/ viernes 29 de julio de 2022

ARTILUGIOS. | Juegos y quemados.

1

Parecería que voy a tocar un tema de cierta gracia. No. Por desgracia. El 15 de julio de este año, Luz Raquel Padilla fue quemada viva por vecinos de la colonia Arcos del municipio de Zapopan, Jalisco. Desde mayo de este año, Luz Raquel presentó fotos de pintas en las paredes exteriores de su domicilio donde la amenaza era cruenta, real, desdichada. Te vamos a quemar viva. La amenaza hizo que esta mujer de 35 años denunciara ante la autoridad competente que parece ser, no hizo caso. Un día, la amenaza se cumplió después de muchos Tweets que Luz Raquel realizó con la denuncia. Fue quemada.

El video, que vi para que no me lo platicaran, es espeluznante. Casi es una película de Arturo Ripstein que se complace en mostrarnos lo más aterrador del ser humano. Luz Raquel sobrevivió al ataque para agonizar por tres días, hasta que falleció. Ahora bien, de todo esto podemos colegir una cosa. La actitud displicente de las autoridades ante un hecho concreto de acoso y que estamos, ahora sí, frente a un feminicidio. Me resistía a creerlo. Una turba enardecida, para usar un lenguaje renacentista, se apersonó frente a la mujer, la golpearon, la deshicieron, la humillaron, la lincharon para concluir su labor de turba enardecida quemándola viva. Un poco de gasolina, una flama. Ahí está. Todo pasó tan rápido. Se dio la tarea la fiscalía de localizar a los presuntos implicados.

La Fiscalía de Jalisco informó que investiga el caso bajo el protocolo de feminicidio de la muerte de Padilla Gutiérrez. Las autoridades reconocen que la víctima contaba con una denuncia previa por el delito de amenazas contra su vecino por problemas con la convivencia, por la que se inició una carpeta de investigación, sin embargo, de acuerdo con los primeros datos obtenidos, “no se cuenta con información que posicione a esa persona en el lugar que ocurrieron los hechos”, refiere el ministerio público en un comunicado. En fin.

Luz Raquel será un caso más de esos encarpetados en algún archivero de un local, bodega o armario en el que dormirá el sueño de los justos. De los injustos, deberíamos agregar. ¿Qué pasó en nuestro país? Y cuando formulo la pregunta, creo que dejo de lado que México es un país que se escribe con la X que algo tiene de cruz y de calvario, dijo el vate López Méndez. Buscamos al diferente, al distinto, al que no es como uno y lo acosamos, nos reímos de él, de ella, lo obligamos al ridículo para después vejarlo. Cuando no quitarle la vida, como el caso que nos ocupa.

Tras el ataque, policías y servicios médicos municipales acudieron al lugar de los hechos, donde encontraron a la víctima con quemaduras que más tarde, en el hospital, se estimaron de más del 80% del cuerpo. O sea, el cuerpo calcinado, hablando en un lenguaje impropio, pero más exacto. ¿Qué nos espera entonces? ¿La toma de justicia por mano propia, la decisión de vecinos por eliminar al latoso, así nomás, como de pronto? En qué mundo nos tocó vivir. No hablemos de asesinos seriales que siempre tienen el desliz, u oportunismo, de declararse perturbados. O de novios violadores o de trata de blancas, los primeros con la constante de que aman a la víctima hasta la muerte; los segundos por dedicarse a un modus vivendi que lesiona, lastima, es aborrecible pero que hay en todas las ciudades de nuestro país.

Estamos ante un hecho delirantemente atroz. No le escatimemos adjetivos. Al parecer, el conflicto comienza cuando los vecinos se incomodan por los ataques que le daban al hijo de Luz Raquel, un niño con problemas de autismo. ¿Agregaremos a la serie de maldad, la discriminación? Pareciera que sí. Qué faltaría. No sabríamos. Es tan alta la maldad humana. Tan impredecible, tan perfecta a veces. La tragedia sigue porque el niño, después de todo, fue la víctima. Quedó solo. Los ataques continuarán, supongo. El autismo no es una enfermedad del todo. Por definición, el autismo es un conjunto de trastornos complejos del desarrollo neurológico caracterizado por dificultades en las relaciones sociales, alteración en la capacidad de comunicación, patrones de conducta estereotipada, restringida y repetitiva. La palabra “trastorno” puede asociarse a una connotación negativa, por lo cual, la nueva visión consiste en llamarle “condición”. Pues el niño en “condición” de autismo quedó solo, expuesto a ser otro quemado por incómodo, según la opinión de los victimarios. Qué desgracia, pobre él, pobres de nosotros.

2

En otro orden de ideas, dejando de lado lo espectral del comienzo, me encuentro con un dato curioso. ¿Sabe usted, artilugista que me sigue, que en algún momento el PRI dejó como tarea en su escuela de cuadros, ver la serie Juego de tronos? En un principio creí que era un alarde de modernidad. Parece que no. No vi la serie en ese momento, por alguna cosa u otra. La veo ahora, muchos años después y entiendo la indicación del entonces partido en el poder.

Juego de tronos es la visión actual desde una Historia de la humanidad paralela, de lo que es el poder. Paralela indica que el autor, el polémico George R.R. Martin, no tomó episodios ciertos, históricos, sino que inventó un reino entre mágico y verdadero. Un reino dividido en 7, gobernados por un solo rey, de la casa Baratheon, que logró imponerse a los otros reyes. Se jura sumisión, obediencia y afecto por la casa Baratheon, la del león. Así transcurren algunos años de paz.

Omitiré la historia total, porque es verdaderamente demasiada información, tanto es así que la serie de televisión avanza, retrocede, busca, indaga, realiza historia tras historia hasta que se desenvuelve en un torbellino de lugares, tiempos, cambio de banderas. Los involucrados luchan por sentarse en el trono de hierro, en poder de la casa Lannister, la casa gobernante, la encumbrada, la que rige con mano dura a los siete reinos. En un momento, la casa Lannister tiene como rey a Joffrey (el actor Jack Gleeson), ejemplo del rey loco, niño mimado que se acomoda o desacomoda según sus caprichos indolentes. A veces peligrosos. Decapitar al líder de la casa Stark desencadena los hechos.

Los herederos Stark se lanzan a pelear una guerra parecida mucho a la sangrienta guerra de las rosas en Inglaterra. La lucha se recrudece, a veces vencen los Stark noblemente, a veces innoblemente como sus enemigos jurados, los Lannister. A partir de ese momento, evidenciamos una referencia a cada escena, a cada segmento, a la Historia de Europa, igualmente a leyendas o cuentos de hadas. La magia permea todo el ámbito de los siete reinos. Hay una hechicera (Clarice Von Houten) que permanece hermosa gracias a sus artes mágicas. Hay una reina que cría tres dragones que la protegen (Emilia Clarke). Hay una reina cruel (Lena Headey) que se entroniza como suma emperatriz de los siete reinos a más de mantener una relación incestuosa con su hermano. Hay un bastardo, criado por los Stark (Kit Harrington), que lucha noblemente, y casi siempre pierde. Hay un enano (Peter Dinklage) que se convierte en consejero de la reina de dragones. Un jefe de eunucos (Conleth Hill) y un Maquiavelo disfrazado de lenón (Aidan Gillen) completan el cuadro que siete temporadas después narra los acontecimientos de ese mundo paralelo con el que Martin nos explica nuestro mundo.

Traiciones y lealtades, enredadas, sinuosas, abiertas u ocultas, se dan y desenvuelven. Los villanos del principio de repente tienen acciones buenas y los héroes de un momento a otro toman decisiones villanas, desdichadas, que dan al traste con su actitud. El ser humano es maravilloso por eso mismo. Es capaz de las más grandes bajezas hasta las acciones más nobles.

La lucha entre ambas casas va tocando a las otras. Nadie puede quedarse atrás. Cuando dos bandos se pelean, decía Eva Perón, hay que colocarse en un lado u otro. Si no, corres el riesgo de que ambos te golpeen. Así las otras casas deben adherirse o no a alguno de los bandos. De repente, los contendientes, que juraron lealtad y disciplina a cierta casa, huyen para pasarse a otro, como en la guerra de las rosas, muy bien narrada aquí, por cierto, cuando su mejor cronista era Shakespeare hasta ahora.

Juego de tronos es la historia que nos cuenta un enterado, un erudito que no omite retratarse en la figura del joven bibliotecario, Samuel Tarley (John Bradley), cronista de estas poco ejemplares maneras de hacer política. Debemos considerar estas páginas. En ese tiempo, la traición se pagaba con la cabeza, literalmente. Hoy si acaso, con el denuesto. No somos bárbaros, dice uno de los personajes, Ramsay Bolton (Iwan Rheon) mientras come una parte del cuerpo de Theon Greyjoy (Alfie Allen). Claro, la comidilla actual va de un video a otro, de un audio a otro. Nuevos excesos en finales diferentes. Es cuanto.

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Parecería que voy a tocar un tema de cierta gracia. No. Por desgracia. El 15 de julio de este año, Luz Raquel Padilla fue quemada viva por vecinos de la colonia Arcos del municipio de Zapopan, Jalisco. Desde mayo de este año, Luz Raquel presentó fotos de pintas en las paredes exteriores de su domicilio donde la amenaza era cruenta, real, desdichada. Te vamos a quemar viva. La amenaza hizo que esta mujer de 35 años denunciara ante la autoridad competente que parece ser, no hizo caso. Un día, la amenaza se cumplió después de muchos Tweets que Luz Raquel realizó con la denuncia. Fue quemada.

El video, que vi para que no me lo platicaran, es espeluznante. Casi es una película de Arturo Ripstein que se complace en mostrarnos lo más aterrador del ser humano. Luz Raquel sobrevivió al ataque para agonizar por tres días, hasta que falleció. Ahora bien, de todo esto podemos colegir una cosa. La actitud displicente de las autoridades ante un hecho concreto de acoso y que estamos, ahora sí, frente a un feminicidio. Me resistía a creerlo. Una turba enardecida, para usar un lenguaje renacentista, se apersonó frente a la mujer, la golpearon, la deshicieron, la humillaron, la lincharon para concluir su labor de turba enardecida quemándola viva. Un poco de gasolina, una flama. Ahí está. Todo pasó tan rápido. Se dio la tarea la fiscalía de localizar a los presuntos implicados.

La Fiscalía de Jalisco informó que investiga el caso bajo el protocolo de feminicidio de la muerte de Padilla Gutiérrez. Las autoridades reconocen que la víctima contaba con una denuncia previa por el delito de amenazas contra su vecino por problemas con la convivencia, por la que se inició una carpeta de investigación, sin embargo, de acuerdo con los primeros datos obtenidos, “no se cuenta con información que posicione a esa persona en el lugar que ocurrieron los hechos”, refiere el ministerio público en un comunicado. En fin.

Luz Raquel será un caso más de esos encarpetados en algún archivero de un local, bodega o armario en el que dormirá el sueño de los justos. De los injustos, deberíamos agregar. ¿Qué pasó en nuestro país? Y cuando formulo la pregunta, creo que dejo de lado que México es un país que se escribe con la X que algo tiene de cruz y de calvario, dijo el vate López Méndez. Buscamos al diferente, al distinto, al que no es como uno y lo acosamos, nos reímos de él, de ella, lo obligamos al ridículo para después vejarlo. Cuando no quitarle la vida, como el caso que nos ocupa.

Tras el ataque, policías y servicios médicos municipales acudieron al lugar de los hechos, donde encontraron a la víctima con quemaduras que más tarde, en el hospital, se estimaron de más del 80% del cuerpo. O sea, el cuerpo calcinado, hablando en un lenguaje impropio, pero más exacto. ¿Qué nos espera entonces? ¿La toma de justicia por mano propia, la decisión de vecinos por eliminar al latoso, así nomás, como de pronto? En qué mundo nos tocó vivir. No hablemos de asesinos seriales que siempre tienen el desliz, u oportunismo, de declararse perturbados. O de novios violadores o de trata de blancas, los primeros con la constante de que aman a la víctima hasta la muerte; los segundos por dedicarse a un modus vivendi que lesiona, lastima, es aborrecible pero que hay en todas las ciudades de nuestro país.

Estamos ante un hecho delirantemente atroz. No le escatimemos adjetivos. Al parecer, el conflicto comienza cuando los vecinos se incomodan por los ataques que le daban al hijo de Luz Raquel, un niño con problemas de autismo. ¿Agregaremos a la serie de maldad, la discriminación? Pareciera que sí. Qué faltaría. No sabríamos. Es tan alta la maldad humana. Tan impredecible, tan perfecta a veces. La tragedia sigue porque el niño, después de todo, fue la víctima. Quedó solo. Los ataques continuarán, supongo. El autismo no es una enfermedad del todo. Por definición, el autismo es un conjunto de trastornos complejos del desarrollo neurológico caracterizado por dificultades en las relaciones sociales, alteración en la capacidad de comunicación, patrones de conducta estereotipada, restringida y repetitiva. La palabra “trastorno” puede asociarse a una connotación negativa, por lo cual, la nueva visión consiste en llamarle “condición”. Pues el niño en “condición” de autismo quedó solo, expuesto a ser otro quemado por incómodo, según la opinión de los victimarios. Qué desgracia, pobre él, pobres de nosotros.

2

En otro orden de ideas, dejando de lado lo espectral del comienzo, me encuentro con un dato curioso. ¿Sabe usted, artilugista que me sigue, que en algún momento el PRI dejó como tarea en su escuela de cuadros, ver la serie Juego de tronos? En un principio creí que era un alarde de modernidad. Parece que no. No vi la serie en ese momento, por alguna cosa u otra. La veo ahora, muchos años después y entiendo la indicación del entonces partido en el poder.

Juego de tronos es la visión actual desde una Historia de la humanidad paralela, de lo que es el poder. Paralela indica que el autor, el polémico George R.R. Martin, no tomó episodios ciertos, históricos, sino que inventó un reino entre mágico y verdadero. Un reino dividido en 7, gobernados por un solo rey, de la casa Baratheon, que logró imponerse a los otros reyes. Se jura sumisión, obediencia y afecto por la casa Baratheon, la del león. Así transcurren algunos años de paz.

Omitiré la historia total, porque es verdaderamente demasiada información, tanto es así que la serie de televisión avanza, retrocede, busca, indaga, realiza historia tras historia hasta que se desenvuelve en un torbellino de lugares, tiempos, cambio de banderas. Los involucrados luchan por sentarse en el trono de hierro, en poder de la casa Lannister, la casa gobernante, la encumbrada, la que rige con mano dura a los siete reinos. En un momento, la casa Lannister tiene como rey a Joffrey (el actor Jack Gleeson), ejemplo del rey loco, niño mimado que se acomoda o desacomoda según sus caprichos indolentes. A veces peligrosos. Decapitar al líder de la casa Stark desencadena los hechos.

Los herederos Stark se lanzan a pelear una guerra parecida mucho a la sangrienta guerra de las rosas en Inglaterra. La lucha se recrudece, a veces vencen los Stark noblemente, a veces innoblemente como sus enemigos jurados, los Lannister. A partir de ese momento, evidenciamos una referencia a cada escena, a cada segmento, a la Historia de Europa, igualmente a leyendas o cuentos de hadas. La magia permea todo el ámbito de los siete reinos. Hay una hechicera (Clarice Von Houten) que permanece hermosa gracias a sus artes mágicas. Hay una reina que cría tres dragones que la protegen (Emilia Clarke). Hay una reina cruel (Lena Headey) que se entroniza como suma emperatriz de los siete reinos a más de mantener una relación incestuosa con su hermano. Hay un bastardo, criado por los Stark (Kit Harrington), que lucha noblemente, y casi siempre pierde. Hay un enano (Peter Dinklage) que se convierte en consejero de la reina de dragones. Un jefe de eunucos (Conleth Hill) y un Maquiavelo disfrazado de lenón (Aidan Gillen) completan el cuadro que siete temporadas después narra los acontecimientos de ese mundo paralelo con el que Martin nos explica nuestro mundo.

Traiciones y lealtades, enredadas, sinuosas, abiertas u ocultas, se dan y desenvuelven. Los villanos del principio de repente tienen acciones buenas y los héroes de un momento a otro toman decisiones villanas, desdichadas, que dan al traste con su actitud. El ser humano es maravilloso por eso mismo. Es capaz de las más grandes bajezas hasta las acciones más nobles.

La lucha entre ambas casas va tocando a las otras. Nadie puede quedarse atrás. Cuando dos bandos se pelean, decía Eva Perón, hay que colocarse en un lado u otro. Si no, corres el riesgo de que ambos te golpeen. Así las otras casas deben adherirse o no a alguno de los bandos. De repente, los contendientes, que juraron lealtad y disciplina a cierta casa, huyen para pasarse a otro, como en la guerra de las rosas, muy bien narrada aquí, por cierto, cuando su mejor cronista era Shakespeare hasta ahora.

Juego de tronos es la historia que nos cuenta un enterado, un erudito que no omite retratarse en la figura del joven bibliotecario, Samuel Tarley (John Bradley), cronista de estas poco ejemplares maneras de hacer política. Debemos considerar estas páginas. En ese tiempo, la traición se pagaba con la cabeza, literalmente. Hoy si acaso, con el denuesto. No somos bárbaros, dice uno de los personajes, Ramsay Bolton (Iwan Rheon) mientras come una parte del cuerpo de Theon Greyjoy (Alfie Allen). Claro, la comidilla actual va de un video a otro, de un audio a otro. Nuevos excesos en finales diferentes. Es cuanto.