/ viernes 25 de marzo de 2022

Artilugios | Diabólico

Leí el libro El diablo, de Enrique Maza hace un rato, en plena pandemia. Descubrí que, en los puntos más álgidos de la Humanidad, hemos creído firmemente en la posibilidad de una posesión diabólica colectiva. ¿Qué ocurrió cuando la Segunda Guerra Mundial? La actitud del ejército nazi contra los vencidos era poco menos que diabólica, malvada, perversa. El comercio de esclavos fue una práctica habitual en el mundo islámico desde su origen y fulgurante expansión en el siglo VII con Mahoma. O Tamerlán quien, como sus antecesores, no tuvo reparos en aniquilar a cualquiera que se interpusiera en su camino. O la caída de Roma o las muchas veces que niños disparan en las escuelas con armas robadas de sus domicilios.

En estas diferentes masacres del mundo, ¿no creemos que el demonio anda suelto, que estamos alejados de aquel tiempo donde tiene potestad, mandato, injerencia Dios? Recuerdo la época de las películas demoniacas, El bebé de Rosemary (1968) o El exorcista (1973), inaugurando casi una década en la que el príncipe de las tinieblas fue amo del celuloide.

A medida que el descreimiento fue más evidente, el demonio se hizo ajeno a la vislumbre del respetable público. Como casi todos los ensayos del Más Allá, el demonio se hace presente cada tanto tiempo, adueñándose de los ámbitos del universo. Es así como ahora donde vuelve a caer la Humanidad en la desesperación, aparece otra vez su majestad negra confundiéndonos, afiebrándonos, delirándonos, interceptándonos. Así, encontré este libro. El diablo, escrito por Enrique Maza, lleva como subtítulo Orígenes de un mito. Luego entonces, el demonio es un mito. En él, lo primero que advierte el autor es que el hombre decide sobre todas las cosas creadas (…) todo se ordena a la inteligencia del hombre. Dios y el diablo, pues, son producto del pensamiento humano.

Ya entrado en materia, el autor nos cuenta la parábola donde Jesús llega ante un hombre poseído por Satanás quien, de inmediato conmina al Hijo de Dios a no meterse en el brete. Eres tú, el consagrado de Dios, dice el demonio con voz espuria. Jesús le responde, Cállate la boca y sal de este hombre. Las parábolas, agrega el autor, no refieren hechos históricos, pero cuentan historias verdaderas. No son fábulas, son evidencias del destino, de la certeza inocua del abismo en que se introduce el género humano.

El estilo de las parábolas es propiamente sapiencial, esto es se expresa en confrontaciones proféticas. Cuando el hombre no quiere hacerse responsable de lo que hace, comienza a buscar responsables de su mal proceder. Esto es, el arcángel caído. Aquí comienza el discernimiento, algo largo, del autor. El hombre busca al demonio para hacerlo responsable de su desobediencia. Es decir, el hombre acepta el albedrio que Dios le otorga, pero no quiere responder por ello ni afrontar sus consecuencias.

En otro libro interesante, sobre todo porque es testimonio de un autor que no cree en lo divino por su formación izquierdista, pero tiene muchas obras donde el tema es recurrente, El evangelio según Jesucristo (1991) de José Saramago, hay una escena inolvidable. Jesús va en una barca al centro del lago, ahí cae la niebla sobre él. Un rayo del cielo acomoda a su padre, Dios, en la proa del barco. Un nadador se acerca por la popa de la embarcación. Sube a ella, es el demonio que viene igual al conclave. Ambos, el Bien y el Mal, ante la pregunta de Jesús sobre si con su muerte acabará con la maldad en el mundo responden. En el caso de Dios no puede explicarle las cruzadas, la Inquisición o los papas desdichados que pactan con el Mal a su hijo. El demonio es muy claro. Todo es cosa del albedrio, no de lo divino.

El demonio, volviendo al libro que nos ocupa, dice Dios, es cruel y está hecho para destruir. Bien y Mal luchan dentro del corazón del hombre, dicen los textos de Qumran, frase ya utilizada por Dostoievski. El autor deja entrever que, si bien Dios prepondera el Bien, el Mal tiene sus héroes. La contrariedad y la división, la desigualdad y el mal tienen fin por la acción responsable del hombre, es otra de las frases de este libro increíble, de incredulidad. El autor trata de convencernos de una instancia diabólica que es una solución mágica contra la solución histórica que ofrece la Biblia.

Los diez mandamientos son para eso, para juzgar, acomodar, dirimir. Cuando el hombre decide irse por el lado del Mal, encuentra un ente que lo hace actuar en contra, esto es el diablo. Por eso mismo, la Biblia no tiene explicación clara sobre el demonio. Ni sistemática ni satisfactoria. No pude haberla según el autor. El diablo no le interesa quién la escribió. Es como un forúnculo, cito al autor, que otros le contagiaron. La intromisión del demonio en la Biblia es episódica. El Génesis, el libro de Job, la tentación a Jesús son significativas, no concluyentes. Las demás son posesiones demoniacas o alternativas que demuestran, o no, la existencia del príncipe de las Tinieblas.

La función del demonio es tentar, no solo ser fiscal de la Humanidad, acusarla y lograr su condenación. Con la oración establecemos un vínculo con Dios. El diablo es anti-relación, es la negación de la oración. Sus afectos son siempre de la Tierra no del cielo. Afectos terrenales no son dignos de los oídos de Dios.

Enrique Maza, en apenas 110 páginas ofrece todas estas veleidosidades del Mal, encarnado en la figura de Satanás. Cuando nos habla el autor de la posesión diabólica, me atrevo a pensar que excluye ciertos aspectos que ya indiqué más arriba. La posesión es brutal, es apoderarse del alma y cuerpo para exigir a quienes están alrededor que cedan al poder del príncipe de las tinieblas. De no hacerlo, romperán el cuerpo del poseso.

Es como la transformación del licántropo. Es bestial, ahí no hay un sofisticado tentador, hay un feroz animal, dueño de los atributos bestiales del demonio, orejas puntiagudas, patas de cabra y gallo, cola, cuernos. Su intención es destruir, no construir. ¿Peca el hombre y recibe la posesión? O más bien, ¿la posesión es el castigo a los pecados del hombre? Entonces el demonio no es un fiscal sino verdugo de Dios. Complicidad, nos atreveríamos a pensar. No, dice el autor.

Eso haría de Dios un dictador sádico y presuntuoso y del demonio su fiel sicario. ¿Qué hicieron entonces los evangelistas? Mateo y Lucas nomás. Ridiculizan la figura del demonio haciéndolo ver como un geniecillo delirante, malévolo, incapaz de convocar huestes como amenaza a cada instante. Falla cuando induce a Jesús a realizar milagros, porque no son trucos de feria, son obras para demostrar que es el hijo de Dios y que su palabra es cierta. Lo más que logra es poseer una piara que se arrojan al mar con singularidad de gruñidos y berridos.

En el evangelio de Juan, Jesús utiliza al demonio como metáfora, no como un daño sino como un mal ejemplo. La tentación es humana aun cuando la queramos mágica. Está más dentro del ámbito humano que dentro de la atmosfera demoniaca. No se salva el hombre por el cumplimiento irrestricto de los diez mandamientos, se salva quien decide y determina, en la libertad de su opción única, por Jesús. O sea, trata a tu prójimo como a ti mismo es el summum de la doctrina cristiana, que no se cumple, curiosamente.

Jesús muere a causa de la radicalidad de la nueva fe que proclama. En esto no tiene cabida el demonio, emanación de la fe antigua, plena de monstruos y seres diabólicos.

Jesús opone el amor al prójimo como estandarte que no supieron (supimos) ver. El demonio es el mismo ser humano que no quiere hacerse con el precepto.

Ahí reside la tesis interesante, a mi parecer endeble, del autor del libro. Muy recomendable, por cierto.

Leí el libro El diablo, de Enrique Maza hace un rato, en plena pandemia. Descubrí que, en los puntos más álgidos de la Humanidad, hemos creído firmemente en la posibilidad de una posesión diabólica colectiva. ¿Qué ocurrió cuando la Segunda Guerra Mundial? La actitud del ejército nazi contra los vencidos era poco menos que diabólica, malvada, perversa. El comercio de esclavos fue una práctica habitual en el mundo islámico desde su origen y fulgurante expansión en el siglo VII con Mahoma. O Tamerlán quien, como sus antecesores, no tuvo reparos en aniquilar a cualquiera que se interpusiera en su camino. O la caída de Roma o las muchas veces que niños disparan en las escuelas con armas robadas de sus domicilios.

En estas diferentes masacres del mundo, ¿no creemos que el demonio anda suelto, que estamos alejados de aquel tiempo donde tiene potestad, mandato, injerencia Dios? Recuerdo la época de las películas demoniacas, El bebé de Rosemary (1968) o El exorcista (1973), inaugurando casi una década en la que el príncipe de las tinieblas fue amo del celuloide.

A medida que el descreimiento fue más evidente, el demonio se hizo ajeno a la vislumbre del respetable público. Como casi todos los ensayos del Más Allá, el demonio se hace presente cada tanto tiempo, adueñándose de los ámbitos del universo. Es así como ahora donde vuelve a caer la Humanidad en la desesperación, aparece otra vez su majestad negra confundiéndonos, afiebrándonos, delirándonos, interceptándonos. Así, encontré este libro. El diablo, escrito por Enrique Maza, lleva como subtítulo Orígenes de un mito. Luego entonces, el demonio es un mito. En él, lo primero que advierte el autor es que el hombre decide sobre todas las cosas creadas (…) todo se ordena a la inteligencia del hombre. Dios y el diablo, pues, son producto del pensamiento humano.

Ya entrado en materia, el autor nos cuenta la parábola donde Jesús llega ante un hombre poseído por Satanás quien, de inmediato conmina al Hijo de Dios a no meterse en el brete. Eres tú, el consagrado de Dios, dice el demonio con voz espuria. Jesús le responde, Cállate la boca y sal de este hombre. Las parábolas, agrega el autor, no refieren hechos históricos, pero cuentan historias verdaderas. No son fábulas, son evidencias del destino, de la certeza inocua del abismo en que se introduce el género humano.

El estilo de las parábolas es propiamente sapiencial, esto es se expresa en confrontaciones proféticas. Cuando el hombre no quiere hacerse responsable de lo que hace, comienza a buscar responsables de su mal proceder. Esto es, el arcángel caído. Aquí comienza el discernimiento, algo largo, del autor. El hombre busca al demonio para hacerlo responsable de su desobediencia. Es decir, el hombre acepta el albedrio que Dios le otorga, pero no quiere responder por ello ni afrontar sus consecuencias.

En otro libro interesante, sobre todo porque es testimonio de un autor que no cree en lo divino por su formación izquierdista, pero tiene muchas obras donde el tema es recurrente, El evangelio según Jesucristo (1991) de José Saramago, hay una escena inolvidable. Jesús va en una barca al centro del lago, ahí cae la niebla sobre él. Un rayo del cielo acomoda a su padre, Dios, en la proa del barco. Un nadador se acerca por la popa de la embarcación. Sube a ella, es el demonio que viene igual al conclave. Ambos, el Bien y el Mal, ante la pregunta de Jesús sobre si con su muerte acabará con la maldad en el mundo responden. En el caso de Dios no puede explicarle las cruzadas, la Inquisición o los papas desdichados que pactan con el Mal a su hijo. El demonio es muy claro. Todo es cosa del albedrio, no de lo divino.

El demonio, volviendo al libro que nos ocupa, dice Dios, es cruel y está hecho para destruir. Bien y Mal luchan dentro del corazón del hombre, dicen los textos de Qumran, frase ya utilizada por Dostoievski. El autor deja entrever que, si bien Dios prepondera el Bien, el Mal tiene sus héroes. La contrariedad y la división, la desigualdad y el mal tienen fin por la acción responsable del hombre, es otra de las frases de este libro increíble, de incredulidad. El autor trata de convencernos de una instancia diabólica que es una solución mágica contra la solución histórica que ofrece la Biblia.

Los diez mandamientos son para eso, para juzgar, acomodar, dirimir. Cuando el hombre decide irse por el lado del Mal, encuentra un ente que lo hace actuar en contra, esto es el diablo. Por eso mismo, la Biblia no tiene explicación clara sobre el demonio. Ni sistemática ni satisfactoria. No pude haberla según el autor. El diablo no le interesa quién la escribió. Es como un forúnculo, cito al autor, que otros le contagiaron. La intromisión del demonio en la Biblia es episódica. El Génesis, el libro de Job, la tentación a Jesús son significativas, no concluyentes. Las demás son posesiones demoniacas o alternativas que demuestran, o no, la existencia del príncipe de las Tinieblas.

La función del demonio es tentar, no solo ser fiscal de la Humanidad, acusarla y lograr su condenación. Con la oración establecemos un vínculo con Dios. El diablo es anti-relación, es la negación de la oración. Sus afectos son siempre de la Tierra no del cielo. Afectos terrenales no son dignos de los oídos de Dios.

Enrique Maza, en apenas 110 páginas ofrece todas estas veleidosidades del Mal, encarnado en la figura de Satanás. Cuando nos habla el autor de la posesión diabólica, me atrevo a pensar que excluye ciertos aspectos que ya indiqué más arriba. La posesión es brutal, es apoderarse del alma y cuerpo para exigir a quienes están alrededor que cedan al poder del príncipe de las tinieblas. De no hacerlo, romperán el cuerpo del poseso.

Es como la transformación del licántropo. Es bestial, ahí no hay un sofisticado tentador, hay un feroz animal, dueño de los atributos bestiales del demonio, orejas puntiagudas, patas de cabra y gallo, cola, cuernos. Su intención es destruir, no construir. ¿Peca el hombre y recibe la posesión? O más bien, ¿la posesión es el castigo a los pecados del hombre? Entonces el demonio no es un fiscal sino verdugo de Dios. Complicidad, nos atreveríamos a pensar. No, dice el autor.

Eso haría de Dios un dictador sádico y presuntuoso y del demonio su fiel sicario. ¿Qué hicieron entonces los evangelistas? Mateo y Lucas nomás. Ridiculizan la figura del demonio haciéndolo ver como un geniecillo delirante, malévolo, incapaz de convocar huestes como amenaza a cada instante. Falla cuando induce a Jesús a realizar milagros, porque no son trucos de feria, son obras para demostrar que es el hijo de Dios y que su palabra es cierta. Lo más que logra es poseer una piara que se arrojan al mar con singularidad de gruñidos y berridos.

En el evangelio de Juan, Jesús utiliza al demonio como metáfora, no como un daño sino como un mal ejemplo. La tentación es humana aun cuando la queramos mágica. Está más dentro del ámbito humano que dentro de la atmosfera demoniaca. No se salva el hombre por el cumplimiento irrestricto de los diez mandamientos, se salva quien decide y determina, en la libertad de su opción única, por Jesús. O sea, trata a tu prójimo como a ti mismo es el summum de la doctrina cristiana, que no se cumple, curiosamente.

Jesús muere a causa de la radicalidad de la nueva fe que proclama. En esto no tiene cabida el demonio, emanación de la fe antigua, plena de monstruos y seres diabólicos.

Jesús opone el amor al prójimo como estandarte que no supieron (supimos) ver. El demonio es el mismo ser humano que no quiere hacerse con el precepto.

Ahí reside la tesis interesante, a mi parecer endeble, del autor del libro. Muy recomendable, por cierto.