Alumbrado por un candil que no se da a vasto para disipar la reinante oscuridad, un anciano está a punto de terminar de cavar un hueco oculto entre los acahuales; casi a ciegas acerca la carreta jalada por dos imponentes mulas y baja tres grandes cofres que arrastra hasta aquel profundo agujero.
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El anciano había encontrado enterrados los tres cofres en otro sitio, quizá habían sido escondidos por algún acaudalado ganadero en los tiempos de la revolución, pero a río revuelto, ganancia de pescadores, ahora eran suyos.
Aquel anciano dejó de trabajar la tierra, se olvidó de su casa y prefirió pasar lo que le quedaba de vida cuidando sus tres cofres, hasta ese lugar su esposa le llevaba la comida, a veces su hijo le hacía compañía mientras dormía; pasó calor, frio y muchas penurias,pero no había nada que lo despegara de ese sitio.
Una mañana lo encontraron desvanecido, apenas tenía un halito de vida, deliraba a causa de la alta fiebre:
- i Ahí está, ahí está, no dejen que me lleve! ¡Auxilio, auxilio!- de pronto otro grito estruendoso salió de la garganta del pobre anciano y causó revuelo en los zanates que ya estaban acomodados en las ramas de los árboles - iNooooo!
Quedó inmovil boca abajo sobre un montículo de tierra, de un momento a otro la vida lo abandonaba.
Su mujer y su hijo temerosos contemplaban el cuerpo, al ponerlo boca arriba vieron el rostro desfigurado del anciano, tenía los ojos casi fuera de sus órbitas, la boca bien abierta, como si prolongara el último grito y el rictus como si continuara sufriendo.
Cuando lo sepultaban en lo profundo del monte se escuchó un ruido macabro acompañado de una fuerte ventisca que hizo huir a los pocos asistentes del cortejo fúnebre.
Por mucho tiempo ese lugar quedó deshabitado, pero cerca del año 1940 pasó a formar parte de una enorme parcela, las casas más cercanas estaban a dos kilómetros de distancia.
A punto de caer la noche el dueño de la parcela escuchó que desde fuera de su casa alguien le gritaba:
- ¡Don Alberto, Don Alberto!
Como si lo impulsará un resorte, Don Alberto se levantó de la hamaca.
- ¿Qué pasó?, ¿Quién eres?
- Le vengo avisar que su ganado se salió del corral y anda por el camino.
Don Alberto agradecido con el desconocido lo invitó a tomar una taza de café, era una noche muy fresca, por eso el hombre aceptó sin una pizca de pena.
Algo que llamó la atención de Don Alberto fue cara del desconocido, tenía ojos hundidos, cara delgada, nariz aguileña, boca bien grande y mentón pronunciado, nunca lo había visto por esos rumbos.
No habían pasado ni diez minutos y el hombre ya se estaba despidiendo, rápidamente tomó el camino que cruza el panteón y se perdió entre la penumbra. Don Alberto justo había terminado de calzarse los botines cuando dos de sus hijos llegaron prestos; su madre Doña Ana, los había llamado para que le ayudarán con el ganado.
Los tres montaron sus caballos, uno de ellos tomó el rumbo del camino, mientras que Don Alberto y su otro vástago tomaron un atajo para llegar a la parcela. Habían recorrido trescientos metros cuando padre e hijo tuvieron que separarse para rodear a las vacas y arrearlas al potrero donde pastaban; alumbrados por lámparas de mano, después de mucho trabajo lograron reunir al ganado, pero se percataron que dos terneras se habían quedado muy atrás. Don Alberto jaló la rienda del caballo, lo espoleo y en cuestión de segundos ya estaba cerca de ellas, cuando les dio alcance no escuchó el mugir de las terneras, entonces se dio cuenta que ya estaba en lo profundo de la parcela; justo en ese momento, vio un destello y después la silueta de un hombrecillo de barba y cabello largo desaliñado, se encontraba flanqueado por dos enormes palmeras, ambos se miraron fijamente y armado de valor Don Alberto:
-¡Eres de este mundo o del otro?
Pero el anciano no contestó; de repente una nueva luz cegó a don Alberto y cuando volvió a mirar el anciano había desaparecido.
Movido por la curiosidad Don Alberto volvió dos noches seguidas a ese lugar, pero su búsqueda fue en vano porque no se le manifestó ningún ente.
Tres noches después del encuentro, cuando todo lo relacionado con lo acontecido días antes pareciera que empezaba a quedar en el olvido, cerca de las tres de la mañana, Don Alberto se despertó muy agitado, había tenido un sueño tentador y diabólico, de nuevo se le apareció el fantasma del anciano, quien con una voz tenebrosa le dijo:
-Me andabas buscando, aquí estoy, escucha bien lo que te diré, yo te puedo hacer inmensamente rico y poderoso a todos los tendrás a tus pies.
Esta vez le presentó tres llaves y le dijo con voz macabra.
-De las tres llaves escoge la que tú quieras, cada una tiene un don, serás rico, poderoso o no envejecerás, a cambio me tienes que dar algo que tú tienes, que amas, que te hace feliz, algo puro, noble, transparente y cristalino, sin manchas-.
-¿Qué quieres? - le contestó Don Alberto un poco asustado y a la vez molesto.
-Quiero un alma de tu primera nieta.
Julia era su única nieta de apenas cinco años de edad…
En ese momento Don Alberto despertó sobre saltado, buscando y llamando a su querida nieta.
Sin duda aquella aparición fantasmal era del anciano codicioso, que resguardaba todavía con celo el lugar donde había escondido por mucho tiempo sus apreciados cofres. Muchos rumoran que quien tristemente se encuentra con ese ente del mal poco después sufre de pesadillas como si el espectro tuviera el poder de entrar en los sueños.
Además, que si por curiosidad te aventuras a transitar por ese terreno podrás sentir la mirada penetrante de alguien que te observa y como el profundo silencio que envuelve la zona te da la sensación de que el tiempo se detiene como si ingresaras a otra dimensión. Tan es así que muchos lugareños cuando transitan por el camino principal que colinda con la parcela han sentido como sus motos, bicicletas y carros se levantan unos cuantos centímetros del suelo, como si flotaban en el aire, sin encontrar explicación lógica alguna a este suceso.
Más de ochenta años han pasado de aquel tétrico suceso en ese ejido próximo a La Venta, pero eso no evita que este relato siga causando escalofríos entre los vecinos y todos aquellos que escuchan esta historia.