/ viernes 12 de marzo de 2021

A mujer de Teapa se la quisieron llevar las ánimas por incrédula

Alicia se burló siempre de quienes recordaban a sus difuntos, hasta que unos extraños visitantes cambiaron su forma de pensar

Pese a que el siguiente relato hubo quienes en su momento lo contaron como historia verídica, no deja de ser un eslabón más de los mitos y leyendas de Tabasco, por lo que el fin de la presente nota es entretener al lector.

Alicia, mujer de 37 años dedicada a la costura, vivía en la calle Trinidad Cano Jiménez del barrio de Tecomajiaca en Teapa, muy pocas veces llegaba a la iglesia, y normalmente lo hacía para acompañar a su mamá, pues era alguien incrédula, consideraba que los rezos, oraciones o cualquier demostración de religiosidad era de personas ignorantes. Muchas veces por este tipo de pensamiento terminó discutiendo con su madre de nombre María del Carmen, que era muy devota .

Un 31 de octubre conoció a Juana y Carlos

Sin embargo, un 31 de octubre, la víspera para que llegaran las ánimas de los niños, su pensamiento y todo lo que consideraba como cierto iba a cambiar. En aquella ocasión la mamá y las tías se encontraban preparando tamales, que serían colocados en el altar para recibir a sus muertitos, así les decía la señora. Ni el alboroto por colocar las imágenes de los santos, fotos de parientes muertos, sahumerios, entre otras cosas, sacaba a la incrédula muchacha de sus labores de costurera.

Mientras en un extremo de la sala se desarrollaban pláticas recordando a los seres queridos que se habían ido, a la joven nada la inmutaba; el ruido de la máquina de coser era lo único que escuchaba. El aparato quedaba tras una ventana que daba a la calle, desde ahí la mujer podía ver con claridad a la gente que pasaba.

La joven se detuvo un rato para tomar descanso, se paró de la silla y se puso a ver a los transeúntes a través de la ventana, la cual estaba abierta, en ese momento ya pasaba de la medianoche, pero el bullicio de la gente en la calle no cesaba, debido a que muchos iban al panteón a quemar velitas y llevar flores. Por su parte María del Carmen junto con sus hermanas, ya había colocado las ofrendas y encendido las velas en su altar, la costurera pensaba que toda esta demostración era una soberana tontería, se burlaba en su interior tanto de los que caminaban rumbo al campo santo como de su familia.

Tras unos minutos parada, volvió a su máquina de coser para terminar los pendientes que debía entregar, sin darse cuenta le dieron las tres de la madrugada del 1 de noviembre, ya en ese momento los demás se habían retirado a dormir, la sala de su casa era iluminada únicamente por el brillo de las veladoras. Cuando todo se encontraba en silencio un murmullo rompió esta aparente calma, a la mujer le llamó la atención todo este ruido, se asomó por la ventana y vio un grupo de gente que se dirigía a la ciudad, la curiosidad le ganó y terminó preguntándole a una pareja que iba en la muchedumbre a donde se dirigían.

La respuesta es que iban rumbo a un poblado muy lejano, pero no le dijeron cómo se llamaba, después de esta imprecisa contestación se presentaron, dijeron llamarse Carlos y Juana, enseguida, Alicia los cuestionó sobre el frío que hacía en ese momento, los extraños caminantes rieron entre ellos, simplemente le dijeron que ya estaban acostumbrados a caminar en noches frías. Su atención se fijó en una bolsa negra que llevaba la mujer, no se pudo contener y le preguntó que llevaba en su interior: cirios, fue lo que le dijo.

Encontró huesos de gente en una bolsa negra

En ese momento, Juana le pidió que le guardara la bolsa, pues pesaba mucho y todavía les quedaban horas por caminar, ella y su acompañante al día siguiente regresarían por las velas, la joven no se pudo negar y accedió amablemente. Después de darles las gracias, la pareja se encaminó rápido al grupo de personas que ya les llevaba varios pasos adelante.

Ya para esto, eran cerca de las 4 de la mañana, por lo que Alicia decidió irse a dormir, dejó el bulto negro sobre un sillón y se retiró. El cansancio la hizo caer en un profundo sueño y despertarse cerca del mediodía, cuando se levantó, ya su madre y tías estaban comiendo tamales, acompañados con humeantes tazas llenas de café. Ella se dirigió inmediatamente al comedor, pese a que no creía en las ánimas, algo que disfrutaba eran esas piezas de masa envueltas en hojas de plátano, pero al momento de ir a la mesa, no pudo evitar encaminarse hacia donde estaba la bolsa negra para abrirla, entonces, lo que vio, la dejó pálida, no pudo contenerse y vomitó en el piso de la sala, la reacción hizo que la madre y sus tías se pararan de la mesa, le preguntaron qué le pasaba, ella no alcanzó a decir palabra alguna, sólo señaló hacia el empaque oscuro, las mujeres se dieron cuenta que en el interior había unos huesos de personas, aún apestaban, y ya el olor había impregnado la casa.

Un recién nacido, la solución

Alicia aún con la presión baja, les comentó que en la madrugada un par de personas le habían pedido que le guardara la bolsa, pero ellas le aseguraron que eran cirios. La tía que escuchaba atentamente, le comentó que estaba metida en una situación muy delicada, pues sabía de un caso similar sucedido a la hija de una amiga suya, pero como no le dio importancia al día siguiente amaneció muerta en su cama. Al terminar de escuchar el relato, la costurera se espantó más, y le preguntó a la tía la forma de evitar terminar igual, la señora le dijo que debía conseguir un recién nacido y presentárselo a estas personas, que seguramente eran unas ánimas, como hijo suyo. Así al ver una vida comenzando, iban a cambiar sus planes de llevársela.

Gran problema era, quién les iba a prestar un bebé para tan inusual situación, la joven y su madre recurrieron a sus parientes, vecinos, conocidos, pero como era de esperarse, nadie prestó a su hijo, que madre y padre en su sano juicio iban a acceder a tal petición. Cuando todo parecía perdido, un hombre humilde con mirada cándida, se le acercó y le dijo que él le prestaba a su descendiente, a la joven poco le importó que no lo conociera y aceptó.

El extraño sujeto le entregó a la criatura, envuelto en sabanas blancas, mientras Alicia esperaba que la medianoche indicara que comenzaba el 2 de noviembre, Día de Muertos, el hombre esperaba junto al altar, ahí se había colocado sin motivo aparente. La puerta sonó, un temblor recorrió el cuerpo de Alicia, venciendo el miedo y con el niño en brazos, abrió la puerta, cuando pasaba el primer minuto del día de las ánimas, en el umbral estaban Juana y Carlos, sin darle oportunidad a la muchacha pasaron, se pusieron frente a la ventana, la mujer caminó hacia el bolso negro, lo tomó y se acercó a los extraños visitantes para entregárselo. El hombre le preguntó que tenía entre las sabanas blancas, ella respondió que a su hijo, la mirada de la pareja denotó disgusto, el tono amable de sus voces cambió, se encontraban alterados. Juana comentó que ellos tenían la intención de llevársela por ser incrédula y burlarse de los muertos, sin embargo la presencia del niño se los impedía, ya que él representaba el comienzo de la vida, después de decir esto, desaparecieron.

Alicia se sintió aliviada, se dirigió al hombre, padre del recién nacido, pero ya no estaba por ningún lado, ni tampoco el niño, sólo las sabanas blancas entre sus manos, su mirada se clavó en el crucifijo colocado en el altar, ahí lo estuvo contemplando por mucho tiempo, a partir de ese día, la costurera dejó de ser tan incrédula.

Pese a que el siguiente relato hubo quienes en su momento lo contaron como historia verídica, no deja de ser un eslabón más de los mitos y leyendas de Tabasco, por lo que el fin de la presente nota es entretener al lector.

Alicia, mujer de 37 años dedicada a la costura, vivía en la calle Trinidad Cano Jiménez del barrio de Tecomajiaca en Teapa, muy pocas veces llegaba a la iglesia, y normalmente lo hacía para acompañar a su mamá, pues era alguien incrédula, consideraba que los rezos, oraciones o cualquier demostración de religiosidad era de personas ignorantes. Muchas veces por este tipo de pensamiento terminó discutiendo con su madre de nombre María del Carmen, que era muy devota .

Un 31 de octubre conoció a Juana y Carlos

Sin embargo, un 31 de octubre, la víspera para que llegaran las ánimas de los niños, su pensamiento y todo lo que consideraba como cierto iba a cambiar. En aquella ocasión la mamá y las tías se encontraban preparando tamales, que serían colocados en el altar para recibir a sus muertitos, así les decía la señora. Ni el alboroto por colocar las imágenes de los santos, fotos de parientes muertos, sahumerios, entre otras cosas, sacaba a la incrédula muchacha de sus labores de costurera.

Mientras en un extremo de la sala se desarrollaban pláticas recordando a los seres queridos que se habían ido, a la joven nada la inmutaba; el ruido de la máquina de coser era lo único que escuchaba. El aparato quedaba tras una ventana que daba a la calle, desde ahí la mujer podía ver con claridad a la gente que pasaba.

La joven se detuvo un rato para tomar descanso, se paró de la silla y se puso a ver a los transeúntes a través de la ventana, la cual estaba abierta, en ese momento ya pasaba de la medianoche, pero el bullicio de la gente en la calle no cesaba, debido a que muchos iban al panteón a quemar velitas y llevar flores. Por su parte María del Carmen junto con sus hermanas, ya había colocado las ofrendas y encendido las velas en su altar, la costurera pensaba que toda esta demostración era una soberana tontería, se burlaba en su interior tanto de los que caminaban rumbo al campo santo como de su familia.

Tras unos minutos parada, volvió a su máquina de coser para terminar los pendientes que debía entregar, sin darse cuenta le dieron las tres de la madrugada del 1 de noviembre, ya en ese momento los demás se habían retirado a dormir, la sala de su casa era iluminada únicamente por el brillo de las veladoras. Cuando todo se encontraba en silencio un murmullo rompió esta aparente calma, a la mujer le llamó la atención todo este ruido, se asomó por la ventana y vio un grupo de gente que se dirigía a la ciudad, la curiosidad le ganó y terminó preguntándole a una pareja que iba en la muchedumbre a donde se dirigían.

La respuesta es que iban rumbo a un poblado muy lejano, pero no le dijeron cómo se llamaba, después de esta imprecisa contestación se presentaron, dijeron llamarse Carlos y Juana, enseguida, Alicia los cuestionó sobre el frío que hacía en ese momento, los extraños caminantes rieron entre ellos, simplemente le dijeron que ya estaban acostumbrados a caminar en noches frías. Su atención se fijó en una bolsa negra que llevaba la mujer, no se pudo contener y le preguntó que llevaba en su interior: cirios, fue lo que le dijo.

Encontró huesos de gente en una bolsa negra

En ese momento, Juana le pidió que le guardara la bolsa, pues pesaba mucho y todavía les quedaban horas por caminar, ella y su acompañante al día siguiente regresarían por las velas, la joven no se pudo negar y accedió amablemente. Después de darles las gracias, la pareja se encaminó rápido al grupo de personas que ya les llevaba varios pasos adelante.

Ya para esto, eran cerca de las 4 de la mañana, por lo que Alicia decidió irse a dormir, dejó el bulto negro sobre un sillón y se retiró. El cansancio la hizo caer en un profundo sueño y despertarse cerca del mediodía, cuando se levantó, ya su madre y tías estaban comiendo tamales, acompañados con humeantes tazas llenas de café. Ella se dirigió inmediatamente al comedor, pese a que no creía en las ánimas, algo que disfrutaba eran esas piezas de masa envueltas en hojas de plátano, pero al momento de ir a la mesa, no pudo evitar encaminarse hacia donde estaba la bolsa negra para abrirla, entonces, lo que vio, la dejó pálida, no pudo contenerse y vomitó en el piso de la sala, la reacción hizo que la madre y sus tías se pararan de la mesa, le preguntaron qué le pasaba, ella no alcanzó a decir palabra alguna, sólo señaló hacia el empaque oscuro, las mujeres se dieron cuenta que en el interior había unos huesos de personas, aún apestaban, y ya el olor había impregnado la casa.

Un recién nacido, la solución

Alicia aún con la presión baja, les comentó que en la madrugada un par de personas le habían pedido que le guardara la bolsa, pero ellas le aseguraron que eran cirios. La tía que escuchaba atentamente, le comentó que estaba metida en una situación muy delicada, pues sabía de un caso similar sucedido a la hija de una amiga suya, pero como no le dio importancia al día siguiente amaneció muerta en su cama. Al terminar de escuchar el relato, la costurera se espantó más, y le preguntó a la tía la forma de evitar terminar igual, la señora le dijo que debía conseguir un recién nacido y presentárselo a estas personas, que seguramente eran unas ánimas, como hijo suyo. Así al ver una vida comenzando, iban a cambiar sus planes de llevársela.

Gran problema era, quién les iba a prestar un bebé para tan inusual situación, la joven y su madre recurrieron a sus parientes, vecinos, conocidos, pero como era de esperarse, nadie prestó a su hijo, que madre y padre en su sano juicio iban a acceder a tal petición. Cuando todo parecía perdido, un hombre humilde con mirada cándida, se le acercó y le dijo que él le prestaba a su descendiente, a la joven poco le importó que no lo conociera y aceptó.

El extraño sujeto le entregó a la criatura, envuelto en sabanas blancas, mientras Alicia esperaba que la medianoche indicara que comenzaba el 2 de noviembre, Día de Muertos, el hombre esperaba junto al altar, ahí se había colocado sin motivo aparente. La puerta sonó, un temblor recorrió el cuerpo de Alicia, venciendo el miedo y con el niño en brazos, abrió la puerta, cuando pasaba el primer minuto del día de las ánimas, en el umbral estaban Juana y Carlos, sin darle oportunidad a la muchacha pasaron, se pusieron frente a la ventana, la mujer caminó hacia el bolso negro, lo tomó y se acercó a los extraños visitantes para entregárselo. El hombre le preguntó que tenía entre las sabanas blancas, ella respondió que a su hijo, la mirada de la pareja denotó disgusto, el tono amable de sus voces cambió, se encontraban alterados. Juana comentó que ellos tenían la intención de llevársela por ser incrédula y burlarse de los muertos, sin embargo la presencia del niño se los impedía, ya que él representaba el comienzo de la vida, después de decir esto, desaparecieron.

Alicia se sintió aliviada, se dirigió al hombre, padre del recién nacido, pero ya no estaba por ningún lado, ni tampoco el niño, sólo las sabanas blancas entre sus manos, su mirada se clavó en el crucifijo colocado en el altar, ahí lo estuvo contemplando por mucho tiempo, a partir de ese día, la costurera dejó de ser tan incrédula.

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