/ viernes 22 de abril de 2022

La coruja de Huimanguillo

La presencia de una imponente lechuza en la comuna coincidió con la aparición de diversos males entre la población; nadie imaginaba que lo que había detrás de esa enorme ave iba más allá de su tamaño

En un asentamiento aún sin nombre, a las afueras de lo que a la postre sería la cabecera municipal de Huimanguillo llegó a vivir una pareja. De la carreta jalada por un par de mulas no bajaron muchas cosas, sólo una mesita, tres sillas, unos ladrillos quemados que formaban el fogón, un par de cazuelas, una sábana que envolvía la poca ropa que tenían, y un hermoso baúl de madera labrada que llamaba la atención. La mujer cuidaba el baúl con mucho recelo y no permitía que nadie se le acercara, y mucho menos que se sentaran sobre él, ni siquiera su marido. A algunos de los vecinos les platicó en que era un regalo de su abuelita, que había pasado de generación en generación y que para ella no tenía un valor económico, sino sentimental.

Lee más: El profeta del puerto de Frontera

Claramente se notaba la ventaja que en edad le llevaba la mujer al hombre; él se veía joven, fuerte y tosco; por su parte la mujer, con un aspecto serio, daba muestras de agotamiento y caminaba sin levantar totalmente los pies; era un total descuido en el que tenía su persona, pues tenía una cabellera larga que casi nunca se peinaba y parecía que nunca se cortaba las uñas.

Mientras la mujer se quedaba en la casa haciendo los deberes, el marido aprovechaba para dormir y descansar, ya que su trabajo lo hacía de noche como velador; entraba a las seis de la tarde y salía justamente a las siete de la mañana del día posterior.

Hasta sus oídos llegaron rumores que iban y venían entre la gente Foto: Cortesía | Pixabay

Hasta sus oídos llegaron rumores que iban y venían entre la gente; decían que solo por lo hermosa que era, es que podría tener al esposo a su lado, porque otros méritos no se explicaban esa relación. Algunos llegaron asegurar que estaba con ella porque lo había embrujado, ¡no era posible que una señora de más edad anduviera con un hombre joven y lo trajera comiendo de su mano!

Pasaron casi seis meses y los comentarios aumentaban en la misma proporción que las enemistades con los vecinos. En cierta ocasión una vecina que pasaba frente a su casa escuchó lamentos y gritos como si alguien estuviera llorando; otra vecina contó que al llegar a la puerta de la casa de la bizarra pareja sintió algo muy raro que le provocó una fuerte angustia y opresión en el pecho; así se fue formando una reputación de miedo hacia la inquilina de aquella casa; la gente que tenía que transitar por ese pedregoso camino hacia cuando había luz del sol, pues por los chismes propagados ya evitaban pasar por ahí si era de noche.

La llegada y estancia de la pareja justamente coincidió con algunas penurias que muchos lugareños empezaron a padecer, la muerte extraña y repentina de gallinas y patos, la falta de ojos a algunos de los animales; las siembras de maíz, cilantro y chile ya no pudieron ser cosechadas por que las plantas amanecían quemadas; por si fuera poco, se fueron haciendo comunes a todas horas del día los aullidos de los perros, el mugido del ganado y el canto fúnebre de una lechuza que se paraba todas las noches sobre una barda vieja de tabique rojo. Los pobladores que la habían visto contaban que era imponentemente grande, y que al volar se le veían unas alas poderosas. No tardaron en asociar las penurias con esa lechuza del mal, por eso los vecinos se organizaron para cazarla y noche tras noche montaban guardia.

Una noche, cerca del inicio de Semana Santa, un hombre que pasaba cerca de ese lugar vio a la lechuza, tomó el rifle de diábolos que traía colgado del hombro, afinó la puntería y disparó; el hombre corrió hasta la borda para recoger los despojos del ave nocturna, pero se dio cuenta que por poco había herrado el tiro, ya que encontró muchas plumas en el suelo por lo que supuso que la había herido.

De todo esto, los nuevos vecinos no se enteraban, pues el esposo salía de casa al atardecer para llegar y su esposa siempre se la pasaba encerrada. Un vecino abordó al esposo que iba llegando de su trabajo para comentarle que habían visto a una enorme lechuza salir volando del techo de su casa en varias ocasiones, y la buena noticia del tiro que la había herido; también se alegró de gran manera y al mismo tiempo se lamentó por no poder hacer guardia con los vecinos. Sonriendo llegó a la puerta de su casa, tocó con diligencia, pero la esposa tardó demasiado en abrir, se le borró totalmente la sonrisa al ver que su esposa cojeaba de la pierna derecha.

Una noche, cerca del inicio de Semana Santa, un hombre que pasaba cerca de ese lugar vio a la lechuza Foto: Cortesía | Pixabay

- ¿Qué te pasó?, evidentemente el esposo había pensado lo peor.

- No es nada, me quemé con un tizón- contestó la mujer.

El hombre muy preocupado le dijo:

-Siéntate, déjame revisarte-; pero la mujer se negó rotundamente y se fue directo a la cocina aduciendo que solo era una quemada que no tenía importancia; para mala suerte de ella, en ese preciso momento la venda de trapo que se había colocado en la herida se le cayó, y la lesión quedó al descubierto; el esposo inmediatamente se dio cuenta que la herida no podía ser de una quemada, más bien parecía un rozón de bala.

A partir de ese momento al esposo se le clavó la espinita de querer saber como se había hecho eso y qué hacía por las noches; los celos aparecían por primera vez.

Al llegar la noche preparó su mochila, se vistió, guardó su cena y se despidió de ella, esta vez no iría a trabajar, sino que la ocuparía para espiar a su esposa y saber si lo engañaba con alguien.

Dieron las doce de la noche, hasta el sueño se le quitó al esposo cuando se asomó por una rendija que tenía la ventana, ¡sus ojos no daban crédito a lo que veía! Su mujer estaba parada dentro del baúl y con palabras incomprensibles inició una especie de ritual, mientras la piel se le iba desprendiendo como grandes escamas; la parte más impactante fue cuando ella dijo:

- Bájate pellejo, bájate pellejo.

Unos segundos después su cuerpo se cubrió de plumas y quedó totalmente transformada en un ave. El marido se tuvo que tragar el miedo para no gritar, mientras pensaba qué iba a hacer, si denunciarla o dejarla como si nada hubiese pasado, pero algo era seguro: no podía volver a convivir con aquella mujer ahora que también era un animal; cerca del amanecer tuvo una idea; llegó a su casa como de costumbre, desayunó y le pidió a su mujer que comprará diez kilos de sal.

La mujer muy curiosa le preguntó qué haría con ella, a lo que el marido le contestó:

-La voy a llevar al lugar donde trabajo, amanecieron algunas ratas muertas y les echaré sal para que no huelan mal.

Como todas las noches, los vecinos habían montado guardia para cazar a la enorme lechuza Foto: Cortesía | Pixabay

Al dar las cinco de la tarde el esposo comenzó a alistarse para ir a trabajar; salió de su casa solo para dar una vuelta al pueblo y regresó para espiar a la esposa en la infernal transformación.

Como todas las noches, los vecinos habían montado guardia para cazar a la enorme lechuza; ya casi al amanecer se arremolinaron en torno a la casa, la habían seguido toda la madrugada y por más que quiso perderlos no lo consiguió; la lechuza se posó sobre el techo, entro a la casa y rápidamente se metió al baúl que había dejado abierto. Entre jadeos hizo su extraño ritual, pronunciando las palabras:

-¡Súbete pellejo, súbete pellejo!

Pero sus palabras no surtían efecto, desesperada lanzó una serie de palabras en un lenguaje desconocido; lentamente la piel se comenzó a adherir al cuerpo de la bruja. De pronto un grito infernal cimbró los corazones de los habitantes que afuera de la casa estaban: Era la lechuza que lloraba y gritaba a más no poder; el marido había esperado que su esposa saliera de la casa transformada en lechuza para llenar de sal la piel que había quedado en el baúl. Fue tanto el ardor que sufría que poco a poco la mujer fue cayendo al suelo, dentro del baúl el cuerpo en carne viva se esfumo, solo una mancha grasosa quedó en el fondo del viejo arcón.

En un asentamiento aún sin nombre, a las afueras de lo que a la postre sería la cabecera municipal de Huimanguillo llegó a vivir una pareja. De la carreta jalada por un par de mulas no bajaron muchas cosas, sólo una mesita, tres sillas, unos ladrillos quemados que formaban el fogón, un par de cazuelas, una sábana que envolvía la poca ropa que tenían, y un hermoso baúl de madera labrada que llamaba la atención. La mujer cuidaba el baúl con mucho recelo y no permitía que nadie se le acercara, y mucho menos que se sentaran sobre él, ni siquiera su marido. A algunos de los vecinos les platicó en que era un regalo de su abuelita, que había pasado de generación en generación y que para ella no tenía un valor económico, sino sentimental.

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Claramente se notaba la ventaja que en edad le llevaba la mujer al hombre; él se veía joven, fuerte y tosco; por su parte la mujer, con un aspecto serio, daba muestras de agotamiento y caminaba sin levantar totalmente los pies; era un total descuido en el que tenía su persona, pues tenía una cabellera larga que casi nunca se peinaba y parecía que nunca se cortaba las uñas.

Mientras la mujer se quedaba en la casa haciendo los deberes, el marido aprovechaba para dormir y descansar, ya que su trabajo lo hacía de noche como velador; entraba a las seis de la tarde y salía justamente a las siete de la mañana del día posterior.

Hasta sus oídos llegaron rumores que iban y venían entre la gente Foto: Cortesía | Pixabay

Hasta sus oídos llegaron rumores que iban y venían entre la gente; decían que solo por lo hermosa que era, es que podría tener al esposo a su lado, porque otros méritos no se explicaban esa relación. Algunos llegaron asegurar que estaba con ella porque lo había embrujado, ¡no era posible que una señora de más edad anduviera con un hombre joven y lo trajera comiendo de su mano!

Pasaron casi seis meses y los comentarios aumentaban en la misma proporción que las enemistades con los vecinos. En cierta ocasión una vecina que pasaba frente a su casa escuchó lamentos y gritos como si alguien estuviera llorando; otra vecina contó que al llegar a la puerta de la casa de la bizarra pareja sintió algo muy raro que le provocó una fuerte angustia y opresión en el pecho; así se fue formando una reputación de miedo hacia la inquilina de aquella casa; la gente que tenía que transitar por ese pedregoso camino hacia cuando había luz del sol, pues por los chismes propagados ya evitaban pasar por ahí si era de noche.

La llegada y estancia de la pareja justamente coincidió con algunas penurias que muchos lugareños empezaron a padecer, la muerte extraña y repentina de gallinas y patos, la falta de ojos a algunos de los animales; las siembras de maíz, cilantro y chile ya no pudieron ser cosechadas por que las plantas amanecían quemadas; por si fuera poco, se fueron haciendo comunes a todas horas del día los aullidos de los perros, el mugido del ganado y el canto fúnebre de una lechuza que se paraba todas las noches sobre una barda vieja de tabique rojo. Los pobladores que la habían visto contaban que era imponentemente grande, y que al volar se le veían unas alas poderosas. No tardaron en asociar las penurias con esa lechuza del mal, por eso los vecinos se organizaron para cazarla y noche tras noche montaban guardia.

Una noche, cerca del inicio de Semana Santa, un hombre que pasaba cerca de ese lugar vio a la lechuza, tomó el rifle de diábolos que traía colgado del hombro, afinó la puntería y disparó; el hombre corrió hasta la borda para recoger los despojos del ave nocturna, pero se dio cuenta que por poco había herrado el tiro, ya que encontró muchas plumas en el suelo por lo que supuso que la había herido.

De todo esto, los nuevos vecinos no se enteraban, pues el esposo salía de casa al atardecer para llegar y su esposa siempre se la pasaba encerrada. Un vecino abordó al esposo que iba llegando de su trabajo para comentarle que habían visto a una enorme lechuza salir volando del techo de su casa en varias ocasiones, y la buena noticia del tiro que la había herido; también se alegró de gran manera y al mismo tiempo se lamentó por no poder hacer guardia con los vecinos. Sonriendo llegó a la puerta de su casa, tocó con diligencia, pero la esposa tardó demasiado en abrir, se le borró totalmente la sonrisa al ver que su esposa cojeaba de la pierna derecha.

Una noche, cerca del inicio de Semana Santa, un hombre que pasaba cerca de ese lugar vio a la lechuza Foto: Cortesía | Pixabay

- ¿Qué te pasó?, evidentemente el esposo había pensado lo peor.

- No es nada, me quemé con un tizón- contestó la mujer.

El hombre muy preocupado le dijo:

-Siéntate, déjame revisarte-; pero la mujer se negó rotundamente y se fue directo a la cocina aduciendo que solo era una quemada que no tenía importancia; para mala suerte de ella, en ese preciso momento la venda de trapo que se había colocado en la herida se le cayó, y la lesión quedó al descubierto; el esposo inmediatamente se dio cuenta que la herida no podía ser de una quemada, más bien parecía un rozón de bala.

A partir de ese momento al esposo se le clavó la espinita de querer saber como se había hecho eso y qué hacía por las noches; los celos aparecían por primera vez.

Al llegar la noche preparó su mochila, se vistió, guardó su cena y se despidió de ella, esta vez no iría a trabajar, sino que la ocuparía para espiar a su esposa y saber si lo engañaba con alguien.

Dieron las doce de la noche, hasta el sueño se le quitó al esposo cuando se asomó por una rendija que tenía la ventana, ¡sus ojos no daban crédito a lo que veía! Su mujer estaba parada dentro del baúl y con palabras incomprensibles inició una especie de ritual, mientras la piel se le iba desprendiendo como grandes escamas; la parte más impactante fue cuando ella dijo:

- Bájate pellejo, bájate pellejo.

Unos segundos después su cuerpo se cubrió de plumas y quedó totalmente transformada en un ave. El marido se tuvo que tragar el miedo para no gritar, mientras pensaba qué iba a hacer, si denunciarla o dejarla como si nada hubiese pasado, pero algo era seguro: no podía volver a convivir con aquella mujer ahora que también era un animal; cerca del amanecer tuvo una idea; llegó a su casa como de costumbre, desayunó y le pidió a su mujer que comprará diez kilos de sal.

La mujer muy curiosa le preguntó qué haría con ella, a lo que el marido le contestó:

-La voy a llevar al lugar donde trabajo, amanecieron algunas ratas muertas y les echaré sal para que no huelan mal.

Como todas las noches, los vecinos habían montado guardia para cazar a la enorme lechuza Foto: Cortesía | Pixabay

Al dar las cinco de la tarde el esposo comenzó a alistarse para ir a trabajar; salió de su casa solo para dar una vuelta al pueblo y regresó para espiar a la esposa en la infernal transformación.

Como todas las noches, los vecinos habían montado guardia para cazar a la enorme lechuza; ya casi al amanecer se arremolinaron en torno a la casa, la habían seguido toda la madrugada y por más que quiso perderlos no lo consiguió; la lechuza se posó sobre el techo, entro a la casa y rápidamente se metió al baúl que había dejado abierto. Entre jadeos hizo su extraño ritual, pronunciando las palabras:

-¡Súbete pellejo, súbete pellejo!

Pero sus palabras no surtían efecto, desesperada lanzó una serie de palabras en un lenguaje desconocido; lentamente la piel se comenzó a adherir al cuerpo de la bruja. De pronto un grito infernal cimbró los corazones de los habitantes que afuera de la casa estaban: Era la lechuza que lloraba y gritaba a más no poder; el marido había esperado que su esposa saliera de la casa transformada en lechuza para llenar de sal la piel que había quedado en el baúl. Fue tanto el ardor que sufría que poco a poco la mujer fue cayendo al suelo, dentro del baúl el cuerpo en carne viva se esfumo, solo una mancha grasosa quedó en el fondo del viejo arcón.

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