Ya lo decía Federico García Lorca “El tiempo va sobre el sueño hundido hasta los cabellos. Ayer y mañana comen oscuras flores de duelo”, y es que don Beto o “el chino” como todos lo conocen en Villahermosa, lo sabe a la perfección, el apabullante sonido del tictac del reloj lo ha acompañado en sus sesenta años que lleva con vida, como una especie de cuenta regresiva de una multitud de bombas.
Don Gilberto Ovando Acopa, es uno de los relojeros de la ciudad de Villahermosa, Tabasco, que se ha dedicado al oficio por más de 50 años; a los 15 años de edad su padre y su tío le enseñaron el ‘arte de la paciencia’, como el lo describe, pues para observar y reparar relojes, se necesita de una paciencia prolija, mucha comida y café, música buena y la compañía de un buen recuerdo, nos menciona don Beto.
Recibe una llamada pronta, e interrumpe nuestra conversación, tenía 5 relojes para reparar ese mismo día.
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Al parecer como cantaba Silvio Rodríguez, era un ‘encargo caro’ del que mandaba, pues por la prontitud de sus movimientos y la cara llena de felicidad, don Beto tendría la minuciosa tarea de explorar los relojes de hombres del poder. Mientras revisa, menciona que abrir un reloj es como descubrir un nuevo mundo, es una pequeña ciudad vista por gigantes.
Reanudamos nuestra charla, mientras él se sienta en una silla vieja y quejumbrosa, se pone una lupa tipo clip para empezar a revisar sus encargos, pareciera un hombre del futuro con la serie de lupas en los ojos, revisa cada pieza del reloj como si descubrirse diamantes guardados en los engranes, curiosamente me pregunta la hora, pues su vista no puede ser distraída, ni por el mismo tiempo.
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Actualmente nos comenta con cierta tristeza que a la gente de ahora no le importa el tiempo, la mayoría de los jóvenes ya no utilizan relojes, pues la avalancha tecnológica ha evaporado su uso, ahora todos utilizan el teléfono móvil para ver la hora, o en la mayoría de las ocasiones, ya no nos importa saber qué hora son, pues basta con saber si es mañana, día o noche, se ha activado un reloj cronológico dentro de nosotros, ahora sabemos el tiempo sin ver la hora.
Mientras separa las piezas con unas pequeñas pinzas, reflexiona que últimamente las personas no llegan a reparar sus relojes, puesto que las tiendas en línea han causado de cierta manera que el dueño de un reloj pida por internet las piezas que le hagan falta, luego ven tutoriales en internet, dónde te dicen “hágalo usted mismo” y pues dejan de venir a mi negocio.
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En ciertas ocasiones he intentado adentrarme al mundo del internet, mis nietos y mis hijos me han querido enseñar estas nuevas plataformas, aunque me rehuso a utilizarlas quizá por temor o simplemente por ignorancia, pero he aprendido poco a poco a reparar los nuevos relojes que han salido en estos días, menciona que unos se tienen que reinventar en estos tiempos, pues aparte de la pandemia que ha afectado rotundamente el negocio, el tiempo mismo nos devora lentamente si no nos actualizamos al futuro.
Una vez me llegó un reloj de bolsillo, aproximadamente del año 1830 , fue todo un reto poder repararlo, al abrirlo pareciera que fuese un libro de historia, diversas piezas y engranes que jamás había visto, adornaban perfectamente el interior, era una obra de arte, pareciera el interior de una persona misma, cada mecanismo tendría una función distinta para finalmente dar la hora, pero aún así, fui separando pieza por pieza , me imaginaba en los bolsillos en los que estuvo, el tiempo que había recorrido hasta llegar a mis manos, el viejo tiempo que dio y el nuevo que dará.
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Se levanta don Beto de su asiento, se estira un poco y me lleva para enseñarme un reloj de pared antiguo que había pertenecido a una familia de políticos en Tabasco, muy viejo por cierto pero aún funcional, “El tiempo es el mismo para los ricos y pobres”, menciona, la muerte llega a la hora exacta, a veces vivo pensando el día en que llegue por encargo un hombre vestido de negro, y me diga que mi tiempo se ha acabado, a lo que yo le respondería; dame un momento, veré si puedo repararlo.