Les quiero contar la historia de Mélida y Augusto, quienes recientemente cumplieron 58 años de matrimonio. Esta historia es muy personal, porque es, para mí, un claro ejemplo de cómo la espiritualidad puede unir y mantener un matrimonio sólido. O por lo menos, a esta pareja en particular.
Desde que se conocieron, Mélida y Augusto, durante su noviazgo sabían que eran muy distintos, pero un rasgo especial que los unía, era su fe. Ambos crecieron en familias religiosas y católicas, compartían una profunda conexión espiritual, y guía en Dios. Desde entonces, sabían que esa presencia y esa fe tenía que permanecer en su matrimonio, así como en todos los aspectos de su vida.
Al paso de los años, y como cualquier pareja, han tenido que enfrentar desafíos familiares, económicos, espirituales, de salud, familias políticas, amistades, laborales, pérdidas de seres queridos y pérdidas materiales. En un momento dado, y debido a su estilo de vida, cuando se dieron cuenta, estaban alejándose de Dios, no sólo por las recurrentes fiestas y pachangas a las que eran asiduos, sino a causa de un distanciamiento en sus corazones.
No obstante, algo que les reconozco y admiro a ellos dos, es que siempre buscan la guía divina para encontrar soluciones a sus problemas.
Después de más de 10 años de casados, y en la búsqueda constante de ser buenos compañeros de vida, conocieron un Movimiento llamado Encuentro Matrimonial. Mélida y Augusto dijeron para sus adentros: "¡de aquí somos!".
Este compromiso de pertenecer a Encuentro Matrimonial, les enseñó la parte espiritual de vivir en pareja; ejemplos de cómo practicar la compasión, el perdón, y a trabajar juntos en su crecimiento espiritual. Fue así como asistieron a retiros y eventos religiosos que fortalecieron su fe y su relación.
El tiempo transcurrió y ellos vieron frutos en su crecimiento personal, emocional y espiritual. Lograron siempre la voluntad de aplicar sus técnicas de comunicación; aprendieron a valorarse, respetarse y disfrutar juntos las cosas simples de la vida, y sobre todo a orar.
Esto los ha llevado a entender que, alimentar su espiritualidad, no sólo había fortalecido su relación, sino que los había conectado con un propósito mayor, dando su tiempo y energía (¡vaya que todavía la tienen!) ayudando a otros, compartiendo su sabiduría y su fe con aquellos que buscaban una guía, tal y como ellos lo habían hecho muchos años atrás.
La espiritualidad fue el cimiento sólido que permitió a Mélida y Augusto permanecer casados por 58 felices años. Dios los ha unido en los momentos difíciles y les ha dado un propósito más allá de ellos mismos. Como resultado, su matrimonio se convirtió en un ejemplo poderoso de cómo vivir una vida de amor, compasión y fe.
Por este motivo, muchos de los matrimonios en Encuentro Matrimonial que han conocido, se han convertido en amigos entrañables; hace unos días les otorgaron un reconocimiento por tantos años de servicio espiritual y por haberse convertido en modelos de amor y compañía para su familia y amigos. Su matrimonio es una fuente de inspiración para aquellos que los rodean, para quienes los admiran por la forma en que se cuidan, se apoyan y aman mutuamente.
Todo esto tuve la oportunidad de vivirlo, desde otro ángulo; el de hija. Puedo decir que son una pareja fuera de lo ordinario, ya que, a donde quiera que van, son líderes, y la verdad muy carismáticos. Soy la más pequeña de sus tres hijos, y en su momento me tocó ayudarlos a transcribir muchas de las pláticas que, con mucho cariño y compromiso, compartieron durante 40 años a otros matrimonios. Como hija y testigo presencial de sus esfuerzos, puedo entender su historia y su lucha diaria por estar juntos y plenos.
No omitiré decir que a veces renegaba de sus ausencias y sus compromisos con el Movimiento. Pero al cabo de los años, logré entender que esto era para ellos su forma muy particular de ayudar a los demás, y viviendo la fe en Dios a través del sacramento de matrimonio.
De ellos aprendí a agradecer cada día, cada momento. Algo tan sencillo como dar gracias por los alimentos recibidos en nuestra mesa, por el regalo de la salud y la vida, y por y lo bendecidos que hasta hoy se sienten por tenerse el uno al otro.
Para mí, Delia, como hija es un honor y un desafío tener de ejemplo una pareja como Mélida y Augusto. Dios los bendiga!!!
Gracias por leerme.