/ viernes 19 de agosto de 2022

ARTILUGIOS | Zoon apolitíkon

El hombre es un animal político, es una frase de Aristóteles. Significa que el hombre se diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común, o sea la felicidad de los ciudadanos.

Quizá por ello, me gustaron mucho Zootopía, Zoo y Beastars. En dos de ellas, nos damos cuenta que el amor vence las diferencias y que las bestias, primeras habitantes del planeta si hemos de creer al Génesis, serán las últimas que fenezcan. En ellas, la coneja y el depredador se unen después de muchas vicisitudes. Hasta ahí el parecido. Sin embargo, Zoo, serie basada en la novela de James Patterson y Michael Ledwidge, es la historia de cómo los animales tomarán la Tierra, deshaciéndose de manera brutal del pequeño dios, diría Goethe. Pero vamos por partes.

Zootopía es un excelente producto de Disney. Beastars lo es de Netflix, aunque ya me corrigieron que no, que es del autor Paru Itagaki. Fue serializada en la revista Shūkan Shōnen Champion de la editorial Akita Shoten. El arte de ambas es decisivo para quien se involucra en la fantasía. Delineados con elegancia ingenua los de Disney, con ferocidad de anime los de Itagaki, los vemos antropomorfos, zoomorfos, compartiendo pasiones con los humanos, desde las más concretas como la de la solidaridad, la tolerancia, el amor hasta el sexo interracial, el abuso, la maldad, el crimen.

Las historias se desarrollan en un mundo de animales antropomórficos civilizados con una división cultural entre carnívoros y herbívoros. Legosi, un gran lobo gris, es un estudiante tímido y tranquilo de la Academia Cherryton, donde convive y estudia con varios estudiantes carnívoros, incluido su amigo, un perro labrador llamado Jack. Como miembro del club de teatro de la escuela, Legosi trabaja como escenógrafo y apoya a los actores del club, encabezados por el alumno estrella Louis, un ciervo rojo. De repente, Tem la alpaca es brutalmente asesinada y devorada en la noche, creando una ola de inquietud y desconfianza entre estudiantes herbívoros y carnívoros. Al mismo tiempo, Legosi tiene un fatídico encuentro con Haru, una pequeña coneja enana blanca y comienza a desarrollar sentimientos complejos por ella. Es decir, no sabe si comérsela o enamorarla. Eso es Beastars.

Ahora Zootopía. En un mundo poblado por animales antropomórficos en donde los humanos nunca existieron, Judy Hopps, una coneja de la ciudad rural de Bunnyburrow sueña convertirse en policía, exhibiendo su sueño en una obra de teatro, donde ella y sus compañeros de clase explican cómo han cambiado los animales con el tiempo. Una vez finalizada la obra de teatro, los padres de Judy, Bonnie y Stu tratan de convencerla de que los conejos nunca serán policías. Años después, Judy entra a la escuela de policías donde al principio fracasa en todas las pruebas. Sin embargo, tras semanas de arduo sufrimiento y esfuerzo se convierte en la mejor de la escuela de policías y cumple su sueño de convertirse en la primera oficial coneja en el departamento de policía de Zootopia. En la ceremonia, Judy es reconocida formalmente por Leonzález, el león alcalde de la ciudad y por Dawn Bellwether, la vicealcaldesa oveja de Zootopia, quien la felicita personalmente. Judy debe atrapar al zorro, la clásica fábula, que es astuto y la deja, casi siempre, con un palmo de narices. Al unirse, luchan contra la maldad que se ha adueñado de la ciudad. Zorro y coneja se lanzan a buscar a los malvados, encontrándolos por cierto.

De ahí en adelante, las historias se desarrollan paralelas, salvo por la dolosa inocencia de Zootopía contra la suprema oscuridad de Beastars. Ambas series proponen un mundo sin divisiones ñoñas. El anime es feroz, cruel, con buenas dosis de sadismo. Zootopía es inocente, bella, indolente. ¿Cómo se llega al mismo mensaje a través de historias diferentes? Debe descubrirlo el lector viéndolas. Eso sí. Los herbívoros se desquitan de los predadores eternos, el lobo, el zorro. El león, como rey de la selva, alcaldía, ayuntamiento, en ambos casos resulta bastante lerdo, mucho más que las dos conejas, Judy y Haru. Ellas mueven el pandero incluso al verse acorraladas. Son el triunfo de la inocencia contra la maldad de los depredadores, que mucho se parecen al hombre.

Ahora hablemos de Zoo. En ella, los animales deciden abandonar el yugo de los humanos convirtiéndose en dueños del planeta. Zoo es la respuesta neobíblica a la destrucción del mundo. Los animales se rebelan, se vuelve feroces, incontenibles. Se comen a sus captores, a sus dueños, a quienes los han sojuzgado. No vale que algunos humanos ridículos los hayan puesto antes que familia, hijos u otros humanos. Los leones, en el primer capítulo, cercan a una reservación donde Médicos sin fronteras realiza su altruista labor. La novela corre entre estas delirantes propuestas.

Pensemos, ¿por qué comienza en la clínica de Médicos sin fronteras? Porque los animales no creen en el altruismo del hombre. Tienen muestras de ello. Las cacerías, el zoocidio así como la muerte de miles de especies para satisfacer la vanidad del hombre, son razones por las que los animales se levantan. No deja de decirnos algo contundente la serie. Murciélagos, abejas, anfibios y serpientes equilibran de tal manera el ecosistema que prescindir de cualquiera de ellas provocaría un total caos ecológico.

Patterson escribió la novela como una aventura apocalíptica. En Zoo esa pandemia es global (un vislumbre del COVID, ¿pareciera, verdad?) y afecta a toda clase de peligrosas especies como gatos y chihuahuas, mutando incluso a osos y orquestando nuevas sociedades similares a las de una colmena por parte de ratas y murciélagos. La serie ha perdido la posibilidad de que nos la tomemos en serio debido a esas ínfulas del subgénero de catástrofes gracias a una gran pandemia y peligros emergentes en diferentes puntos del mundo. Aquí es donde la serie no acaba de moldear un propósito serio.

Resulta una idea más potente que un dueño tenga que pensar en acabar con su animal de compañía —al ser partícipe de esa conspiración global y pertenecer al bando contrario— que un tigre se escape del zoo más cercano y quiera hacer realidad un performance alrededor de una canción de Lady Gaga. A cada episodio nos venden angustia dentro de esos márgenes de locura propios de la ciencia ficción, captando elementos realistas y disparando la fuga de cerebros en tramas más enfocadas a complots en todo el planeta que a esos mecanismos de tensión con animales cada vez más violentos, inteligentes y evolucionados. Al final, gracias a las protestas de muchas sociedades protectoras de animales, Zoo se convierte en una conspiración más donde los humanos son culpables. Los animales son buenos por naturaleza. Aunque ya sabemos lo que pasó con el lobo y san Francisco.

El mundo de los animales siempre enseña al de los humanos. Esopo dixit.

El hombre es un animal político, es una frase de Aristóteles. Significa que el hombre se diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común, o sea la felicidad de los ciudadanos.

Quizá por ello, me gustaron mucho Zootopía, Zoo y Beastars. En dos de ellas, nos damos cuenta que el amor vence las diferencias y que las bestias, primeras habitantes del planeta si hemos de creer al Génesis, serán las últimas que fenezcan. En ellas, la coneja y el depredador se unen después de muchas vicisitudes. Hasta ahí el parecido. Sin embargo, Zoo, serie basada en la novela de James Patterson y Michael Ledwidge, es la historia de cómo los animales tomarán la Tierra, deshaciéndose de manera brutal del pequeño dios, diría Goethe. Pero vamos por partes.

Zootopía es un excelente producto de Disney. Beastars lo es de Netflix, aunque ya me corrigieron que no, que es del autor Paru Itagaki. Fue serializada en la revista Shūkan Shōnen Champion de la editorial Akita Shoten. El arte de ambas es decisivo para quien se involucra en la fantasía. Delineados con elegancia ingenua los de Disney, con ferocidad de anime los de Itagaki, los vemos antropomorfos, zoomorfos, compartiendo pasiones con los humanos, desde las más concretas como la de la solidaridad, la tolerancia, el amor hasta el sexo interracial, el abuso, la maldad, el crimen.

Las historias se desarrollan en un mundo de animales antropomórficos civilizados con una división cultural entre carnívoros y herbívoros. Legosi, un gran lobo gris, es un estudiante tímido y tranquilo de la Academia Cherryton, donde convive y estudia con varios estudiantes carnívoros, incluido su amigo, un perro labrador llamado Jack. Como miembro del club de teatro de la escuela, Legosi trabaja como escenógrafo y apoya a los actores del club, encabezados por el alumno estrella Louis, un ciervo rojo. De repente, Tem la alpaca es brutalmente asesinada y devorada en la noche, creando una ola de inquietud y desconfianza entre estudiantes herbívoros y carnívoros. Al mismo tiempo, Legosi tiene un fatídico encuentro con Haru, una pequeña coneja enana blanca y comienza a desarrollar sentimientos complejos por ella. Es decir, no sabe si comérsela o enamorarla. Eso es Beastars.

Ahora Zootopía. En un mundo poblado por animales antropomórficos en donde los humanos nunca existieron, Judy Hopps, una coneja de la ciudad rural de Bunnyburrow sueña convertirse en policía, exhibiendo su sueño en una obra de teatro, donde ella y sus compañeros de clase explican cómo han cambiado los animales con el tiempo. Una vez finalizada la obra de teatro, los padres de Judy, Bonnie y Stu tratan de convencerla de que los conejos nunca serán policías. Años después, Judy entra a la escuela de policías donde al principio fracasa en todas las pruebas. Sin embargo, tras semanas de arduo sufrimiento y esfuerzo se convierte en la mejor de la escuela de policías y cumple su sueño de convertirse en la primera oficial coneja en el departamento de policía de Zootopia. En la ceremonia, Judy es reconocida formalmente por Leonzález, el león alcalde de la ciudad y por Dawn Bellwether, la vicealcaldesa oveja de Zootopia, quien la felicita personalmente. Judy debe atrapar al zorro, la clásica fábula, que es astuto y la deja, casi siempre, con un palmo de narices. Al unirse, luchan contra la maldad que se ha adueñado de la ciudad. Zorro y coneja se lanzan a buscar a los malvados, encontrándolos por cierto.

De ahí en adelante, las historias se desarrollan paralelas, salvo por la dolosa inocencia de Zootopía contra la suprema oscuridad de Beastars. Ambas series proponen un mundo sin divisiones ñoñas. El anime es feroz, cruel, con buenas dosis de sadismo. Zootopía es inocente, bella, indolente. ¿Cómo se llega al mismo mensaje a través de historias diferentes? Debe descubrirlo el lector viéndolas. Eso sí. Los herbívoros se desquitan de los predadores eternos, el lobo, el zorro. El león, como rey de la selva, alcaldía, ayuntamiento, en ambos casos resulta bastante lerdo, mucho más que las dos conejas, Judy y Haru. Ellas mueven el pandero incluso al verse acorraladas. Son el triunfo de la inocencia contra la maldad de los depredadores, que mucho se parecen al hombre.

Ahora hablemos de Zoo. En ella, los animales deciden abandonar el yugo de los humanos convirtiéndose en dueños del planeta. Zoo es la respuesta neobíblica a la destrucción del mundo. Los animales se rebelan, se vuelve feroces, incontenibles. Se comen a sus captores, a sus dueños, a quienes los han sojuzgado. No vale que algunos humanos ridículos los hayan puesto antes que familia, hijos u otros humanos. Los leones, en el primer capítulo, cercan a una reservación donde Médicos sin fronteras realiza su altruista labor. La novela corre entre estas delirantes propuestas.

Pensemos, ¿por qué comienza en la clínica de Médicos sin fronteras? Porque los animales no creen en el altruismo del hombre. Tienen muestras de ello. Las cacerías, el zoocidio así como la muerte de miles de especies para satisfacer la vanidad del hombre, son razones por las que los animales se levantan. No deja de decirnos algo contundente la serie. Murciélagos, abejas, anfibios y serpientes equilibran de tal manera el ecosistema que prescindir de cualquiera de ellas provocaría un total caos ecológico.

Patterson escribió la novela como una aventura apocalíptica. En Zoo esa pandemia es global (un vislumbre del COVID, ¿pareciera, verdad?) y afecta a toda clase de peligrosas especies como gatos y chihuahuas, mutando incluso a osos y orquestando nuevas sociedades similares a las de una colmena por parte de ratas y murciélagos. La serie ha perdido la posibilidad de que nos la tomemos en serio debido a esas ínfulas del subgénero de catástrofes gracias a una gran pandemia y peligros emergentes en diferentes puntos del mundo. Aquí es donde la serie no acaba de moldear un propósito serio.

Resulta una idea más potente que un dueño tenga que pensar en acabar con su animal de compañía —al ser partícipe de esa conspiración global y pertenecer al bando contrario— que un tigre se escape del zoo más cercano y quiera hacer realidad un performance alrededor de una canción de Lady Gaga. A cada episodio nos venden angustia dentro de esos márgenes de locura propios de la ciencia ficción, captando elementos realistas y disparando la fuga de cerebros en tramas más enfocadas a complots en todo el planeta que a esos mecanismos de tensión con animales cada vez más violentos, inteligentes y evolucionados. Al final, gracias a las protestas de muchas sociedades protectoras de animales, Zoo se convierte en una conspiración más donde los humanos son culpables. Los animales son buenos por naturaleza. Aunque ya sabemos lo que pasó con el lobo y san Francisco.

El mundo de los animales siempre enseña al de los humanos. Esopo dixit.