/ viernes 12 de enero de 2024

Artilugios | Tolkien y Lovecraft.

J.R.R. Tolkien es uno de los escritores más famosos del siglo XX, sus obras son ampliamente conocidas y estudiadas (incluso para la realización de doctorados). Es indudablemente uno de los grandes representantes de la literatura fantástica de todos los tiempos. Ha dado grandes historias a los lectores que se acercan a sus obras. El sudafricano (de origen inglés) revivió las antiguas leyendas, mitos y cuentos nórdicos, así como anglosajones y europeos en general. Muchos comentaristas apuntan esta idea ya que, en su novela más importante, El señor de los anillos, las espadas tienen nombre; los personajes llegan a adquirir gran cantidad de sinónimos; sus creaciones tienen conocimiento de su genealogía. Dichos elementos son considerados propios de la literatura antigua y medieval, como son en la antigüedad la Ilíada y la Odisea de Homero; así como en el medievo el Amadís de Rodríguez de Montalvo, que fue toda una saga, pues muchos escritores continuaron las historias de sus descendientes.

Ahora bien, tomando la argumentación de este escrito, la cual es qué cosa sea la literatura fantástica, se puede decir que Tolkien confiere a una peculiar facultad del hombre el hecho de la creación fantástica. Dicha facultad es la imaginación. ¿Qué es la imaginación? Es, en efecto, una facultad humana en la cual, además de ser la antesala para la abstracción, combina los elementos concretos con los que se ha tenido experiencia. Por ejemplo, se puede tener experiencia de un caballo, es decir, haber tenido contacto con él; además se puede tener contacto con un cuerno; si se combinan las dos experiencias puede dar como resultado un unicornio, uno de los seres favoritos de la literatura fantástica. A esta facultad, en este contexto, se le puede bautizar con el nombre de fantasía. Se pueden tomar como sinónimos.

A la creación que se realiza por medio de la imaginación Tolkien la llama subcreación. Todo esto lo desarrolla el sudafricano en su ensayo Sobre los cuentos de hadas. No es algo exclusivo de la literatura, compete a todas las artes. Se debe entender artes en su sentido más amplio, que es precisamente el que utilizaron los griegos y latinos.

Lo que sigue pareciera tener un denso olor filosófico, pero es necesario para la clara captación de los conceptos. Las cosas que existen sin la intervención humana son naturales, entre ellas el hombre; en cambio, las cosas que crea el hombre son artificiales, artefactos y ahí entra la imaginación o fantasía.

Como es patente, el hombre tiene capacidad creadora no en un sentido estricto. En efecto, el verbo “crear” en sentido estricto quiere decir el paso del no ser al ser, cosa que es propio de Dios, judía y cristianamente. No así en otras sectas o religiones donde la imaginación es declaradamente mal vista, pienso en evangélicos y cristianos. La cosmogonía hindú es una fiesta de fantasía por sí sola.

Debe ser entendida más bien como diría san Agustín, El hombre tiene capacidad de fabricación, que sería el significado del verbo “crear” en sentido amplio, es decir, como analogía con Dios.

Los artefactos humanos se pueden dividir en dos grandes grupos. Los técnicos y los culturales (aunque podría haber otra división, en ese caso en tres, en el cual se podría agrupar la ciencia). Artefacto parece un término que encaja perfectamente por su etimología latina, artis (arte) y del verbo facere, (hacer). Se puede decir que es lo que “ha sido hecho con arte” o “por mano humana”.

La técnica tiene el sentido griego de producir algo. Así se dice que la técnica, contemporáneamente hablando, es la producción o fabricación de artefactos que sirven para algo. La técnica es la actividad humana que fabrica utensilios o artefactos que implican valor útil. Es producto de la técnica humana tanto una computadora que archive información como lo es también un arma nuclear. La primera tiene como fin almacenar mientras que lo segundo tiene como fin exterminar.

La cultura es también un artefacto, pero no tiene in fin útil estrictamente. La cultura es expresión tan solo. Una obra de arte es producida por el hombre, pero no le sirve para otra cosa que como deleite y, en el caso del pintor, como expresión. La cultura es lo que ha creado el hombre para deleitarse. La cultura puede ser entendida también como lo que fabrica el hombre para la transmisión de una idea o de un significado. Es así como una novela es producto del hombre en primera instancia y es también lo que llamamos cultura porque transmite algo y da gozo.

Tanto los artefactos técnicos como los culturales son vestigios que ha ido dejando el hombre a través de los milenios. Un vestigio puede ser una pirámide azteca o los simples niveles de una construcción mesopotámica. Tanto la pirámide azteca como la construcción mesopotámica tenían como fin primario, resguardar de las inclemencias del clima y, por tanto, no son testimonios sino vestigios.

Trataré de explicar dónde radica la diferencia. Los vestigios son los artefactos que nos transmiten algo, pero no es su primera intención hacerlo, en cambio los testimonios sí tienen como primera intención transmitirlo. Así, los textos bíblicos como las casas mesopotámicas han sido artefactos producidos por el hombre, los primeros con el afán de transmitir un pensamiento o una experiencia (en este sentido serían llamados cultura) y los segundos como refugio (que serían llamados técnica). Los textos bíblicos son testimonio, como algo realizado con el fin de transmitir una idea, y las casas mesopotámicas son vestigios, nos comunican algo del pasado, pero no es su fin principal.

Tanto la cultura como la técnica no tienen su principio en sí mismas sino en el hombre que las ha fabricado. He aquí la gran diferencia que tienen con la naturaleza. Los productos culturales del hombre tienen existencia propia pero sólo tienen valor en la medida en que son comprendidos y disfrutados por él mismo.

Habiendo pasado el trago amargo que implica una distinción filosófica, seguiré tratando acerca de la creación fantástica según Tolkien. Así, para este autor, la creación debe ser coherente consigo misma, es decir, debe tener verdad sintáctica, aunque no son los términos que él utiliza, porque si no fuera así, no tendría sentido el relato y dejaría de ser verosímil para el lector. No importa si el relato tiene verdad semántica, simplemente que, al puro estilo de Immanuel Kant, no se contradiga a sí mismo. La fantasía debe obedecer a sus propias leyes, siempre de la misma manera.

Según Tolkien, si el relato tiene dicha verdad sintáctica, produce placer tanto al escritor como al lector que se ha dejado envolver por el submundo del creador. La marca de la verdadera fantasía es el sello de autenticidad, que permite diferenciarlo de lo que es falso y de las imitaciones, reside en la cualidad del “placer”, el placer del creador ante el objeto que ha creado, cuando está bien hecho, el placer del lector que ha caído bajo el hechizo del sub creador y permanece durante un breve tiempo en este mundo secundario tan amorosa y cuidadosamente elaborado.

Esto nos une con otro gran escritor parcialmente influenciado en sus orígenes por Lord Dunsany. Nos referimos al norteamericano Howard Phillips Lovecraft.

Para él los cuentos sobre hechos extraordinarios tienen una problemática que debe ser superada para lograr su credibilidad y esto sólo se puede conseguir tratando el tema con cuidado realismo. En efecto, Lovecraft está tratando la misma categoría que Tolkien cuando dice que debe ser lo más verosímil posible, buscando no violar las reglas del mundo imaginado. Desde el punto de vista simbólico todo es rigurosamente cierto. A ese mundo imaginario creado por el escritor, Lovecraft también lo llama creación en el sentido tolkieniano.

Otra cosa que aporta Lovecraft a la comprensión de la literatura fantástica es que aquello que se salga de lo cotidiano debe ser realmente fuera de lo normal, tratando de que las causas sean lógicas, buscando siempre la verdad sintáctica, al igual que Tolkien, ya que si no se cumplen las reglas del cuento pierde todo el sabor que pueda brindarle al lector e incluso al escritor.

Para muestra basta un botón de la cautivante forma de narrar de Lovecraft, la cual, al igual que Tolkien, hacen lo más verosímil que se pueda la historia.

Después de veintidós años de pesadilla y terror, mantenido solo por la desesperada convicción de que ciertas impresiones que recibí proceden de mi imaginación, sigo siendo reacio a garantizar la existencia de eso que creí descubrir en la noche del 17 al 18 de julio, ya hace algunos ayeres. Hay razones para esperar que mi experiencia fuera, total o parcialmente, una alucinación; alucinación que, de hecho, puede achacarse a no pocas causas. Sin embargo, su realismo fue tan espantoso que, a veces, encuentro tal esperanza imposible. (Los mitos de Chthuhu, H.P. Lovecraft)

El estilo de ambos autores es muy diverso. Mientras Tolkien tiende más a escribir poéticamente, con versos medidos y utilizando elementos de la literatura europea antigua y medieval, converge plenamente con Lovecraft en los puntos esenciales que se deben tener para realizar un escrito de dicha naturaleza en especial el realismo que ambos autores exigen para los escritos fantásticos. Lovecraft es más oscuro, más terrorífico, más cautivante que Tolkien.

Ambos tienen lo suyo, son grandes escritores del siglo XX.

J.R.R. Tolkien es uno de los escritores más famosos del siglo XX, sus obras son ampliamente conocidas y estudiadas (incluso para la realización de doctorados). Es indudablemente uno de los grandes representantes de la literatura fantástica de todos los tiempos. Ha dado grandes historias a los lectores que se acercan a sus obras. El sudafricano (de origen inglés) revivió las antiguas leyendas, mitos y cuentos nórdicos, así como anglosajones y europeos en general. Muchos comentaristas apuntan esta idea ya que, en su novela más importante, El señor de los anillos, las espadas tienen nombre; los personajes llegan a adquirir gran cantidad de sinónimos; sus creaciones tienen conocimiento de su genealogía. Dichos elementos son considerados propios de la literatura antigua y medieval, como son en la antigüedad la Ilíada y la Odisea de Homero; así como en el medievo el Amadís de Rodríguez de Montalvo, que fue toda una saga, pues muchos escritores continuaron las historias de sus descendientes.

Ahora bien, tomando la argumentación de este escrito, la cual es qué cosa sea la literatura fantástica, se puede decir que Tolkien confiere a una peculiar facultad del hombre el hecho de la creación fantástica. Dicha facultad es la imaginación. ¿Qué es la imaginación? Es, en efecto, una facultad humana en la cual, además de ser la antesala para la abstracción, combina los elementos concretos con los que se ha tenido experiencia. Por ejemplo, se puede tener experiencia de un caballo, es decir, haber tenido contacto con él; además se puede tener contacto con un cuerno; si se combinan las dos experiencias puede dar como resultado un unicornio, uno de los seres favoritos de la literatura fantástica. A esta facultad, en este contexto, se le puede bautizar con el nombre de fantasía. Se pueden tomar como sinónimos.

A la creación que se realiza por medio de la imaginación Tolkien la llama subcreación. Todo esto lo desarrolla el sudafricano en su ensayo Sobre los cuentos de hadas. No es algo exclusivo de la literatura, compete a todas las artes. Se debe entender artes en su sentido más amplio, que es precisamente el que utilizaron los griegos y latinos.

Lo que sigue pareciera tener un denso olor filosófico, pero es necesario para la clara captación de los conceptos. Las cosas que existen sin la intervención humana son naturales, entre ellas el hombre; en cambio, las cosas que crea el hombre son artificiales, artefactos y ahí entra la imaginación o fantasía.

Como es patente, el hombre tiene capacidad creadora no en un sentido estricto. En efecto, el verbo “crear” en sentido estricto quiere decir el paso del no ser al ser, cosa que es propio de Dios, judía y cristianamente. No así en otras sectas o religiones donde la imaginación es declaradamente mal vista, pienso en evangélicos y cristianos. La cosmogonía hindú es una fiesta de fantasía por sí sola.

Debe ser entendida más bien como diría san Agustín, El hombre tiene capacidad de fabricación, que sería el significado del verbo “crear” en sentido amplio, es decir, como analogía con Dios.

Los artefactos humanos se pueden dividir en dos grandes grupos. Los técnicos y los culturales (aunque podría haber otra división, en ese caso en tres, en el cual se podría agrupar la ciencia). Artefacto parece un término que encaja perfectamente por su etimología latina, artis (arte) y del verbo facere, (hacer). Se puede decir que es lo que “ha sido hecho con arte” o “por mano humana”.

La técnica tiene el sentido griego de producir algo. Así se dice que la técnica, contemporáneamente hablando, es la producción o fabricación de artefactos que sirven para algo. La técnica es la actividad humana que fabrica utensilios o artefactos que implican valor útil. Es producto de la técnica humana tanto una computadora que archive información como lo es también un arma nuclear. La primera tiene como fin almacenar mientras que lo segundo tiene como fin exterminar.

La cultura es también un artefacto, pero no tiene in fin útil estrictamente. La cultura es expresión tan solo. Una obra de arte es producida por el hombre, pero no le sirve para otra cosa que como deleite y, en el caso del pintor, como expresión. La cultura es lo que ha creado el hombre para deleitarse. La cultura puede ser entendida también como lo que fabrica el hombre para la transmisión de una idea o de un significado. Es así como una novela es producto del hombre en primera instancia y es también lo que llamamos cultura porque transmite algo y da gozo.

Tanto los artefactos técnicos como los culturales son vestigios que ha ido dejando el hombre a través de los milenios. Un vestigio puede ser una pirámide azteca o los simples niveles de una construcción mesopotámica. Tanto la pirámide azteca como la construcción mesopotámica tenían como fin primario, resguardar de las inclemencias del clima y, por tanto, no son testimonios sino vestigios.

Trataré de explicar dónde radica la diferencia. Los vestigios son los artefactos que nos transmiten algo, pero no es su primera intención hacerlo, en cambio los testimonios sí tienen como primera intención transmitirlo. Así, los textos bíblicos como las casas mesopotámicas han sido artefactos producidos por el hombre, los primeros con el afán de transmitir un pensamiento o una experiencia (en este sentido serían llamados cultura) y los segundos como refugio (que serían llamados técnica). Los textos bíblicos son testimonio, como algo realizado con el fin de transmitir una idea, y las casas mesopotámicas son vestigios, nos comunican algo del pasado, pero no es su fin principal.

Tanto la cultura como la técnica no tienen su principio en sí mismas sino en el hombre que las ha fabricado. He aquí la gran diferencia que tienen con la naturaleza. Los productos culturales del hombre tienen existencia propia pero sólo tienen valor en la medida en que son comprendidos y disfrutados por él mismo.

Habiendo pasado el trago amargo que implica una distinción filosófica, seguiré tratando acerca de la creación fantástica según Tolkien. Así, para este autor, la creación debe ser coherente consigo misma, es decir, debe tener verdad sintáctica, aunque no son los términos que él utiliza, porque si no fuera así, no tendría sentido el relato y dejaría de ser verosímil para el lector. No importa si el relato tiene verdad semántica, simplemente que, al puro estilo de Immanuel Kant, no se contradiga a sí mismo. La fantasía debe obedecer a sus propias leyes, siempre de la misma manera.

Según Tolkien, si el relato tiene dicha verdad sintáctica, produce placer tanto al escritor como al lector que se ha dejado envolver por el submundo del creador. La marca de la verdadera fantasía es el sello de autenticidad, que permite diferenciarlo de lo que es falso y de las imitaciones, reside en la cualidad del “placer”, el placer del creador ante el objeto que ha creado, cuando está bien hecho, el placer del lector que ha caído bajo el hechizo del sub creador y permanece durante un breve tiempo en este mundo secundario tan amorosa y cuidadosamente elaborado.

Esto nos une con otro gran escritor parcialmente influenciado en sus orígenes por Lord Dunsany. Nos referimos al norteamericano Howard Phillips Lovecraft.

Para él los cuentos sobre hechos extraordinarios tienen una problemática que debe ser superada para lograr su credibilidad y esto sólo se puede conseguir tratando el tema con cuidado realismo. En efecto, Lovecraft está tratando la misma categoría que Tolkien cuando dice que debe ser lo más verosímil posible, buscando no violar las reglas del mundo imaginado. Desde el punto de vista simbólico todo es rigurosamente cierto. A ese mundo imaginario creado por el escritor, Lovecraft también lo llama creación en el sentido tolkieniano.

Otra cosa que aporta Lovecraft a la comprensión de la literatura fantástica es que aquello que se salga de lo cotidiano debe ser realmente fuera de lo normal, tratando de que las causas sean lógicas, buscando siempre la verdad sintáctica, al igual que Tolkien, ya que si no se cumplen las reglas del cuento pierde todo el sabor que pueda brindarle al lector e incluso al escritor.

Para muestra basta un botón de la cautivante forma de narrar de Lovecraft, la cual, al igual que Tolkien, hacen lo más verosímil que se pueda la historia.

Después de veintidós años de pesadilla y terror, mantenido solo por la desesperada convicción de que ciertas impresiones que recibí proceden de mi imaginación, sigo siendo reacio a garantizar la existencia de eso que creí descubrir en la noche del 17 al 18 de julio, ya hace algunos ayeres. Hay razones para esperar que mi experiencia fuera, total o parcialmente, una alucinación; alucinación que, de hecho, puede achacarse a no pocas causas. Sin embargo, su realismo fue tan espantoso que, a veces, encuentro tal esperanza imposible. (Los mitos de Chthuhu, H.P. Lovecraft)

El estilo de ambos autores es muy diverso. Mientras Tolkien tiende más a escribir poéticamente, con versos medidos y utilizando elementos de la literatura europea antigua y medieval, converge plenamente con Lovecraft en los puntos esenciales que se deben tener para realizar un escrito de dicha naturaleza en especial el realismo que ambos autores exigen para los escritos fantásticos. Lovecraft es más oscuro, más terrorífico, más cautivante que Tolkien.

Ambos tienen lo suyo, son grandes escritores del siglo XX.