/ lunes 10 de agosto de 2020

Fallece el reconocido pintor tabasqueño Tomás Mejía

Originario de Astapa, Jalapa deja un legado invaluable no solo en sus murales, sino también en el compromiso social y humano con la formación de nuevos talentos plásticos

El Gobierno del Estado de Tabasco lamenta profundamente el fallecimiento del artista plástico Tomás Mejía, acaecido el lunes 10 de agosto, en la ciudad de Villahermosa. Le sobreviven su viuda, Silvia, y sus hijos, Carlos, Zaira y Zayil.

Su apellido completo era Martínez Mejía, pero en homenaje a su madre, que lo apoyó en su elección por el arte, decidió firmar cada una de sus obras con el apelativo materno.

El originario del poblado de Astapa, en Jalapa, Tabasco, nació un 7 de marzo de 1969, y a lo largo de sus fructíferos 51 años, deja un legado invaluable no solo en sus murales, sino también en el compromiso social y humano que desplegó siempre en la formación de nuevos talentos plásticos.

Su interés por la pintura comenzó en las largas horas que pasaba en la biblioteca José María Pino Suárez, donde en vez de estudiar los gruesos volúmenes de anatomía para su carrera de médico, hojeaba los gruesos volúmenes de arte. Cuando un compañero suyo le dijo que a unos pasos de ese recinto estaba una escuela plástica, Mejía decidió dejar todo para estudiar de 1991 a 1994 en el Centro de Estudios e Investigación de las Bellas Artes (CEIBA).

Alumno de altas inquietudes, se acercó también a aprender con el maestro Gustavo Piedra, quien le enseñó sobre todo el manejo del color. No obstante, fue en su propia tierra, mirando su raíz, su pasado, que halló el camino para que su trazo fuerte en el lienzo desplegara un mundo pictórico, un paraíso primigenio sembrado de plataneras, frutos tropicales y mujeres caoba, no exento de lucha y adversidad.

Una razón por la que dirigió el desaparecido Colegio de Artes de Tabasco, junto al extinto escultor Héctor Juárez, fue para impartir talleres de formación plástica, de los que egresaron jóvenes pintores que ahora ejercen la escena local.

De sus obras muralísticas destacan las «Águilas del oro negro», una monumental pieza de 10 metros que recibe a visitantes y trabajadores del Centro Administrativo de Petróleos Mexicanos.


De sus obras muralísticas destacan las «Águilas del oro negro», una monumental pieza de 10 metros de largo por cinco de alto, que recibe a los visitantes y trabajadores del Centro Administrativo de Petróleos Mexicanos, en Villahermosa. Una pieza que contaba su autor nunca fue inaugurada oficialmente.

Otra pieza monumental es «El lenguaje del universo», de 5 metros de largo por 13 de alto, colocado en el año 2010 en el vestíbulo del Centro Internacional de Vinculación y Enseñanza (CIVE), de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.

En la biblioteca «Julita Campos» de la Universidad Intercultural, en Oxolotán, pintó el mural de cinco por 11 metros «El nacimiento de un guerrero», y en el auditorio de la División Académica de Ciencias Sociales y Humanidades el mural «Las Reformas».

Como combinaba su trabajo muralístico con las obras de gran formato y la escultura, algunas de sus piezas forman parte del paisaje urbano, como el busto dedicado a don Juan de Grijalva, colocado en la zona CICOM y con la mirada hacia el río que lleva su nombre.

Su trazo plástico fue intenso porque tenía una clara concepción de lo que era el muralismo mexicano. Así lo dijo en una entrevista reciente: «El muralismo es como una gran batalla que sucede entre el pintor y el muro. Y ahí se da una gran batalla, una lucha contra gigantes que resultaban ser molinos de viento, como veía don Quijote, así los veo: esos grandes muros cuando yo los veo en blanco se siente un pánico al verlos, pero cuando empiezas ese combate, ese crear continuo de espontaneidad, de movimiento, y de análisis, de estudio, se vuelve emocionante, es como conquistar el universo de las formas, es apasionante, y luego que estás a 10 o 12 metros de altura, entras a otra batalla: el vértigo de la altura: estás solo ante una altura y ante un principio de creación».

El Gobierno del Estado de Tabasco lamenta profundamente el fallecimiento del artista plástico Tomás Mejía, acaecido el lunes 10 de agosto, en la ciudad de Villahermosa. Le sobreviven su viuda, Silvia, y sus hijos, Carlos, Zaira y Zayil.

Su apellido completo era Martínez Mejía, pero en homenaje a su madre, que lo apoyó en su elección por el arte, decidió firmar cada una de sus obras con el apelativo materno.

El originario del poblado de Astapa, en Jalapa, Tabasco, nació un 7 de marzo de 1969, y a lo largo de sus fructíferos 51 años, deja un legado invaluable no solo en sus murales, sino también en el compromiso social y humano que desplegó siempre en la formación de nuevos talentos plásticos.

Su interés por la pintura comenzó en las largas horas que pasaba en la biblioteca José María Pino Suárez, donde en vez de estudiar los gruesos volúmenes de anatomía para su carrera de médico, hojeaba los gruesos volúmenes de arte. Cuando un compañero suyo le dijo que a unos pasos de ese recinto estaba una escuela plástica, Mejía decidió dejar todo para estudiar de 1991 a 1994 en el Centro de Estudios e Investigación de las Bellas Artes (CEIBA).

Alumno de altas inquietudes, se acercó también a aprender con el maestro Gustavo Piedra, quien le enseñó sobre todo el manejo del color. No obstante, fue en su propia tierra, mirando su raíz, su pasado, que halló el camino para que su trazo fuerte en el lienzo desplegara un mundo pictórico, un paraíso primigenio sembrado de plataneras, frutos tropicales y mujeres caoba, no exento de lucha y adversidad.

Una razón por la que dirigió el desaparecido Colegio de Artes de Tabasco, junto al extinto escultor Héctor Juárez, fue para impartir talleres de formación plástica, de los que egresaron jóvenes pintores que ahora ejercen la escena local.

De sus obras muralísticas destacan las «Águilas del oro negro», una monumental pieza de 10 metros que recibe a visitantes y trabajadores del Centro Administrativo de Petróleos Mexicanos.


De sus obras muralísticas destacan las «Águilas del oro negro», una monumental pieza de 10 metros de largo por cinco de alto, que recibe a los visitantes y trabajadores del Centro Administrativo de Petróleos Mexicanos, en Villahermosa. Una pieza que contaba su autor nunca fue inaugurada oficialmente.

Otra pieza monumental es «El lenguaje del universo», de 5 metros de largo por 13 de alto, colocado en el año 2010 en el vestíbulo del Centro Internacional de Vinculación y Enseñanza (CIVE), de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.

En la biblioteca «Julita Campos» de la Universidad Intercultural, en Oxolotán, pintó el mural de cinco por 11 metros «El nacimiento de un guerrero», y en el auditorio de la División Académica de Ciencias Sociales y Humanidades el mural «Las Reformas».

Como combinaba su trabajo muralístico con las obras de gran formato y la escultura, algunas de sus piezas forman parte del paisaje urbano, como el busto dedicado a don Juan de Grijalva, colocado en la zona CICOM y con la mirada hacia el río que lleva su nombre.

Su trazo plástico fue intenso porque tenía una clara concepción de lo que era el muralismo mexicano. Así lo dijo en una entrevista reciente: «El muralismo es como una gran batalla que sucede entre el pintor y el muro. Y ahí se da una gran batalla, una lucha contra gigantes que resultaban ser molinos de viento, como veía don Quijote, así los veo: esos grandes muros cuando yo los veo en blanco se siente un pánico al verlos, pero cuando empiezas ese combate, ese crear continuo de espontaneidad, de movimiento, y de análisis, de estudio, se vuelve emocionante, es como conquistar el universo de las formas, es apasionante, y luego que estás a 10 o 12 metros de altura, entras a otra batalla: el vértigo de la altura: estás solo ante una altura y ante un principio de creación».

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