Aquella noche, intempestivamente, decidió pedirle al taxista que cambiara de rumbo. Lo que ese hombre no presentía, es que con esta decisión estaba sellando su destino.
El sábado 28 de enero del año 2006, el trabajador petrolero Luis Jorge Pérez Magaña (su nombre ha sido cambiado), se sentía con suerte; pretendió divertirse y acaso encontrar alguna dama deseosa de compartir con él sus favores bajo el discreto cobijo de la madrugada.
Pero en lugar de eso, el petrolero fue hallado inconsciente en el interior de una de las habitaciones del hotel Eclipse, de la colonia Casa Blanca.
En la víspera, Luis Jorge había iniciado una juerga que arrancó acompañado por varios de sus compañeros, pero que decidió terminar en solitario.
Su esposa, la señora Anilú López Baeza, habría de declarar más tarde a la policía que su marido “después de salir de su centro laboral, ubicado en Reforma, Chiapas, fue a tomarse unas cervezas con unos ingenieros. Al menos eso fue lo que me dijo”. La realidad era otra.
Como ya estaba muy pasado de copas, lo pusieron en un taxi para que lo llevaran a su casa, no sin antes anotar las placas. Pero unas calles más adelante, Luis pidió al chofer que tomara rumbo al antro denominado “Salsa”.
Allí continuó la parranda, hasta que comenzó a invitar a bailar a varias de las mujeres que estaban "disponibles".
Aproximadamente a las seis de la mañana, salió del lugar acompañado de una mujer "bajita", según las declaraciones de un testigo.
“Como que sí me acuerdo de él, (aunque) aquí vienen muchos así, nomás a ver que pescan. Y ya ebrios, agarran lo que sea”.
"Hay mesas en las que se sientan dos o tres mujeres, que no vienen precisamente a divertirse, nomás andan viendo quién les invita el trago. O sea que los machos vienen a cazar, pero a la mera hora los pescados resultan ser ellos, porque estas mujeres (generalmente) se dedican a la prostitución, o a otras cosas peores”, remata el testigo.
Luego de bailar y beber algunas copas, la pareja tomó un taxi, posiblemente con rumbo al hotel. Ya nadie volvió a ver a Luis Jorge hasta las siete horas de ese día, cuando la recamarera “tocó a la puerta para ver si al inquilino no se le ofrecía algo”.
El silencio fue su única respuesta. El cuerpo del hombre estaba tapado con una sábana. Parecía roncar plácidamente mientras dormía la mona, pero en realidad, el petrolero agonizaba, sumido en un letargo de muerte.
EL MODUS OPERANDI
La hipótesis de la policía apuntaba hacia un callejón sin salida, al no contar con una descripción completa o mayores datos sobre la dama que “enganchó” al petrolero.
Para los especialistas en homicidios, esta forma de operación era muy conocida, ya que en estados como Puebla y la Ciudad de México han sido desarticuladas bandas conocidas como “goteras”, cuyos miembros son principalmente féminas dedicadas a engatusar a trasnochadores solitarios con aparente poder adquisitivo, para luego invitarlos a un hotel, con el objetivo de desplumarlos.
Aprovechando la embriaguez de su víctima, la mujer arroja una misteriosa sustancia en la bebida. Luego, una vez inconsciente, al infortunado le roban el dinero y las tarjetas de crédito.
Estas sustancias pueden ser benzodeacepinas, o simplemente gotas oftálmicas que tienen en su fórmula un componente llamado ciclopentolato. Combinado con alcohol, este compuesto actúa como un poderoso depresor del sistema nervioso.
Es decir, puede convertir una simple copa de licor en un verdadero coctel de la muerte. Luego de ingerirla, las víctimas generalmente mueren por infartos, falla sistémica, edemas pulmonares o bronco aspiración. Es decir, asfixiadas con su propio vómito.
Con este coctel mortífero, las “goteras” han asesinado a más personas que la ley a reos sentenciados en el pabellón de la muerte.
LA TORTURA
Desgraciadamente para Luis, la ingesta de gotas era sólo el principio. La mujer con la que entró, según los empleados del hotel, abandonó el lugar apenas media hora después de registrar su ingreso, cargando “una maletita” y dejando a su víctima herida de muerte.
El petrolero había sido atado de pies y manos. Fuertemente amordazado. Y según los reportes de la entonces Policía Judicial, estaba fuertemente narcotizado, sin que hasta ahora ninguna autoridad pueda explicar fehacientemente cómo, el hombre fue torturado mediante la aplicación de descargas eléctricas en el cuerpo; se cree que con los cables pelados de una lámpara de buró.
¿Con qué objetivo? Posiblemente para que confesara el NIP de su tarjeta bancaria. Debió ser un tormento atroz. Tanto, como para que los médicos que posteriormente le atendieron en el Hospital de Pemex, le diagnosticaran severas quemaduras internas; tenía casi frito el hígado, los riñones y hasta un pulmón, heridas que le causaron la muerte una semana después.
A 15 años de ocurrido el crimen, él o los autores aún están impunes. Y quedan varios cabos sueltos. Por ejemplo: la policía no se explica cómo una mujer sola pudo someter de aquella manera a un hombre corpulento, incluso a pesar de estar drogado.
¿Tuvo la enganchadora cómplices, entraron al hotel, la esperaban dentro? ¿Tuvieron alguna participación en el crimen los empleados o mucamas? El video de seguridad, según denunció la viuda, había sido manipulado, y tampoco aportó algún dato significativo para esclarecer los hechos, pero la Policía no indagó más.
Y como pasa siempre en estos casos: en el lugar del crimen nadie vio ni escuchó nada.