/ viernes 17 de junio de 2022

ARTILUGIOS. | Saliva, aceite y pastelazos

Hechos, dice Richard Burton en su papel del psiquiatra en la cinta Equus (1977, Milos Forman). Hechos, repetiré para no ser menos.

1.- Un sujeto identificado como Pepe Romero lamió y besó piezas prehispánicas del Museo Nacional de Antropología. De acuerdo con el hombre, se trató de parte de un performance (un espectáculo improvisado) en el que se cuestiona que objetos fabricados en tiempos de Mesoamérica sean subastados en el extranjero. La acción la realizó en el museo más importante del país y sin la autorización del INAH. Fue impropio, reconoció el susodicho al ser entrevistado pero fue hermoso.

2.- Un sujeto le lanzó un pastel a la Gioconda, el cuadro más famoso del mundo y obra de Leonardo Da Vinci que está en el Museo del Louvre en Francia. Según se dio a conocer el evento no pasó a mayores gracias al cristal que protege a la Mona Lisa. De acuerdo con testigos, el atacante fue un joven con gorra y peluca que se acercó al cuadro fingiendo ser un viejito en silla de ruedas. O sea, con toda premeditación. El atacante, que hasta el momento se desconoce su identidad, fue expulsado del museo por seguridad, mientras los vigilantes limpiaron el cristal inmediatamente.

La última vez que se había atentado contra la Gioconda fue en el 2009, cuando un turista le aventó una bolsa de té.

3.- Arrojan aceite a piezas del parque museo de La Venta. Los hechos se desarrollaron cuando dos extranjeros, de nacionalidad indonesia, realizaban un recorrido por las instalaciones del parque, específicamente en la zona arqueológica, durante su trayecto por el lugar iban afectando las piezas que se encontraban en ese sitio, rociándolas con un aceite líquido, contabilizándose un total de 15 piezas arqueológicas dañadas.

4.- Cuando fui director del Centro Cultural Villahermosa, trajimos una selección del museo Soumaya. En algún momento, una parte de la cristalería tuvo que ser removida y el curador de la exposición externó su preocupación porque no fuera a sustraerse alguna pieza que, si bien réplicas, eran catalogadas en varios miles de pesos. No se preocupe, le dije. El robo de piezas de arte no es de estos lares. Si entran los amigos de lo ajeno, buscarán computadoras, teléfonos móviles, dinero.

Hasta aquí los hechos.

Eso era lo que pensaba en ese tiempo. Después de leer las notas arriba mencionadas, me encuentro en la disposición de ofrecer si no una explicación cuando menos algunas notas que nos hagan entender lo que ocurre en este mundo pleno de artilugios al que nos enfrentamos, amable lector.

Dice el investigador y crítico literario, Christopher Domínguez Michael en su libro Tiros en el concierto, la política en el arte es como un disparo en medio de un concierto, aturde, molesta, es grosero, pero no deja de llamar la atención. La obra de arte es, debiera ser, pura. Parece que los detractores de la obra física, porque en un momento veremos a los que afrentan la obra literaria, quieren dar un vuelco a la historia del arte, aun no sé bien para qué. Arrojarle un pastel, aceite o ensalivar la obra de arte es minimizar el arte, ofenderlo, dejarlo como un objeto inerme. Nadie lo defiende como no sean los custodios de los museos, y no porque amen las piezas sino porque descuidaron su puesto. Esto les valdría el trabajo.

¿Qué pretende el que lesiona una obra de arte? Probablemente hacernos ver lo ridículos que somos al ponderar la obra que hace muchos siglos fue realizada para admiración de propios y extraños. Lesionar la obra de arte implica conocimiento. No jodes lo que no conoces. Ofendes lo que ves que gusta, que agrada, que prevalece. Como un acto de escarnio a quien se da lustre con la existencia de la obra.

Escucho por ahí la voz de Ignacio Lozano, que me cae muy bien, aclaro, que estaba frenético cuando decía uno que otro político que igualmente sabe menos de arte que el mismo Ignacio Lozano, que las mujeres que salieron en protesta hace algunos años, el 8 de marzo, específicamente, vandalizaron estatuas de próceres y caudillos, así como las puertas de Palacio Nacional, todas obras de singular perfección artística. La crítica era contra quienes minimizaban la lucha femenina anteponiendo el arte vejado. Ni una cosa ni otra. Las estatuas, según el caricaturista Fontanarrosa, son para que las caguen las palomas. Aquí mismo en Tabasco, algún ayuntamiento arruinó el parque de los guacamayos pintando sobre la obra del artista Chuy Carrillo. Parece ser que se llegó a un acuerdo con el artista que exigía en ese momento, 5 millones de pesos por lesiones a su trabajo. Es real. A ningún artista le gusta que minimicen su trabajo, menos que le pasen encima una tonelada de cal con aquello de “vamos a remodelarla”.

Ignacio López Tarso en su papel de José Clemente Orozco vio con enojo como clavaban lienzos sobre sus murales, según la película En busca de un muro (1974, Julio Bracho). No arruinen la obra. Eso no se hace así, se debe poner un bastidor y ahí clavar el lienzo, para que no maltraten el mural. Entonces se cubre el mural con ese bastidor.

Los obreros contratados por la Secretaría de educación de tiempos de Orozco, solo se vieron como diciendo, ¿de qué habla don este? Así ocurre. Entre los que arrojan cosas al objeto artístico y los funcionarios que no entienden su cometido de resguardadores del arte, están los artistas y la obra en total indefensión. La obra literaria no se queda atrás.

Famosas fueron las fogatas donde se quemaron libros en la Alemania nazi o no tan lejos, aquí en la América Latina igualmente gobernada por ignorantes o palurdos de la peor especie. Recuerde el lector ese momento donde queman los libros en París ante la atónita mirada del dictador exiliado en la novela de Alejo Carpentier, El recurso del método. Todo lo que huela a rojo, dicen los comandantes de los jóvenes nazis, pero salvan La sagrada familia de Marx y Engels por considerarla una obra recta y piadosa.

Ante tamaña estupidez, el librero les arroja un libro, ¿Por qué no queman también la Caperucita roja? A la cárcel, por mamón, dice el comandante. La obra de arte, entre estira y afloja va quedándose con lo mejor, la admiración del espectador y la permanencia. En la cinta Un novato en la mafia (1990, Andrew Bergman) Matthew Broderick dice a Penélope Ann Miller, la hija del capo mafioso, que ese cuadro de la sala es una excelente réplica de la Gioconda. Es la Gioconda, dice la joven. No puede ser, ¿tu padre sustrajo la Gioconda? La llevaron y trajeron por todo el país. La maltrataban. Papá pensó que aquí en nuestra casa, sería feliz. Y aquí está.

Vivimos un tiempo impresionantemente doloroso para la expresión artística. Se llevaron las estatuas del almirante Achirica y su madre. Más allá las encontraron destrozadas, por el simple placer del vandalismo. Además, le pusieron su nombre mal a una calle. La placa dice A. Chirica. Ningún funcionario municipal, a quien compete, se ha preocupado por cambiarla. Ningún historiador de esos que alaban y loan próceres recientes y lejanos, dice nada. Se llevaron los pies de la estatua del cayuco enclavada frente a una distribuidora de autos, recientemente.

En fin, la exposición de lesiones artísticas podría seguir, paso a paso, solamente deteniéndonos en su perversidad. ¿Será un complot entre funcionarios y vejadores para dejarnos sin eso que da brillo a la ciudad, a la mente, al tiempo? Ese será tema de otro artilugio.


Hechos, dice Richard Burton en su papel del psiquiatra en la cinta Equus (1977, Milos Forman). Hechos, repetiré para no ser menos.

1.- Un sujeto identificado como Pepe Romero lamió y besó piezas prehispánicas del Museo Nacional de Antropología. De acuerdo con el hombre, se trató de parte de un performance (un espectáculo improvisado) en el que se cuestiona que objetos fabricados en tiempos de Mesoamérica sean subastados en el extranjero. La acción la realizó en el museo más importante del país y sin la autorización del INAH. Fue impropio, reconoció el susodicho al ser entrevistado pero fue hermoso.

2.- Un sujeto le lanzó un pastel a la Gioconda, el cuadro más famoso del mundo y obra de Leonardo Da Vinci que está en el Museo del Louvre en Francia. Según se dio a conocer el evento no pasó a mayores gracias al cristal que protege a la Mona Lisa. De acuerdo con testigos, el atacante fue un joven con gorra y peluca que se acercó al cuadro fingiendo ser un viejito en silla de ruedas. O sea, con toda premeditación. El atacante, que hasta el momento se desconoce su identidad, fue expulsado del museo por seguridad, mientras los vigilantes limpiaron el cristal inmediatamente.

La última vez que se había atentado contra la Gioconda fue en el 2009, cuando un turista le aventó una bolsa de té.

3.- Arrojan aceite a piezas del parque museo de La Venta. Los hechos se desarrollaron cuando dos extranjeros, de nacionalidad indonesia, realizaban un recorrido por las instalaciones del parque, específicamente en la zona arqueológica, durante su trayecto por el lugar iban afectando las piezas que se encontraban en ese sitio, rociándolas con un aceite líquido, contabilizándose un total de 15 piezas arqueológicas dañadas.

4.- Cuando fui director del Centro Cultural Villahermosa, trajimos una selección del museo Soumaya. En algún momento, una parte de la cristalería tuvo que ser removida y el curador de la exposición externó su preocupación porque no fuera a sustraerse alguna pieza que, si bien réplicas, eran catalogadas en varios miles de pesos. No se preocupe, le dije. El robo de piezas de arte no es de estos lares. Si entran los amigos de lo ajeno, buscarán computadoras, teléfonos móviles, dinero.

Hasta aquí los hechos.

Eso era lo que pensaba en ese tiempo. Después de leer las notas arriba mencionadas, me encuentro en la disposición de ofrecer si no una explicación cuando menos algunas notas que nos hagan entender lo que ocurre en este mundo pleno de artilugios al que nos enfrentamos, amable lector.

Dice el investigador y crítico literario, Christopher Domínguez Michael en su libro Tiros en el concierto, la política en el arte es como un disparo en medio de un concierto, aturde, molesta, es grosero, pero no deja de llamar la atención. La obra de arte es, debiera ser, pura. Parece que los detractores de la obra física, porque en un momento veremos a los que afrentan la obra literaria, quieren dar un vuelco a la historia del arte, aun no sé bien para qué. Arrojarle un pastel, aceite o ensalivar la obra de arte es minimizar el arte, ofenderlo, dejarlo como un objeto inerme. Nadie lo defiende como no sean los custodios de los museos, y no porque amen las piezas sino porque descuidaron su puesto. Esto les valdría el trabajo.

¿Qué pretende el que lesiona una obra de arte? Probablemente hacernos ver lo ridículos que somos al ponderar la obra que hace muchos siglos fue realizada para admiración de propios y extraños. Lesionar la obra de arte implica conocimiento. No jodes lo que no conoces. Ofendes lo que ves que gusta, que agrada, que prevalece. Como un acto de escarnio a quien se da lustre con la existencia de la obra.

Escucho por ahí la voz de Ignacio Lozano, que me cae muy bien, aclaro, que estaba frenético cuando decía uno que otro político que igualmente sabe menos de arte que el mismo Ignacio Lozano, que las mujeres que salieron en protesta hace algunos años, el 8 de marzo, específicamente, vandalizaron estatuas de próceres y caudillos, así como las puertas de Palacio Nacional, todas obras de singular perfección artística. La crítica era contra quienes minimizaban la lucha femenina anteponiendo el arte vejado. Ni una cosa ni otra. Las estatuas, según el caricaturista Fontanarrosa, son para que las caguen las palomas. Aquí mismo en Tabasco, algún ayuntamiento arruinó el parque de los guacamayos pintando sobre la obra del artista Chuy Carrillo. Parece ser que se llegó a un acuerdo con el artista que exigía en ese momento, 5 millones de pesos por lesiones a su trabajo. Es real. A ningún artista le gusta que minimicen su trabajo, menos que le pasen encima una tonelada de cal con aquello de “vamos a remodelarla”.

Ignacio López Tarso en su papel de José Clemente Orozco vio con enojo como clavaban lienzos sobre sus murales, según la película En busca de un muro (1974, Julio Bracho). No arruinen la obra. Eso no se hace así, se debe poner un bastidor y ahí clavar el lienzo, para que no maltraten el mural. Entonces se cubre el mural con ese bastidor.

Los obreros contratados por la Secretaría de educación de tiempos de Orozco, solo se vieron como diciendo, ¿de qué habla don este? Así ocurre. Entre los que arrojan cosas al objeto artístico y los funcionarios que no entienden su cometido de resguardadores del arte, están los artistas y la obra en total indefensión. La obra literaria no se queda atrás.

Famosas fueron las fogatas donde se quemaron libros en la Alemania nazi o no tan lejos, aquí en la América Latina igualmente gobernada por ignorantes o palurdos de la peor especie. Recuerde el lector ese momento donde queman los libros en París ante la atónita mirada del dictador exiliado en la novela de Alejo Carpentier, El recurso del método. Todo lo que huela a rojo, dicen los comandantes de los jóvenes nazis, pero salvan La sagrada familia de Marx y Engels por considerarla una obra recta y piadosa.

Ante tamaña estupidez, el librero les arroja un libro, ¿Por qué no queman también la Caperucita roja? A la cárcel, por mamón, dice el comandante. La obra de arte, entre estira y afloja va quedándose con lo mejor, la admiración del espectador y la permanencia. En la cinta Un novato en la mafia (1990, Andrew Bergman) Matthew Broderick dice a Penélope Ann Miller, la hija del capo mafioso, que ese cuadro de la sala es una excelente réplica de la Gioconda. Es la Gioconda, dice la joven. No puede ser, ¿tu padre sustrajo la Gioconda? La llevaron y trajeron por todo el país. La maltrataban. Papá pensó que aquí en nuestra casa, sería feliz. Y aquí está.

Vivimos un tiempo impresionantemente doloroso para la expresión artística. Se llevaron las estatuas del almirante Achirica y su madre. Más allá las encontraron destrozadas, por el simple placer del vandalismo. Además, le pusieron su nombre mal a una calle. La placa dice A. Chirica. Ningún funcionario municipal, a quien compete, se ha preocupado por cambiarla. Ningún historiador de esos que alaban y loan próceres recientes y lejanos, dice nada. Se llevaron los pies de la estatua del cayuco enclavada frente a una distribuidora de autos, recientemente.

En fin, la exposición de lesiones artísticas podría seguir, paso a paso, solamente deteniéndonos en su perversidad. ¿Será un complot entre funcionarios y vejadores para dejarnos sin eso que da brillo a la ciudad, a la mente, al tiempo? Ese será tema de otro artilugio.