/ jueves 9 de diciembre de 2021

San Juan Diego: el vidente de la Virgen de Guadalupe

Beatificado el 6 de mayo de 1990 por el papa Juan Pablo II, es el primer santo indígena de América, cuya festividad es el 9 de diciembre

Juan Diego Cuauhtlatoatzin es una figura fundamental en la cultura mexicana, pues según la tradición católica, fue el indígena chichimeca que presenció las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac en 1531 a la edad de 57 años, y portador del manto "milagroso" en el que quedó plasmada la imagen de La Morenita del Tepeyac, razón que lo llevó a ser canonizado en 2002 por el Papa San Juan Pablo Il

Lee más: Arriban a Tabasco bajo el cobijo de la virgen de Guadalupe

San Juan Diego fue beatificado en 1990 y canonizado en 2002, en ambos casos por el papa Juan Pablo II. Es el primer santo indígena de América y el tercer santo en ser canonizado tras San Felipe de Jesús y el grupo de 27 mártires de la guerra cristera.

Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas, y hoy territorio mexicano. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca; según el Nican Mopohua, era un "macehualli", o "pobre indio", es decir uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio., ni tampoco formaba parte de la clase de los esclavos.

Hombre de fe

Juan Diego era un hombre muy devoto y religioso, aún antes de su conversión, cuando él habla con La Morenita del Tepeyac él se describe como "un hombrecillo" o un don nadie, y atribuye a esto su falta de credibilidad ante el Obispo de aquel entonces

Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Más adelante, contrajo matrimonio con una nativa sin llegar a tener hijos, bautizado junto a su esposa él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía, por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente

Siervo de la La Morenita del Tepeyac

Cuando el humilde indio Juan Diego llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de repente escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arcoiris de diversos colores.

El indio quedó absorto y fuera de sí ante el asombro de pronto, oyó que una voz de mujer, dulce y delicada, que le llamaba y le decía por su nombre: «Juanito, Juan Dieguito, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara.

Y cuando llegó frente a ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, “su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella

Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano, el dialogando con Juan Diego y la preciosa Doncella le manifestó su voluntad “Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada, en donde les mostraré y ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra madre.

Así, de esta manera tan sublime, la Señora del cielo envía a Juan Diego como su mensajero ante la cabeza de la Iglesia en México, el obispo fray Juan de Zumárraga. El humilde y obediente Juan Diego se postró por tierra y pronto se puso en camino, derecho a la Ciudad de México, para cumplir el deseo de la Señora del Cielo.

El Peregrino

Juan Diego enviudó en 1529 y sus vecinos le llamaban “El Peregrino”, pues gustaba de caminar a solas, e ir de su lugar de residencia a Tlatelolco para recibir la catequización y escuchar misa.

Una vez pasada la maravillosa experiencia de platicar con la Señora del Cielo, de ver la imagen estampada en su tilma y construida la ermita, se dedicó a cuidarla y seguramente a platicar con Ella, así como a referir el acontecimiento a todo aquel que quisiera escucharlo y, en especial, a seguir viviendo santamente.

Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, luego de dejar todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino, pasando el resto de su vida completamente dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo.

“Juan Diego es un modelo de paz interior que todos necesitamos en este convulso mundo, y su principal hazaña es que estando condenado a la oscuridad, refulge con luz propia a pesar de la luz guadalupana”.

La imagen del santo

La imagen más antigua que se conoce de San Juan Diego es un retrato hablado realizado por Miguel Cabrera en el siglo XVIII, ese cuadro ha sido cuestionado por mostrar a un hombre con características más españolas que indígenas. Según los historiadores, debido a los rasgos indígenas que predominaban en ese entonces, es muy probable que Cuauhtlatoatzin fuera lampiño, con cabello lacio, de estatura promedio de 1.60 metros y ojos algo rasgados.

Su muerte

San Juan Diego murió en 1548. Hoy, como en aquellos días, sigue siendo pertinente decir, cuando encontramos a un buen hijo: “Que Dios te haga como Juan Diego”.

Su sepelio fue en la Basílica de Guadalupe y fue sepultado junto con su tío Juan Bernardino en la primera ermita dedicada a la Vírgen de Guadalupe San Juan Pablo II beatificó a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1990 y lo canonizó el 31 de julio de 2002.

A partir de su muerte y hasta nuestros días se ha extendido el culto y veneración. Muchas familias han puesto a sus hijos el nombre de Juan Diego por la devoción que le tienen. Y algunos padres al bendecir a sus hijos, todavía dicen: "Que Dios te haga como Juan Diego".

El 9 de diciembre ha sido declarado como fiesta del Beato San Juan Diego, inicialmente se le había pedido al Papa que eligiera el 12 de junio (aniversario de su muerte y día de su nacimiento al Cielo) como fiesta litúrgica, pero el Papa San Juan Pablo II dijo: "No; que sea el 9 de diciembre, porque fue el día en que vio el Paraíso", es decir la primera aparición.

San Juan Pablo II en el día de su beatificación hacía resaltar "su fe sencilla, nutrida de la catequesis y acogedora de los misterios, su esperanza y confianza en Dios y en la Vírgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica".

Juan Diego Cuauhtlatoatzin es una figura fundamental en la cultura mexicana, pues según la tradición católica, fue el indígena chichimeca que presenció las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac en 1531 a la edad de 57 años, y portador del manto "milagroso" en el que quedó plasmada la imagen de La Morenita del Tepeyac, razón que lo llevó a ser canonizado en 2002 por el Papa San Juan Pablo Il

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San Juan Diego fue beatificado en 1990 y canonizado en 2002, en ambos casos por el papa Juan Pablo II. Es el primer santo indígena de América y el tercer santo en ser canonizado tras San Felipe de Jesús y el grupo de 27 mártires de la guerra cristera.

Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas, y hoy territorio mexicano. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca; según el Nican Mopohua, era un "macehualli", o "pobre indio", es decir uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio., ni tampoco formaba parte de la clase de los esclavos.

Hombre de fe

Juan Diego era un hombre muy devoto y religioso, aún antes de su conversión, cuando él habla con La Morenita del Tepeyac él se describe como "un hombrecillo" o un don nadie, y atribuye a esto su falta de credibilidad ante el Obispo de aquel entonces

Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Más adelante, contrajo matrimonio con una nativa sin llegar a tener hijos, bautizado junto a su esposa él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía, por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente

Siervo de la La Morenita del Tepeyac

Cuando el humilde indio Juan Diego llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de repente escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arcoiris de diversos colores.

El indio quedó absorto y fuera de sí ante el asombro de pronto, oyó que una voz de mujer, dulce y delicada, que le llamaba y le decía por su nombre: «Juanito, Juan Dieguito, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara.

Y cuando llegó frente a ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, “su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella

Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano, el dialogando con Juan Diego y la preciosa Doncella le manifestó su voluntad “Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada, en donde les mostraré y ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra madre.

Así, de esta manera tan sublime, la Señora del cielo envía a Juan Diego como su mensajero ante la cabeza de la Iglesia en México, el obispo fray Juan de Zumárraga. El humilde y obediente Juan Diego se postró por tierra y pronto se puso en camino, derecho a la Ciudad de México, para cumplir el deseo de la Señora del Cielo.

El Peregrino

Juan Diego enviudó en 1529 y sus vecinos le llamaban “El Peregrino”, pues gustaba de caminar a solas, e ir de su lugar de residencia a Tlatelolco para recibir la catequización y escuchar misa.

Una vez pasada la maravillosa experiencia de platicar con la Señora del Cielo, de ver la imagen estampada en su tilma y construida la ermita, se dedicó a cuidarla y seguramente a platicar con Ella, así como a referir el acontecimiento a todo aquel que quisiera escucharlo y, en especial, a seguir viviendo santamente.

Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, luego de dejar todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino, pasando el resto de su vida completamente dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo.

“Juan Diego es un modelo de paz interior que todos necesitamos en este convulso mundo, y su principal hazaña es que estando condenado a la oscuridad, refulge con luz propia a pesar de la luz guadalupana”.

La imagen del santo

La imagen más antigua que se conoce de San Juan Diego es un retrato hablado realizado por Miguel Cabrera en el siglo XVIII, ese cuadro ha sido cuestionado por mostrar a un hombre con características más españolas que indígenas. Según los historiadores, debido a los rasgos indígenas que predominaban en ese entonces, es muy probable que Cuauhtlatoatzin fuera lampiño, con cabello lacio, de estatura promedio de 1.60 metros y ojos algo rasgados.

Su muerte

San Juan Diego murió en 1548. Hoy, como en aquellos días, sigue siendo pertinente decir, cuando encontramos a un buen hijo: “Que Dios te haga como Juan Diego”.

Su sepelio fue en la Basílica de Guadalupe y fue sepultado junto con su tío Juan Bernardino en la primera ermita dedicada a la Vírgen de Guadalupe San Juan Pablo II beatificó a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1990 y lo canonizó el 31 de julio de 2002.

A partir de su muerte y hasta nuestros días se ha extendido el culto y veneración. Muchas familias han puesto a sus hijos el nombre de Juan Diego por la devoción que le tienen. Y algunos padres al bendecir a sus hijos, todavía dicen: "Que Dios te haga como Juan Diego".

El 9 de diciembre ha sido declarado como fiesta del Beato San Juan Diego, inicialmente se le había pedido al Papa que eligiera el 12 de junio (aniversario de su muerte y día de su nacimiento al Cielo) como fiesta litúrgica, pero el Papa San Juan Pablo II dijo: "No; que sea el 9 de diciembre, porque fue el día en que vio el Paraíso", es decir la primera aparición.

San Juan Pablo II en el día de su beatificación hacía resaltar "su fe sencilla, nutrida de la catequesis y acogedora de los misterios, su esperanza y confianza en Dios y en la Vírgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica".

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