/ lunes 10 de junio de 2024

Artilugios | JOSÉ CARLOS BECERRA EN SUS POEMAS. 88 AÑOS DE POESÍA.

Umberto Eco en su hermosa novela El nombre de la rosa –que amenaza convertirse en el Quijote de nuestros tiempos pues todos hablamos de ella pero no todos la hemos leído– aboga por las respuestas que el poeta da a los enigmas de la cristiandad y un buen amigo mío dijo alguna vez que el Poeta era el hermano menor del Filósofo. El hombre que poetiza es mucho más importante, según yo, que el hombre que piensa y de esa misma forma, al poetizar, el Hombre recupera una buena porción de mitos que, de otra forma, nunca los tendría. Gracias al poeta podemos ver nuevamente, la cara de Dios. Dice Becerra:

Era de noche cuando el mar se borró de los rostros de los náufragos como una expresión sagrada.

En el principio fue el caos y Becerra va de lo oscuro, de lo impenetrable hacia la claridad, hacia el desarrollo de lo visible donde puede, a su vez, escapar hacia el reino de lo invisible. Becerra señala a la noche como forma de vida y principio de eternidad en el orbe diáfano. Del mar parte la vida y, según creo, esta será la única forma que compartirán los tabasqueños Pellicer, Gorostiza y Becerra:

El agua, agua con la que viven a la cintura todas las cosas de Tabasco.

Reitera el poeta en la noche cuando la espuma se alejó de la tierra como una palabra todavía no dicha por nadie. Nadie dijo nada, nadie habló de la palabra, nadie reseñó nada hasta que el poeta vino a descubrirlo, a enseñoreárnoslo. Becerra canta con voz maya, con voz epicúrea e iconoclasta para salvaguardar los hechos de nuestros antepasados.

Becerra cree en el tiempo y en el espacio, pero cree en ellos como medidas metafísicas, como ideología preponderante por el ámbito de la noche y lo reitera más adelante, pero ya llegaremos a ello. Dice después:

Era la noche

y la tierra era el náufrago mayor entre todos aquellos hombres,

entre todos aquellos era la tierra

como un artificio de las aguas.

Y la Tierra tuvo que ceder al avance tumultuoso de las aguas. Si no, el tiempo hubiera soslayado la rutina de la creación. Al crear el poeta dice, pero cuando quiere hacerse igual a Dios, tiene que ser muy ducho para poder llegar a ello sin herir la susceptibilidad divina, tan acorde con el desempeño del gobernante.

Porque este canto no se acaba, esta tierra es nuestra parece decirnos Becerra y es allí cuando ensombrece las demás cosas y ya no se refiere a todas las tierras, sólo se refiere a Tabasco.

Dice Michel Tournier:

Un mito memorable es una imagen viva que acunamos y nutrimos en nuestro seno, que nos brinda claridad y calor.

Estas mismas palabras se le aplican a este poema. Es imagen viva y a la vez se torna acertijo incomparable. acertijo impenetrable y diáfano cristal por donde atisbamos el mundo que nos rodea, bella traslación de polos opuestos –cristianismo y paganismo–, terror desbocado de todas las licencias reencontradas.

La Venta reclama –o debe reclamarlo– su potestad de canto, su magnificencia de sonidos, por ello la disquisición sobre el épodo. En la poesía griega es la tercera parte del canto lírico alternado, que tiene como primera parte la estrofa y como segunda la antistrofa. Esta cualidad teatral insinúa que el texto fue hecho para decirse en voz alta. El poema de Becerra nos lleva siempre a la misma vuelta. El retorno a los orígenes de la Poesía, la vuelta al larguísimo versículo compenetrado de la imagen del poeta y de la imagen del vasallaje a las musas. Pero la mañosería del poeta debe ocultarse con una estratagema como la del pequeño niño Gwion y se oculta precisamente en la forma de escritura, en el cuestionamiento del yantar, en la faz del insumo bibliográfico. Becerra nos da un acertijo donde loa el paganismo sin atribuir volúmenes imaginarios a la cristiandad.

Las cabezas de piedra a que alude son los dólmenes del panteón druida, los menhires de los celtas. Todo combinado en un poema que fue hecho para decirse en voz alta y el solo epígrafe de T.S. Eliot debiese bastarnos para comprenderlo. No es fortuito, pues, que José Carlos Becerra sea más joven que todas las imágenes de Pellicer y que él mismo sea una imagen.

Poeta cristiano, pésele a quien le pese, Becerra sabe hasta dónde puede parangonar la religión en que fue criado con la antigua religión de los olmecas. El Diablo, pues, puede rondar por las letras de Becerra si éste no hubiera recurrido a la más vieja astucia del demonio, la de convencernos de que no existe, Baudelaire dixit.

El porvenir rompió los diques de estatuas, el porvenir exterminó los antiguos ídolos, las doctrinas políticas dijeron que la religión era "el opio de los pueblos". El porvenir ha dado al traste con la evocación mítico-religiosa y hoy –o en ese tiempo, el de Becerra– nos resta la nostalgia indefinible de lo extraviado, de lo perdido, hoy quedan los sueños –que contaminan de piedra las imágenes–, queda la luna sobre el pantano, queda el gemido de los monos, queda el mar, un mar de poesía y ditirambo, un mar de silencios y vox populi. Queda todo eso en el cielo, en la tierra, queda todo el desencanto de la adolescencia, queda la confianza en el porvenir.

Sabemos hoy que el porvenir, ese porvenir de Becerra no llegó. La Venta es la ojeada al pasado de un hombre que siempre estuvo al borde del precipicio, siempre en la duda si arrojarse o no. Queda Becerra pues como una imagen de piedra más que se refleja en nuestro espejo de roca para no volverlo a ver.

Más aún, deambula José Carlos por la vida en espiral de la poesía. Aún se siente su hálito de sensaciones, su ambiente conventual, su inspiración metafórica y esa, creo yo, es su mejor herencia.

Umberto Eco en su hermosa novela El nombre de la rosa –que amenaza convertirse en el Quijote de nuestros tiempos pues todos hablamos de ella pero no todos la hemos leído– aboga por las respuestas que el poeta da a los enigmas de la cristiandad y un buen amigo mío dijo alguna vez que el Poeta era el hermano menor del Filósofo. El hombre que poetiza es mucho más importante, según yo, que el hombre que piensa y de esa misma forma, al poetizar, el Hombre recupera una buena porción de mitos que, de otra forma, nunca los tendría. Gracias al poeta podemos ver nuevamente, la cara de Dios. Dice Becerra:

Era de noche cuando el mar se borró de los rostros de los náufragos como una expresión sagrada.

En el principio fue el caos y Becerra va de lo oscuro, de lo impenetrable hacia la claridad, hacia el desarrollo de lo visible donde puede, a su vez, escapar hacia el reino de lo invisible. Becerra señala a la noche como forma de vida y principio de eternidad en el orbe diáfano. Del mar parte la vida y, según creo, esta será la única forma que compartirán los tabasqueños Pellicer, Gorostiza y Becerra:

El agua, agua con la que viven a la cintura todas las cosas de Tabasco.

Reitera el poeta en la noche cuando la espuma se alejó de la tierra como una palabra todavía no dicha por nadie. Nadie dijo nada, nadie habló de la palabra, nadie reseñó nada hasta que el poeta vino a descubrirlo, a enseñoreárnoslo. Becerra canta con voz maya, con voz epicúrea e iconoclasta para salvaguardar los hechos de nuestros antepasados.

Becerra cree en el tiempo y en el espacio, pero cree en ellos como medidas metafísicas, como ideología preponderante por el ámbito de la noche y lo reitera más adelante, pero ya llegaremos a ello. Dice después:

Era la noche

y la tierra era el náufrago mayor entre todos aquellos hombres,

entre todos aquellos era la tierra

como un artificio de las aguas.

Y la Tierra tuvo que ceder al avance tumultuoso de las aguas. Si no, el tiempo hubiera soslayado la rutina de la creación. Al crear el poeta dice, pero cuando quiere hacerse igual a Dios, tiene que ser muy ducho para poder llegar a ello sin herir la susceptibilidad divina, tan acorde con el desempeño del gobernante.

Porque este canto no se acaba, esta tierra es nuestra parece decirnos Becerra y es allí cuando ensombrece las demás cosas y ya no se refiere a todas las tierras, sólo se refiere a Tabasco.

Dice Michel Tournier:

Un mito memorable es una imagen viva que acunamos y nutrimos en nuestro seno, que nos brinda claridad y calor.

Estas mismas palabras se le aplican a este poema. Es imagen viva y a la vez se torna acertijo incomparable. acertijo impenetrable y diáfano cristal por donde atisbamos el mundo que nos rodea, bella traslación de polos opuestos –cristianismo y paganismo–, terror desbocado de todas las licencias reencontradas.

La Venta reclama –o debe reclamarlo– su potestad de canto, su magnificencia de sonidos, por ello la disquisición sobre el épodo. En la poesía griega es la tercera parte del canto lírico alternado, que tiene como primera parte la estrofa y como segunda la antistrofa. Esta cualidad teatral insinúa que el texto fue hecho para decirse en voz alta. El poema de Becerra nos lleva siempre a la misma vuelta. El retorno a los orígenes de la Poesía, la vuelta al larguísimo versículo compenetrado de la imagen del poeta y de la imagen del vasallaje a las musas. Pero la mañosería del poeta debe ocultarse con una estratagema como la del pequeño niño Gwion y se oculta precisamente en la forma de escritura, en el cuestionamiento del yantar, en la faz del insumo bibliográfico. Becerra nos da un acertijo donde loa el paganismo sin atribuir volúmenes imaginarios a la cristiandad.

Las cabezas de piedra a que alude son los dólmenes del panteón druida, los menhires de los celtas. Todo combinado en un poema que fue hecho para decirse en voz alta y el solo epígrafe de T.S. Eliot debiese bastarnos para comprenderlo. No es fortuito, pues, que José Carlos Becerra sea más joven que todas las imágenes de Pellicer y que él mismo sea una imagen.

Poeta cristiano, pésele a quien le pese, Becerra sabe hasta dónde puede parangonar la religión en que fue criado con la antigua religión de los olmecas. El Diablo, pues, puede rondar por las letras de Becerra si éste no hubiera recurrido a la más vieja astucia del demonio, la de convencernos de que no existe, Baudelaire dixit.

El porvenir rompió los diques de estatuas, el porvenir exterminó los antiguos ídolos, las doctrinas políticas dijeron que la religión era "el opio de los pueblos". El porvenir ha dado al traste con la evocación mítico-religiosa y hoy –o en ese tiempo, el de Becerra– nos resta la nostalgia indefinible de lo extraviado, de lo perdido, hoy quedan los sueños –que contaminan de piedra las imágenes–, queda la luna sobre el pantano, queda el gemido de los monos, queda el mar, un mar de poesía y ditirambo, un mar de silencios y vox populi. Queda todo eso en el cielo, en la tierra, queda todo el desencanto de la adolescencia, queda la confianza en el porvenir.

Sabemos hoy que el porvenir, ese porvenir de Becerra no llegó. La Venta es la ojeada al pasado de un hombre que siempre estuvo al borde del precipicio, siempre en la duda si arrojarse o no. Queda Becerra pues como una imagen de piedra más que se refleja en nuestro espejo de roca para no volverlo a ver.

Más aún, deambula José Carlos por la vida en espiral de la poesía. Aún se siente su hálito de sensaciones, su ambiente conventual, su inspiración metafórica y esa, creo yo, es su mejor herencia.