/ viernes 22 de julio de 2022

ARTILUGIOS. | ¿Qué hacemos con los viejos?

Alejandro Doria nos hace reflexionar en el tono de la comedia qué hacemos con los viejos. Todos tenemos (tuvimos) padres en nuestra familia. Padres que, de niños, se sacrificaron, vieron por nosotros, nos dieron la vida que merecíamos porque era su deber cuidarnos, educarnos, ver por esas personitas que ellos trajeron al mundo. A medida que los años pasaban, esos padres fuertes, de hierro, incapaces del llanto o de la vida fácil se hicieron viejos. Débiles, incapacitados, írritos de ideas. Entonces los hijos, casados, fuertes, valerosos, comenzaron a verlos como la molestia, el mueble, la cosa. No es una historia fácil, pero tampoco desconocida. Tom Hanks y Jackie Gleason la hicieron hace tiempo en la cinta Nada en común (1986, Garry Marshal). El día de las madres de Alfredo B. Crevenna, de 1969, ofrece el conflicto de ese día particularmente icónico en nuestro país donde, con una Sara García harta de sus hijos, da al traste con la apariencia de abuelita buena y simpática que doña Sara tuvo siempre. Del mismo modo, La nona, de Roberto Cossa, estrenada en 1977 donde la vieja, el ente perverso de la fábula, narra el destino de una familia que se hunde por mantener a la viejita que trasiega alimentos, embodega medicinas, consume toda la economía familiar hasta el desenlace trágico.

Esperando la carroza (1985), en el mejor tono molieresco, oscuro, fellinesco, ofrece un cuadro de costumbres urbanas de cómo los hijos no soportan la vida de su madre. Vive la madre con el hijo pobre. Tiene dos hijos más. Tres, aunque la hija es una cosa en el transcurso de la película. Tiene, tendrá, el mismo destino de la madre. Una cosa que se desmaya a la menor provocación en la tradición del mejor cine hollywoodense. Pues los hijos un día ven que la madre se va de la casa. Llaman a la policía en aquellos tiempos ochenteros sin alerta Amber.

La policía informa que han encontrado una anciana que se arrojó a las vías del tren. Ahí la molesta anciana pasa a ser ídolo, reminiscencia, durabilidad, ángel guardián en la vida de todos ellos. Recuerdan sus trabajos y sacrificios, sus ideas y su maternidad sufrida. El velorio descubre los secretos más iracundos de la vida de los hijos, sus manías, sus mezquindades, sus deseos más ocultos. Del mismo modo, la vida de una clase media venida a más y de una clase media baja reducida a menos. Aunque no sé si el autor puede darse el lujo de ser un buen comediógrafo al mismo tiempo que un quisquilloso sociólogo. En este último caso, pierde el sociólogo llevándose las palmas el comediógrafo. La risa, que soporta las peripecias de esta familia viendo con terror acercarse la vejez, aparece a cada momento mientras vemos el deterioro de una clase, con mejores tiempos, que ahora persiste en demoler el entorno de la cruel sociedad, esa sociedad que, digámoslo con todo cuidado, no sabe qué hacer con sus viejos. En la cinta, la familia se desmorona ante la pérdida del estatus. No lo hay, no dejan que lo tengan. La burguesía delimitó muy bien su coto. Aquí no caben los clasemedieros con aspiraciones de ricos. Mucho menos la clase baja, esa que se entretiene con el fútbol, la comida en el zaguán de la casa, el derrotero entre la zalema y la injuria.

Mamá Cora representa a la generación de los adultos mayores en la sociedad. Antes se les decía viejos y nadie se ofendía. Hoy se les dice así y todos se ofenden, menos los viejos. Frecuentemente olvidados, muchas veces ignorados y hasta tomados por molestias o estorbos, sienten que ya no son útiles para nada. Ella intenta ayudar desde lo que entiende que es bueno sin comprender, debido a su avanzada edad, qué está sucediendo a su alrededor.

Plena de buenos gags cómicos, saturada a veces del acento, Esperando la carroza es una joya del cine argentino, heredera de la mejor tradición iniciada por la comedia de situaciones, hoy olvidada en aras de que los Standuperos hacen reír mucho más tratando de pensar lo menos. Agradezco a mi buen amigo Migue Stanich ponerme en contacto con esta cinta. De aquellos tiempos en que el cine era cine. La crítica a esa sociedad malsana, a esa sociedad hipócrita no necesariamente tiene que pasar por el caso sexual, escandaloso. La sociedad, en cualquier país, se reduce a eliminar lo que le molesta con el simple desprecio, con el mentado torcimiento de boca. No le gusta a nadie que le reclamen sobre esos que pone, deja, olvida en los asilos. Para eso están. Si ellos no quieren ir, habrá que obligarlos. Claro, al morir, según decía mi padre, don Vicente, eres bueno, aunque no lo hayas sido en vida. Entonces quisiéramos poner a nuestros viejos en un baño de rosas, en una cama de lecho apacible, hacerle una estatua conmemorativa de sus enormes cualidades. Qué curioso. Muchos de los que actúan así son los que en vida, se olvidaron de ellos, convirtiéndolos en esos que viven allá, allá, donde nadie quiere verlos.

Llevamos con mayor prestancia a nuestros muertos que a los vivos. Con los primeros hay empatía total. Con los segundos… bueno, habrá que ver. Entonces se le exige al gobierno que funde más asilos, más lugares donde reacomodarlos. ¿Recuerda el artilugista que me lee, esa vieja película llamada Cocoon? Realizada en 1985 por Ron Howard cuenta la historia de tres parejas de viejos que viven, malviven, en un asilo de esos estadounidenses, más cinematográficos que verdaderos. Las tres parejas están ya hartas de esa vida donde todo parece ser bueno, aunque no lo es. Entonces descubren en una casa abandonada, al menos eso creen ellos, una piscina donde encuentran regocijo yendo a nadar algunas veces. En la piscina aparecen unos enormes capullos, unas formas extrañas, enormes que fortalecen a los viejos a través de inyectarle energía al agua. Esos capullos, de ahí el nombre de la cinta en inglés, han sido traídos a la Tierra por un comando extraterrestre que, al ver la felicidad de los viejos, decide llevárselos a su galaxia muy lejana.

Hollywood ha sido siempre quien propone lo que la tecnología oficial en USA va creando. Ahí está la solución, enviar a los viejos allá, a una galaxia muy lejana en naves que lleven lo necesario para la subsistencia. Si no alcanza el bastimento, pues que se jodan, ¿no? Muchos años después, en la cinta Wall – E, de 2008, dirigida por Andrew Stanton, la solución de la otra cinta parece ser la de esta aventura del robotito enamorado. Ya se enclaustran los humanos en naves estilo crucero donde se acomodarán viajando eternamente mientras las IA (Inteligencias Artificiales) decidirán el momento justo para regresar a la Tierra, devastada por esos mismos que pacen, rumian, tragan ajenos a que sus antepasados le dieron al traste al planeta. Todo esto parece muy siniestro, hijo de la ciencia ficción que se da el lujo de decirnos lo que sucederá con los mentecatos, los que desobedezcan los designios de las IA, aunque esas IA parecen ser las primeras en infringirlos.

Esperando la carroza es una película argentina cómica de 1985 dirigida por Alejandro Doria y protagonizada por China Zorrilla, Luis Brandoni, Antonio Gasalla, Enrique Pinti, Mónica Villa, Betiana Blum, Julio De Grazia, Juan Manuel Tenuta, Lidia Catalano y Andrea Tenuta. Actualmente es considerada como un clásico del cine de su país. Fue estrenada el 6 de mayo de 1985.

Alejandro Doria nos hace reflexionar en el tono de la comedia qué hacemos con los viejos. Todos tenemos (tuvimos) padres en nuestra familia. Padres que, de niños, se sacrificaron, vieron por nosotros, nos dieron la vida que merecíamos porque era su deber cuidarnos, educarnos, ver por esas personitas que ellos trajeron al mundo. A medida que los años pasaban, esos padres fuertes, de hierro, incapaces del llanto o de la vida fácil se hicieron viejos. Débiles, incapacitados, írritos de ideas. Entonces los hijos, casados, fuertes, valerosos, comenzaron a verlos como la molestia, el mueble, la cosa. No es una historia fácil, pero tampoco desconocida. Tom Hanks y Jackie Gleason la hicieron hace tiempo en la cinta Nada en común (1986, Garry Marshal). El día de las madres de Alfredo B. Crevenna, de 1969, ofrece el conflicto de ese día particularmente icónico en nuestro país donde, con una Sara García harta de sus hijos, da al traste con la apariencia de abuelita buena y simpática que doña Sara tuvo siempre. Del mismo modo, La nona, de Roberto Cossa, estrenada en 1977 donde la vieja, el ente perverso de la fábula, narra el destino de una familia que se hunde por mantener a la viejita que trasiega alimentos, embodega medicinas, consume toda la economía familiar hasta el desenlace trágico.

Esperando la carroza (1985), en el mejor tono molieresco, oscuro, fellinesco, ofrece un cuadro de costumbres urbanas de cómo los hijos no soportan la vida de su madre. Vive la madre con el hijo pobre. Tiene dos hijos más. Tres, aunque la hija es una cosa en el transcurso de la película. Tiene, tendrá, el mismo destino de la madre. Una cosa que se desmaya a la menor provocación en la tradición del mejor cine hollywoodense. Pues los hijos un día ven que la madre se va de la casa. Llaman a la policía en aquellos tiempos ochenteros sin alerta Amber.

La policía informa que han encontrado una anciana que se arrojó a las vías del tren. Ahí la molesta anciana pasa a ser ídolo, reminiscencia, durabilidad, ángel guardián en la vida de todos ellos. Recuerdan sus trabajos y sacrificios, sus ideas y su maternidad sufrida. El velorio descubre los secretos más iracundos de la vida de los hijos, sus manías, sus mezquindades, sus deseos más ocultos. Del mismo modo, la vida de una clase media venida a más y de una clase media baja reducida a menos. Aunque no sé si el autor puede darse el lujo de ser un buen comediógrafo al mismo tiempo que un quisquilloso sociólogo. En este último caso, pierde el sociólogo llevándose las palmas el comediógrafo. La risa, que soporta las peripecias de esta familia viendo con terror acercarse la vejez, aparece a cada momento mientras vemos el deterioro de una clase, con mejores tiempos, que ahora persiste en demoler el entorno de la cruel sociedad, esa sociedad que, digámoslo con todo cuidado, no sabe qué hacer con sus viejos. En la cinta, la familia se desmorona ante la pérdida del estatus. No lo hay, no dejan que lo tengan. La burguesía delimitó muy bien su coto. Aquí no caben los clasemedieros con aspiraciones de ricos. Mucho menos la clase baja, esa que se entretiene con el fútbol, la comida en el zaguán de la casa, el derrotero entre la zalema y la injuria.

Mamá Cora representa a la generación de los adultos mayores en la sociedad. Antes se les decía viejos y nadie se ofendía. Hoy se les dice así y todos se ofenden, menos los viejos. Frecuentemente olvidados, muchas veces ignorados y hasta tomados por molestias o estorbos, sienten que ya no son útiles para nada. Ella intenta ayudar desde lo que entiende que es bueno sin comprender, debido a su avanzada edad, qué está sucediendo a su alrededor.

Plena de buenos gags cómicos, saturada a veces del acento, Esperando la carroza es una joya del cine argentino, heredera de la mejor tradición iniciada por la comedia de situaciones, hoy olvidada en aras de que los Standuperos hacen reír mucho más tratando de pensar lo menos. Agradezco a mi buen amigo Migue Stanich ponerme en contacto con esta cinta. De aquellos tiempos en que el cine era cine. La crítica a esa sociedad malsana, a esa sociedad hipócrita no necesariamente tiene que pasar por el caso sexual, escandaloso. La sociedad, en cualquier país, se reduce a eliminar lo que le molesta con el simple desprecio, con el mentado torcimiento de boca. No le gusta a nadie que le reclamen sobre esos que pone, deja, olvida en los asilos. Para eso están. Si ellos no quieren ir, habrá que obligarlos. Claro, al morir, según decía mi padre, don Vicente, eres bueno, aunque no lo hayas sido en vida. Entonces quisiéramos poner a nuestros viejos en un baño de rosas, en una cama de lecho apacible, hacerle una estatua conmemorativa de sus enormes cualidades. Qué curioso. Muchos de los que actúan así son los que en vida, se olvidaron de ellos, convirtiéndolos en esos que viven allá, allá, donde nadie quiere verlos.

Llevamos con mayor prestancia a nuestros muertos que a los vivos. Con los primeros hay empatía total. Con los segundos… bueno, habrá que ver. Entonces se le exige al gobierno que funde más asilos, más lugares donde reacomodarlos. ¿Recuerda el artilugista que me lee, esa vieja película llamada Cocoon? Realizada en 1985 por Ron Howard cuenta la historia de tres parejas de viejos que viven, malviven, en un asilo de esos estadounidenses, más cinematográficos que verdaderos. Las tres parejas están ya hartas de esa vida donde todo parece ser bueno, aunque no lo es. Entonces descubren en una casa abandonada, al menos eso creen ellos, una piscina donde encuentran regocijo yendo a nadar algunas veces. En la piscina aparecen unos enormes capullos, unas formas extrañas, enormes que fortalecen a los viejos a través de inyectarle energía al agua. Esos capullos, de ahí el nombre de la cinta en inglés, han sido traídos a la Tierra por un comando extraterrestre que, al ver la felicidad de los viejos, decide llevárselos a su galaxia muy lejana.

Hollywood ha sido siempre quien propone lo que la tecnología oficial en USA va creando. Ahí está la solución, enviar a los viejos allá, a una galaxia muy lejana en naves que lleven lo necesario para la subsistencia. Si no alcanza el bastimento, pues que se jodan, ¿no? Muchos años después, en la cinta Wall – E, de 2008, dirigida por Andrew Stanton, la solución de la otra cinta parece ser la de esta aventura del robotito enamorado. Ya se enclaustran los humanos en naves estilo crucero donde se acomodarán viajando eternamente mientras las IA (Inteligencias Artificiales) decidirán el momento justo para regresar a la Tierra, devastada por esos mismos que pacen, rumian, tragan ajenos a que sus antepasados le dieron al traste al planeta. Todo esto parece muy siniestro, hijo de la ciencia ficción que se da el lujo de decirnos lo que sucederá con los mentecatos, los que desobedezcan los designios de las IA, aunque esas IA parecen ser las primeras en infringirlos.

Esperando la carroza es una película argentina cómica de 1985 dirigida por Alejandro Doria y protagonizada por China Zorrilla, Luis Brandoni, Antonio Gasalla, Enrique Pinti, Mónica Villa, Betiana Blum, Julio De Grazia, Juan Manuel Tenuta, Lidia Catalano y Andrea Tenuta. Actualmente es considerada como un clásico del cine de su país. Fue estrenada el 6 de mayo de 1985.