El amarillo ha invadido las viejas calles de Villahermosa en Tabasco, pareciendo a lo lejos, grandes panales de miel con abejas a su alrededor y atraídas por el tórrido color exuberante que el árbol de Guayacán da en su ligero brote.
Durante los días recientes, son muchas las personas que se han visto atraídas por estos hermoso árboles, donde sin importar las altas temperaturas que se están padeciendo en la entidad, pasan horas ‘cazando’ guayacanes por toda la ciudad.
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Acción que se ha vuelto casi inevitable ante tan majestuoso colorido que la naturaleza regala a los tabasqueños en esta primavera, ¿Quién podría negarse?.
Al caer la noche, muchos comercios empiezan a cerrar sus puertas en una de las principales calles de Villahermosa, cómo lo es Paseo Tabasco, donde la oscuridad empieza a invadir cada periferia.
Ante la ausencia de luz, el color pierde su valor total, todas las flores serán conforme cae la noche del mismo color, el amarillo del Guayacán poco a poco ensordece su color radiante, convirtiéndose en un árbol más.
Pareciera como una bruma negra espesa que no solamente ensombrecen las calles, sino también los pensamientos del personal que cansado se dirige a descansar a su hogar.
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Pasado las ocho de la noche, la gente empieza a merodear los alrededores de la avenida, miradas rápidas y cabizbajas empiezan a danzar de ida y de vuelta. Algunos hacen ejercicios, otros caminan sin destino y algunos solo están, nadie se percata de que los Guayacanes siguen en el mismo lugar, como si la belleza hubiese sido apagada con un interruptor.
Poco a poco las hojas amarillas empiezan a caer en las penumbras, ante un ligero y cálido viento que acosa con arrasar toda belleza, no obstante, las luces nocturnas de la ciudad empiezan a aparecer como miles de luciérnagas, dando un pequeño soplo de vida a toda oscuridad que nos rodea en el momento.
Empiezan a tornarse los amarillos entre luces intermitentes de distintos colores, vuelve a la vida en ocasiones y desaparece. También las luces de los postes dan compañía a los grandes árboles, dándole un color distinto a la lejanía.
Todo un espectáculo nocturno empiezan a dar los Guayacanes, parecieran especies raras de la zona abisal en el mar, con luz propia, atemorizantes, autónomos, adaptados a los cambios del día y la noche, sobreviven a la bruma negra del cielo, a la indiferencia de la gente que ahora ya no los ve igual.
Al siguiente día esfuman todo el idilio de olvido, están listos de nuevo, para devolver una sonrisa amarillo brillante, para todo aquel que quiera contemplarlo, no tienen tiempo de rencores, pues saben que su belleza es efímera, y no volverán dentro de un año.