me evadían. Recordé las palabras de mi Nohaui “Coloca esta xicalli dentro de ti. Ella contendrá tu poder y tú podrás regresar a casa. Pero para volver tendrás que prometerme usarla cada luna llena. No dejes que se deshagan de ti. Enfréntalos, la xicalli concentrará tu poder, confía”. Después de escucharla no la había entendido pero introduje la xicalli como me había indicado.

Quedaban tres chicas delante de mí en el acantilado y vi que todas tenían sus cueitl con algunas manchas de sangre, pero yo no. La xicalli que me dio mi Nohaui estaba conteniendo mi poder. Toqué mi vientre y miré al guerrero que estaba más cerca de mí y le dije que quería volver a casa, pero me ignoró, así que comencé a gritar. Eso alteró a las otras chicas, que intentaron escapar, pero en cuanto la primera corrió en sentido contrario del acantilado fue atravesada por la lanza del guerrero que era el líder. Todos nos quedamos callados.

—Ustedes son impuras, no merecen que las veamos —dijo el guerrero mientras sacaba la lanza del pecho de la chica.

—Pero no deben morir por la lanza, ahora tú eres impuro. Ellas deben sacrificarse por la luna de esta noche, no morir como un guerrero —le respondió el guerrero que me había esperado fuera de casa, añadiendo—: esto lo sabrá el teuctlamacazqui.

Como si eso hubiera sido una declaración de guerra, el primer guerrero se lanzó contra el que me custodiaba y las dos chicas restantes intentaron escapar pero fueron embestidas por los otros guerreros. Al tocarlas ambos se miraron como si una maldición les hubiera llenado el cuerpo y, abrazando a las chicas, los cuatro se arrojaron al acantilado. Quise correr detrás de ellos pero era demasiado tarde. En el suelo, detrás de mí, el guerrero que había asesinado con su lanza a una de las chicas también yacía muerto, a lado de él, el guerrero que me custodiaba tenía una roca llena de sangre en la mano. Tapándose los ojos me gritó que me aventara al acantilado por cuenta propia si no quería correr el mismo destino que las últimas chicas.

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—¡Mírame! ¡Mira mi cueitl! Está limpió. Es puro. Si fuera impura como crees, desde que abandonamos mi casa se hubiera manchado. No es así.

Con cautela miró mi cueitl. Giré sobre mí misma, para que notara que no mentía. Sin decir nada se colocó detrás de mí y con su lanza empezó a guiarme de vuelta a casa.

Está oscureciendo, la luna no tardará en aparecer; escucho que el guerreo viene de regreso.

Me dice que me levante, que ya estamos más cerca pero que debemos darnos prisa y volver antes de que la luna se ponga roja o moriremos. Aunque la herida de mi pie me hace andar lenta y torpe.

Yo sé que no moriré, aunque él le tenga miedo a la luna, yo sé que cuando se ponga roja, sabré el camino a casa sin necesidad de que él me lo indique. No sé cómo tomará mi madre mi regreso, pero sé que mi Nohaui me enseñará sobre mi xicalli y mi sangre. Ahora sé que no nací solamente para procurar a mis nopipi, que dentro de mí hay una fuerza y un poder que quiero comprender para que otras chicas sean tan fuertes como yo o como mi Nohaui.

El sendero delante de mí se queda vacío, pero la sensación punzante en mi espalda hace que siga avanzando, así que discretamente, limpio la planta de mi pie sobre el musgo medio seco de la roca que tengo más cerca y sigo avanzando. No puedo mirar atrás para decirle al guerrero que viene custodiándome que me permita revisar la herida en mi pie, de todos modos, supongo que en cuanto vea la sangre querrá matarme. Me da la impresión de que es un guerrero que tiene formación incompleta o es muy distraído, porque no se ha dado cuenta que desde que perdimos al grupo que venía con nosotros, he estado dejando manchas de sangre a nuestro paso. Aunque no es esa sangre la que él teme. La que todos temen.

Después de avanzar en silencio por largo rato, con otro ligero toque de la punta de su lanza me indica que nos detengamos, ni siquiera me mira o me habla. Yo no debo mirarlo directamente, por lo que me quedo dándole la espalda. Escucho crujir el pasto mientras se aleja de mí. Miro al cielo y me dejo caer sobre mis rodillas, estoy agotada y tengo hambre.

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Esta mañana mi madre vino a mí al salir el sol y con un gesto de horror me encontró ocultando mi cueitl. Quise explicarle que me encontraba bien, pero no me escuchó, salió directo en busca de nuestro teuctlamacazqui. Fue entonces que la hermana de mi madre comenzó a llorar silenciosamente. La hermana de mi madre es mi Nohaui y ha estado con nosotros desde que tengo memoria, ella me ha enseñado todo lo que sé, pues mi madre está ocupada todo el día cuidando a mis dos nopipi. En casa todos estaban felices cuando ellos nacieron, mi madre y mi padre dicen que serán guerreros del más alto rango en cuanto tengan edad para demostrarlo. Por eso mi Nohaui, mi madre y yo debemos servirles en todo, nunca debe faltarles nada.

Cuando mi madre volvió con el teuctlamacazqui, me encerraron sin decirme nada y por un rato, solamente escuchaba a mi madre llorar y los cantos místicos del teuctlamacazqui.

No escuchaba a mi padre ni a mis nopipi. No sé cuánto tiempo había pasado, cuando mi Nohaui se acercó para darme a escondidas un poco de agua y, envuelta en una tela vieja, me entregó una vasija flexible y muy muy pequeña. Nunca la había visto. Con ojos muy abiertos y una expresión desesperada, me susurró unas palabras que apenas pude comprender, se aseguró de que hiciera lo que me pedía, se llevó la tela vieja y desapareció. Cuando me dejaron salir, el teuctlamacazqui ya no estaba y mi madre me tomó por el hombro, mientras acariciaba mi largo cabello, me llevó a través de la puerta de atrás de la casa donde me esperaba el guerrero. Ella me indicó que lo siguiera sin hablar y con su mano en mi vientre, se despidió. Conforme avanzábamos se nos fueron uniendo otras chicas. Algunas nos mirábamos por el rabillo del ojo. Ninguna entendía que pasaba. Caminábamos en fila, custodiadas por cuatro guerreros que nos llevaban por un camino lleno de vegetación. Así fuimos caminando junto con el sol. Nos detuvimos cuando llegamos a un acantilado y vi como una a una de las chicas que iban delante de mi eran arrojadas al vacío. Ninguna se oponía, algunas simplemente lloraban desconsoladamente. Yo estaba esperando mi turno, si este era mi destino quería afrontarlo con entereza, fue entonces que los escuché. Dos de los guerreros murmuraban que todo saldría bien, que el teuctlamacazqui estaría contento de que las impuras hubieran sido ofrecidas a la luna roja de esta noche. Y lo entendí. Ellos temían a la sangre que manchaba nuestras cueitl. Al igual que mi madre esta mañana cuando encontró las manchas en mí. Por eso me habían sacado de mi casa, yo era impura.

Miré alrededor, tratando de hacer contacto visual con alguno de los guerreros pero ellos me evadían. Recordé las palabras de mi Nohaui “Coloca esta xicalli dentro de ti. Ella contendrá tu poder y tú podrás regresar a casa. Pero para volver tendrás que prometerme usarla cada luna llena. No dejes que se deshagan de ti. Enfréntalos, la xicalli concentrará tu poder, confía”. Después de escucharla no la había entendido pero introduje la xicalli como me había indicado.

Quedaban tres chicas delante de mí en el acantilado y vi que todas tenían sus cueitl con algunas manchas de sangre, pero yo no. La xicalli que me dio mi Nohaui estaba conteniendo mi poder. Toqué mi vientre y miré al guerrero que estaba más cerca de mí y le dije que quería volver a casa, pero me ignoró, así que comencé a gritar. Eso alteró a las otras chicas, que intentaron escapar, pero en cuanto la primera corrió en sentido contrario del acantilado fue atravesada por la lanza del guerrero que era el líder. Todos nos quedamos callados.

—Ustedes son impuras, no merecen que las veamos —dijo el guerrero mientras sacaba la lanza del pecho de la chica.

—Pero no deben morir por la lanza, ahora tú eres impuro. Ellas deben sacrificarse por la luna de esta noche, no morir como un guerrero —le respondió el guerrero que me había esperado fuera de casa, añadiendo—: esto lo sabrá el teuctlamacazqui.

Como si eso hubiera sido una declaración de guerra, el primer guerrero se lanzó contra el que me custodiaba y las dos chicas restantes intentaron escapar pero fueron embestidas por los otros guerreros. Al tocarlas ambos se miraron como si una maldición les hubiera llenado el cuerpo y, abrazando a las chicas, los cuatro se arrojaron al acantilado. Quise correr detrás de ellos pero era demasiado tarde. En el suelo, detrás de mí, el guerrero que había asesinado con su lanza a una de las chicas también yacía muerto, a lado de él, el guerrero que me custodiaba tenía una roca llena de sangre en la mano. Tapándose los ojos me gritó que me aventara al acantilado por cuenta propia si no quería correr el mismo destino que las últimas chicas.

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—¡Mírame! ¡Mira mi cueitl! Está limpió. Es puro. Si fuera impura como crees, desde que abandonamos mi casa se hubiera manchado. No es así.

Con cautela miró mi cueitl. Giré sobre mí misma, para que notara que no mentía. Sin decir nada se colocó detrás de mí y con su lanza empezó a guiarme de vuelta a casa.

Está oscureciendo, la luna no tardará en aparecer; escucho que el guerreo viene de regreso.

Me dice que me levante, que ya estamos más cerca pero que debemos darnos prisa y volver antes de que la luna se ponga roja o moriremos. Aunque la herida de mi pie me hace andar lenta y torpe.

Yo sé que no moriré, aunque él le tenga miedo a la luna, yo sé que cuando se ponga roja, sabré el camino a casa sin necesidad de que él me lo indique. No sé cómo tomará mi madre mi regreso, pero sé que mi Nohaui me enseñará sobre mi xicalli y mi sangre. Ahora sé que no nací solamente para procurar a mis nopipi, que dentro de mí hay una fuerza y un poder que quiero comprender para que otras chicas sean tan fuertes como yo o como mi Nohaui.

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