/ lunes 11 de febrero de 2019

¿Otro asesinato de un periodista sin aclarar?

La ejecución del periodista Jesús Eugenio Ramos Rodríguez en Emiliano Zapata se da en un contexto difícil para el gremio de la comunicación, que se encuentra relegado y estigmatizado por el nuevo régimen tabasqueño.

Chuchín conducía desde hace 19 años el noticiero radiofónico Nuestra región hoy, de la estación Oye 99.9 FM, con el cual mantenía una gran influencia en la región de Los Ríos.

El pasado sábado sus asesinos fueron por él mientras desayunaba con políticos del municipio en el restaurante del hotel Ramos. Ocho balazos de calibre 9 milímetros acabaron con su vida un día antes que ajustara 59 años de edad.

La muerte del colega se presenta en un contexto de crisis en los medios informativos, que sufren el desdén de las autoridades que entraron con el año.

Ramos Rodríguez era un líder de opinión en los municipios que rayan con Guatemala, zona caracterizada por la participación abierta de la delincuencia en actividades públicas.

En la capital tabasqueña se sabe de políticos que han logrado posiciones gracias al poder que les deja la asociación con organizaciones criminales.

El conductor de radio es el primer comunicador en ser ultimado en el nuevo gobierno surgido de Morena.

Durante la gestión de Arturo Núñez Jiménez mataron a dos periodistas: el 20 de febrero de 2016 le tocó a Moisés Dagdug, empresario radiofónico caracterizado por su crítica al régimen perredista; y el 15 de mayo de 2018 a Juan Carlos Huerta Gutiérrez.

Ambos casos no han sido aclarados más allá de que se detuvo a un asesino material, pero faltan los autores intelectuales y las causas, aunque las autoridades han querido hacer creer en forma extraoficial que los callaron por razones personales, no por ejercer su oficio.

Con el priísta Andrés Granier Melo se silenciaron a dos reporteros: el 20 de enero de 2007 fue levantado Rodolfo Rincón Taracena; se sabría después que un cártel de las drogas lo ejecutó y disolvió su cuerpo en ácido por publicar un reportaje donde se daba la ubicación de los lugares que vendían droga al menudeo en la capital tabasqueña; el 23 de septiembre de 2008 fue acribillado Alejandro Zenón Fonseca, mejor conocido como El Padrino, en venganza porque colgaba mantas en Paseo Tabasco y la avenida Ruiz Cortines para pedir que regresara la paz a Tabasco.

En el caso de Rincón Taracena y Zenón Fonseca, existen declaraciones de sujetos procesados por delitos contra la salud que fueron ejecutados por sus actividades informativas.

Nota: ambos asesinatos no fueron resueltos por las autoridades, y se llegó al fondo por revelaciones de indiciados que cantaron.

En lo que hace a Dagdug y Huerta, coincidentemente ambos metidos en la industria de la radio, sus crímenes se quieren presentar por razones de su vida privada.

Se detuvo a uno de los dos presuntos asesinos materiales de la muerte de Dagdug, pero no se profundizó en la causa, en la que se apuntaba a una casa de juegos de la que era asiduo el también político perredista originario de Comalcalco.

De Huerta se quiere hacer ver que su atentado fue originado por un robo que le habría cometido el pariente de su pareja, pero se ha dejado de lado la línea que apunta a una sociedad con políticos y funcionarios que querían borrar cualquier vestigio de la alianza con el más influyente comunicador tabasqueño de los últimos tiempos.

Chuchín Rodríguez, como Dagdug y Huerta, era un personaje con autoridad en espacios electrónicos.

En añadidura, la muerte del comunicador oriundo de Emiliano Zapata puso en evidencia que en el gremio no existe solidaridad, y que acaso por eso a los poderes fácticos se les hace fácil matar al mensajero.

Solo queda rezar por nuestra vida y preguntarse quién sigue.

La ejecución del periodista Jesús Eugenio Ramos Rodríguez en Emiliano Zapata se da en un contexto difícil para el gremio de la comunicación, que se encuentra relegado y estigmatizado por el nuevo régimen tabasqueño.

Chuchín conducía desde hace 19 años el noticiero radiofónico Nuestra región hoy, de la estación Oye 99.9 FM, con el cual mantenía una gran influencia en la región de Los Ríos.

El pasado sábado sus asesinos fueron por él mientras desayunaba con políticos del municipio en el restaurante del hotel Ramos. Ocho balazos de calibre 9 milímetros acabaron con su vida un día antes que ajustara 59 años de edad.

La muerte del colega se presenta en un contexto de crisis en los medios informativos, que sufren el desdén de las autoridades que entraron con el año.

Ramos Rodríguez era un líder de opinión en los municipios que rayan con Guatemala, zona caracterizada por la participación abierta de la delincuencia en actividades públicas.

En la capital tabasqueña se sabe de políticos que han logrado posiciones gracias al poder que les deja la asociación con organizaciones criminales.

El conductor de radio es el primer comunicador en ser ultimado en el nuevo gobierno surgido de Morena.

Durante la gestión de Arturo Núñez Jiménez mataron a dos periodistas: el 20 de febrero de 2016 le tocó a Moisés Dagdug, empresario radiofónico caracterizado por su crítica al régimen perredista; y el 15 de mayo de 2018 a Juan Carlos Huerta Gutiérrez.

Ambos casos no han sido aclarados más allá de que se detuvo a un asesino material, pero faltan los autores intelectuales y las causas, aunque las autoridades han querido hacer creer en forma extraoficial que los callaron por razones personales, no por ejercer su oficio.

Con el priísta Andrés Granier Melo se silenciaron a dos reporteros: el 20 de enero de 2007 fue levantado Rodolfo Rincón Taracena; se sabría después que un cártel de las drogas lo ejecutó y disolvió su cuerpo en ácido por publicar un reportaje donde se daba la ubicación de los lugares que vendían droga al menudeo en la capital tabasqueña; el 23 de septiembre de 2008 fue acribillado Alejandro Zenón Fonseca, mejor conocido como El Padrino, en venganza porque colgaba mantas en Paseo Tabasco y la avenida Ruiz Cortines para pedir que regresara la paz a Tabasco.

En el caso de Rincón Taracena y Zenón Fonseca, existen declaraciones de sujetos procesados por delitos contra la salud que fueron ejecutados por sus actividades informativas.

Nota: ambos asesinatos no fueron resueltos por las autoridades, y se llegó al fondo por revelaciones de indiciados que cantaron.

En lo que hace a Dagdug y Huerta, coincidentemente ambos metidos en la industria de la radio, sus crímenes se quieren presentar por razones de su vida privada.

Se detuvo a uno de los dos presuntos asesinos materiales de la muerte de Dagdug, pero no se profundizó en la causa, en la que se apuntaba a una casa de juegos de la que era asiduo el también político perredista originario de Comalcalco.

De Huerta se quiere hacer ver que su atentado fue originado por un robo que le habría cometido el pariente de su pareja, pero se ha dejado de lado la línea que apunta a una sociedad con políticos y funcionarios que querían borrar cualquier vestigio de la alianza con el más influyente comunicador tabasqueño de los últimos tiempos.

Chuchín Rodríguez, como Dagdug y Huerta, era un personaje con autoridad en espacios electrónicos.

En añadidura, la muerte del comunicador oriundo de Emiliano Zapata puso en evidencia que en el gremio no existe solidaridad, y que acaso por eso a los poderes fácticos se les hace fácil matar al mensajero.

Solo queda rezar por nuestra vida y preguntarse quién sigue.