En este sexto domingo de Tiempo ordinario, la palabra de Dios enfatiza en “ubicar” a los cristianos en la tierra, de tal manera que puedan tomar el camino correcto al reino de los cielos.
Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López fue claro al señalar que si queremos seguir a Jesús lo más atinado es necesario escoger la pobreza, la sencillez, la humildad y la generosidad.
“Pues que en esta semana seamos dichosos, felices según la voluntad de Dios y de acuerdo a la palabra del Señor”, expuso.
Y es que de acuerdo al evangelio los que confían en sí mismos, en el hombre, no tienen mucho futuro. Parece que están condenados al sufrimiento y a la muerte. Confían en sí mismos porque son ricos, porque comen en abundancia, porque gozan y porque todos hablan bien de ellos. En el lado opuesto están los que son declarados “bienaventurados” o “felices” por Jesús.
Pero hay un hecho importante a resaltar en este lado de la oposición. Si en la primera lectura se declaraba “bendito” al que confiaba en el Señor, en el Evangelio se declara “bienaventurado” no al que confía en el Señor sino simplemente a los que en este mundo les ha tocado la peor parte. Jesús no dice “dichosos los pobres que confían en Dios”.
Dice simplemente “Dichosos los pobres” y “los que tienen hambre” y “los que lloran”. Sin más. No es necesario ningún título más para merecer ser declarados “bienaventurados” por Jesús y recibir la promesa de reino. Solo la última de las bienaventuranzas se refiere a los discípulos de Jesús, a los que serán perseguidos por causa de su nombre. Esos también son “bienaventurados”.
El amor y la misericordia de Dios son para todos los hombres y mujeres. Precisamente por eso se manifiesta, en primer lugar, a aquellos que no tienen nada, a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. A ellos se dirige preferentemente el amor Dios. A ellos les tenemos que amar preferentemente los cristianos porque son los “bienaventurados” de Dios. Porque son nuestros hermanos pobres y abandonados. Nosotros confiamos en que en el reino nos encontraremos todos, ellos y nosotros, compartiendo la mesa de la “bienaventuranza”.