Nuestro estado se caracteriza por ser sumamente húmedo y cargado de diversas rutas marítimas y fluviales, en las que los chontales se instalaron para crear un lugar donde obtener sustento, pero sobre todo donde convivir y respetar.
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Para este pueblo indígena, los ríos, lagos o los arroyos eran considerados como lugares mágicos, por lo que decidieron crear un artefacto que podían utilizar como medio de transporte en el agua: el Cayuco.
Según el escrito realizado por Plácido Santana Hernández para el sitio web detabascosoy.com Aj Jukub en lengua yokot´an, es el nombre que los pueblos chontales le dan al cayuco. Para su elaboración los ancianos tenían que pedirle permiso al Yumka, considerado el dueño de la tierra, para que les autorizaran derribar el árbol, llevando una ofrenda que se dejaba al pie del mismo.
Una vez que se tenía el permiso, el artesano podía derribar el árbol para comenzar a elaborar el cayuco, el cual se realizaba con hachas filosas que cortaban el tronco hasta irle dando forma, una vez terminado el cayuco, se le untaba chapapote que el mar arrojaba a los litorales, el cual era utilizado como impermeabilizante.
La duración de estos medios de transporte duraba entre 3 y 25 años, dependiendo el tipo de madera y el cuidado. Antes de que los cayucos fueron llevados al agua, se realizaba una invitación all ajts´a´taya o chaman chontal, para que suplicara al yumja´o dueño del agua, permitiera la intromisión del cayuco a las aguas.
Esto, ya que según las creencias, si no se pedía permiso, el cayuco podría ser maldecido provocando la enfermedad o incluso la muerte de sus ocupantes. Una vez que el cayuco tocaba tierra, se volvía una extensión del hogar y formaba parte del patrimonio familiar de los tabasqueños.
Este servía para comunicar con otros pueblos, ir de pesca, comercializar carbón, leña, animales domésticos, pero sobre todo para hacerle frente a las inundaciones. Hoy en día es poco común ver casas con cayucos, sin embargo aún sobreviven en algunas comunidades.