/ sábado 13 de julio de 2019

Cuarta Trastornación

La Cuarta Transformación más bien se ha convertido en un trastornado gobierno que no encuentra la forma de satisfacer las necesidades más apremiantes del pueblo mexicano y recurre al entretenimiento cotidiano matinal para que algunos no pierdan la esperanza en sus promesas y continúen locamente en su defensa, aunque la realidad en sus bolsillos les exija rebelarse.

Mientras Andrés Manuel no cesa de sus conferencias en las que regularmente desdice a sus funcionarios porque él tiene otros datos, el gabinete federal empieza a sufrir los efectos del autoritarismo, discrepancias, decisiones de política pública sin sustento, extremismo e imposición de funcionarios por personajes influyentes, o sea, conflicto de intereses.

Un secretario de Hacienda tiene que ser de toda la confianza del presidente, un extraordinario administrador y debe contar con la experiencia suficiente para desempeñar con excelencia el cargo. Debe ser un funcionario a quien el jefe del Ejecutivo escuche con mucha atención, pues se trata de la tutela de los dineros de la nación.

Sin embargo, cuando el presidente cree saber más de finanzas que el experto que colocó en la Secretaría de Hacienda, es muy probable que se den las discrepancias que, en su momento, reveló Carlos Urzúa en su carta de renuncia al cargo que le había conferido el gobierno de la 4T.

Las consecuencias ante la renuncia de un funcionario de tal nivel fueron inmediatas. El peso se depreció y el mercado bursátil cayó. Afortunadamente Andrés Manuel López Obrador maniobró con diligencia y recurrió a Arturo Herrera para que no permaneciera acéfala la Secretaría de Hacienda, lo cual apaciguó el problema, por el momento.

El nuevo funcionario, al igual que el que se fue, lleva más de 30 años con el actual presidente de México. Es uno de los personajes a quien Andrés Manuel ha corregido, pues en su momento señaló que la construcción de la refinería de Dos Bocas se retrasaría y que el gobierno federal pensaba reactivar el impuesto de la tenencia.

Urzúa no es el primero que renuncia y denuncia, recordemos que hace poco también se fue Germán Martínez Cázares de la dirección general del IMSS, quien acusó “injerencia perniciosa” de funcionarios de Hacienda en la operación del instituto ¿será que esos funcionarios son las mismas imposiciones a las que se refiere Urzúa?

Ahora bien, por si usted, amable lector, no lo sabía, López Obrador tiene una forma muy peculiar de zafarse de esos conflictos y hacer quedar mal a los demás. A todo el que lo contradice y se opone a lo que pueda parecerle una ocurrencia, inmediatamente lo etiqueta como traidor y lo exhibe ante sus seguidores.

Antes, cuando apenas iniciaba el movimiento democrático desde Tabasco, decía que aquellos que no se sometían a lo que él consideraba que se debía hacer, se habían vendido con el gobierno del PRI aunque los pobres no tuvieran ni para comer; ahora, los que no están de acuerdo con él y renuncian, son aliados de la mafia del poder, pactaron con los conservadores y pasaron a formar parte de la pandilla de neoliberales, enemigos del pueblo, que se oponen al cambio y no quieren perder sus privilegios.

Es casi seguro que así se va a pasar seis años. Nunca va a reconocer sus errores y las consecuencias las pagará el pueblo mexicano que, aunque Andrés Manuel diga que lleva cumplidos 78 de cien compromisos asumidos en su toma de protesta, la gente se daría por bien servida conque le cumpliera solo tres: seguridad, desarrollo económico y que pare el fomento a la corrupción, porque para eso votaron por él, no para dar excusas ni culpar a los que lo antecedieron.

La Cuarta Transformación más bien se ha convertido en un trastornado gobierno que no encuentra la forma de satisfacer las necesidades más apremiantes del pueblo mexicano y recurre al entretenimiento cotidiano matinal para que algunos no pierdan la esperanza en sus promesas y continúen locamente en su defensa, aunque la realidad en sus bolsillos les exija rebelarse.

Mientras Andrés Manuel no cesa de sus conferencias en las que regularmente desdice a sus funcionarios porque él tiene otros datos, el gabinete federal empieza a sufrir los efectos del autoritarismo, discrepancias, decisiones de política pública sin sustento, extremismo e imposición de funcionarios por personajes influyentes, o sea, conflicto de intereses.

Un secretario de Hacienda tiene que ser de toda la confianza del presidente, un extraordinario administrador y debe contar con la experiencia suficiente para desempeñar con excelencia el cargo. Debe ser un funcionario a quien el jefe del Ejecutivo escuche con mucha atención, pues se trata de la tutela de los dineros de la nación.

Sin embargo, cuando el presidente cree saber más de finanzas que el experto que colocó en la Secretaría de Hacienda, es muy probable que se den las discrepancias que, en su momento, reveló Carlos Urzúa en su carta de renuncia al cargo que le había conferido el gobierno de la 4T.

Las consecuencias ante la renuncia de un funcionario de tal nivel fueron inmediatas. El peso se depreció y el mercado bursátil cayó. Afortunadamente Andrés Manuel López Obrador maniobró con diligencia y recurrió a Arturo Herrera para que no permaneciera acéfala la Secretaría de Hacienda, lo cual apaciguó el problema, por el momento.

El nuevo funcionario, al igual que el que se fue, lleva más de 30 años con el actual presidente de México. Es uno de los personajes a quien Andrés Manuel ha corregido, pues en su momento señaló que la construcción de la refinería de Dos Bocas se retrasaría y que el gobierno federal pensaba reactivar el impuesto de la tenencia.

Urzúa no es el primero que renuncia y denuncia, recordemos que hace poco también se fue Germán Martínez Cázares de la dirección general del IMSS, quien acusó “injerencia perniciosa” de funcionarios de Hacienda en la operación del instituto ¿será que esos funcionarios son las mismas imposiciones a las que se refiere Urzúa?

Ahora bien, por si usted, amable lector, no lo sabía, López Obrador tiene una forma muy peculiar de zafarse de esos conflictos y hacer quedar mal a los demás. A todo el que lo contradice y se opone a lo que pueda parecerle una ocurrencia, inmediatamente lo etiqueta como traidor y lo exhibe ante sus seguidores.

Antes, cuando apenas iniciaba el movimiento democrático desde Tabasco, decía que aquellos que no se sometían a lo que él consideraba que se debía hacer, se habían vendido con el gobierno del PRI aunque los pobres no tuvieran ni para comer; ahora, los que no están de acuerdo con él y renuncian, son aliados de la mafia del poder, pactaron con los conservadores y pasaron a formar parte de la pandilla de neoliberales, enemigos del pueblo, que se oponen al cambio y no quieren perder sus privilegios.

Es casi seguro que así se va a pasar seis años. Nunca va a reconocer sus errores y las consecuencias las pagará el pueblo mexicano que, aunque Andrés Manuel diga que lleva cumplidos 78 de cien compromisos asumidos en su toma de protesta, la gente se daría por bien servida conque le cumpliera solo tres: seguridad, desarrollo económico y que pare el fomento a la corrupción, porque para eso votaron por él, no para dar excusas ni culpar a los que lo antecedieron.