/ viernes 27 de mayo de 2022

ARTILUGIOS. | Violencia 2

En días pasados un joven llamado Salvador Ramos mató a 19 niños y 2 maestras de la escuela primaria de Uvalde, Texas. El joven fue abatido por la policía al poco rato, ya realizada su acción punitiva. Dejar el lenguaje homérico seria lo apropiado en este momento. El joven de 19 años adujo que en la secundaria de dicha localidad, donde él es alumno, fue víctima de bullyng, de acoso por parte de sus compañeros y que nadie, nadie lo defendió. ¿Qué ocurre pues con este suceso, digno más de la inferencia psicológica que de la acción policiaca?

Lo mismo que ha ocurrido en otros puntos de la Historia.

La masacre, según su definición por la RAE indica, es la matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida. Causa parecida. Puede ser entonces arma blanca, objeto contundente, veneno… Eso es lo que asombra de la definición y de la acción. Salvador Ramos decidió tomar un arma, trasladarse al lugar donde encontraría victimas indefensas y hacerse justicia por su mano. Justicia. La palabra enrojece ante estas desilusiones del lenguaje.

Lo curioso es ver cómo comienza nuevamente la retahíla de opiniones. Que si dejan tener armas que pueden tomar los niños, o jóvenes, que Texas es un estado laxo, que si hay malvadas intenciones en quienes protegen a los vendedores de armas, la Asociación Nacional del Rifle vuelve a salir a la luz −por cierto, uno de sus presidentes fue el actor Charlton Heston que tuvo una reyerta por demás sinuosa con su colega Barbra Streisand sobre el tema de la venta indiscriminada de armas− porque no quita el dedo del renglón en sus cláusulas. Esto es, vender armas a quien quiera, pueda, comprarlas.

En Texas cualquiera puede tener un arma en su casa. De ahí a que los niños la tomen y “jueguen” a los vaqueros y los indios… A propósito, la masacre de la escuela en Uvalde desató un conato de comentarios, dudas, zalamerías y sabemos, en nuestro Tabasco de dimes y diretes, que el zalamero nunca queda bien, a propósito del acceso a antros y bares donde se pide acreditar la mayoría de edad, y para comprar un arma no. Cosas de la normatividad. Lo mismo aquí puede ser diputado aun no habiendo terminado la escuela primaria. Para puestos de la administración pública es necesario ser licenciado. Hay por ahí una discrepancia mal admitida pero inclusiva. Esto es aparte, ya lo platicaremos.

Hago una breve lista de masacres famosas en USA.

  • La masacre de Columbine.
  • Minnesota, Pennsylvania, Virginia, en la escuela secundaria Red Lake.
  • En la Universidad del Norte de Illinois, DeKalb.
  • En la universidad de Newtown, estado de Connecticut.
  • En el Colegio Santa Mónica, de California.

Todas con apenas meses de distancia. La de Columbine es trágicamente famosa, por cierto. Películas hay del suceso con esa delicadeza con la que nos regimos los creadores. Convertimos el acto cruel, el evento de la masacre en arte. ¿Es posible?

¿Recuerda la secuencia final de la cinta Asesinos por naturaleza (1994, Oliver Stone)? Los reos de la prisión, enajenados por el conductor de televisión que interpreta Robert Downey, jr., con la promesa de ser estrellas en su programa, arremeten contra el alcaide de la prisión, Tommy Lee Jones, linchándolo. Así le dio el conductor un viso popularoso a su programa. Otra causa, supongo. La fama. Cuando decides tomar un arma y disparar a la limón sobre seres que, de antemano, sabes que no pueden defenderse, encontraremos un algo en el cerebro, una intención malsana, un desprecio crucial por la vida.

Búfalo Bill entendía que, matando al líder de la manada de búfalos, los demás, viendo a su líder permanecer quieto, no se movían, lo que aprovechaba el cazador para tirar holgadamente y asesinar poco a poco miles de búfalos. Hasta en la cacería hay reglas. La primera es que la presa debe moverse, huir, darle tiempo para guarecerse. El cazador experto mata en movimiento. Escudarse en la estratagema es cobarde, vil, gandalla. Lo mismo pasa en las masacres de las escuelas en USA.

El tirador llega con un arma, sorprende a sus víctimas, dispara, dispara, dispara hasta que lo detienen. O no. Casi siempre abaten al asesino. Y esto no habla de la eficiencia policiaca sino a la infidencia. Como es el caso de Salvador Ramos. No podemos detenerlo y que explique su proceder. Hay que matarlo. Todos mueren, no hay testigos. Otra referencia cultural.

En la cinta Muertos de miedo (1996, Peter Jackson) el investigador de lo paranormal, un psiquiatra de fantasmas, Michael J. Fox, investiga la masacre de un hospital acaecida en el pasado. Un enfermo mental, Jake Busey, entra al hospital masacrando enfermos, doctores y personal administrativo.

El fantasma del loco vuelve del Más Allá para concluir su hazaña, poseyendo a su novia, Dee Wallace-Stone, quien ayuda en la nueva masacre. Aunque es una comedia, y todo termina bien, no podemos menos de sobrecogernos en el sillón viendo los preparativos. Los asesinos matan con rifles, pero marcan a las víctimas en la frente con un cuchillo, las van numerando cual reses. 1, 2, 3… hasta el 75, número cabalístico para los malvados.

Lo que ocurrió en Uvalde nos da miedo. Todo se involucra, se inmola ante los dioses de la maldad. De la injusticia. Salvador Ramos fue una víctima que no acudió a psicólogos o médicos que lo apoyaran. Tomó la “justicia” en su mano y ejecutó a seres inocentes. Sacrificio se llama. Abraham va a sacrificar a su hijo cuando Dios le manda un ángel que lo detiene. Dios ha visto la obediencia de Abraham, está contento. (Génesis 22:1-2).

Qué Dios envió a Salvador, hasta el nombre tiene resonancias religiosas, para sacrificar a estos inocentes, estos que solo tuvieron una falta. Ir a tomar y dar sus clases como todos los días.

Ramos fue finalmente abatido por una agente de la policía fronteriza de Estados Unidos que estaba fuera de servicio, pero que fue la primera en acudir junto a otros dos agentes al lugar de los hechos, dice una nota. Repito: Salvador fue abatido por una agente de la policía fronteriza, fuera de servicio, que acudió primero al lugar de los hechos. Mira, qué curioso, dirás tú artilugista que lees estas memorias de sangre.

No quiero ser mala onda, dirían en mis tiempos. Pareciera ser que nos vamos acostumbrando a ver esta exagerada muestra de venganza. La revancha fue determinante. Salvador Ramos está vengado y ejecutado, porque su acción no fue noble. Fue el aparatoso exceso de su mente enajenada.

Oigo voces por ahí que quieren echarle, otra vez, la culpa a la extrema irrealidad de los videojuegos, a la compra indiscriminada de armas en Texas, a los excesos del bullyng. Nada de esto devolverá la vida a los sacrificados, nombre correcto. Tiempos extraños. Ojalá este exceso de las escuelas, me refiero a la permisibilidad del acoso, encuentre un buen cineasta, no uno de tres al cuarto, como dirían antes los viejos habitantes de México.

En días pasados un joven llamado Salvador Ramos mató a 19 niños y 2 maestras de la escuela primaria de Uvalde, Texas. El joven fue abatido por la policía al poco rato, ya realizada su acción punitiva. Dejar el lenguaje homérico seria lo apropiado en este momento. El joven de 19 años adujo que en la secundaria de dicha localidad, donde él es alumno, fue víctima de bullyng, de acoso por parte de sus compañeros y que nadie, nadie lo defendió. ¿Qué ocurre pues con este suceso, digno más de la inferencia psicológica que de la acción policiaca?

Lo mismo que ha ocurrido en otros puntos de la Historia.

La masacre, según su definición por la RAE indica, es la matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida. Causa parecida. Puede ser entonces arma blanca, objeto contundente, veneno… Eso es lo que asombra de la definición y de la acción. Salvador Ramos decidió tomar un arma, trasladarse al lugar donde encontraría victimas indefensas y hacerse justicia por su mano. Justicia. La palabra enrojece ante estas desilusiones del lenguaje.

Lo curioso es ver cómo comienza nuevamente la retahíla de opiniones. Que si dejan tener armas que pueden tomar los niños, o jóvenes, que Texas es un estado laxo, que si hay malvadas intenciones en quienes protegen a los vendedores de armas, la Asociación Nacional del Rifle vuelve a salir a la luz −por cierto, uno de sus presidentes fue el actor Charlton Heston que tuvo una reyerta por demás sinuosa con su colega Barbra Streisand sobre el tema de la venta indiscriminada de armas− porque no quita el dedo del renglón en sus cláusulas. Esto es, vender armas a quien quiera, pueda, comprarlas.

En Texas cualquiera puede tener un arma en su casa. De ahí a que los niños la tomen y “jueguen” a los vaqueros y los indios… A propósito, la masacre de la escuela en Uvalde desató un conato de comentarios, dudas, zalamerías y sabemos, en nuestro Tabasco de dimes y diretes, que el zalamero nunca queda bien, a propósito del acceso a antros y bares donde se pide acreditar la mayoría de edad, y para comprar un arma no. Cosas de la normatividad. Lo mismo aquí puede ser diputado aun no habiendo terminado la escuela primaria. Para puestos de la administración pública es necesario ser licenciado. Hay por ahí una discrepancia mal admitida pero inclusiva. Esto es aparte, ya lo platicaremos.

Hago una breve lista de masacres famosas en USA.

  • La masacre de Columbine.
  • Minnesota, Pennsylvania, Virginia, en la escuela secundaria Red Lake.
  • En la Universidad del Norte de Illinois, DeKalb.
  • En la universidad de Newtown, estado de Connecticut.
  • En el Colegio Santa Mónica, de California.

Todas con apenas meses de distancia. La de Columbine es trágicamente famosa, por cierto. Películas hay del suceso con esa delicadeza con la que nos regimos los creadores. Convertimos el acto cruel, el evento de la masacre en arte. ¿Es posible?

¿Recuerda la secuencia final de la cinta Asesinos por naturaleza (1994, Oliver Stone)? Los reos de la prisión, enajenados por el conductor de televisión que interpreta Robert Downey, jr., con la promesa de ser estrellas en su programa, arremeten contra el alcaide de la prisión, Tommy Lee Jones, linchándolo. Así le dio el conductor un viso popularoso a su programa. Otra causa, supongo. La fama. Cuando decides tomar un arma y disparar a la limón sobre seres que, de antemano, sabes que no pueden defenderse, encontraremos un algo en el cerebro, una intención malsana, un desprecio crucial por la vida.

Búfalo Bill entendía que, matando al líder de la manada de búfalos, los demás, viendo a su líder permanecer quieto, no se movían, lo que aprovechaba el cazador para tirar holgadamente y asesinar poco a poco miles de búfalos. Hasta en la cacería hay reglas. La primera es que la presa debe moverse, huir, darle tiempo para guarecerse. El cazador experto mata en movimiento. Escudarse en la estratagema es cobarde, vil, gandalla. Lo mismo pasa en las masacres de las escuelas en USA.

El tirador llega con un arma, sorprende a sus víctimas, dispara, dispara, dispara hasta que lo detienen. O no. Casi siempre abaten al asesino. Y esto no habla de la eficiencia policiaca sino a la infidencia. Como es el caso de Salvador Ramos. No podemos detenerlo y que explique su proceder. Hay que matarlo. Todos mueren, no hay testigos. Otra referencia cultural.

En la cinta Muertos de miedo (1996, Peter Jackson) el investigador de lo paranormal, un psiquiatra de fantasmas, Michael J. Fox, investiga la masacre de un hospital acaecida en el pasado. Un enfermo mental, Jake Busey, entra al hospital masacrando enfermos, doctores y personal administrativo.

El fantasma del loco vuelve del Más Allá para concluir su hazaña, poseyendo a su novia, Dee Wallace-Stone, quien ayuda en la nueva masacre. Aunque es una comedia, y todo termina bien, no podemos menos de sobrecogernos en el sillón viendo los preparativos. Los asesinos matan con rifles, pero marcan a las víctimas en la frente con un cuchillo, las van numerando cual reses. 1, 2, 3… hasta el 75, número cabalístico para los malvados.

Lo que ocurrió en Uvalde nos da miedo. Todo se involucra, se inmola ante los dioses de la maldad. De la injusticia. Salvador Ramos fue una víctima que no acudió a psicólogos o médicos que lo apoyaran. Tomó la “justicia” en su mano y ejecutó a seres inocentes. Sacrificio se llama. Abraham va a sacrificar a su hijo cuando Dios le manda un ángel que lo detiene. Dios ha visto la obediencia de Abraham, está contento. (Génesis 22:1-2).

Qué Dios envió a Salvador, hasta el nombre tiene resonancias religiosas, para sacrificar a estos inocentes, estos que solo tuvieron una falta. Ir a tomar y dar sus clases como todos los días.

Ramos fue finalmente abatido por una agente de la policía fronteriza de Estados Unidos que estaba fuera de servicio, pero que fue la primera en acudir junto a otros dos agentes al lugar de los hechos, dice una nota. Repito: Salvador fue abatido por una agente de la policía fronteriza, fuera de servicio, que acudió primero al lugar de los hechos. Mira, qué curioso, dirás tú artilugista que lees estas memorias de sangre.

No quiero ser mala onda, dirían en mis tiempos. Pareciera ser que nos vamos acostumbrando a ver esta exagerada muestra de venganza. La revancha fue determinante. Salvador Ramos está vengado y ejecutado, porque su acción no fue noble. Fue el aparatoso exceso de su mente enajenada.

Oigo voces por ahí que quieren echarle, otra vez, la culpa a la extrema irrealidad de los videojuegos, a la compra indiscriminada de armas en Texas, a los excesos del bullyng. Nada de esto devolverá la vida a los sacrificados, nombre correcto. Tiempos extraños. Ojalá este exceso de las escuelas, me refiero a la permisibilidad del acoso, encuentre un buen cineasta, no uno de tres al cuarto, como dirían antes los viejos habitantes de México.