En este cuatro domingo de Pascua, en que se celebra al Buen Pastor, el Evangelio conmina a la comunidad religiosa a ser luz para los demás y anunciar la Palabra de Dios. En el caso de los gobernantes ser buenos guías con el pueblo, tal como Jesús lo hizo con sus apóstoles.
El Evangelio nos habla de una realidad que es más importante que la predicación. Si la comunidad cristiana nace de la predicación de la Palabra, esa predicación no es más que el instrumento que nos abre los ojos a otra realidad más profunda.
La verdad, la más importante verdad de nuestras vidas, es que somos familia de Dios. Para usar la comparación que nos ofrece Jesús, somos ovejas del rebaño del Padre. Hay una relación especial de conocimiento, de ternura, de amor, entre el Padre y Jesús y cada una de las ovejas. Tanto que, según dice Jesús, nadie puede arrebatar las ovejas de la mano del Padre.
Así es como las lecturas nos sitúan frente al auténtico fundamento de la comunidad cristiana. Lo que nos hace cristianos no es la predicación. No somos cristianos porque oímos predicar al padre X y nos gustó cómo hablaba. Somos cristianos porque, oyendo al padre X, nos dimos cuenta de que hay una relación especial entre Dios Padre y cada uno de nosotros.
Que el amor de Dios está con nosotros. Que formamos parte de la familia de Dios y que éste nunca nos va a dejar de su mano. La predicación, del padre X o del catequista Z, no es más que un instrumento del que Dios se sirve para hacernos ver la realidad más importante de nuestras vidas: que él nos sostiene en su mano y nos cuida con inmenso amor. Y que nadie nos podrá quitar de ese lugar. Ahí, en esa relación personal, es donde tiene su más auténtico fundamento la comunidad cristiana.