/ martes 12 de julio de 2022

Entre líneas | Echeverría, los tamales, el mural de la ONU y Julia Abdala

Cuesta imaginarse como acabaremos de desarrollar la madeja que nos traemos entre manos. Aristóteles, más sabio que nosotros, dijo: no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho. En eso se convirtió el ex presidente Luis Echeverría, en un nudo para México. Resistió los embates de la historia muriendo impune de múltiples delitos de los que era acusado, de los que había cientos de evidencias, pruebas y testimonios y que incluían la masacre de Tlatelolco, vergüenza de la humanidad. Esa madeja de intereses encabezados por Echeverría, secuestró la memoria de nuestro país y su posibilidad de pasar página de un régimen tirano-populista a otro democrático. Posiblemente la última entrevista, de las muy escasas que concedió después de dejar la Presidencia, fue a finales de 1998, a Julia Abdala, compañera leal de Manuel Barlett, que en aquellos momentos fungía como conductora de uno de los programas estrella de Canal 40: “Realidades”. La televisora la dirigía Ciro Gómez Leyva, cuando era propiedad de Javier Moreno Valle, hermano del fallecido Rafael. El productor de esa entrevista fui yo, el que escribe estas líneas repletas de vivencias que se reproducen en mi cabeza como si hubieran tenido lugar ayer, y que en aquel entonces también colaboraba con el canal norteamericano en español, Telemundo. Luís Echeverría nos invitó a su casa, en el sur de la ciudad de México, para hablar de los preparativos, a los que él tenía que dar el visto bueno así como a todos y cada uno de los detalles de la producción: iluminación y sonido, manejo de cámaras, personal necesario con nombres y apellidos y también un listado de las preguntas que Julia iba a hacerle, cosa que la conductora accedió a proporcionarle en contra de mí opinión y la del propio Ciro. La primera imagen que recuerdo de Echeverría fue en su jardín, en el que estaba desayunando sentado en una mesa clásica de metal completamente llena de platos con fruta, pan dulce de muy variadas presentaciones, una jarra de jugo de naranja y unos tamales gigantes que elaboraba diariamente una señora de San Cristobal de las Casas, y que le hacían llegar por avión desde Chiapas para que estuvieran convenientemente frescos para el líder espiritual que él se creía que era. Al lado de la mesa había un atril de dimensiones de un periódico tabloide que estaba repleto con todos los diarios de la jornada y que una señorita leía en titulares mientras que “Don Luís” daba buena cuenta de los alimentos con mucha fruición. Cuando alguna información le interesaba le ordenaba que leyera la noticia entera, cortando secamente en el momento que consideraba que ya tenía los datos necesarios. Siempre muy correcto y educado, no podía evitar que se le salieran a borbotones sus problemas emocionales y de personalidad y nos callaba en cualquier momento queriendo reflejar que él, y solo él, era el portador de la verdad absoluta en todos y cada uno de los asuntos que estábamos tratando y que no tenían más contenido que el puramente técnico. Sin embargo el trato era que así debía de ser si queríamos la entrevista. Para realizarla contrate a un equipo de 25 personas, incluyendo una unidad móvil con capacidad de edición para que sobre la marcha se hicieran algunas de las mezclas que él debía de aprobar antes de sacar el material de su casa. Todo fue muy bien, incluso muy cordial y receptivo a sugerencias, y cuando terminamos la entrevista nos invitó a comer en el mismo jardín en el que habíamos preparado el trabajo. Se había dispuesto una mesa para 30 personas, ya que quiso compartir los alimentos con todo el equipo que había participado, incluyendo choferes y ayudantes,. Luís Echeverría ocupó la presidencia y nos invitó a Julia y a mí a compartirla. Comenzaron a servir la comida desde el fondo de la mesa y el plato estrella eran, de nuevo, los tamales de la señora de Chiapas de la que nos contó diferentes historias de cómo había descubierto a tan excepcional cocinera. Lo cierto es que cuando llegó el mesero a nosotros dos solo quedaba un tamal. Uno. Y por respeto le dije: Don Luís cómaselo usted hoy y me invita más adelante cuando le hayan resurtido y así me comenta que le pareció la entrevista al aire. Aceptó de inmediato y antes de que me arrepintiera lo arrebató de las manos del mesero y le hincó el diente, como forma y manera de demostrar su irreversible conquista, aunque demostrando muy poca capacidad para ser un buen anfitrión, y le pidió a una ayudante que me sirviera unas carnitas, que no estaban previstas en el menú, pero que tenía en el refrigerador sobrantes de otra comida. Muy ricas. En eso tuve que ir al interior de la casa a resolver un problema técnico y me perdí. Afortunado llegué a unas escaleras y me sorprendió que estaban decoradas con un precioso mural que parecía ser del estilo de Diego Rivera superpuesto en la pared. No pintado en el muro, sino sobrepuesto en una especie de lámina de yeso. Fui por un camarógrafo y le pedí que discretamente grabara esa pieza artística que luego resultó ser un mural que había desaparecido de la delegación mexicana de la ONU y del que nadie había investigado su destino. Esas imágenes sirvieron para “vestir” la entrevista y la revista Proceso lo identificó inmediatamente. Sobra decir que me quede sin saborear los famosos tamales porque nunca más me tomó el teléfono siendo además reprendido por un teniente coronel que hacía las veces de asistente y de cuyo nombre no quiero acordarme. Al final del día y cuando nos íbamos a retirar Echeverría nos invitó a fotografiarnos uno a uno y en grupo con el para su archivo y para obsequiarnos la foto como recuerdo. Todos lo hicimos y recuerdo con inquietud que cinco de los miembros del staff me dijeron que ese hombre había metido presos a sus padres por diferentes motivos. Y fueron los primeros cinco que se pusieron en la cola para la foto. La única referencia positiva de aquella entrevista fue escrita por la entonces columnista de Excelsior y hoy cónsul en Turquía, Isabel Arbide.

Cuesta imaginarse como acabaremos de desarrollar la madeja que nos traemos entre manos. Aristóteles, más sabio que nosotros, dijo: no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho. En eso se convirtió el ex presidente Luis Echeverría, en un nudo para México. Resistió los embates de la historia muriendo impune de múltiples delitos de los que era acusado, de los que había cientos de evidencias, pruebas y testimonios y que incluían la masacre de Tlatelolco, vergüenza de la humanidad. Esa madeja de intereses encabezados por Echeverría, secuestró la memoria de nuestro país y su posibilidad de pasar página de un régimen tirano-populista a otro democrático. Posiblemente la última entrevista, de las muy escasas que concedió después de dejar la Presidencia, fue a finales de 1998, a Julia Abdala, compañera leal de Manuel Barlett, que en aquellos momentos fungía como conductora de uno de los programas estrella de Canal 40: “Realidades”. La televisora la dirigía Ciro Gómez Leyva, cuando era propiedad de Javier Moreno Valle, hermano del fallecido Rafael. El productor de esa entrevista fui yo, el que escribe estas líneas repletas de vivencias que se reproducen en mi cabeza como si hubieran tenido lugar ayer, y que en aquel entonces también colaboraba con el canal norteamericano en español, Telemundo. Luís Echeverría nos invitó a su casa, en el sur de la ciudad de México, para hablar de los preparativos, a los que él tenía que dar el visto bueno así como a todos y cada uno de los detalles de la producción: iluminación y sonido, manejo de cámaras, personal necesario con nombres y apellidos y también un listado de las preguntas que Julia iba a hacerle, cosa que la conductora accedió a proporcionarle en contra de mí opinión y la del propio Ciro. La primera imagen que recuerdo de Echeverría fue en su jardín, en el que estaba desayunando sentado en una mesa clásica de metal completamente llena de platos con fruta, pan dulce de muy variadas presentaciones, una jarra de jugo de naranja y unos tamales gigantes que elaboraba diariamente una señora de San Cristobal de las Casas, y que le hacían llegar por avión desde Chiapas para que estuvieran convenientemente frescos para el líder espiritual que él se creía que era. Al lado de la mesa había un atril de dimensiones de un periódico tabloide que estaba repleto con todos los diarios de la jornada y que una señorita leía en titulares mientras que “Don Luís” daba buena cuenta de los alimentos con mucha fruición. Cuando alguna información le interesaba le ordenaba que leyera la noticia entera, cortando secamente en el momento que consideraba que ya tenía los datos necesarios. Siempre muy correcto y educado, no podía evitar que se le salieran a borbotones sus problemas emocionales y de personalidad y nos callaba en cualquier momento queriendo reflejar que él, y solo él, era el portador de la verdad absoluta en todos y cada uno de los asuntos que estábamos tratando y que no tenían más contenido que el puramente técnico. Sin embargo el trato era que así debía de ser si queríamos la entrevista. Para realizarla contrate a un equipo de 25 personas, incluyendo una unidad móvil con capacidad de edición para que sobre la marcha se hicieran algunas de las mezclas que él debía de aprobar antes de sacar el material de su casa. Todo fue muy bien, incluso muy cordial y receptivo a sugerencias, y cuando terminamos la entrevista nos invitó a comer en el mismo jardín en el que habíamos preparado el trabajo. Se había dispuesto una mesa para 30 personas, ya que quiso compartir los alimentos con todo el equipo que había participado, incluyendo choferes y ayudantes,. Luís Echeverría ocupó la presidencia y nos invitó a Julia y a mí a compartirla. Comenzaron a servir la comida desde el fondo de la mesa y el plato estrella eran, de nuevo, los tamales de la señora de Chiapas de la que nos contó diferentes historias de cómo había descubierto a tan excepcional cocinera. Lo cierto es que cuando llegó el mesero a nosotros dos solo quedaba un tamal. Uno. Y por respeto le dije: Don Luís cómaselo usted hoy y me invita más adelante cuando le hayan resurtido y así me comenta que le pareció la entrevista al aire. Aceptó de inmediato y antes de que me arrepintiera lo arrebató de las manos del mesero y le hincó el diente, como forma y manera de demostrar su irreversible conquista, aunque demostrando muy poca capacidad para ser un buen anfitrión, y le pidió a una ayudante que me sirviera unas carnitas, que no estaban previstas en el menú, pero que tenía en el refrigerador sobrantes de otra comida. Muy ricas. En eso tuve que ir al interior de la casa a resolver un problema técnico y me perdí. Afortunado llegué a unas escaleras y me sorprendió que estaban decoradas con un precioso mural que parecía ser del estilo de Diego Rivera superpuesto en la pared. No pintado en el muro, sino sobrepuesto en una especie de lámina de yeso. Fui por un camarógrafo y le pedí que discretamente grabara esa pieza artística que luego resultó ser un mural que había desaparecido de la delegación mexicana de la ONU y del que nadie había investigado su destino. Esas imágenes sirvieron para “vestir” la entrevista y la revista Proceso lo identificó inmediatamente. Sobra decir que me quede sin saborear los famosos tamales porque nunca más me tomó el teléfono siendo además reprendido por un teniente coronel que hacía las veces de asistente y de cuyo nombre no quiero acordarme. Al final del día y cuando nos íbamos a retirar Echeverría nos invitó a fotografiarnos uno a uno y en grupo con el para su archivo y para obsequiarnos la foto como recuerdo. Todos lo hicimos y recuerdo con inquietud que cinco de los miembros del staff me dijeron que ese hombre había metido presos a sus padres por diferentes motivos. Y fueron los primeros cinco que se pusieron en la cola para la foto. La única referencia positiva de aquella entrevista fue escrita por la entonces columnista de Excelsior y hoy cónsul en Turquía, Isabel Arbide.

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